Me llamo Gabriel y tengo 22 años, mi hermano Armando tiene 18 y acaba de entrar a la universidad donde yo estudio. Él y yo siempre tuvimos mucha confianza, éramos como uña y mugre, para había una faceta de él que no conocí hasta hace una semana.
Hablando con unos amigos míos me dijeron que hay un chamo (Joven) que mamaba güevo (pene, verga) por 1000 bolívares, en el baño de hombres del tercer piso, llegué más que todo por curiosidad y en efecto una larga fila de chamos de todos los cursos esperaban por entrar a uno de los cubículos, busqué a mi hermano Armando para que viniera conmigo pero no lo encontré.
Por fin llegó mi turno, me sentí algo nervioso pero excitado a la vez, entré al cubículo que en una de las paredes tenía un hoyito del grosor suficiente para introducir un güevo, había visto tanto aquellos casos que se me paró de inmediato, unos dedos se asomaron por el hoyo, evidentemente pidiéndome el pago, le di los mil bolívares e inmediatamente me bajé los pantalones y los interiores hasta las rodillas, mi pene estaba completamente tieso, con sus 22 cm parecía un puñal de carne, estaba bastante grueso y unas venas se marcaban.
Introduje a mi compañero por el agujero, al cabo de unos momentos, sentí como toda su longitud quedaba inmersa en una cálida y húmeda boca, comenzó el movimiento felatorio, yo me acariciaba el pecho, al abdomen, las bolas y hasta las nalgas, en verdad ese chamo era un experto chupador, lo succionaba como si me lo fuera a arrancar, pasaron 5 minutos cuando comencé a sentir los indicios de la eyaculación, acompañado de rítmicas convulsiones expulsé a chorros toda mi leche blanca y caliente, me limpié con un poco de papel, me subí los interiores y los pantalones y salí como si nada.
En la casa vi de nuevo a Armando y le conté todo, le dije que fuéramos mañana, pero se rehusó diciéndome que tenía un compromiso, pero que me acompañaría un día de estos, en efecto fui al día siguiente y volví a entregarme al barato placer de una mamada, en los próximos días me volví casi adicto a ese agujero, cada vez que tenia un rato libre o una preocupación por un examen me desahogaba con la boca de aquel anónimo pero complaciente servidor.
Ya llevaba una semana asistiendo religiosamente al cubículo, cuando pasó algo que nunca imaginé, como siempre dos dedos se asomaron por el agujero para recibir el pago, cuando vi que uno de ellos tenía puesta una curita, de repente recordé que Armando se había cortado el dedo en la clase de mecánica y el profesor le había puesto una curita, era una tontería, no podía ser Armando, ¿pero porque nunca fue al cubículo como todos los demás? y siempre me ponía una excusa cuando lo invitaba.
Le dije que me esperara, salí y tranqué la puerta con seguro, ese día era el único que había ido, así que no había nadie más, dejé que me lo mamara y fingí arreglarme e irme, pero en realidad me oculté en el cubículo contiguo, acuclillado sobre la poceta para que no me viera, después de unos momentos oí abrirse la puerta del cubículo del mamador, oí que abría el lavamanos y se lavaba la boca y las manos, por la parte inferior de la puerta confirmé mis sospechas, eran los zapatos de Armando, mi hermano era el que había saboreado mi verga tantas veces, lo perturbador de la situación era lo que más me excitaba.
Después que Armando terminó de lavarse, se dirigió a la puerta para salir, pero yo la había trancado, intentó abrirla por la fuerza hasta que la abrió de una patada, salí del cubículo y me sentí un poco mareado al saber que en efecto era mi hermano el que me había dado tanto placer últimamente, salí y lo ví en clase de lo más normal, si no lo hubiera descubierto jamás habría imaginado que fuera él.
Nos fuimos a la casa y no le dije una solo palabra en todo el camino, en cam
bio él me contaba todo su día exceptuando por supuesto todas aquellas ocasiones que yo conocía de sobra, pasé varios días extrañando las chupadas a las que me había acostumbrado pero no podía volver sabiendo quien era el servicial y barato mamador, una noche entré al cuarto de Armando, acababa de salir de la ducha y estaba desnudo y mojado, necesitaba que me lo mamara como tantas veces lo había hecho sin saber, le dije que sabía todo y lo amenacé con decírselo todo a nuestro padre si no hacía todo lo que yo quisiera.
Sin pensarlo dos veces se arrodilló ante mí, en su cara se notaba la perturbación por todo lo sucedido, me bajé los interiores que apresaban mi brutal erección y él comenzó a darme una de las mamadas acostumbradas, no lo podía creer, allí estaba mi hermano mamándome el güevo como la mejor de las putas, lo tomé por los cabellos y comencé a follarme su boca sin piedad, al final lo obligué a que se tomara hasta la última gota de mi semen, fue a lavarse la boca, al verlo allí reclinado en el lavamanos con aquella enorme erección y su pequeño traserito sudado, decidí que una mamada no era suficiente para comprar mi silencio.
Me acerqué a él y me sobé mi tieso güevo con sus nalguitas, él se dio cuenta de mis intenciones y no tardó en ponerse nervioso, evidentemente nunca había pasado de una mamada, pero si él era un marica, quien mejor que su hermano para iniciarlo por el camino que él ansiaba recorrer, me rogó que no lo hiciera pero sólo lograba excitarme más, le ordené que se recostara del lavamanos no sin antes recordarle las consecuencias que sufriría si desobedeciera mis caprichos, me obedeció dejando su culito totalmente a mi disposición, no tardé en hacer valer mis derechos y le arranqué los interiores de un sólo jalón.
La verdad es que Armando tenía unas nalgas de lo más apetecibles, le di un par de azotes con mi mano, me unté el dedo medio con vaselina y se lo metí hasta el fondo, que apretado y cálido culo, sin duda iba a gozar con él, después de unos minutos de estimulantes masajes venía el momento de la verdad, separé sus nalgas y le clavé toda mi tranca de un solo empujón, pegó un grito de dolor y desesperación, pero sentí que cada vez le gustaba más todo lo que estaba pasando, me lo bombeé un buen rato hasta que refresqué el ardor de su irritado ano con mis potentes chorros de leche.
Después de eso, podía disfrutar con él cuando se me antojara, y a él también le gustaba, luego le propuse que aumentara su tarifa y brindara otros servicios por un precio más alto, por supuesto, siendo yo el promotor y el cobrador.
Autor: Gabriel