Él me puso la poderosa cabeza de su verga a la entrada y por unos segundos se detuvo. Entonces yo le dije las palabras mágicas. Empuja mierda. Él empujó entrando en mi caverna deliciosamente iniciándome en ese placer prohibido que solo había leído en mis libros. Me lo metía sin piedad mientras ambos aspirábamos el olor caliente que impregnaba los calzones y el camisón de su mujer.
Se me había pasado definitivamente el tiempo. Esa opinión no era compartida por mi amiga Marcela, pues según ella lo que a mí se me habían pasado eran las ganas y no el tiempo. Ella decía que en esto, lo fundamental eran las ganas. Que si una mujer tenía ganas podía encontrar de cualquier modo un hombre que la hiciese recuperar el tiempo.
Toda esta conversación era en un tono de broma, mientras apurábamos un trago en el atardecer de ese viernes caluroso. Nos quedamos un rato en silencio, seguramente para reponernos de las risas estridentes que habían adornado nuestra charla y al final, algo pensativo, le dije:
– Sabes Marcela, nunca ha sido falta de ganas. Las he tenido siempre y en grandes cantidades.
Para Marcela esta fue sin duda la confesión del año, porque jamás me podría imaginar con ganas de hacer el amor. Que de eso se trataba. Ella sabía que en ese tema nada me conmovía, porque mi personalidad entera parecía estar estructurada para desarrollarse absolutamente al margen de todo deseo erótico. Mil veces ella había tratado de presentarme hombres, tan inteligentes e intelectuales como yo, para buscar afinidades. También había tratado de modernizarme en mis costumbres y en mi manera de vestir, pero no había logrado nada.
Yo soy una mujer morena de un metro setenta de estatura, de pelo negro y liso, de ojos marrones, de caminar apresurado, con pocas caderas, de piernas más bien delgadas y lo único que tengo, así como elemento utilizable de mi figura, son mis pechos, al menos eso creo. Marcela había llegado a pensar que quizás me gustaban las mujeres y una vez, después de grandes rodeos, me propuso que nos fuéramos a la cama las dos, pero ni eso había resultado, porque si bien yo me entusiasmé al comienzo, después encontré su proposición tan descabellada que incluso estuvimos un par de semanas sin hablarnos. Marcela había perdido la batalla por hacer que yo perdiera la virginidad. Ahora yo tenía 48 años y pensaba de verdad que se me había pasado el tiempo. Pero no las ganas.
Así se lo dije a mi amiga. Era la pura y santa verdad, porque sucedía que habiendo obtenido en mi vida todas las metas que me había propuesto, se me apareció de repente como un contrasentido gigantesco que no hubiese sido capaz de tener un hombre en mi cama, de modo que autoricé a Marcela para que me buscara uno y me comprometí a poner cuanto fuese necesario de mi parte. Fue así, que un día viernes, como este, me llamó para rendirme cuenta de sus afanes. Al mismo bar de siempre llegué con mi alma y mi cuerpo lleno de inquietudes para saber por fin sí Marcela había encontrado al hombre que sería mi autor. Marcela no se anduvo con preámbulos. Me dijo que había intentado con este, con ese otro, con el de más allá sin lograr resultado alguno, pues todos ellos me encontraban fantástica, pero como para irse a la cama conmigo ni siquiera se lo imaginaban, lo consideraban una falta de respeto a mi persona. Así las cosas yo daba la cosa por perdida cuando Marcela me dijo:
– No querida… no te alteres. Jamás hay que sentirse derrotada en este campo. Yo creo que he encontrado al hombre perfecto. Él te conoce desde tiempo, te admira, encuentra que eres atractiva, está fascinado con tu inteligencia. Se trata de un hombre moreno algo más alto que tú, dos años menor y yo estoy segura que a ti te gusta. – Vamos mujer… dime por favor de quien se trata si dices que me conoce. – Por supuesto que te conoce y tú también lo conoces… se trata de tu hermano.
En ese mismo momento se terminó la conversación. Sin hablarle una sola palabra pagué la cuenta y me retiré del bar. Nunca en mi vida había estado más indignada. ¿Cómo se le podía pasar por la mente tamaño disparate? Mi hermano es simplemente mi hermano y yo soy su única hermana. Decididamente mi amiga estaba desquiciada y yo no le hablaría nunca más. Lo que más me llamó la atención, fue que a pesar de todo este desgraciado incidente a mí no se me pasaron las ganas, muy por el contrario me aumentaron.
Me fui haciendo adicta a la literatura erótica. Un día, tratando que nadie me viera, me metí a un cine porno. Admiraba el surtido de los sex shop, aunque nunca compré nada, pero me gustaba mirar todos esos productos e imaginaba fantasías.
Mi formación académica me llevó a enfrentar esta encrucijada con método y con antecedentes. De ese modo compré y devoré todo tipo de bibliografía acerca del tema sexual que nunca en mi vida me había interesado. Llené mi biblioteca de tomos acerca de la anatomía y fisiología genital y me enteré de todas las alternativas de la respuesta sexual humana, de modo que a las pocas semanas no era sino un cúmulo impresionante de sabiduría sobre las relaciones sexo eróticas, sin que nadie jamás, ningún hombre, hubiese tocado un centímetro de mi piel y sin que yo supiera siquiera como olía un hombre de verdad.
Lo anterior no hacía sino aumentar mi juicio acerca de que había perdido un tiempo precioso sin acercarme a este tema y cada día crecía en mí la angustia de llegar a concluir que era definidamente tarde. Estaba ya al borde de sentirme derrotada por vez primera por un desafío, cuando llegó en mi auxilio esa noche de viernes. Mi madre había programado una cena para celebrar la licenciatura de una sobrina. Ni siquiera me preocupé de seleccionar algo especial para vestir, a tal punto que al final, atendiendo a los reiterados llamados de mi madre, seleccioné a la carrera la falda que me pareció más formal y un suéter en tono rosa que me quedaba algo ajustado. Cuando entré en la sala ya estaba reunida toda la familia y entonces abracé a mi sobrina para felicitarla. Fue enseguida cuando mi hermano se me acercó con una copa en la mano y mirándome con la cara llena de risa me dijo:
– Estás más tetona que nunca hermanita.
Horas después, en la soledad de mi cama, volví a pensar en esa frase que en un comienzo solo me había parecido una alusión desafortunada de mi hermano en la reunión familiar. Después de analizar, llegué a la conclusión que, fuese como fuese, esa era la primera frase que me habían dicho en mi vida que tenía algún contenido sensual directo y me la había dicho un hombre para el cual, al parecer mis «tetas», le parecían dignas de mención. Yo no sabía si mis tetas tenían contenido sensual directo, pero esa frase me la había dicho un hombre y era la primera vez en mi vida que un hombre de carne y huesos me decía algo así.
Yo no sabía si mis tetas eran grandes o normales porque nunca me había preocupado de eso ni nunca le había visto las tetas a otra mujer y no me había visto las mías pues nunca me miraba desnuda al espejo y menos detalladamente, de modo que una especie de curiosidad casi malsana me invadió y me dirigí al cuarto de baño y con cierto pudor raro, me saqué mi camisa de dormir con los ojos cerrados y después de unos segundos los abrí. Mi hermano tenía razón. El espejo mostró una par de globos morenos redondos coronados por unos pezones grandes más oscuros, en medio de una aureola violeta, que apuntaban directamente al espejo. Debo confesar que me sentí halagada Era tetona. Y me agradó serlo. No sé porque en ese mismo momento me acordé de mi amiga Marcela. Pensé que había sido injusta con ella y me propuse llamarla por teléfono el lunes siguiente.
Pero yo nunca realicé esa llamada, porque había decidido comenzar el recorrido que no tendría regreso aunque estuviese lleno de las más grandes dificultades, porque una cosa es tomar una decisión de ese tipo y otra más complicada llevarla a cabo. Después de admitir que mi hermano me había encendido por primera vez con esa frase que quizás para él no tenía significado, me di a la tarea de comprobar si verdaderamente él veía en mí lo que yo había comenzado a ver en él. El hecho que mi hermano fuera casado no fue para mí ningún problema, todo lo contrario, consideré que era una ventaja, puesto que él tenía toda la experiencia de la que yo carecía, además que su mujer nunca me había caído bien de modo que eso aumentaba la magnitud del desafió y eso para mí era excitante. Me gustan los desafíos. Así quería aparecer yo en la entrevista que panifiqué hasta en sus más mínimos detalles, de modo que cuando me presenté en su oficina del centro de la ciudad no hubo ni un solo aspecto que yo no hubiese previsto detenidamente. La excusa era que yo requería su apoyo legal para postular a una representante internacional de una empresa editorial.
Esa mañana, por primera vez en mi vida, había puesto mayor dedicación en los detalles de mi ropa íntima. Un pequeño calzón blanco a duras penas cubría mi sexo abundantemente poblado por largos y ensortijados vellos, cuidadosos celadores de mí casi cincuentenaria virginidad. En la parte posterior, la delicada tela se incrustaba hasta desaparecer entre mis nalgas haciéndolas aparecer más grandes y redondas de lo que en realidad eran.
Mi sujetador era el más pequeño que había encontrado capaz de contener mis voluminosas tetas y aunque me ocasionaba un poco de dolor, habría soportado eso y mucho más por conseguir mi diabólico objetivo. Satisfecha, me miré al espejo mientras acomodaba mis medias negras hasta la mitad de mis muslos morenos Pero para mí lo más importante era el perfume. Lo había seleccionado después de buscarlo una tarde completa y me complacía ese toque perturbador, que de algún modo, me hacía sentir seductora. Pero yo remataba todo esa indumentaria con mi larga y desabrida falda habitual de color apagadamente gris y una blusa blanca veraniega, que aunque un poco ajustada, no hacía presumir nada de lo descrito.
Estaba extraordinariamente tranquila cuando subía en el ascensor y como era habitual, ningún hombre reparó en mí, a pesar que yo sabía que el perfume estaba haciendo impacto, pero seguramente lo atribuían a otras de las mujeres realmente atractivas que ocupaban el espacio. Cuando entré en la oficina mi hermano me saludó alegremente e hizo de inmediato alusión a mi perfume murmurando algo que no entendí, y luego tomar asiento frente a su inmenso escritorio para mostrarme el documento que había redactado para mí. En ese momento yo me situé tras él para mirar el texto por sobre su hombro y me incliné hasta situar mis opulentas tetas prácticamente sobre su mejilla. Concentrada en la lectura y como para acomodarme mejor, me cambié de lado y al hacerlo rocé descaradamente su cabeza con mis tetas duras. Ese fue un impacto que él no pudo ignorar y tirándome suavemente del cabello me dijo:
– Oye… tetona… me estás incitando…acuérdate que soy tu hermano, pero soy hombre también.
Me di cuenta que era mi segundo, el inicio de mi nuevo tiempo o la sepultura definitiva de mis ganas. No vacilé ni un instante. Me abracé a él con fuerza y apretando mi pecho contra el suyo le respondí:
– Eres un hombre atractivo, me gustas mucho aunque seas mi hermano… o quizás justamente por eso.
Mientras decía esto desabroché rápidamente mi blusa. Mis tetas, que en ese momento percibí monumentales, saltaron fuera mientras yo le inclinaba el rostro a mi hermano para depositarlo justamente entre ellas.
Yo no sé si fue la brutalidad de mi declaración o el contacto de mis tetas sobre su cara o ambas cosas lo llevaron a guardar silencio y a hundir su cara entre mis globos calientes. Había liberado completamente mis pechos ofreciéndole mis pezones morenos dilatados y sensibles que al comienzo besó con suavidad, pero luego mordió con ansias. Ahora yo sabía por fin lo que era desear a un hombre y experimentaba en todo mi cuerpo los efectos de la etapa primaria de la respuesta sexual de la mujer que tan dedicadamente había leído en mi bibliografía. Restregaba mi cuerpo con el suyo mientras él trataba de meter una de sus piernas entre mis muslos apretándome contra el borde de la mesa. Entonces ágilmente deslicé mi falda hasta el suelo y separé mis muslos desnudos para que su pierna se apoderara del espacio. Como obedeciendo a un impulso instintivo mi mano derecha buscó entre sus piernas para encontrar la dureza y el grosor de esa verga suya cuyo contacto comenzó a enloquecerme. Jamás pensé que fuera de esa contextura y un latido profundo y casi doloroso me hizo percibir que mi sexo tenía un volumen y profundidad interna que hasta entonces parecía ignorar absolutamente.
Ahora el macho había tomado la iniciativa. Mi hermano es de contextura robusta, bastante más alto que yo, de brazos fuertes de modo que con agilidad asombrosa me levantó sentándome sobre la mesa y luego me extendió sobre la superficie, que mi desnudez percibió como fría. Nos invadió una onda de mi perfume que parecía venir de mi cuerpo entero. El hombre sin dejar de acariciar mis pechos cuyos pezones ahora estaban delicados de caricias, hundió su rostro entre mis piernas y sin dificultad deslizó con sus dientes mis pequeños calzones hasta mis pantorrillas y yo agitando rápidamente mis piernas me deshice de ellos y entonces sentí su lengua buscando entre mi frondosa mata púbica.
Nadie. Ni yo misma jamás había tocado ese misterioso tajo vertical que ahora percibía latir nítidamente. Fue para mí un estímulo de un placer desgarrador. Percibía como la punta de su lengua se apoderaba del vértice superior de mi tajo y conocí en ese momento la incomparable y enloquecedora sensibilidad de mi clítoris que había ignorado absolutamente durante mi vida completa y las descargas provenientes desde allí estremecieron mi cuerpo de pies a cabeza. Él bajó sus manos hasta mi sexo y separando los labios barrió con su lengua el espacio completo y en ese momento se detuvo sorpresivamente y entonces vi sus ojos que me miraban desde entre mis piernas diciéndome asombrado, feliz y ansioso.
– Eres virgen-
Fue solamente un corto momento pues volvió con su lengua para recorrer mi himen intocado haciéndome sentir la tensión maravillosa de esa tela de mi carne que estaba presta a ser sacrificada en aras de una vida sexual plena. Mi hermano se sacó los pantalones con premura y ahora ya presa de una calentura desatada separó mis piernas y me montó haciéndome sentir la deliciosa carga de su cuerpo desnudo. Tenía un hombre sobre mí, un hombre real, un hombre grande y caliente. Sentí el fierro ardiendo entre mis muslos y luego la mano sabia de mi hermano poniéndome la punta de su quemante verga sobre mi himen tenso y en ese momento se detuvo. Yo sentía la presión de la cabeza del pene sobre la membrana y percibí como se estiraba sin romperse. Era el momento supremo que yo me había negado sistemáticamente. Noté como él hacía fuerzas agarrado de mis tetas y yo había levantado mis rodillas para que se acomodara mejor y entonces le dije:
– Empuja mierda… empuja.
No sé por qué usé esa palabra, seguramente para darle un mayor contenido promiscuo a lo que sucedía. Entonces él empujó sobre mí y sentí un desgarro terrible, un dolor indescriptible y mi sangre caliente derramándose sobre su mástil penetrante inundando la naciente cavidad que me hacía definitivamente mujer.
Lo siguiente fue perfecto. Él fue entrando en mí con su grosor infinito distendiendo mis intocadas paredes, avanzando como un loco hasta tocar el fondo duro a la entrada justa de mi útero y sobre esa dureza sentí la descarga descomunal de su semen interminable mientras las paredes de mi tubo latían desesperadas. Nos abrazamos apretándonos en uno al otro para compartir el placer, el dolor y el pecado y fui sintiendo como salía y salía y no terminaba de salir.
Y cuando terminó de salir se desencadenó un río desde mi hueco rojo y me puse de pie porque quería ver lo que me había pasado y fue así como separando mis piernas vi el río blanco y rojo que corría por mis muslos manchando mis medias de sangre y de líquidos calientes. Me gustó mirarme. Me sentía por fin una mujer de verdad y fui feliz mientras observaba la masa de su miembro surcado por gruesos hilos rojos. Entonces nos dimos cuenta que no habíamos pasado la cerradura de la puerta, pero nada de eso importaba ya.
Desde ese día estamos viviendo un arrebato completo. Casi sin hablar, hemos aceptado la situación absolutamente. Él me ha dicho que solamente a veces sé había fijado en mi como mujer, pero que ahora está absolutamente convencido de que soy una mujer sensacional, la más perfecta encarnación del sexo y el deseo. Así me lo ha dicho y yo a mi vez encuentro que él es un macho perfecto con el que yo estoy dispuesta a disfrutar al máximo y por la posesión del cual haría todo. Desde ya, ambos hemos descuidado drásticamente nuestros trabajos pues debemos ubicar nuestros encuentros dentro de ese período de tiempo.
Nos hemos jurado dejarnos matar negando que exista algo entre nosotros y hacemos nuestras respectivas vidas sin dar a las familias ni una sola pista de lo que sucede entre los dos. Cuando estamos en público casi no nos hablamos y yo sigo tan seria y poco entretenida como siempre saboreando íntimamente nuestro cambio. En cuanto al sexo lo estamos viviendo de la forma más loca y desbocada que es posible imaginar. Planificamos encuentros selectivos para cosas específicas. Nos citamos a veces en la oficina mía del instituto en que trabajo.
Él simula ir a dejarme un informe importante y yo lo espero sin calzones de modo que llega me siento y separo las piernas y él me chupa el clítoris durante diez o quince minutos haciéndome acabar violentamente un par de veces y luego se marcha silenciosamente. Del mismo modo yo voy a su oficina a una hora convenida y él me recibe, cierra con llave y luego saca su verga monumental y yo se la chupo en forma desaforada hasta hacerlo acabar violentamente en mi boca. Me trago el semen y enseguida me voy con el sabor amado que conservo durante horas. Para sexo completo elegimos horas atípicas como son por ejemplo los domingos en la mañana.-
Ambos avisamos en las respectivas casas que tenemos algo inesperado que atender cada uno en su oficina, pero nos juntamos en una de ellas, yo prefiero la suya que está en un lugar más discreto. Allí nunca nos desnudamos, simplemente yo me saco los calzones y hacemos el amor en el suelo, rodando por la alfombra, y ensayando posiciones diversas en las cuales él me penetra con una deliciosa violencia dejándome drásticamente adolorida, lo que a mí me gusta mucho y luego cada uno por su lado llega separadamente a los almuerzos familiares sin cambiarnos ropa, de modo que bajo la mesa del comedor me invade un húmedo orgasmo que quizás se refleja en mi mirada cuando levanto los ojos y lo miro descuidadamente. Esta manera de proceder nos está llevando a tratar de encontrar cada vez situaciones originales, como la que se nos ocurrió el viernes pasado.
Mi hermano, como era natural, al ver excitada al máximo su capacidad sexual había dado rienda suelta a todas sus fantasías, porque apreciaba tener en mí a una mujer dispuesta a todo sin reparar en nada y eso era verdad. Fue así como me había planteado la posibilidad de hacer un trío con su mujer. Naturalmente él quería cumplir su máxima fantasía de acostarse con dos mujeres. Pero los hombres son poco realistas en esto y él no veía el peligro inminente que existía de echar a perder toda nuestra felicidad pues yo sabía que mi cuñada era una mujer difícil y jamás aceptaría eso.
Fue así como lo convencí de no intentarlo a cambio de lo cual le ofrecí que hiciéramos algo que podría servir de substituto a su peligrosa idea. Así acordamos que el sábado en la mañana, en que ellos habitualmente acudían con los niños a un campo deportivo duramente toda la mañana, él fingiera estar resfriado y se quedara en la casa. Cuando quedara solo yo llegaría para unirme a él. Le pedí que de algún modo tuviera sexo con su mujer solo unos minutos antes que ella se fuera al campo deportivo.
Así el sábado pasado yo, completamente excitada ante la perspectiva de lo que habíamos planeado, esperé en mi auto, a una cuadra de la entrada de su casa hasta que el auto de su mujer se alejó. Cuando entré, mi hermano excitadísimo me abrazó y de inmediato noté la calentura que lo invadía. Tenía olor a sexo y me dijo que tan solo unos 15 minutos atrás se había tirado a su mujer antes que ella saliera y que por tanto estaba seguro que no volvería. Eso nos dio tranquilidad y subimos hasta el dormitorio matrimonial.
La cama estaba aún tibia por lo sucedido en ella y entonces, mientras me desnudaba, vi sobre una silla los calzones que recién se había sacado mi cuñada y no encontré mejor idea que ponérmelos. Estaban aún calientes y húmedos y me excitó sobre manera sentir esa tibieza.
Nos abrazamos en la cama, mientras teníamos el camisón de mi cuñada entre los dos y de ese modo todo estaba impregnado del aroma de esa hembra partícipe ausente en nuestro momento de suprema lujuria. En ese momento me invadió el deseo de volverle la espalda y mostrarle mi culo ardiente.
Él entendió de inmediato el mensaje y separándome a un lado los calzones de su mujer me puso la poderosa cabeza de su verga a la entrada y por unos segundos se detuvo. Entonces yo le dije las palabras mágicas.
– Empuja mierda.
Él empujó entrando en mi caverna deliciosamente iniciándome en ese placer prohibido que solo había leído en mis libros. Me lo metía sin piedad mientras ambos aspirábamos el olor caliente que impregnaba los calzones y el camisón de su mujer. Dos horas después en perfecta armonía almorzábamos todos en casa de mis padres.- Mi hermano se había repuesto de su resfrío.
Esto es lo que ha sucedido hasta hoy. Estoy cada día más feliz de vivir lo que vivo y ninguno de los dos piensa perder para nada este paraíso que hemos creado juntos y en el cual mi tiempo y mis ganas están alcanzando una armonía casi perfecta.
Aún no he llamado a Marcela. Es una deuda que tengo con mi buena amiga…
Autor: Violeta
muy caliente y más, por venir de una mujer madura, yo también lo hice con mi hermana, hace ya tiempo, pero no lo hemos podido vueltos hacer.