Contemplar como mi madre se masturbaba provocó en mí un deseo como jámas había sentido
Ya sé que suena a tópico, pero mi madre es una hembra de lo más jugosa. Tiene 44 años, aunque se conserva de maravilla y no es que se dedique a hacer ejercicio y mimarse el cutis, simplemente es su apariencia natural, con ese increíble atractivo de las mujeres maduras. Es de mediana estatura, melena castaña, amplísimos pechos, estrecha cintura y un trasero que es la envidia de muchas jovencitas. Básicamente es eso: mi madre está buenísima. Si a todo ello le unimos su vestir provocativo, llegamos a la conclusión de que verla es todo un disfrute para los sentidos. Lo cierto es que me he masturbado multitud de veces pensando en ella, pero en cierta ocasión ocurrió algo que me cambió la vida y el concepto que de ella tenía.
Hace un par de años, cuando yo andaba por los 18, me encontraba en la cama masturbándome a la vez que pensaba en los pechos de mi madre. Mi habitación estaba contigua a la de mis padres y, entre subida y bajada de mano, paraba unos segundos para así escuchar si en la otra habitación dormían. No se oían más que los fuertes ronquidos de mi padre, molido tras un largo día de trabajo. Seguí con mi faena, acelerando el movimiento. Tras un par de minutos, me pareció oír algo que no era un ronquido. Agucé el oído: ronquidos… y algo más, ¿gemidos entrecortados?. Me incorporé; sí, eran leves gemidos que provenían del dormitorio de mis padres. Me excité muchísimo imaginándome que salían de la garganta de mi madre. Me levanté con sigilo y, desnudo como estaba, me dirigí hacia allí. La puerta de su dormitorio estaba abierta, como era costumbre. Lo que no era costumbre para mí era ver otra cosa aún más abierta que la puerta: las piernas de mi madre.
El espectáculo era grandioso: a un lado de la cama, de costado mirando al borde, mi padre profundamente dormido, roncando con estruendo; ocupando el resto de la cama, mi madre. Estaba completamente despatarrada, chorreando, aullando por encima de los ronquidos de su marido. Me sorprendí gratamente cuando observé como se introducía un pepino al que previamente le había colocado un preservativo. El pepino entraba y salía en su chumino con velocidad vertiginosa, empujado por las dos manos de mi madre. Parece increíble pero, por encima de ronquidos y gemidos, destacaba el sonido del chapoteo que hacía su coño: el pepino relucía, los pelos de su vagina estaban pringados con una especie de espumilla blanca y líquidos de lubricar manchaban las sábanas. Esa era la visión: mi madre desnuda, completamente abierta de piernas, recostada en el cabecero de la cama introduciéndose un enorme pepino con sus dos manos, mojada a más no poder. Ni que decir tiene que yo estaba empalmado de una manera increíble, como nunca. Tenía el prepucio completamente escondido y la punta del capullo entre morada y roja, con toda la sangre de mi cuerpo allí concentrada. No sé por qué, pero la situación bloqueó mi mente y fui incapaz de masturbarme.
-Jodeeee, jode, jódemeeeee… aaaaaaaaaah… siiiiiiiiií –gritaba mi madre.
Se escupió abundantemente en su mano derecha y luego la dirigió a su esfínter. Comenzó a trabajar su ano; se introdujo dos, tres dedos. Gemía, movía la cabeza convulsivamente al mismo ritmo que el pepino. Era tal su estado de excitación que incluso un hilillo de saliva se le escapaba de la comisura de sus labios.
-Dios, que gusto… mi culo –decía- Me jodo el culo… ufffffffffff.
Mi polla estaba a reventar. Nunca había tenido una erección semejante. Miraba a mi madre y luego a mi polla y me excitaba aún más. Ver mi pene de esa manera, imponente, me ponía cachondo al máximo. De repente, mi madre exclamó
-No puedo más… me corro… me meo.
Sacó el pepino de su coño y un chorro de orina saltó desde su vulva hasta el pie de la cama, mientras ella se retorcía de placer. Como consecuencia de sus convulsiones, sacó sus dedos del culo y, al hacerlo, manchó las sábanas con un poco de lo que tenía en sus intestinos. Eso fue el límite; mi pene, sin yo tocarlo, comenzó a lanzar chorretones de leche con una fuerza inhumana. No paraba de correrme, parecía q
ue mis huevos tuvieran reservas enormes de semen. Salpiqué toda la pared a golpe de palpitaciones de mi polla. Salí corriendo hacia mi habitación, con la imagen de mi madre delirando de placer. La cara de zorra de película que puso cuando se corrió me quedó grabada a fuego en la memoria. Concilié el sueño como pude.
A la mañana siguiente la rutina diaria se apoderó de mí: levantarse, desayuno, instituto, comer, mi padre irse a trabajar y yo ponerme a estudiar. Así que a media tarde me encontraba solo en mi cuarto, intentando concentrarme en los libros. Lo intentaba, pero no podía; el recuerdo de lo que había pasado la noche anterior bloqueaba mi mente. De improviso, me acordé de algo: el semen que dejé chorreando por la pared. Pegué un respingo y fui corriendo a verlo, sabedor de que mi madre había salido a hacer unos recados. Pero cuando llegué a la pared, allí no había mancha alguna. Me puse nerviosísimo pensando que por lógica alguien había limpiado ese trozo de pared y era aún más lógico pensar que lo había hecho mi madre. No sabía que hacer, estaba aterrado y avergonzado ante la convicción de que mi madre había descubierto mis juergas nocturnas. Medio ido, me senté en la cama del dormitorio de mis padres y allí, tras unos minutos, se me despejó la cabeza al llegar a la conclusión de que me daba igual, de que no me arrepentía de lo que había hecho la noche anterior. Más liberado, me relajé tumbándome en la cama. En mi cabeza estaba la imagen de mi madre dándose placer. Me puse de costado y fijé la mirada en un cajón entreabierto de la cómoda; la curiosidad hizo que mirase dentro. Estaba lleno de ropa interior, especialmente de tangas negros y granates. Automáticamente mi pene se enderezó. La excitación hizo que me masajease los huevos. Quería sentir las prendas íntimas de mi madre rozando mi piel, envolviendo mis cojones y mi polla. Me desvestí por completo, me puse un tanga de los muchos que había en el cajón. No contento aún, descubrí también unos pantis y decidí que quería sentir la sensación de la licra en mis piernas, así que me senté en la cama y lentamente me los puse. El tacto de la suavidad que arropaba mi miembro era una delicia, incluso pensé en irme a la calle con la ropa interior de mi madre dentro de mis pantalones. Miré mi cuerpo en el espejo, especialmente mi miembro palpitando dentro de aquella suavidad de licra. Fue entonces cuando vi a mi madre reflejada en el espejo, mirándome fijamente. Pero en realidad no me asustó el hecho de que me sorprendiera con aquel aspecto, con su tanga y sus pantis puestos; lo que de verdad me asustó fue ver su rostro, desencajado por la lujuria de contemplar a su hijo excitadísimo al ponerse la ropa interior de su madre. Sus ojos se clavaron con deseo en mi paquete.
-Veo que te quedan muy bien mis braguitas, ¿eh? –me dijo con descaro.
-Lo… lo siento mamá. No sé que estoy haciendo.
-No lo sientas; no pasa nada. Si te soy sincera, me gusta verte así.
Me quedé de piedra.
-Túmbate en la cama –me ordenó.
-Pero mamá…
-Tú te callas, cabroncete. Túmbate y calla.
Me lo dijo devorando mi paquete con los ojos, como posesa. De veras que parecía una de esas actrices porno sobre actuando, pero en su caso no actuaba, simplemente le salía de sus entrañas. Yo estaba de espaldas a la cama y mi madre me empujó con cierta violencia, haciéndome caer sobre el colchón. Me miró con lujuria y se mordió el labio inferior. Se agachó frente a mí y comenzó a lamer los pantis a la altura de mi miembro. La única sensación que yo tenía era la de que de un momento a otro iba a reventar.
-Cabrón.
Al oír sus palabras automáticamente me corrí; no duré ni un minuto. Manché su tanga y sus panties y, aunque ella sabía que me había corrido, siguió lamiendo las prendas íntimas que le había tomado prestadas. Lamió sin parar, chupo mis jugos, saboreo mi leche derramada, la cató en su boca y de allí la derramó en la mía, dándome un beso lleno de lujuria. Mi salimiento al ver el de ella era tal, que sólo tarde un par de minutos en poner de nuevo mi polla bien tiesa y armada.
-Eres un cerdo, hijo mío. Ayer pringaste la pared con tu semen y t
uve que limpiarlo con la lengua.
-Pero mamá…
-Calla. Te pasas el día haciéndote pajas y seguro que muchas de ellas a mi costa, ¿verdad?
-Me da vergüenza decirlo, pero sí.
-¿Vergüenza? Deberías sentirte orgulloso de tener una madre tan cachonda como yo. ¿Te gustan mis tetas?
-Sí.
-A mí también. Muchas veces me miro al espejo y me pongo cachondísima mirando mis pechos; son espectaculares, ¿verdad? –dijo agarrándoselos y ofreciéndomelos.
-Me encantan.
-Y a mí. Tu padre hace ya una eternidad que no me echa un buen polvo, así que me tengo que buscar la vida. Pero veo que tengo en casa lo que me hace falta, así que no es necesario que olisquee por ahí. Vas a follarme siempre que yo te lo diga, ¿entendido?
-Lo que tu digas, mamá.
-Bien, así me gusta cabroncete. ¿Ahora sabes lo que vas a hacer?
-No sé…
-Me vas a reventar el culo. Me la vas a meter toda, pero sólo por mi culo. Es lo que más me gusta.
-Mamá, yo nunca me he acostado con una chica.
-Yo te enseñaré. Además, yo no soy una chica… soy una mujer… soy tu hembra.
Me quitó los pantis y el tanga y comenzó a lamerme el pene con auténtica devoción. De vez en cuando, lo sacaba de su boca y lo olía; eso hacía que me pareciese una perra en celo. Ver su maestría era algo impresionante, porque de verás que parecía una experta actriz de cine x: tragaba hasta el fondo de la garganta mi verga varias veces, luego lo sacaba y escupía en mi palo para acto seguido mamarlo incansable como una máquina. Estaba preparando mi polla, lubricándola a fondo. En sus ojos y en su rostro se veía que la única intención de todo ello no era darme placer, sino más bien prepararlo todo para que le reventase el culo. Me chupo con avidez los huevos, y desde allí recorrió toda la piel hasta mi esfínter, trabajando con su lengua mi culo virgen. Pero esta vez mi madre no tenía la intención de que me corriera tan rápidamente, así que mientras me lamía el culo y los huevos, apretaba fuertemente la base de mi pene con sus dedos índice y pulgar, anillándolo. Yo estaba en la gloria: el castigo al que sometía mi miembro me proporcionaba un placer inmenso.
-Mamá…
-¿Qué?
-Por favor, méteme un dedo en el culo.
-Joder, eres un puerco salido, hijo mío.
Me encantaba que mi madre me hablase así, sobre todo viendo la cara de vicio que ofrecía cuando me soltaba toda esa retahíla.
En un segundo cumplió a medias mi deseo: sentí como mi próstata era estimulada, pero no por uno de sus dedos, sino por dos de ellos. Me sacudió una descarga de placer de arriba abajo, jamás pensé el gusto que se sentía al tener dentro del culo dos dedos de tu madre y sentir su lengua lamiendo mi pene. La rapidez en su mete saca era tal que sólo sentía sus nudillos chocando contra mi esfínter.
-Hijo, me estoy manchando los dedos –dijo sacándose la polla de su boca- Eres un guarro, ¡ja,ja,ja!
De nuevo cogió mi miembro y se lo llevó hasta su garganta. Así estuvimos unos cuantos minutos, hasta que decidió intentar meter su lengua por el meato de mi pene; de veras que lo estaba intentando. Maltrataba mi polla de forma tan exquisita que la mezcla de ligero dolor y gran placer combinaban en su justa medida consiguiendo el mayor goce que he tenido en la vida.
-Bueno… creo que ya te he encerado el bate… Ahora te toca a ti.
Me dio la espalda y se puso a cuatro patas, ofreciéndome en pompa todo el esplendor de su trasero. No sabría cómo describir su esfínter, pero lo que en ese momento me pareció, fue un minúsculo agujero por el cual dudaba que pudiese pasar ni tan siquiera un palillo. Era un esfínter diminuto, recio, totalmente apretado sobre sí mismo… Incluso reí por dentro pensando que era un auténtico «agujero negro» que se tragaba toda la luz que cayera en su radio de acción.
-Rómpeme el culo, hijo mío.
Me abalancé, sorprendiéndome a mí mismo por mi pericia, ya que era cierto que nunca había estado con una mujer. Abrí del tal manera sus glúteos con mis manos que ella soltó un ligero gemido de dolor; pareció que le iba a rajar su «canalillo». A pesar de que mi polla estaba lubricada y reluciente, por un momento pensé que sería imposible que aquel agujero
tan cerrado sobre sí mismo fuera capaz de tragar toda mi vara. Apoyé la punta en su esfínter y arremetí con sumo cuidado, pero nada: no había resistencia, más bien todo lo contrario. En un abrir y cerrar de ojos mi pene, de una longitud aceptable, desapareció en su recto. Aquello parecía un tubo succionador al cual le hubieran hecho el vacío. Cuando se la metí hasta los huevos, pensé por un instante que no sería capaz de sacarla y la verdad es que en parte así era, ya que su esfínter me sentaba como anillo a la polla.
-Muévete, cabrón.
Obedecí y comencé a bombear con furia.
-Si puedo, te voy a desgarrar, zorra.
Me sorprendí a mí mismo profiriendo esas palabras, pero lo cierto es que la situación de extrema lujuria daba lugar a eso y mucho más.
-Bien… pues demuéstramelo.
Empujé con todas mis fuerzas, excitándome al ver como le daba por el culo a mi propia madre. Golpeaba su ano con violencia, pero mi madre era un saco sin fondo: tenía la sensación de que para llenarla y satisfacerla plenamente haría falta un pene de treinta o más centímetros. Aún así, se notaba que la muy puta estaba disfrutando como una loca. De repente, entre embestida y embestida, ella pasó la mano por debajo de sus piernas y me agarró los testículos. Los sobó con violencia, con avaricia, causándome dolor y placer al mismo tiempo. No sé por qué, pero yo me sentía el dueño del mundo, el amo de la situación; intentaba convencerme a mí mismo de que dominaba a mi madre, pero sólo se quedaba en eso, en un intento de dominación, ya que quien manejaba la situación era ella.
Noté un ligero tono marrón en mi polla cada vez que la sacaba para embestirla. Me excité de forma incontrolable.
-Eres una puta, te estás cagando.
-Uuuuuuummmm… cerdo, cabrón… Nooo… pero mis entrañas están repletas.
-Que guarra eres.
-Dame más fuerte, siiiiií…
Concentré toda la mente en mi pene, en su culo y en los impulsos de mi cadera. Aceleré al máximo mis movimientos. Llegué incluso a sorprenderme de la energía que transfería a mis músculos, pero creo que aun me sorprendí mucha más al comprobar como mi madre era capaz de soportar las brutales acometidas he incluso tener la sensación de que ella necesitaba muchísimo más. Eché el resto e intenté maltratar el esfínter de aquella hembra; junté mi pecho con su espalda y la abracé con fuerza, estrujándole los pechos. Entonces ocurrió lo inevitable: me corrí. Pensé que la velocidad con la que salió el semen podría desgarrar por dentro a mi madre, ya que tuve la sensación de que incluso yo me vertía a través de mi pene. Fue una eyaculación brutal, interminable. Quedamos despatarramos encima de la cama, yo sobre su espalda, lamiendo desfallecido su cuello. En un minuto, ella se incorporó. Yo estaba sin aliento, exhausto y tumbado boca abajo, con mi pene chorreando, manchado ligeramente de mierda. Mi madre se levantó junta a la cama y, poniéndose un tanga, me dijo:
-No ha estado mal, pero eres bastante torpe. Yo te enseñaré a fornicar a tu madre aunque sea a palos.
Autor: Jojome
husil ( arroba ) eresmas.com
Me gusto mucho tu relato, tienes suerte, to tambien quisiera hacerle el amor a mi mama, y hacerla mi mujer, todos los dias. Puedes darme un consejo para convencerla de que acepte hacer el amor conmigo?, te lo agradeceria mucho
Me vuelven loco las madres o hijos que follan se lamenta lo que sea con lencería