Mi mujer tiene 40 años, es algo baja de estatura con 160 cm y un poco gordita luego de 3 embarazos. Después del segundo ya no logró ponerse en forma nuevamente, pero me gusta, porque sus piernas son ahora más gruesas y siempre son muy fuertes. A veces aprieta tanto las piernas que me empuja y debo hacer todas mis fuerzas para continuar penetrándola. Su piel es blanca, y aunque es bastante carente de vellos corporales, es muy curioso que posee una vulva bastante concurrida: le gusta portarla un poco natural, aunque de vez en cuando le recorto o rasuro yo mismo.
Soy tengo 45 años, 188 cm de estatura y paso horas en el gimnasio y la piscina, bueno, también lo paso en los bares, así que también tengo mi panza bien ganada. Uso barba y bigote completos, mi piel es dorada como buen ascendente dominicano y mis brazos son gruesos, largos y fuertes. Tengo la dicha de poseer una buena arma sexual, larga y grueso calibre, que le ha encantado a más de una mujer. Mis manos también poseen dedos grandes, creo que tanto ejercicio en el gimnasio ha hecho que crezcan bastante.
Llevamos una vida plena en familia y como pareja. Todo iba en una rutina hasta una noche que mi mujer llegó escandalizada. Llegó enferma fuera de la hora habitual y fue directo a la ducharse. Me dijo que había vomitado. Alarmado, fui a limpiar el carro, pero no encontré nada más que una mancha húmeda sobre el asiento. Pensé que pudo ser vómito, pero su olor no correspondía; el olor era de la vulva de mi mujer. Eso fue muy extraño.
Ella continuó llegando más tarde que de costumbre y decidí averiguar el porqué. Instalé una aplicación en su teléfono para monitorear sus movimientos. Estaba en su trabajo, salió a la hora de costumbre y luego se estacionó unos 40 minutos frente a un mirador para ver la ciudad. Algo aún más extraño es que aparecía con una chiquilla que era nuestra vecina (unos 22 años). Apareció tarde, me dijo que la vecina trabajaba cerca, así que continuamente le ayudaba a llegar a casa; preferí investigar más.
Unos días después decidí seguirle con otro auto, algo que no fuese tan obvio para ella. Le vi salir al estacionamiento acompañada de la vecinita como ella me lo adelantó. La chiquilla es una jovencita de 22 años, aún no termina la universidad y ya trabaja. Tiene un rostro lindísimo y siempre viste muy coqueta, ya sea con una falda corta para mostrar su largas piernas flacas; también suele usar un pantalón pegado a sus piernas y es común lo combine con una blusa sin mangas y con un escote sugerente que deja ver sus enormes adornos de frente. Vivimos en una zona cerca del mar, así que es el clima favorece andar con poca ropa, no es la única.
Suben al auto, y voy dos carros atrás para despistar. Toman la ruta que vi con ayuda del rastreador unos días pasados. Se estacionan en el mirador, y sucede algo extraño, ya que lo hacen en el último lugar disponible como queriendo alejarse del resto de público. Hasta allí estaba muy sorprendido, mi linda mujer siempre fue de muy pocas amigas y ¿qué hacía con una chiquilla casi 20 años menor? Casi de inmediato, recuerdo un episodio de muchos años atrás, en lo que me confesó que había tenido contactos sexuales con una amiga; esto sucedió mucho tiempo antes de conocernos. Me había confesado que esos contactos les habían llevado a más y a sentimientos, así que se asustaron y decidieron no seguir más. Luego de eso, ambas siguieron una vida heterosexual con la que era insospechado dicha aventurilla.
Me acerco por atrás de los arbustos para que fuese imposible hacerme notar. Espero que el sol termine de ocultarse al atardecer, y logro llegar justo atrás del vehículo. Me asomo por la ventanilla de atrás, y vi con mucha dificultad por el poralizado. Sí alcancé a ver, que ambas estaban en los asientos de adelante y que una estaba casi sobre la otra, pero no pude distinguir casi nada más. No se escucha nada, porque el motor del carro está en marcha. Decido acercarme del lado derecho asumiendo que de ese lado estaba mi vecinita. Yo iba como queriendo averiguar lo que sucedía, pero al mismo tiempo negándome la realidad. Logro llegar a la ventanilla derecha seguro que una de ellas lo notaría, pero estaba dispuesto a saber lo que ocurría.
Mi sorpresa fue que me asomé y no sucedió nada, pegué mis ojos al vidrio para ver a su interior, y allí estaba lo que me negaba. Mi mujer tenía sus piernas completamente abiertas al máximo sin recato alguno, su vestido estaba vuelto hacia arriba y sus bragas de color oscuro estaban abajo a la altura de una rodilla y libre de la otra pierna. Su blusa completamente desabrochada y el sostén tirado arriba, como si no hubo espera para quitarlo, así que fue levantado sobre sus tetas. Sus pechos blancos estaban apretados por el sostén, pero sus pezones a la vista. La chiquilla estaba de espalda a mí y tirada sobre mi esposa. Vi como sus delgados dedos (nada comparables a lo míos) se introducían frenéticamente en la vagina de mi mujer y mi mujer abría la boca para recibir los labios de su amante, ambas se besaban con frenesí y ciegas a todo alrededor. La manos de mi mujer iban a los pechos de la chiquilla, esos enormes pechos colgaban con su dueña reclinada hacia adelante. La chiquilla intercambiaba las caricias de su otra mano entre las tetas de mi señora, la cintura y una pierna.
Dejé de ver un rato, estaba desilusionado, pero a la vez excitado. No podía creer lo que estaba presenciando. Mi propia mujer de los últimos 10 años portándose como una putita ante otra mujer. Así estuve un momento.
Decidí volver a ver abiertamente y cuando lo hice, mi señora había girado un poco acercando su panocha a su amante siempre totalmente abierta para recibir lo que se le viniese en gana. La chiquilla ya lamía sin freno esa vagina con los vellos totalmente empapados de su propia miel. Alcancé a ver que le introducía 4 dedos y casi se iba la mano completa dentro. Gritaba y gritaba excitada y entregada, tal como lo hace cuando le doy placer con mi cuerpo de hombre. Termina a gritos y gemidos, abre sus ojos y yo estaba en pie frente a la ventanilla.
Sobresaltada, se baja la falda y grita. La vecina salta también, pero no sabía lo que ocurría. Luego, ambas me ven y nos quedamos unos 5 segundos sin decir nada, ninguno de los 3 dijo palabra. Voy al otro lado del carro, a la ventanilla de mi mujer y le digo «vete a casa». Me doy la vuelta y fui por mi auto. Me temblaba todo el cuerpo entre enojo, desilusión, nervios y hasta excitación sexual.
Yo llegué en 20 minutos a casa. Ellas tardaron cerca de 1 hora y no creo que hayan continuado. Pienso que se asearon, pensaron en qué hacer y volvieron al vecindario. Yo estoy parado frente a ambas casas, cuando llegan. La vecinita va con la vista en tierra, tiene que pasar frente a mí y lo hace a un paso como si cargara una tonelada. Me dice «perdone vecino, creo que cometimos un gran error». No dije nada.
Llega mi señora muerta en llanto y me quiere decir algo; no la dejo y la llevo dentro de la casa.
En casa, le pregunto: «¿Qué pasó?».
– Pues no sé, nos enredamos poco a poco hasta llegar a eso.
Creo que ella esperaba gritos, una reacción violenta, pero no fue así. Hablé mucho, pero en resumen le dije: Calla, desde hoy eres mi putita…