Tendemos a pensar que somos un caso aislado, que nos sucede solo a nosotros. No es tan así, no somos una isla. Este testimonio expone mi historia y los hechos ocurridos, tal vez otros pueden estar viviendo algo similar, y por qué no en este mismo momento. Trataré de ser tan objetivo y fiel a los sucesos, tanto como me permita la emoción de la memoración. Los hechos se desarrollaron en el seno de una familia normal, clase media, mi esposa y yo rondamos los cuarenta y ocho, llevamos veinticinco de casados, nuestro único hijo tiene esta edad, casado el año pasado con Analía, de veintitrés.
Nos consideramos de mente abierta y actualizados a los tiempos que corren, tenemos una conducta moral sin dogmas ni estrechez mental, el mismo concepto hemos procurado impartirle a nuestro retoño. Luis es arquitecto reciente, Analía estudia arte y teatro.
El matrimonio de Luis y Analía está en una «impasse», una de esas crisis pasajeras que suelen transitar las parejas jóvenes, un caso más de difícil convivencia. Ella esta sabiendo de las andanzas de Luis, mujeriego como su progenitor, está visto que los genes de la infidelidad se transmiten. Analía se enteró que el marido infiel se está viendo con un antiguo amor, de la secundaria, según he sabido el chisme fue llevado por mi esposa para ponerla sobre aviso y que pudiera actuar en defensa de la pareja.
Un domingo, solos en casa y compartiendo el café, la conversación derivó en temas de índole demasiado intimistas, Analía me comentó esta novedad de cómo llegó a saber de la infidelidad de su marido, el trato que le depara, el desamor que mostraba, exhibía una faceta nada superficial, claros conceptos y muchas ganas de tener un pecho fraterno, asilo a sus carencias afectivas, buscando contención.
Un placer visual, hermosas formas; rostro tierno y hecho para la caricia, ojos que miran con toda la ternura del alma; boca ávida, labios donde florece el trémulo clavel del beso; los pechos tentadores como fruta madura que induce al arrebato; vientre plano, talle estrecho, comienzo del viaje al paisaje de glúteos, invitación al pellizco atrevido; piernas largas, perfecto sostén de esta Venus, todo músculo y fibra, carne joven plena y vital: Sensualidad en movimiento.
Tan hermosa como vulnerable, indefensa y frágil en su fortaleza, motivó a levantarme, tomarla de los hombros, desde atrás, se dejó, recostada contra mí, como pollito mojado buscando el ala protectora.
Estuvimos así un buen tiempo, intercambio de protección y ternura, giró, rostros próximos, mi boca apuntando a la suya…, en el último instante ella desvió la suya, beso inevitable sobre la comisura de sus labios. Quedamos mirándonos, indecisión y temor, sin palabras, silencio cargado de intención no asumida, temiendo avanzar en el proceloso sendero del deseo. Nos gustamos, nos deseamos, nos asustamos.
Evitarnos era el objetivo, temía encontrarla a solas y no poder comportarme a la altura de la relación familiar, resistía admitir el sentimiento subyacente desde siempre, cerrar los ojos no borra la realidad, negué aceptar el creciente sentimiento de afecto nuevo.
No puede evitarla todo el tiempo, encuentro a solas, ambiente cargado de tensión, nos miramos buscando respuestas, los abrazos suplen a las palabras, respiración agitada y latir de corazones al diálogo, labios que se tocan, al beso seco le siguió uno más largo húmedo e intenso, cargado de sentimiento. Nos soltamos, separamos sin volver el rostro, silencio cómplice. Aún siento en mi mano el calor ausente de la suya.
Corrió mucha agua bajo el puente, nos topamos otra vez, cruzamos en la estrechez de la cocina, cuerpo contra cuerpo, a su espalda. Tomé de los hombros, tembló al sentirse apretada contra mi pecho, acurrucada buscando afecto, inquietud. Posé los labios sobre el cuello de Analía, estremecida, se deja abrazar, tomar por la cintura, apretar sus glúteos contra mi agresiva masc
ulinidad.
Beso en el cuello, sus gemidos ponen música al abrazo y a las audaces manos que buscan sus carnes bajo la falda, más allá del límite de la tanga, suave vello, labios vaginales abultados y jugosos al tacto, los dedos inician la conquista del sexo. Ahogado gemido, muslos abiertos facilitan el acceso a caricias más profundas, cuerpo vibrante en cada roce, el clítoris captó las mejores sensaciones, empuja las nalgas contra el miembro duro, justo en la zanja. Giró la cabeza, ofreció la boca para recibirme en urgido lenguaje de la pasión, una mano hacía delicias en la vagina, la otra se llena de teta y pezón.
Analía estaba excitada a la enésima potencia, contenía los gemidos, en el éxtasis muerde su mano para acallar el grito del orgasmo contenido desde quién sabe cuánto tiempo, desarticulada como marioneta y boqueando como pez fuera del agua, se dejó rendida en mis brazos por el goce. La deposité en el sillón, sellé sus labios con mis besos, gozando en la humedad de Analía. Excitación a pleno, soldados en un beso, su mano buscó bajo el pantalón la agresiva dureza, hasta sacarla a la luz. Recostado disfrutaba del diestro masaje sobre la carne dura y caliente. Agitando la manito, hábil en la masturbación, tamaña calentura no necesitó demasiada actividad, me acerco al momento liberador, se lo anuncio, ahora la otra mano haciendo «techito» para evitar que el chorro seminal saltara al espacio sideral. El fluido espeso y caliente colmó la palma que cubre el glande, siguió sacudiendo lento hasta vaciarme toda la calentura. Antes de buscar con que limpiar la crema me besó agradecida de llenarle las manos con mi esencia.
Pocas palabras, mucho silencio y una copa ocuparon el tiempo hasta la llegada salvadora de mi esposa, evitó las obligadas justificaciones entre nosotros.
Pasó otro buen lapso hasta que el destino nos dejó otro momento de intimidad, situación totalmente fortuita, sin buscarlo, deseado tanto que cuando nos tuvimos nos volcamos en abrazos y besos desesperados en busca del tiempo perdido. El sillón acogió nuestra pasión, ella recibió mi mano entre las piernas, frenética búsqueda del sexo urgente, ansioso de alivio al afiebrado deseo.
Después ella calmaba el mío, llena sus manos con mi esperma, frota entre sus dedos para nutrir su piel con el mejor y natural producto para belleza.
Por las noches siento sus manos tomándome, y en mis yemas conservo el húmedo sabor de ella. Ambos tenemos un conflicto ético, entre respeto y deseo, entre la moral y la inconducta, mientras la vida continúa alrededor sin importarle nuestro sentimiento. Ella forzó un nuevo acercamiento, estaba mal, buscaba en mi contención el remanso gratificante del afecto ante la falta de atenciones de su marido.
Ese fin de semana, en la quinta se dormía la siesta del pesado sueño estival, tomados de la mano nos escondimos en la casa de huéspedes, el cuarto en penumbra recibió nuestro encuentro. Las bocas se encontraron para saciarse, las sombras facilitan la desnudez de cuerpos y de almas, besos y lamidas por doquier, una relación diferente con una estética diferente.
Recibí en mi boca el gusto de Analía, busqué en los labios vaginales el húmedo latido de la calentura, el sensitivo clítoris prisionero de mis labios fue el disparador de sensaciones, encendió la dinamita interior, detonó en mi boca pletórica de goces, varias explosiones más en cadena, recién cuando se calmó liberé su gatillo sexual.
Mi carne enhiesta recibe las atenciones de sus manos, no basta, con suave toque en su cabeza marco el camino hacía mi cabeza, sin escalas, sobre el glande afiebrado, lamida fugaz y tímida chupada, prologan una mamada enloquecida, coito bucal con toda la pimienta. Cerca del momento sublime, emerge el deseo incontrolado de estar dentro de ella por otro acceso. Salí de su boca, froto el miembro contra la vagina, apremiante se vuelca, de bruces, ofrece el ano como alternativa.
– Por atrás, por favor, Luis nunca entró en él. – sonó a ruego y a regalo.
Con lubricación vaginal suavizo el camino anal, instantes cargados de tensión, erotismo y lujuria, entro en ella, gime, cede el esfínter. Este acto de sexo con una joven a la que doblo en edad reafirma mis valores esenciales de macho, ambos disfrutamos este instante de sometimiento consentido, se deja llevar por mi pasión. Todo e
n el recto, movidos a ritmo de coito, la mano en su vagina pretende distraer el dolor de la penetración extrema, me acepta sin gritos ni quejidos, sufre y goza conmigo hasta el momento culminante del deseo contenido que busca el refugio tan soñado, acelero hasta terminar en frenética acabada, largada en gruesos chorros de semen presuroso en la intimidad rectal. Como reflejo de la eyaculación se produce un nuevo orgasmo de Analía, acompaña mis últimas vibraciones.
Permanecí en ella, prolongando el placer mi carne en su carne. Salido de ella, abrazados sin mirarnos, ocultando la realidad, en silencioso contacto, aire perfumado de despedida en esa tarde estival de entendimiento y paz.
Con los ojos arrasados de lágrimas confesó que solo yo entré ahí, y sería solo mío por siempre. Este contacto sexual era la única forma de tenerme sin traicionarlo. No se repitieron los encuentros, quizás solo permitimos que ocurriera algo que nunca debió ocurrir. No tengo respuestas, tan solo pensar en no tenerla más siento que el aire se me escapa del cuerpo Relatar esto es hacerme amigo del dolor, en silencio, inconfesable, impropio, el recuerdo constante de ella es una herida de amor que sangra cada vez que la veo, doloroso amor sin futuro.
La situación esta en latencia, suspendida en el tiempo y el espacio, nunca debió suceder, pero… la carne es débil, la belleza y ternura de Analía me pudieron.
Si entre las lectoras hay alguna que haya estado o esté en situación similar solicito me ayude a resolver el dilema, espero su mensaje en mi e-mail.
Gracias por prestarme su oreja.
Autor: Latino latinoinfiel (arroba) yahoo.com.ar