Estaba solo en casa, en una tarde de invierno, cuando de repente sonó el avisador del vídeoportero. No esperaba visitas, que no son muy abundantes en mi casa, situada a 50 km. de Barcelona.
En la pequeña pantalla pude ver la cara de mi prima Dolores y parte de su coche, por lo que procedí a accionar la apertura de la puerta de entrada de vehículos. Mi prima Dolores está casada. No había tenido demasiado trato con ella, aparte de visitas de cumplido muy de tarde en tarde, y un par de invitaciones a comer, una en su casa y otra en la mía. Es guapa, elegante y simpática, y me cae muy bien, pero no soporto al «borde» de su marido, que pretende saberlo todo sobre cualquier cosa de la que trate la conversación, que acapara él indefectiblemente.
Salí a recibirla a la puerta de la calle y, cual no sería mi sorpresa, cuando veo que viene acompañada de otras dos mujeres.
Después de intercambiar castos besos en las mejillas con las tres -sus acompañantes se llamaban Tere e Inma-, las hice pasar rápidamente al cálido interior. Cuando se despojaron de sus abrigos, observé que Inma -la más bonita de las dos- vestía una minifalda vertiginosa, muy ajustada en torno a sus amplias caderas y esculturales muslos.
Tere, por su parte, era una chica agraciada, menos espectacular que Inma aunque de cara muy graciosa, en la que destacaban sus grandes ojazos negros. Su figura, que se adivinaba bien formada, estaba disimulada por el pantalón y jersey amplios que vestía.
Las dejé sentadas en el salón, y me dirigí a la cocina a preparar unos cafés. Cuando volví con la bandeja, tuve una sofocante visión de las larguísimas piernas de Inma, que la minifalda recogida por la postura dejaba ver hasta casi las ingles.
Serví los cafés, y me senté en el único lugar que quedaba libre en los dos sillones enfrentados en torno a la mesita baja. Precisamente delante de sus muslos.
– Venimos de presentar una campaña publicitaria a un cliente que tiene su industria en el polígono de tu pueblo -me dijo Dolores-. Tere e Inma son colaboradoras mías, y me han acompañado porque son ellas las que llevarán la cuenta, si finalmente conseguimos el contrato. Y, estando al lado de tu casa, me ha parecido mal no pasar un momento a saludarte.
– Estoy encantado de que hayáis venido.
Ya no sabía a donde mirar, porque cada vez que levantaba la vista de mi taza, mis ojos iban sin querer a los muslazos que tenía enfrente. Y ella de tanto en tanto intentaba el imposible empeño de bajar unos centímetros la falda, estirando del borde, lo que sólo conseguía volver a atraer mi mirada.
– Oye -siguió Dolores-. Les he hablado a mis compañeras de tu casa, y tienen muchas ganas de verla. ¿Por qué no nos la enseñas?.
«Unos minutos de descanso visual -pensé- mientras recorremos la vivienda».
Fui mostrándoles las distintas habitaciones, hasta llegar a la piscina interior que mandé construir en lo que podría ser una gran habitación normal, excepto porque una de las paredes, hecha con paneles de cristal translúcido, permite en verano abrir ése costado al jardín. Recordé entonces que, la vez que Dolores la había visto, aún no estaba terminada del todo.
– Dolores -le dije- por fin me decidí a instalar un calefactor para el agua, con lo que ahora puedo utilizar la piscina también en invierno.
– ¡Qué estupendo! -me respondió-. ¡Ya me gustaría a mi vivir como tú, entre árboles, sin vecinos molestos, y con todas las comodidades!. Pero, entre mi trabajo, y el muermo de Joan -su marido- que no sabe pasarse sin las aglomeraciones de la capital, eso es un sueño inalcanzable.
Entonces intervino Tere, que casi no había despegado los labios desde que llegaron:
– Y además, puedes hasta bañarte sin ropa, que no hay nadie que te vea. Es una de mis fantasías, que nunca podré realizar. Y se tapó la boca, ruborizada, dándose cuenta de su atrevimiento.
«¡Joder con la mosquita muerta!».
Volvimos al salón. Inma me obsequió con una visión de la entrepierna abu
ltada de sus bragas blancas, que se transparentaban a través del panty color carne, cuando cruzó las piernas después de sentarse.
Sofocado, fui a la cocina a poner una botella de cava en la cubeta de hielo, y a traer unas copas. Cuando regresé, Inma jugueteaba con su reloj de pulsera sobre los muslos que eran mi obsesión, ahora ligeramente entreabiertos.
Después de un rato de charla intrascendente, se despidieron porque Dolores quería llegar a la capital antes de que se hiciera de noche… Y yo me quedé con una calentura más que mediana.
Al día siguiente, como a la misma hora, suena de nuevo el avisador. ¡Inma sola!. De nuevo me entró el sofocón pensando es sus estupendos muslos.
– He venido a recoger mi reloj de pulsera, que ayer dejé olvidado en la mesita.
Cuando se quitó el chaquetón de piel que traía, pude contemplar su cuerpo ceñido como un guante por un vestido rojo que le llegaba un poco más abajo que la mini del día anterior, pero que resaltaba sus turgentes pechos, su liso vientre, sus generosas caderas y sus impresionantes muslos.
Efectivamente, en la mesita estaba su reloj «¿cómo no me dijo nada la asistenta?». Se sentó en el mismo lugar del día anterior. ¡No llevaba panties ni medias!. Me encantó el detalle, porque no me erotiza nada la lencería femenina.
Unas copas, un rato de charla y, de repente, me dice melosa:
– Espero que perdones el atrevimiento, pero he traído el bañador, para probar tu maravillosa piscina…
– Nada de atrevimiento -repuse-. Os dije ayer que ésta era vuestra casa.
Y la conduje al vestidor, para que se cambiara de ropa.
Cuando salió, al cabo de pocos minutos, me quedé de piedra. Porque una cosa es contemplar un espléndido cuerpo vestido, y otra muy distinta verlo con un «dos piezas» brevísimo, apenas dos triángulos cubriendo estrictamente sus pezones que se notaban enhiestos a través de la fina tela, y otro un poco más grande ocultando su pubis depilado en las ingles, sujeto por unos cordones. Y sus caderas, al natural, aún mucho más provocativas que veladas por la ropa. ¡Y qué muslos!. Mucho mejores de pie que sentada en el sofá.
Ella observó mi admiración, y dio una vuelta en redondo, como las modelos, lo que me permitió observar sus maravillosas nalgas descubiertas completamente, y su espalda perfecta.
Balbuceé una excusa, y fui a ponerme un bañador, con una erección que se notaba perfectamente a través del pantalón. Cuando retorné, Inma nadaba y retozaba en el agua, ofreciéndome de vez en cuando con sus evoluciones, sofocantes visiones de sus ingles y su trasero, con lo que mi calentura subió varios grados.
Cuando salió del agua, uno de los triangulitos de sus pechos se había desplazado, con lo que tuve -hasta que se lo tapó con una sonrisa pícara- una excitante visión de un pezón duro y tieso, rodeado de una aréola oscura. Le ofrecí uno de mis albornoces, que le quedaba ligeramente grande.
– Perdona, voy un momento a quitarme el bikini mojado, y enseguida vuelvo.
«¡Se fastidió! -pensé-. Ahora volverá vestida».
Error. En unos segundos reapareció todavía cubierta con el albornoz.
«Si se ha quitado el bikini, y conserva el albornoz, entonces… «. Y mi erección alcanzó cotas homéricas.
– Tengo un poco de frío -me dijo-.
– Acércate a la chimenea, que encenderé el fuego -respondí-.
Cuando me volví, después de prender la pila de troncos que tengo siempre preparada, estaba sentada en la gruesa alfombra frente al hogar. Tenía los pies recogidos cerca de su cuerpo, y las piernas abiertas, con lo que veía sus preciosos muslos en toda su extensión, y sólo las puntas delanteras del albornoz tapaban su coñito que adivinaba desnudo. La parte superior, abierta por la postura, no dejaba a la imaginación nada de sus pechos, que se mostraban en toda su turgente belleza.
Después de excusarme, me quité el bañador mojado en el baño más cercano, y volví sólo tapado con otro albornoz.
Me miró insinuante, y me dijo:
– Ven a mi lado, Sigo teniendo frío.
Con lo que me senté junto a ella, y pasé mi brazo en torno a sus hombros, atrayéndola contra mí.
– Acércate, que te daré calor con mi cuerpo -le dije-.
No sólo se acercó, sino que se volvió de costado, pasando un muslo sobre mis piernas -ahora entreví fugazmente un coñito maravilloso, no rasurado pero con el vello muy corto-. Y cuando acabó el movimiento, lo noté, ardiente, sobre mi muslo desnudo. Sus pechos se apretaban contra mi brazo.
Pasó entonces una mano por la abertura de mi albornoz, poniéndola sobre una de mis tetillas, que se endureció con el contacto. Entonces la besé, primero suavemente, para después atrapar sus labios entre los míos, y explorar con mi lengua la fresca boca que se me ofrecía.
No esperé a más. Desabroché su albornoz, contemplándola al fin gloriosamente desnuda ante mí. Y comencé a depositar pequeños besos en todo su cuerpo. Sus pechos, su liso vientre, sus caderas, y ¡por fin!, los muslos que me tenían hipnotizado. Mientras, noté que cogía mi pene duro y caliente, que sólo soltaba para acariciar mis testículos hinchados por el deseo, para después volver a tomar de nuevo mi erección, que dejó al descubierto apartando la tela que aún la cubría.
Estaba deseando que se lo introdujera en su jugosa boca, pero, como no conocía sus preferencias, no me decidía a pedírselo. No tuve que esperar mucho. Se inclinó hacia mí, y tomó el falo con una mano, iniciando un lento movimiento arriba y abajo, mientras la otra acariciaba mis testículos rebosantes, y comenzó a lamer delicadamente el glande.
Esto me decidió. La aparté suavemente, para ponerme a horcajadas sobre su precioso rostro -con lo que ella reinició la gloria de sus caricias bucales, para introducirse enseguida mi pene casi entero entre sus labios, que reemplazaron a la mano en su movimiento de subida y bajada.
Después, empecé a recorrer con mi boca todos y cada uno de los pliegues de su maravilloso sexo, turgente y húmedo a la sazón, deteniéndome a rodear con mi lengua su clítoris, que resaltaba en su coñito rosado,
No tardó mucho en contorsionar las caderas, y en gemir con los estertores de un orgasmo que duró muchos segundos.
Me puse frente a ella, colocándole un almohadón bajo la cabeza y otro bajo sus preciosas nalgas, con lo que quedó su coñito lubricado con mi saliva y sus secreciones justo en la posición idónea para que mi pene penetrara de una sola embestida dentro de ella. Inicié mis movimientos, al principio suavemente, para poco a poco empujar con más firmeza, cuando sus gemidos y el oscilar de sus caderas me indicaron que estaba a punto de correrse de nuevo.
Al fin, cuando se abrazó desesperadamente a mí, pasando sus piernas en torno a mi cintura, y los gemidos se convirtieron en chillidos guturales que denotaban su clímax, dejé que fluyera inconteniblemente mi eyaculación.
Eso fue ayer. Esta mañana, como a las once, me ha llamado mi prima. Ya cuando me saludó noté en su voz risueña un deje de picardía:
– Hola, primo, ¿cómo estás?. Ya me ha dicho Inma que fue ayer a tu casa a recoger el reloj que dejó olvidado…
«¡Glub!. ¿Cuánto le habrá contado?».
– …y también me ha explicado el uso que le das a la alfombra que hay frente a tu chimenea…
«Ostras. ¡Todo!. ¡Se lo ha contado todo! «.
– …Te llamaba porque ésta tarde debo ir a firmar el contrato con el cliente que te dije el otro día, y he pensado pasar después por tu casa, como a las seis, a darme un baño en tu piscina. -Aquí su voz se convirtió en un susurro insinuante-. Y, si no tienes inconveniente, no llevaré bañador…
Estoy muy a gusto siendo hombre, pero siempre he envidiado una cosa de las mujeres: ellas pueden, si lo desean, hacer una proposición sexual en frío a cualquier varón que les apetezca, sin miedo al rechazo. Nosotros, tenemos que tener más cuidado, y más aún tratándose de la familia, porque arriesgamos una negativa -que puede convertirse a veces en una situación muy comprometida-. A menos que actuemos como el caradura del cuento, que llegó a una fiesta, se acercó a una mujer impresionante que no conocía de nada, y le espetó, sin más:
– Señora, ¿quiere usted follar conmigo?.
– ¡Insolente! -respondió ella con indignación-. ¿A usted no le han dado nunca una bofetada?.
– Si, algunas -aceptó él-.
Pero he follado muchísimo.
Quiero decir, que a mí ni se me hubiera pasado por la cabeza proponer a mi prima que viniera a bañarse desnuda…
Nunca había pensado antes en ella como compañera de cama. Quizá porque no la he tratado mucho, y también por el hecho del parentesco. Pero, después de su clarísima invitación a hacer el amor conmigo, empiezo a anticipar como será el beso con que pienso recibirla -en la boca, nada de castos besos en las mejillas-. Y en como desabotonaré su chaqueta cruzada de ejecutiva, liberando sus pechos plenos. «¿Cómo será su ropa interior?». Y después, en como dejaré caer su falda, contemplando sus torneados muslos -que se adivinan perfectos a través de sus faldas ajustadas- y su culito respingón. Y luego, ya completamente desnuda y abierta de piernas, en la alfombra o en mi cama, con su estrecha cintura y sus caderas de infarto, mostrando lo que intuyo como una delicia de coñito.
Y ponerle cuernos al gilipollas de Joan, es como un plus añadido.
«Tengo que tratar de pensar en otra cosa. Ya voy por la cuarta erección, y aún faltan más de dos horas para que llegue mi primita… »
Suena el teléfono. Lo descuelgo.
– Hola, soy Tere, la compañera de tu prima Dolores..
excelente relato muy bien redactado y el contenido muy estimulante que despliega curiosidad
sexual, no cansa es intrigante y psicológicamente versátil en el aspecto erótico. , les felicito