María había despertado en mí una incontenible necesidad de sexo y mi pasión por la autosatisfacción me pedía pajearme sin cesar, pero procuré calmarme. El agua fría de la ducha me calmó, y poco a poco me fui relajando, en menos de 24 horas había tenido dos sensacionales vivencias, las braguitas de María y, más que mi exhibicionismo, el voyerismo de Silvie, el descubrir que mi vecina gustaba de verme y que lo había disfrutado a la descarada, sin tapujos, sin inhibiciones, presenciando estoicamente, como me corría ante ella.
Este relato es verídico en todo su contenido. Sólo he cambiado los nombres para guardar la intimidad de los personajes que intervienen. Ocurre en Tenerife – Puerto de la Cruz. Entre los años 1996 y 2002.
Empezó a trabajar en mi casa cuando apenas tenía 18 años. No voy a dar su nombre verdadero pues no quiero perjudicarla, la llamaremos María. Ahora es una mujer casada, madre de 2 hijos y lamentablemente ya no trabaja para mí. Dejó de estar a mi servicio hace cuatro años. Nadie me cuidó como ella y nadie me ha dado tanto placer como ella. Nunca podré agradecerle tantas horas de lujuria como me hizo pasar.
Todo empezó cuando me divorcié de mi mujer, hace ya ocho años. Ana Rosa, que así se llama mi ex mujer, decidió separarse de mí. Hacía ya tiempo que lo nuestro no funcionaba. Hacía 17 años que me veía forzado a correrme «fuera» de ella cuando follábamos y eso fue apagando mis sentimientos de deseo hacia ella.
Yo siempre fui aficionado a masturbarme. Mi primera «paja» se pierde en los recuerdos, en mi casa de Sarriá en Barcelona. Me «pajeaba» en todas partes. En el baño, en el jardín escondido tras los grandes geranios que tan esmeradamente cuidaba mi madre, en el WC de la escuela. Pero todas las noches en mi cama. Era allí, en la intimidad de mi dormitorio donde mis fantasías se desbocaban. No soy homosexual, pero de siempre me ha gustado meterme toda clase de objetos por detrás: Plátanos, pepinos, huevos, bolas, collares, cadenas, toda clase de juguetes sexuales que pueda introducirme mientras me masturbo y últimamente me he especializado en enemas, sobre todo en los días en que estoy súper-caliente y en los que no paro, durante horas, de darme toda clase de satisfacciones sexuales que me calmen el fuego que me consume.
Me paso horas con la polla tiesa dándome gusto. Recuerdo que durante un buen tiempo de mi juventud, solía envolverme el pene con un pañuelo, me metía la almohada entre las piernas y me la follaba como loco, hasta correrme. Mis lechadas eran tan abundantes que todo el pañuelo quedaba totalmente empapado de semen. Un día la criada que teníamos me dijo: «Eres un machote, hay que ver cómo me pones los pañuelos». Pero de ahí no pasó la cosa. Siempre he sido muy tímido a la hora de dirigirme a las mujeres. Os explico eso pues va relacionado con mi separación y todo lo que después ha ocurrido.
Como reacción a la negativa de mi mujer a que me corriera dentro, pues ella no quería tomar la píldora y yo no soporto el látex de los preservativos, comencé a masturbarme de nuevo a diario, pues me proporcionaba mayor placer una buena paja que el follar pensando que debía sacarla a tiempo para no dejar gota en su interior. Cuando mi mujer se iba a acostar, yo buscaba cualquier pretexto para quedarme «un rato más». En cuanto me cercioraba de que ella dormía, buscaba un canal porno en la TV, me despojaba de los pantalones y a «pajearme» durante un buen rato. Me corría en el slip que luego dejaba en el cesto de la ropa sucia. Hacía años que teníamos a María como sirvienta y, supongo que María, cuando seleccionaba la ropa para lavarla encontraría bien mis corridas frescas o ya acartonadas. Mi mujer le exigía que lavara nuestra ropa íntima por separado y eso la obligaba a seleccionarla y consecuentemente a ver mis lechadas en todos y cada uno de mis slips, por lo que supondría que algo raro ocurría. (Más tarde supe que así era y que ello influía en su estado de ánimo, excitándola).
Más o menos un año antes de separarme de mi mujer y cuando por no coincidir nuestros días de trabajo, (ambos éramos autónomos y teníamos una profesión independiente), ella se iba y yo quedaba en casa, solía desayunar en la cocina cuando llegaba María, la diferencia de edad entre ambos es bastante grande. Ella me servía el desayuno y charlábamos de los hijos y de la vida en general mientras tomábamos tostadas, pastas y café con leche. Un día se me ocurrió exhibirme a María. Permanecí en bata sin nada debajo a la espera de María. Cuando llegó me senté en la cocina como de costumbre, en el lateral de la mesa que me permitía mostrarle mi polla al entreabrir las piernas, con un periódico en las manos, leyéndole una noticia de sucesos a los que era muy aficionada, mientras ella hacía el café y las tostadas.
Ella estaba de espaldas a mí manipulando en el tablero de los muebles de cocina. Cuando se giró hacia mí yo ya la estaba esperando con las rodillas separadas y la «polla» más que morcillona por el morbo que sentía. Levanté la vista para comprobar si miraba o no y pude comprobar con satisfacción que, aunque con disimulo, tenía sus ojos puestos en mi hermoso pene 17 centímetros de largo por 13 de perímetro, cuando está en plena erección. Seguí leyendo la noticia mientras separaba un poco más mis rodillas, por lo que una parte de la bata se deslizó por el lateral del muslo dejándome totalmente al descubierto. Yo fingía estar pendiente exclusivamente de la lectura, pero de refilón podía ver, por la posición de sus pies, que seguía frente a mí.
Como sin saber lo que estaba ocurriendo crucé las piernas, con la buena fortuna que, al hacerlo, todo mi «aparato», huevos y polla quedaron sobre mis muslos por lo que esta última quedó totalmente erguida. Con gesto disimulado me tapé y ella se giró hacia el tablero para concluir la preparación del desayuno mientras me decía:
–»Que barbaridad. Hay que ver las cosas que pasan cuando una menos se lo espera».
No sé si lo dijo refiriéndose a la espléndida visión que le ofrecí o a la noticia que le leía, la cuestión es que tomando la bandeja vino hacia la mesa. Esta era, bueno es, rectangular y algo estrecha. Uno de los extremos estaba y está adosado a la pared y yo me encontraba donde siempre y en la manera de siempre, es decir, sentado lateralmente al lateral con las piernas paralelas a este y ella se sentó en el extremo, por lo que podía seguir «viendo», lo que yo le «enseñara». Observé que tomaba asiento corriendo la silla, con disimulo, algo a su derecha para quedar «más encarada» a mí. Se incorporó para servirme el café con leche y al hacerlo desvió la mirada a mi regazo, pero yo estaba «cubierto».
Mi polla estaba al máximo, palpitando y con las venas hinchadas. El capullo emergía morado e inflado entre el pliegue de piel, (no me operaron de fimosis). La bata mostraba un evidente bulto. Me acercó el azúcar y volvió a mirar y entonces adelante el busto y separé las rodillas como unos cuarenta centímetros por lo que de nuevo le ofrecí el espectáculo que sin duda la estaba excitando pues de inmediato comenzó a chocar sus rodillas y su voz se hizo temblorosa. Ya no hubo más. Me daba por satisfecho por ser la primera vez. Y así pasamos algo más de un año. Dos o tres veces por mes coincidíamos solos y yo le ofrecía un espléndido espectáculo y ella se excitaba. Por mi cabeza no pasaba nada más. Me conformaba con eso que me servía para, mientras ella recogía los platos tazas y demás del desayuno, yo me pajeara en el baño, teniendo cuidado de dejar mi «lechada» en una toallita de bidet, bien a la vista, para que no hubiera duda alguna que me había masturbado a su salud.
Me divorcié y María quedó a mi servicio, aunque mi mujer le propuso ir con ella un día a la semana, pero ella rehusó. Todo seguía igual, bata sin nada debajo, visión de mi miembro totalmente empalmado, paja en el baño y lechada en la toallita. Pero un día, al regresar de mi trabajo por la tarde. (María sólo venía por las mañanas, lunes. miércoles y viernes), me encontré con la sorpresa más agradable que jamás haya tenido y que se convirtió en el «Live Motive» de mi día a día.
Había previsto salir un rato pues era la fiesta del patrono de la urbanización donde vivo y después de ducharme, al buscar entre mis slip uno limpio que ponerme, encontré enrolladitas unas braguitas, que por supuesto no podían ser de otra persona que María. Primero pensé que se «habían colado» entre mi ropa pues quizás ella había aprovechado la colada para lavarlas. ¡Pero no! ¡No estaban enrolladas, estaban apretujadas y al extenderlas vi que en el lugar donde se posaba su coñito había una buena mancha! Me las aproximé a cara para olerlas y la maravillosa fragancia de un coño húmedo por excitación sexual, me embargó. La mancha era grande y ocupaba toda la parte de la entrepierna que estaba protegida por un tejido absorbente. La erección fue instantánea. Me llevé aquella fragante parte a la boca y comencé a chupar con fruición para sacar todos los jugos que allí se concentraban. ¡No estaban totalmente secos, aún conservaban la humedad de su coño! Mientras con la mano izquierda apretaba aquella deliciosa fruta, mi mano derecha solo tuvo tiempo de agarrar mi polla y darle cuatro manotazos que estallaba.
Mi leche salió despedida salpicando las puertas del armario ya que los movimientos de mi mano zarandeaban la inflada cabezota que no cesaba de lanzar chorros de leche a diestra y siniestra. Fue una corrida impresionante. De las mejores y más cuantiosa que he tenido en mi vida. Una eyaculación larga, a borbotones. Recuerdo que, sacándome sus bragas de la boca, bajé la cabeza tanto como pude para alcanzar alguno de ellos consiguiendo «cazar» uno al aire. No sé por qué lo hice, pues hasta entonces nunca me había «comido» mi leche, pero lo cierto es que a partir de ese día siempre me «como» mi leche sin dejar ni una sola gota.
Cuando terminé de «chorrear» se me aflojaron las rodillas y casi me caigo. Tambaleándome, con sus bragas entre los dientes, conseguí llegar al baño y me refresqué la cara. Eso me sosegó en algo aunque mi corazón seguía latiendo a un ritmo muy acelerado. Mi polla seguía dura como una piedra. Fui a la cocina y busqué una copa en el armario. Desnudo como estaba me senté en la terraza y sin dejar de chupar sus bragas, volví a masturbarme. Sentía el sabor de mi semen mezclándose con el de su coño. No tardé mucho en volverme a correr. Recogí la abundante leche, no tanta como en la paja anterior, en la copa y me la llevé a la boca mezclándola con el sabor que desprendía su braga y me lo tragué todo sin dejar ni la más mínima gota.
Momentáneamente satisfecho me vestí. Puse sus bragas entre el slip y mi polla y me fui a la fiesta. Mis vecinos eran los presidentes de la asociación de propietarios y estaban en el quiosco de las bebidas. Pedí una botella de Cava y me senté en una mesa con un par de conocidos. Sentía sus bragas mojadas contra mi pene que seguía más que morcillón. El Cava, los decibeles de la música que hacía sonar un DJ en su discoteca portátil y la excitación que sentía en todo mi cuerpo no me permitieron estar mucho rato en la fiesta. La distancia del lugar donde se celebraba y mi casa no es más allá de unos cien metros. Me despedí de la pequeña reunión apurando mi copa y me fui a casa. Mi deseo era tan grande que el trayecto me pareció demasiado largo para esperar llegar a la intimidad de mi pequeño chalet. Aún a riesgo de ser descubierto no pude resistir la necesidad de volverme a masturbar. Corrí la cremallera y mientras caminaba me saqué la polla de su apretado encierro y comencé a «pajearme» cadenciosamente.
El morbo que me proporcionaba la posibilidad de ser descubierto, aumentó mi excitación y casi me corro por el camino. Tuve el tiempo justo de cerrar la cancela del jardincillo que circunda mi casa e introducir mi pene en el slip para que sus bragas recibieran mi descarga. Permanecí un rato jadeante apoyando mi espalda en la cancela para no caerme. Luego descendí los pocos peldaños que separan la entrada con el pasillo que rodea la casa y apoyándome en la pared llegué a la puerta. Me costó abrirla y al conseguirlo entre juramentos, me dirigí sin más a mi dormitorio y tumbándome vestido como estaba en la cama me quedé profundamente dormido.
A la mañana siguiente, desperté con la polla dolorida, pero erguida. De inmediato regresó a mi mente lo vivido la tarde noche anterior y el pene tomó la más erecta de sus posiciones invitando a que le diera gusto una vez más. Busqué sus bragas y aspiré el perfume de mi semen y sus jugos. La enrollé al glande y con un sube y baja pausado y rítmico traté de satisfacer a aquel pedazo de carne endurecida y palpitante que quería volver a vomitar toda la crema que guardaba en mi interior. Sentí como se llenaba una bolsa en el interior de mi bajo vientre. Un fuego interior recorrió mis entrañas. Mi bolsa testicular se endurecía y estremecía ordeñando mis huevos. El conducto interno de mi palpitante salchichón se ensanchó para dar paso a los chorros de leche que pugnaban por salir. Dudé entre recogerlos en el cuenco de mis manos o derramarme en sus bragas que dicho sea de paso eran negras y con encajes. Opté por lo último y las empapé con mis descargas de oloroso néctar. ¡Qué corrida, qué fantástica corrida! Lenta y casi dolorosa. La leche salía espesa e intensamente perfumada.
Quedé exhausto sobre la cama mientras las últimas gotas seguían bañando sus bragas y escapaba rezumando por las arrugas de la tela, bañando mis dedos y entonces pensé en una respuesta. ¡Ella me había dejado sus bragas para que me masturbara con ellas y ahora debía hacérselo saber! María no vendría hasta el día siguiente, por lo que era necesario que recibiera sus braguitas «tan cargadas» como me fuera posible. Mi mente trabajaba a tope. Me levanté y busqué una bolsita de plástico de las que uso para guardar los congelados y las introduje en ella, cerrándola con el pliegue de contacto con que vienen preparadas y las puse en la nevera. Quería que mi leche conservara todo el frescor y aroma de recién salida y además le añadiría tanta como pudiera durante el día y la noche, Al día siguiente tenía trabajo y estaría todo el día fuera. Pude correrme tres veces más durante el día y una cuarta antes de dormirme. Cuando guardé las bragas en la nevera por última vez, estas estaban totalmente empapadas y con grandes coágulos de leche en las arrugas y pliegues.
A la mañana siguiente las saqué de la nevera y las puse entre las sábanas para que recuperasen una temperatura normal y luego las coloqué en el armario en el mismo lugar donde ella me las dejó. Pasé el día sin poderme concentrar en el trabajo. La llamé un par de veces para indicarle alguna cosa intrascendental sobre lo que me gustaría me cocinara y me contestó con toda naturalidad, no pudiendo notar en su voz algún indicio que me indicara que había encontrado las braguitas bañadas en mi leche. Pensaba que lo más seguro era que las había dejado allí en algún descuido, pero entonces, ¿Por qué se las había quitado? No era lógico que se cambiara de bragas en la casa y mucho menos que las olvidara entre mi ropa interior. A medida que iba avanzando el día se apoderó de mí la impresión de que me había equivocado y estaba deseoso de llegar para salir de la duda.
Entré en casa y temblando me dirigí al armario, las bragas no estaban allí. Fui al cuarto de baño y miré entre la ropa sucia. ¡No había ropa sucia! ¿Entonces? Sin duda había lavado pues yo había dejado ropa sucia los dos días anteriores. Bajé al jardín a comprobar si las braguitas estaban entre la ropa tendida. Eran las cuatro de la tarde y ella se habría marchado a las dos como de costumbre. La ropa estaba tendida y mojada, por lo que habría lavado a última hora, pero ni rastro de sus bragas. Subí a la casa y me desnudé en el dormitorio. Tenía necesidad de sexo. Lo sucedido el día anterior con María demostraba mi teoría de que a las mujeres también les gusta «mirar», si se les presenta la ocasión de hacerlo pareciendo que no miran. Una fuerza superior me obligaba a exhibirme y no había mejor candidata que mi vecina alemana. Alguna vez me había «pillado» con solo una camiseta mientras yo regaba las macetas de la terraza…
Suelo ir por casa totalmente desnudo cubriéndome sólo con camisetas muy anchas, que apenas me llegan unos centímetros por debajo del pene y las nalgas, a las que les corto las mangas, para «andar más fresco», me encanta sentir la suave brisa canaria colándose bajo el amplio vuelo de la prenda. Su jardín se encuentra a más o menos, 10 metros de mi casa y está situado en un plano inferior a mi terraza de unos tres metros, por lo que al alzar la vista puede ver sin dificultad «lo que hay» bajo la camiseta. Me anudé una toalla a la cintura poniendo cuidado en que quedara lo suficiente corta, fingiendo salir de la ducha, para que mi vecina alemana, si salía a su jardín, que, como ya he dicho, queda por debajo de la galería de mi salón, pudiera «vérmelo todo». Sabía que estaba en su casa pues al prepararme el desayuno la había visto trasegar por la casa a través de sus abiertas ventanas de par en par. Alguna vez había tenido la suerte de verla en bragas. Salí a la terraza, era septiembre y aquella tarde lucía un sol espléndido. Tuve buen cuidado de que la toalla llegara, por detrás, justo al inicio de mis nalgas sobre los muslos y por delante, a un centímetro por debajo del glande, así parecía que estaba «tapado» y que se me «veía» por casualidad y sin yo saberlo, pero en realidad podría «vérmelo» todo a la perfección.
¡Tuve suerte! Silvie apareció de repente en su jardín portando un balde repleto de ropa lavada, el tendedero está entre su casa y la mía. Para tender la ropa debía ponerse de cara o de espaldas a mí. ¡Afortunadamente se puso de cara! No lo dudé ni un instante. Todo debía parecer casual y sobre todo que no me daba cuenta de que se «me veía todo». Yo había descorchado una botella de Cava y tenía la copa en la mano. De la manera más natural la saludé:
-¡Hola Silvie! Alzó los ojos y me respondió con su acento alemán: -¡Hola Arturo! He iniciando una conversación añadí: -¿Cómo va todo? – -¡Bien! – Me dijo mientras recogía una prenda para tenderla. Alzó los brazos y su vestido playero dejó ver al completo sus buenos muslos.
Sentí como mi polla se endurecía e iniciaba la erección. Qué bien pensé, así me verá en plena forma. Mientras tendía la prenda me miró y pude percibir en ella un ligero estremecimiento. Terminó de colocar las pinzas y alzando un poco más los brazos se agarró a la barra que sostenía los cables del tendedero. El vestido se alzó un poco más y bajo el borde asomó el ángulo de la braga que tapaba su coño.
-¿Y a ti como te va?
Me miraba Sin dar a entender sorpresa y comprendí que deseaba alargar la situación por lo que iniciamos una conversación de vecindad sobre las cosas y el tiempo. De repente me dijo.
-Ahora vuelvo. Tengo algo en el fuego – Y salió a toda prisa hacia el interior de la casa.
Volvió a los pocos minutos tiempo que aproveché para descapullarme el glande pues normalmente lo tengo cubierto de piel. Hice que asomara hermoso e hinchado como estaba, rodeado de la fina piel morena, tostada por el sol. Voy afeitado. Por cierto que hoy compraré crema depilatoria… Se colocó donde estaba antes, apoyada de hombro a uno de los pilares de una pequeña pérgola de su jardín donde se enmaraña una tímida enredadera y dijo:
-He apagado el fuego y así estoy tranquila. Las niñas están en el Lago Martianez, pero no tardarán en venir.
Apoyé los codos en la baranda metálica de la galería y puse un pie derecho en la barra inferior por lo que al quedar la rodilla algo alzada y tener el busto adelantado, la toalla que cubría mi vientre, se separó lo suficiente para que mi pene quedara en plena libertad y totalmente visible. Ella, entonces, se volvió a coger de la barra donde se ataban las líneas del tendedero y su vestido volvió a subir y ¡Oh! ¡Se había despojado de sus braguitas! Comprobé que se depilaba como yo. Separé la rodilla alzada para liberar aún más mi polla que se estaba poniendo dura por momentos, levantando la toalla con la punta. ¡Qué rico! Pensé. ¡Mira Silvie mira que lo estoy enseñando para ti solita! ¡Disfrútalo amor! ¡Disfrútalo! Y me puse a cien. Sentía como la bolsa testicular se estremecía y al contraer el escroto el glande rozaba suavemente la rugosidad de la toalla, lo que me estaba excitando de tal manera que tuve que hacer un tremendo esfuerzo para no pajearme.
Seguí con las contracciones y el roce de la toalla me excitaba más y más. Presentí que me iba a correr y ¿Qué haría entonces? Silvie se estaba balanceando sostenida de la barra y su vestido se había subido un poco más dejando todo su lindo conejito al descubierto. No tenía marca de la braguita del bikini y estaba muy broceado, lo que indicaba que ella también tomaba el sol desnuda. Semi suspendida de la barra se balanceaba atrás y adelante por lo que el borde del vestido se movía en el mismo sentido chocando en el vaivén contra su vulva. Separaba y juntaba las piernas haciendo chocar sus rodillas. El clítoris apareció, rosado e hinchado, entre los labios vaginales externos. De repente un estremecimiento recorrió su cuerpo, se soltó de la barra y apartando la vista de mí me dijo:
– Bueno. A ver si termino de tender la ropa, que hablando y hablando se me va el tiempo y tengo que preparar la cena, tú ya sabes que lo alemanes cenamos muy pronto. – Y añadió. – Tu compañía y conversación es muy grata, pero lo siento debo seguir con las cosas de la casa. – Si. Claro. Cuando uno está a gusto el tiempo pasa volando.
Creí que me salvaba, pues la leche ya había iniciado su recorrido, pero no fue así pues ella mirándome y sosteniendo unas braguitas en la mano me dijo:
– Ha sido un rato muy agradable, a ver si lo repetimos como buenos vecinos que somos, la gente está falta de comunicación. Dijo mirándome fijamente.
No supe que contestar pues a mitad de su frase yo ya estaba eyaculando. El semen brotaba a borbotones. Con fuerza, como si quisiera alcanzarla. En el balanceo la toalla se había colocado sobre la caña de mi polla y el capullo estaba completamente liberado y ella podía verlo eyacular con toda claridad, estaba morado y boqueando a cada «avenida». No pude evitarlo, mi vientre, piernas y nalgas no cesaban de dar sacudidas a cada borbotón de semen. No podía moverme mis pies estaban clavados en el suelo y mis manos se aferraban a la baranda para mantenerme en pie. Me sentía abrumado y a la vez dichoso y sumamente excitado porque mi vecina Silvie me viera en aquel trance. No podía apartar la vista de ella con el riesgo de que se armara la marimorena. Silvie se quedó absorta mientras colocaba las braguitas en la cuerda y sin dejar de mirarme se agachaba para tomar otra prenda, al levantar las manos consiguió prender el borde del vestido y me obsequió con toda su desnudez hasta la cintura, antes que este cayera volviendo a su posición normal.
Eso provocó en mi algo nunca ocurrido, sentí como un chorro de leche salía despedido con fuerza, como un surtidor, lo había hecho con mucho disimulo procurando que pareciera casual, pero no pudo ocultar la intencionalidad. Parecía decirme: «Es aquí donde deberías regar con tu leche», y por todos los diablos eso es lo que mi polla pretendía con semejante chorro.
-Si – Le dije con voz estremecida y temblorosa por el placer mientras me corría. -Todo…s deberíamos ser más… comunicativos y mostrarnos tal como somos, sin tapujos, sin prejuicios.
Iba a desfallecer de tanta excitación. Me temblaban las piernas y tenía que agarrarme fuertemente a la baranda pues temía caerme. Mi vientre se convulsionaba al unísono de los borbotones de mi corrida. Tenía que irme o me desplomaría ante ella y despidiéndome añadí:
-Bueno adiós, yo también tengo cosas que hacer, a ver si la próxima vez tenemos ambos más tiempo.
Y dándome la vuelta entré en el salón de mi casa, dejándome caer en el sofá, jadeante y sudoroso. Todo mi cuerpo temblaba atenazado por la excitación tan intensa que sentía. Había sido algo maravilloso, extraordinario, correrme ante Silvie, mientras ella me miraba sin pestañear, absorta en mi tremendo orgasmo. Jamás hubiera pensado que mi vecina fuera de esa clase de mujeres que no se reprimen ante la oportunidad de disfrutar de algo que les proporcione gusto. ¡Qué bueno, Silvie había presenciado con indudable placer mi corrida! Lo único que yo lamentaba es haber desperdiciado aquella corrida y no haber tenido tiempo de recogerla en un vaso para bebérmela o verterla sobre las braguitas de María. Fui a la nevera y tomé un refresco que bebí de un trago. Tenía los muslos llenos de semen y mientras iba al baño para lavarme recogí las gotas que resbalaban muslos abajo y me las llevé a la boca con incontenible deseo.
María había despertado en mí una incontenible necesidad de sexo y mi pasión por la autosatisfacción me pedía pajearme sin cesar, pero procuré calmarme. El agua fría de la ducha me calmó, y poco a poco me fui relajando, en menos de 24 horas había tenido dos sensacionales vivencias, las braguitas de María y, más que mi exhibicionismo, el voyerismo de Silvie, el descubrir que mi vecina gustaba de verme y que lo había disfrutado a la descarada, sin tapujos, sin inhibiciones, presenciando estoicamente, como me corría ante ella sin ni siquiera tocarme y muy posiblemente por el estremecimiento que en ella aprecié, disfrutar de un buen orgasmo, sin como yo, masturbarse. Cené mientras visionaba una película porno y me hice una paja, tranquila y suave y la calentita crema fue el postre.
Autor: Artesco
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