Hace un tiempo os envié el relato de lo que me había sucedido con mi suegra. No salía de mi asombro por haber llegado a los límites del placer que llegué con ella para mi sorpresa. ¡Con una señora de 84 años!.
Acabé aquel relato con una promesa que me hice a mí mismo al dejar a mi suegra tendida en su cama reposando del placer dado y recibido conmigo. Me decía a mí mismo «volveré, vaya si volveré»…
Pues el hecho es que, ya una vez en frío, me entró miedo al tema. Mi suegra está muy mayor y, en cualquier momento, es posible que empiece a fallarle la mente. Y supongamos que, en previsibles delirios le dé por contar «lo nuestro»; ¡Sería terrible!. Así pues, con gran pesar por mi parte, decidí no atender a las llamadas que mi suegra me fue haciendo de vez en cuando solicitando mis servicios como «bricolador». Busqué todo tipo de excusas para no acudir a sus llamadas y tratar de que tanto ella como yo olvidáramos el tema.
Lo cierto es que para mí fue imposible olvidarlo y casi a diario debía masturbarme recordando el extraño pero gran placer que había llegado a alcanzar con aquella venerable anciana. A mis conscientes masturbaciones en la ducha les acompañaron, en varias ocasiones, sueños eróticos que terminaban con gratificantes y alteradísimas corridas nocturnas por su causa.
El hecho es que fue transcurriendo el tiempo y mi suegra debió entender el mensaje ya que dejó de llamarme. Seguíamos viéndonos de vez en cuando y ambos conseguíamos mantener una actitud plena y aparentemente normal, si bien mi entrepierna seguía despertándose con frecuencia y disimulo ante su presencia o recuerdo.
Así, el fin de semana pasado, se celebró en mi casa mi aniversario. Éramos en total 12 personas y, entre ellas, estaba mi suegra que, con toda naturalidad se sentó a mi izquierda. Antes de servir la comida, se sirvió un aperitivo que servía de excusa para entablar una conversación generalizada entre todos en torno a la gran mesa que se había preparado. De repente, noté la mano de mi suegra que, lentamente y acariciándome la pierna, se fue acercando a mi entrepierna. Mi bragueta reaccionó al instante poniéndoseme la polla a 100. Tenía que hacer esfuerzos para aparentar normalidad. Traté con disimulo de apartar la mano de mi suegra pero ella volvió a la carga una y otra vez con la mayor naturalidad del mundo. La verdad es que ni el más experto observador de aquella mesa hubiera sido capaz de notar nada raro en el comportamiento de mi suegra. Aún no sé cómo se las ingeniaba pero sus movimientos de mano eran absolutamente imperceptibles, y su rostro era el habitual. Ninguna emoción se traducía de su cara. No era exactamente igual lo que me pasaba a mí. Mi corazón latía con desespero y no sabía qué hacer para disimular aquella situación.
Al fin, sucumbí a la fuerza de mis deseos y dejé que la mano de mi suegra prosiguiera su exploración. Llegó de forma lenta, rabiosamente lenta, a situar su mano sobre mi palpitante polla y empezó un placentero masaje sin frotar para no mover su brazo. Se limitaba a presionar rítmicamente sobre lo mío. Mi placer iba en aumento y me llevaba a alcanzar parcelas del cielo. Para mi tranquilidad, parecía que aprendí a disimular tan bien como mi suegra porque nadie, en medio de la conversación, se fijaba en nosotros. Yo estaba a punto de alcanzar el climax gracias a aquella magnífica masturbación cuando mi suegra se detuvo «para que no me corra aún», supuse yo, pero a los pocos segundos prosiguió con aquella maravillosa caricia. No podía más. Iba a explotar de un momento a otro y no sabía como resistirme al placer.
En eso, mi suegra se levantó de la mesa y dijo que iba un momento al lavabo. ¿Qué pasaba entonces? Yo seguía recibiendo aquellas caricias tan maravillosas y ella se marchaba!! Miré a mi derecha. Allí, impasible y con el semblante tan sereno como mi suegra estaba ¡MI MADRE! prosiguiendo la labor iniciada por mi suegra. Sin duda estaban de acuerdo las dos abuelas.
Nunca, en toda mi vida, había tenido ninguna relación ni insinuación, ni nada de nada con mi madre. Así pues, el «shock» que me vino os lo podéis imaginar. La sorpresa era enorme, y se mezcló con mi más brutal orgasmo, inundando mi slip de semen. Semen «cultivado» por
mi suegra y rematado por mi propia madre.
A estas alturas de la película, y por razones obvias necesité refrescarme y limpiarme, por lo que, sin decir nada me levanté ráudo y me fuí al cuarto de baño mas lejano, pensando que mi suegra, que no había vuelto a la mesa, estaría en el cercano.
Abrí la puerta ráudo y entré en la estancia cerrando la puerta tras de mi… Allí estaba mi suegra, como en las mejores novelas.
Lo que siguió a continuación es casi más largo de relatar que de realizar. No hay que olvidar que tenía la casa llena de gente y yo estaba encerrado en el cuarto de baño con mi suegra. Mas morbo no podía tener la situación.
Sin mediar palabra, mi suegra, que estaba sentada sobre la tapa del inodoro, me ayudó a desabrocharme y bajarme los pantalones y el slip procediendo seguidamente a limpiarme el slip con una toalla que tenía preparada. Toda una estrategia casi militar, pensé yo, al tiempo que me limpiaba a conciencia los slips y pantalón, dirigió su boca a mi polla y procedió a limpiarla con su lengua y labios. Eso, como era de temer, volvió a inflamarme al completo eyaculando de nuevo, esta vez en la boca de mi, a esas alturas ya, adorada suegra.
Todo ello sucedió sin mediar palabra entre los dos, con prisas y ansias más propias de jóvenes enamorados. En un santiamén, mi slip y pantalones volvían a estar en su lugar, me refrescaba la cara y me secaba mientras mi suegra desaparecía por el pasillo camino del salón.
Me quedé mirándome al espejo. Mi cara reflejaba la mayor dosis de incredulidad y sorpresa que había experimentado nunca. Decidí aguardar un poco para tranquilizarme y tener la sangre fría necesaria para aparecer de nuevo en el salón ante mi suegra, ante mi madre (no me lo podía creer) y ante todos los demás.
Me abstrajo de mis pensamientos la voz de mi mujer que, tras la puerta, me preguntaba si estaba bien, que porque tardaba tanto. Le respondí que si, que algo me habría sentado mal pero que saldría enseguida.
Así lo hice en cuanto logré recuperar la sangre fría y me dirigí a la mesa donde ya se estaba empezando a servir el primer plato. Ni mi suegra ni mi madre demostraban la menor emoción en sus rostros. Me dieron la bienvenida, como todos los demás con un «por fín» y empezamos la comida que por lo demás transcurrió con total normalidad hasta el final.
Las horas fueron pasando con los platos, el pastel, el café y la sobremesa hasta que finalmente se fueron marchando todos los invitados y, como solía ser normalmente, me ofrecí a mi suegra y a mi madre para acompañarlas a su casa. Mi madre me dijo que se iba con mi hermano, que le quedaba cerca, así que me quedé encargado, tan solo, de acompañar a mi suegra al metro.
Así lo hicimos y tras ayudar a acomodarse a mi suegra en el coche, partimos en dirección al metro. Yo, aparte de confuso, lo cierto es que estaba muy caliente. Tanto como no recordaba haberlo estado jamás en la vida. Así pues, como el trayecto hasta la estación es muy corto, decidí desviarme muy poco del camino e introducir el coche en un parking subterráneo que hay muy cerca de mi casa. Descendí hasta la tercera planta, busqué el lugar más oscuro y apartado de las cámaras de seguridad y aparqué entre 2 todo-terrenos que protegían completamente mi coche.
Traté de hablarle a mi suegra para aclarar qué había pasado pero su mano me lo impidió al acercarse de nuevo a mi martilleado pene. La erección volvió a ser inmediata y, en lugar de hablarle, la besé absolutamente alterado al tiempo que acariciaba, por encima de la ropa aquellos pequeños pero suaves pechos que habían sido, unas semanas atrás el origen de mis locuras con mi suegra. Una vez más, y era casi increíble para mí que no soy ninguna «sex-machine» ni mucho menos, me puse en el trance de volver a eyacular, por lo que, en parte para no volver a mancharme y en parte por razones obvias, hice bajar los cristales del coche y, tan ráudo como pude salí del vehículo y me coloqué junto a la ventanilla de mi suegra al tiempo que le ofrecía mi miembro. Con una rapidez inusitada en la vieja abuela, se hizo cargo del tema culminando una divina masturbación y felación. De nuevo, era la tercera vez ese día, mi suegra conseguía llevarme a aquel lugar de donde uno no quisiera sali
r nunca. No ví ángeles, tampoco estrellitas ni fuegos artificiales pero mi orgasmo pareció ser el mayor de los premios que un hombre pudiera recibir. La increíblemente deliciosa boca de mi suegra tragó absolutamente todo cuanto fui capaz de expulsar en medio de un auténtico espasmo de placer. Por un momento, creí morir.
Limpio como una patena gracias a la lengua de mi suegra, volví a sentarme en el vehículo y, tras besarla de nuevo, y con gran pesar, abandoné aquel estacionamiento «de emergencia» en dirección a la cercana estación donde dejé a mi suegra de la que recibí la promesa de explicármelo todo al día siguiente.
Yo, volví a mi casa donde a las preguntas sobre mi tardanza para haber ido a un lugar tan cercano, contesté con un simple «he llenado de gasolina el coche».
Esa noche, no pude dormir. Las imágenes de todo lo sucedido se atropellaban en mi mente mezclándose el rostro de mi suegra con el de mi madre, el recuerdo de las caricias de ambas y de las escenas vividas en el baño y el parking. Mi cabeza parecía a punto de reventar, al igual que, una y otra vez más mi pobre pene. Pensé que ese día debería marcarlo en el calendario ya que creo que fue el más orgásmico de mi vida. ¡!!Menudo regalo de aniversario me habían dado las abuelas!!!.
Me quedé con una duda ¿A quién llamo o voy a ver primero en la mañana? ¿A mi suegra? ¿A mi madre?… La verdad es que, a estas alturas de la noche, las deseaba a ambas con locura pero veía fácil visitar a mi suegra pero a mi madre era otra cosa. Nunca habíamos tenido relación sexual, quitadas las típicas escenas de espionaje infantil. Efectivamente me había masturbado muchas veces de pequeño cuando lograba ver alguna noche los enormes pechos de mi madre a través del reflejo de los cristales de una puerta que yo colocaba convenientemente bien dirigidos, etc… pero NADA MAS. Esa nueva posible relación, a estas alturas me asustaba y atraía a un tiempo. ¿Qué hacer?.
Ya os lo contaré otro día. Hoy, aún estoy confuso con todo lo sucedido al día siguiente.
Sergi Valle
Autor: Sergi V.
SERGI.VALLE ( arroba ) terra.es