Todo comenzo como un juego…
En este relato voy a contarles mi primera experiencia de sexo en grupo, en concreto un trío entre el que escribe y un matrimonio con cierta experiencia. Pero antes me gustaría ponerles en antecedentes del tipo de persona que soy.
Me llamo Alberto, tengo 34 años, y estoy casado desde hace cuatro. Físicamente me considero una persona normal: no muy alto (1,72 cms), pero delgado, más bien fuerte, proporcionado y con una forma de ser simpática y abierta que, en palabras de las mujeres, me hace bastante atractivo. Aunque me inicié en el sexo no muy joven (18 años) a partir de ese momento nunca he tenido grandes dificultades para conquistar a las mujeres que de verdad me han interesado. Como consecuencia de ello puedo vanagloriarme de haber salido con chicas muy atractivas entre las cuales mi pareja actual, mi mujer, no es la excepción. Se trata de un ser excepcional ya que a sus enormes encantos femeninos une una gran simpatía e inteligencia. Sin embargo, y pese a que en la cama nuestra relación es muy satisfactoria, cuando se desarrollaron los hechos que a continuación voy a relatarles, con ella aún no había podido colmar mis más secretas apetencias sexuales. Estas iban en la línea de un sexo menos convencional e incluían, entre otras, una fantasía que siempre me había atraído enormemente: el intercambio de parejas. No obstante, el miedo a una reacción negativa de mi mujer – absolutamente infundado como al final de este relato averiguarán-, y el temor a poner en peligro mi matrimonio, me habían hecho descartar la posibilidad de compartir con ella una experiencia de ese tipo. El caso es que por aquel entonces yo pensaba que si quería hacer realidad mis deseos tendría que ser «fuera de casa». Sin embargo, los inevitables tabúes y prejuicios siempre me habían impedido aventurarme en el mundo del intercambio. Por otra parte, era consciente de que para un hombre solo no es fácil contactar con parejas interesadas en el sexo compartido, ya que suelen preferir mujeres u otras parejas.
Sería una pura casualidad la que me daría la oportunidad de iniciarme en ese nuevo tipo de relación, disipando las dudas que hasta el momento me habían atenazado. Las cosas sucedieron como a continuación paso a contar.
De vez en cuando y para dar algo de salsa a mi vida sexual acudo a algún sexshop para adquirir alguna película porno. Aquella era la primera vez que visitaba ese sexshop, que por razones de discreción no estaba situado en la ciudad donde resido, sino en una cercana. El dependiente era un homosexual bastante amanerado, pero muy agradable, que enseguida entabló conversación conmigo. Me dio la impresión de que trataba de sondearme para ver «si sonaba la flauta» y resultaba que compartía sus gustos. Así que, aunque no rehuí la conversación, pues respeto enormemente la orientación sexual de cada cual, le dejé claro desde el principio que a mi me gustaban solamente las mujeres, pero que no descartaba la posibilidad de un trío con dos mujeres o con una pareja heterosexual para compartirla a ella. Y así empezó todo; el dependiente, que se llamaba Javier, me dijo que conocía un matrimonio de unos 40 años y buena presencia que podría estar interesado en incluir a un chico en su juegos y que el creía que yo daba el perfil. Según me explicó, esto era algo que esa pareja de conocidos suyos hacía de vez en cuando, pero que eran extremadamente cuidadosos con el tipo de hombre que seleccionaban ya que valoraban mucho la discreción y la educación de las personas con que contactaban. Según me manifestarían ellos mismos después, en el ambiente del intercambio se habían encontrado con más de una sorpresa desagradable. Si yo estaba interesado – continúo diciendo Javier-, podía darles mi número de teléfono y ellos se pondrían en contacto conmigo.
Así que, después de desechar las últimas dudas, le di mi número de teléfono móvil para que se lo pasase a los interesados.
Pasaron unas dos semanas sin recibir noticias de mis anónimos amigos, y ya casi me había olvidado del incidente cuando recibí la ansiada llamada. Al otro lado del teléfono habló la voz de un hombre agradable, aunque un poco seria.
– Hola, me llamo Juan., me ha dado tu número Javier,.. ya sabes, del sexshop. Me ha dicho que podrías te
ner interés en conocernos a mi mujer y a mi.
– Sí, aunque tengo que advertirte que no tengo experiencia en estas lides – le contesté-
– No importa, si de verdad te apetece probar con nosotros, podemos conocernos personalmente y sin compromiso…. ver si encajamos, ya sabes, se trata de que todos estamos cómodos-. ¿Te parece bien?. Me ha contado Javier que eres una persona correcta y agradable y que pareces de fiar. No te molestes si te digo que nos gustaría a mi mujer y a mi verificarlo en persona antes de intentar otras cosas.
– Me parece perfecto, a mi tampoco me atrae «el aquí te pillo, aquí te mato» . ¿Cómo quedamos para conocernos?….
Nos vimos por primera vez en un pub de la misma ciudad del sexshop donde había conocido a Javier. Un ambiente tranquilo y agradable, ideal para conversar. Cuando me dirigía en el coche hacia allí iba como un flan; me sentía igual que en mi primera cita con una chica, temblándome las piernas y con un nudo en el estómago. Experimentaba una mezcla de excitación y temor ante la perspectiva de ese primer encuentro con dos desconocidos con los que, si todo iba bien, podía acabar follando.
Yo llegué primero, con un retraso de tan sólo los cinco minutos de cortesía. Unos diez minutos más tarde, que a mi me parecieron eternos, llegaron Juan y Beatriz –pues así se llamaban-. Ella era una morena espléndida de unos treinta y bastantes años, pero bien conservada, que realzaba su atractivo con un atuendo súpersexi pero muy elegante: un traje minifalda que se ceñía al cuerpo marcando unas formas voluptuosas y macizas, quizás algo voluminosas, pero sin llegar ni mucho menos a ser gruesas. Llevaba unas sandalias de tiras con algo de tacón, dejando al descubierto una generosa porción de unas piernas bronceadas y bien torneadas.
El marido era un tipo normal, más bien alto, que tendría unos cuarenta y pocos años. Se notaba que hacía deporte, pues sin ser el típico musculitos no tenía para nada la consabida «curva de la felicidad». Se notaba en los pequeños detalles que eran una pareja acomodada, aunque en absoluto hortera ni ostentosa. continuara
Autor: albertobazan
albertobazan1969 ( arroba ) hotmail.com