Llegué al trabajo unos minutos antes de mi hora de costumbre, por el mero hecho de verla llegar y observarla. Primero desde la ventana de mi despacho, bajarse de su coche, colocar las dos piernas en la acera e incorporarse, volver a asomarse al interior, con su trasero en pompa, a recoger su bolso.
Me gustaba ver el bamboleo de su falda alrededor de su cuerpo mientras se acercaba al portal. Unos minutos después, entrar en la oficina. Saludar a todo el mundo como siempre hace, simpática y agradable, y mirarme para darme un «buenos días» que encerraba algún doble sentido. Iba a ser un buen día, sobre todo para mí.
Lleva la ropa que le he dicho. Una falda ligera a medio muslo, zapatos de tacón, pero nada exagerados, medias negras y una blusa con dos botones abiertos. Su maquillaje y pintura estaban impecables. Sabía que se los había recompuesto en el ascensor y que lo había hecho para mí. Nani es madre y esposa. Su marido, Toño, es un buen tipo sensible y simpático a la vez a quien ella quiere con locura y a quien yo respeto y aprecio. Eso no impide que Nani sea una zorra y necesite sentirse así. Y yo no quiero que haya ninguna zorra frustrada. Y menos en mi empresa.
Tener una secretaria golfa tiene indudables ventajas y hace más ameno el trabajo. A menudo no hay nada fuera de lo normal, salvo las instrucciones que ella observa cuidadosamente, sin error. Aún cuando un día cualquiera ni tan siquiera pueda mirarla, o yo esté de viaje, ella cumple esas instrucciones y obedece complaciente. La uso incluso cuando no la uso. Se siente usada incluso sin que tenga que estar con ella.
A media mañana, tras resolver unos asuntos tomo el teléfono y la llamo por la línea interior.
-Nani, acércate a mi despacho. – y cuelgo sin esperar respuesta.
En pocos segundos oigo el sonido de sus nudillos en la puerta y entra. Sabe que debe dejar la puerta abierta. Eso disminuye la posibilidad de que, por error, alguien entre sin llamar y nos sorprenda en alguno de nuestros juegos. Dejarla abierta permite oír los pasos que se acercan y recomponer la postura.
-Nani, quiero explicarte cómo grabar en el nuevo programa los avisos que se reciban en tu teléfono. Acércate.
Cruza el despacho y se coloca a mi derecha, cerca de la pantalla, donde puede manejar el teclado y el ratón, mirar a la pantalla y donde queda más ha cubierto de miradas indiscretas. No dice una palabra. Está nerviosa, como siempre que sabe que voy a jugar un poco con ella. Doblada sobre mi mesa, acercando su cara a la pantalla, le voy hablando.
-Tienes que abrir este icono y teclear tu código de usuario. -mi voz es neutra, casi desinteresada.- ¿recuerdas tu clave? -Sí. -su voz es casi un susurro.
-Por aquí accedes al menú y…
Continúo hablando distraídamente de nada en concreto. Ella tampoco me presta atención. Tiene sus manos apoyadas en la mesa y mira a la pantalla sin ver. Noto en sus ojos un gesto de sorpresa al notar mi mano en su culo, por encima de la falda respiración se está entrecortando. Está excitada. Continúo hablando.
-Y cuando hayas introducido los datos, pulsas «Aceptar». ¿Me has oído zorra?La he sorprendido y me mira con los ojos muy abiertos. En ese momento mi dedo gordo desplaza sus bragas a un lado y se introduce violento y descarado dentro de su sexo. Sigue mirándome muy fija.
-¿me has oído o no zorra? – Insisto- -Sí, sí. – Sólo puede susurrar.
-¡Pues atiende a la pantalla y no te distraigas!
Aunque deja de mirarme, sus ojos siguen muy abiertos. Jadea al ritmo de mi mano que frenética, hurga dentro de ese coño que me pertenece. Continúo durante un par de minutos para detenerme repentinamente. Sigue mirando la pantalla.
Retiro mi mano, llena de flujo y jugos y se la doy a lamer. Ávida de complacerme, se introduce en su boca mi dedo gordo, y después lame con detalle toda mi mano.
-Nani, eso es todo. Ve a tu sitio.
Obedece a la primera. Se incorpora, recompone su falda y se retira no sin enviarme una mirada pícara al volverse para cerrar la puerta. Yo volví a mis asuntos.
3 horas después, a la hora del cierre encontré una carpeta sobre mi mesa. Dentro estaban sus bragas y una nota: «Me has dejado sin correrme. Jota, soy tu zorra y sólo me correré cuando tú me lo ordenes». Y se corrió, pero no fue ese día.
«De
Jota para Nani.»
Autor: De Málaga