Después de haber sido publicado uno de mis relatos en esta página, me llegó bastante correo de personas que se ofrecían para repetir lo que yo narraba en mi relato, pero en la realidad, por supuesto. Yo no sabía si creerme o no lo que me estaba pasando, ni sabía si debía arrepentirme de haber enviado el relato junto con mi dirección de correo sin avisar que no quería que fuese publicado. Quizá en el fondo sí lo quería, pero no es ése el tema que me lleva dando vueltas en la cabeza.
Desde el primer día me llegaron toda clase de propuestas, y poco a poco dejé de leerlas. Hasta que, después de unos días de mantener el nivel de almacenamiento de mi cuenta por debajo de ciertos límites, me encontré un mensaje que me hablaba en el idioma de mi tierra, y no pude contener la curiosidad. Abrí y me decía lo mucho que le había gustado mi relato, y me daba la enhorabuena. Me decía también que si quería podíamos quedar y repetir o no lo que yo contaba en mi relato. Pero lo que me llamaba la atención no era lo que me decía, sino cómo lo decía. Así que decidí contestar. Le dije a mi desconocido admirador que en realidad sólo era literatura lo que había escrito y que yo estaba bastante lejos de hacer algo así en mi vida. Él me volvió a escribir.
Así, yo apostada en el pc de la biblioteca, estuvimos un par de correos y una hora de messenger, me dijo que a ver si no me atrevía a conocerle en persona, que él se moría de ganas de conocerme. Pero yo no quería arriesgarme a encontrarme a alguien que quisiera hacer conmigo lo que yo no estaba dispuesta, y le dije que no. Pero de todas formas me aseguró que él iba a estar en Donostia y que a las 7 y media de la tarde se sentaría delante de la parada de autobuses, en Amara, en el paseo que hay bordeando el río Urumea. Me dijo también que para reconocerle se pondría unos pantalones de pana marrón claros y un forro polar rojo. Me dijo que tenía 28 años, y que podía llamarle Jon. Mi curiosidad subía de tono, y no hacía más que acordarme de las sensaciones descritas en mi relato. Sería capaz de ir? Mi sentido de la responsabilidad me decía que no a gritos.
Pero, cómo no iba a ir? Ese día era jueves 17 de octubre, y habíamos quedado para seis horas más tarde. Supongo que en ningún momento tomé la decisión. Me fui al piso, comí y mientras reordenaba los apuntes de clase intentaba no acordarme de Jon. Al final me dije a mí misma que iba a ir para mirarle cómo era desde lejos, pero me concentré en vestirme exactamente lo contrario a lo que había contado en el cuento: unos pantalones vaqueros a la moda, chaqueta de pana verde y una bufanda verde también. Debajo una camisa de hacía dos años. Cogí dinero, documentación, llaves … y me sorprendí a mí misma acordándome de los condones. Me dije: venga, si me arrepiento que no sea porque no voy preparada – y los cogí.
Salí del piso en El Antiguo fui andando dando una larga vuelta. La vista del mar me obligaba a pensar dos veces en lo que estaba haciendo. Pero como de todas formas solo iba a fisgar un poco, no pasaba nada. Llovía. Di un rodeo y seguí bordeando la playa hasta la parte vieja. Era todavía bastante pronto, así que di rodeo para poder deleitarme viendo las olas romper, y así pensármelo mejor. No quería llegar demasiado pronto. A medida que iba acercándome el corazón me bombeaba más y más fuerte. Aún así tardé en llegar menos de lo que me esperaba, y fui fijándome en la gente sentada en los bancos. Ya era de noche, pero no importaba, estaba lo suficientemente iluminado como para diferenciar el color rojo.
Mis nervios me traicionaron, porque el tal Jon me reconoció por mi actitud antes que yo a él. Cuando me limité a apoyarme en la barandilla, una persona vestida como me dijo que iba a estar se acercó a mí, y me preguntó:
– Eres tú, verdad? – Era más alto que yo, moreno con el pelo un poco largo y rizado por el agua de la lluvia. Estaba afeitado y llevaba dos pendientes en la oreja izquierda. No me pasó por alto la insignia de Euskadi en la solapa, igual que en el relato. Yo le dije:
– Eso depende de a quién estés buscando.
Se quedó u
n poco pensativo, y después de disculparse se volvió al banco. Me gustó la forma que tenía de andar, y me quedé observando su cuerpo. No estaba del todo mal. De hecho, para la poca visibilidad que había, estaba bastante bien. Se quedó allí, mirándome de reojo sin saber qué pensar, así que me entró la risa, y no pude contenerme. Miró hacia abajo moviendo la cabeza negativamente y se aproximó de nuevo.
– Encantado – me dijo -. Yo soy Jon, y tu?
– Dejémoslo en Uretan – le contesté. Entonces me dedicó una sonrisa muy bonita.
Nos pusimos a pasear bordeando el río y hablando de nada en especial y tocando todos los temas menos importantes. La conversación fue adquiriendo poco a poco un tono más personal, hasta que nos animamos y volvimos a utilizar el tono amistoso y desafiante del que habíamos hecho gala por internet. Hasta que sacó lo que yo no quería, y me dijo:
– Así que tú eres la que estaba detrás de la pantalla del ordenador.
Empecé a ponerme roja de súbito, y él empezó a carcajearse.
– Venga, vamos a tomar algo, que hace fresco aquí.
Sacó unas llaves y me explicó que vivía en un piso allí cerca, que a ver si quería ir con él a tomar un café con leche calentito. Yo no tenía nada en mete que me dijese que pudiese ir, pero le dije:
– Vale.
Me llevó otra vez a lo viejo y allí entramos por la callejuelas hasta que se paró en un portal, en medio de la zona de bares. Subimos andando hasta el segundo piso y me dejó pasar primera después de abrir una puerta bastante vieja con cerradura nueva y brillante. Me acordé entonces de mi relato, en el que el personaje masculino me había dejado pasar primera. Estaba nerviosa.
Cuando hubo cerrado la puerta, pasó al lado mío y quitándose el forro rojo, lo dejó caer en una silla. Le seguí a través del pasillo y llegamos a una cocina que parecía que había sido ampliada. Preparó el agua y sacó dos tazas y demás. Se disculpó por no tener cafetera. Mientras tanto, yo me había quitado la chaqueta y la dejé junto con mi bolso en el respaldo de una silla. Luego me senté en ella. Me miró y me dijo:
– Estaba seguro de que no ibas a venir.
– Yo también lo estaba – le contesté -. Ahora ya no estoy tan segura de los planes que me había hecho.
– Qué planes tenías?
– Pues – empecé – en realidad mirarte desde lejos y volver a irme -.Volvió a reírse entonces. Jugaba con mi anillo para controlar los nervios, pero no lo conseguía -. Igual prefiero descafeinado, es que me he tomado ya unos cuantos cafés hoy …
Él no perdía detalle de mi persona. Me acordé entonces de que había leído mi relato y que la idea que tenía sobre mí la había construido a partir de eso. Significaba que estaba a solas con la chica de sus fantasías sexuales. Pero de momento no había hecho ninguna insinuación. Pero si antes lo pienso antes me dice:
– O sea, que no habías planeado sexo.
La conversación giró muchas veces esa noche, y nos bebimos algo más que un descafeinado cada uno. Acabamos cenando en su casa un poco de arroz y patatas fritas y croquetas. El piso no era suyo, y se lo habían dejado para un par de semanas. De hecho se iba al día siguiente, por eso había querido quedar esa misma tarde. Ya tenía todo recogido, así que tampoco le quedaba mucha comida. Pero lo que sí había era cerveza. Cerveza fría del frigorífico, que estaba muy buena y entraba bastante bien. Al de dos o tres horas me vi de bares con aquel desconocido que me estaba cayendo tan bien.
La música me entraba en la cabeza y me hacía beber más y más, al mismo ritmo que Jon. La borrachera iba subiendo por momentos. Cuando los bares empezaron a cerrar, nos quedamos sin saber a dónde ir, y le dije, en un ataque de locura, que viniese a mi piso a dormir. Y eso se lo enfaticé bastante, pero me quedó la duda de si se lo había tomado en serio.
Fuimos dando un largo paseo a la inversa de cómo lo había hecho yo sola a las 7 de esa misma tarde. A medio camino, al lado de la playa, me dijo para bajar a la arena. Yo no podía creérmelo. Le cogí de la mano y tiré de él. Le metí prisa por llegar, nos estábamos mojando con la lluvia. El caso es que me dije: este tío no te va a hacer nada, sino y
a lo habría hecho. Y me relajé. Esa noche dormiría con un desconocido al otro lado de la pared.
Cuando llegamos y saqué la llave, me agarró por la cintura. Yo lo achaqué a la borrachera, pero una vez dentro ya no parecía tan borracho. Me dijo que si no quería follar con él en ese momento, que entonces se iría por donde había venido. Que no le veía sentido a dormir allí teniendo sus cosas en la otra punta de la ciudad. No sé si fue la borrachera, o las ganas contenidas durante tanto tiempo, pero le agarré por la ropa y le empujé hasta la pared, y allí le di un beso. Típico, me diréis, pero para mí no lo era.
– No estoy muy segura de esto – le dije.
– Decídete – me dijo.
– Nada de cosas raras – le avisé.
Me cogió por la cintura, y atrayéndome hacia él me volvió a besar. Yo me apoyé con las palmas de las manos abiertas en la pared, rodeándole con mi brazos. Le tenía contra la pared. Nuestras lenguas jugaban mientras la temperatura del ambiente y de nuestros cuerpos iba subiendo. Sus manos empezaron a tocarme por encima de la camisa, hasta que se cansaron del tacto del tejido y me las pasó por debajo. Tenía las manos frías, pero no me importó. Le pasé los brazos por el cuello, me gustaba el contacto de su boca y de sus labios. Hacía demasiado tiempo de la última vez, y esta me estaba pillando sorprendida.
Me deshice de su presión y le llevé a través del piso hasta la habitación vacía. Dejé la luz principal encendida, no me apetecía perderme detalle. A él pareció gustarle la idea. Le hice sentarse en el colchón vacío y yo me senté encima de él. Volvimos a besarnos en la boca, y cada vez el beso era más cálido. Sus manos habían perdido toda clase de timidez, y trataban de meterse por mis pantalones, pero me quedaban demasiado ajustados y no podía. Aproveché y le quité el forro y la camiseta que llevaba debajo. Luego me quité la chaqueta. Le empujé y le obligué a tumbarse en la cama, yo me tumbé encima de él con las piernas a ambos lados de su cuerpo. Me empezó a masajear el culo con ambas manos, cosa que me encantó. Cada vez me calentaba más. Entonces se incorporó y me dijo que me quitara la camisa. Le dije que lo hiciera él. Fue soltando botón a botón. Una vez abierta me la deslizó por los hombros, y me descolocó el sujetador. Empezó a chuparme los pezones como hacía tiempo que no me lo hacia nadie. Me lo solté del todo y me lo quité. Me acariciaba y me chupaba a la vez, mientras le acariciaba el pelo y la cabeza. Notaba que se iba excitando poco a poco, y a medida que eso ocurría, su boca y su lengua se hacían más agresivas.
Cuando pensé que era suficiente, me separé de él y me dediqué a soltarle la bragueta. Él se limitaba a dejarse hacer. Primero le quité las botas, luego le bajé los pantalones con lo que llevara debajo, no me fijé, y tirando de ellos se los quité. Entonces le miré y le vi desnudo, excitado y esperándome. Me levanté del colchón y le dije:
– Ahora te toca a ti.
Se levantó, y primero se dedicó a besarme en la boca y llevarme las manos a las tetas. Yo le pasé las manos por el cuello. Luego se concentró en los botones, y cuando me los hubo soltado, me los bajó despacio. Las bragas fueron detrás. Me quité los zapatos con los pies haciendo presión sobre ellos. Nos quedamos desnudos en medio de la habitación. Volví a empujarle y cayó de espaldas en la cama, sin darle tregua me senté sobre él y le sujeté las manos contra el colchón. Aquello le encantó. Notaba su polla dura entre mis piernas, y sabía que se moría de ganas, pero se limitaba a mis besos, se dejaba hacer. Dejé de hacer presión sobre sus muñecas y le pasé las manos por el pecho, acariciándole. Notaba que su polla cada vez estaba más y más dura, hasta que no pudo aguantarlo más y me dijo:
– Fóllame.
Aquello me puso a mil, así que me incorporé y me volví a sentar sobre él.
– Todavía no estoy preparada – le dije. Enseguida se levantó y me quedé tumbada en el colchón, se puso entre mis piernas y la cara a la altura de mi coño. Cuando su lengua hizo contacto con mi clítoris supe que esa noche iba a correrme unas cu
antas veces con aquel tío que estaba dispuesto a todo con tal de conseguir meterme la polla y correrse. Seguía pensando en eso cuando empezó a sobarme las tetas. Notaba su boca chupándome y veía sus manos recorrer mi cuerpo, mi excitación subía y a medida que me acercaba más y más al orgasmos, iba separando más y más las piernas, hasta que empecé a correrme, y sabía que el estaba chupándolo todo, y el placer seguía y seguía … Pero se levantó y se tumbó encima mío. Se lanzó a mi boca y me metió la lengua en busca de la mía. Sabía a mis propios jugos, y eso me volvía a excitar. Puso su polla en la entrada de mi coño, y fue metiendola poco a poco, hasta que con un golpe de mis caderas me penetró hasta el fondo. El roce de su polla dentro de mí hacía que volviese a calentarme hasta el límite. Pero él no se detenía, seguía moviéndose encima mío, y, sobre todo, dentro de mí. Nuestros cuerpos se movían a la misma velocidad, nos besamos como si fuésemos a comermos, como dos muertos de hambre, notaba sudor en mi cuerpo, también lo notaba resbalando por su espalda … Él no tardó mucho más en llegar al orgasmo, y yo me quedé a medias. Así que cuando se separó de mí, me puso a cuatro patas sobre él y le cogí la polla con las dos manos. Me miraba preguntándose qué hacía. Pero yo no me hice de rogar. Bajé la cara, y sin dejar de mirarle a los ojos, le pasé la lengua por el capullo, una y otra vez. Sabía a nosotros dos. Poco a poco fui metiéndomela en la boca mientras le masturbaba con la otra mano, y empezó a ponérsele dura. Le acariciaba allí donde llegaban mis manos, y su excitación cada vez subía más. Cuando empezó a gemir, paré y me quedé sentada mirándole y sonriéndole.
– No sigues? – me preguntó incrédulo.
Me recosté y le contesté:
– Ya sabes lo que quiero.
Así que volvimos a repetir la jugada. Volvió a meterme aquella polla que tanto me gustaba, y volvió a follarme. Pero esta vez despacio, con tiempo. Me miraba a la cara disfrutando con mi placer mientras me cabalgaba sin descanso, cada vez un poquito más deprisa. La temperatura de mi cuerpo subió tanto que empecé a pedirle que me follara más deprisa, mis caderas ponían el ritmo, le atrapé con mis piernas y le agarré la cabeza para besarle y que no pudiera apartarse. Nuestras lenguas volvieron a calentarse una o otra, el ruido que hacíamos follando me ponía más y más caliente, entonces noté que el orgasmo se estaba formando, y empecé a correrme. Eché la cabeza hacia atrás, pero él me la levantó sujetándomela cerca de su cara. Notaba su aliento y su respiración mientras me corría interminablemente. Antes de que yo acabara, empezó él también. Y en aquel orgasmo estuvimos por un momento, los dos a la vez, sintiendo lo mismos, hasta que su cuerpo se desplomó sobre el mío, los dos exhaustos, intentado robarle oxígeno al ambiente cargado de la habitación. Nos dormimos enseguida, después de un largo beso.
Cuando me desperté estaba desnuda encima del colchón, con una sábana medio tapándome, y una mano que me recorría las tetas una y otra vez. Abrí los ojos y le vi observándome. Me dio un beso que me resultó bastante corto, y me dijo que tenía que irse, que su colega le estaba esperando.
Le despedí en la puerta envuelta en la sábana, y me dijo que ya me mandaría un correo para no perder el contacto.
Aquella mañana fui sonriendo a la clase que tuve. El profesor me miraba de vez en cuando entre explicación y explicación preguntándose por qué aquella alumna sonreía tanto en una clase tan aburrida como era la suya.
Uretan D.
Autor: Uretan D