Buenos días a todos los que puedan leerme. Que quede claro que lo que sigue es una fantasía y nada más. Permítanme que me presente. Soy un empresario y mi nombre no importa. Tengo algunos negocios en Internet, pero sobretodo y además soy importador y exportador de artículos de primera necesidad que vendo en diferentes países y con el dinero que consigo trapicheando puedo permitirme vivir como mejor me convenga. Con esto quiero decir que no soy un funcionario ni necesito rendir cuentas ante otros. Tampoco tengo obligación de fichar en ningún trabajo al uso, y sin embargo, al llegar a fin de mes, suelo contar con cantidades considerables de dinero que puedo gastar a mi antojo.
Hace tres años me vi obligado por mis negocios a viajar a un país del África que podríamos llamar X. Estaba yo alojado en un hotel de la capital y a dos calles de allí encontré (porque un ordenanza me había indicado que así lo haría) un gabinete donde trabajaban algunas chicas que eran lo que podríamos llamar «busconas de lujo para bolsillos adinerados». Como tengo aficiones sado pregunté si tenían sumisas y me pusieron delante a una chica de no más de veinte años (en el mercado sexual de X la prostitución empieza muy pronto) que alquilé por tres días. En ese tiempo comprobé que era muy sufrida, acostumbrada a las mayores humillaciones y muy adaptada a su papel. El hecho es que me las arreglé para traerla a España, el modo y manera en que lo hice no debería ser divulgado para no comprometer a la familia de mi amante ni a los que me ayudaron.
El caso es que desde entonces vivimos juntos. Al principio fue maravilloso, era una sumisa magnífica, me obedecía en todo y por todo, sin quejas y hasta con complacencia, conformándose, en compensación, con comer de mi mano lo que yo tenía a bien darle. Un día, cuando ya llevábamos más de un año juntos, noté que me estaba amuermando y, en consecuencia, hicimos otro viaje a X de donde sacamos a otra chica, esta de dieciocho años, en el buen entendido que la nueva muchacha había de ser mi segunda sumisa; en las dificultades que esta función le ocasionase había de ser ayudada por mi primera esclava.
Ambas estuvieron de acuerdo en asumir sus respectivos papeles, ya que, desde luego, no les atraía la pobreza de X.(Para entendernos llamaremos Claudia a la primera sumisa y Claudine a la segunda; y aunque no hay ninguna cosanguineidad entre ellas siempre decimos ante terceros que una es mi esposa y la otra su prima y que, siguiendo costumbres africanas, y por no encontrar en España un alojamiento decente y barato, vive con nosotros. Evidentemente, si sale el tema en la conversación, negamos que ella se acueste conmigo, a pesar de que en realidad lo hace, o que se me insinúe siquiera).
Los primeros días traté a Claudine con cierta moderación y así se fue haciendo a la idea de cuales serían sus obligaciones como propiedad mía, pero cuando llegó la Semana Santa me tomé dos semanas de vacaciones y ahí empezó la educación de la muchacha.
La primera noche durmió a mi lado, desnuda y con las manos esposadas a su espalda. Por la mañana me levanté a eso de las diez y quise amordazarla «Tengo ganas de orinar «, dijo ella»Ya lo harás cuando yo vuelva», «¿Tardarás mucho?»» unas dos horas» «No sé si podré aguantar tanto» «Si no aguantas tendrás que someterte» «Si, amo».
Al marcharme la dejé desnuda, excepto las bragas que le puse en aquel momento, amordazada, con esposas en las manos, a la espalda. También sus pies estaban unidos por esposas y las cadenas de ambas esposas estaban unidas entre si de tal manera que no podía mover manos ni pies. La dejé tumbada en la cama y con las rodillas mirando al techo. Claudia me ayudó a acomodarla, luego la tapamos con una sábana y la dejamos estirada en la cama. Antes de marcharme, le magreé las tetas hasta que me quedé a gusto, y por último le di un beso en la boca, a través de la mordaza.
Con Claudia nos fuimos a desayunar a un bar: las reglas las puse antes de
entrar en el local. Ella vestía faldita corta y no llevaba bragas. No le estaba permitido hablar hasta que volviésemos a casa, cuando yo le dijese tenía que entrar en el lavabo y no salir hasta haber llenado con su pis un biberón hasta la mitad. Pedí por los dos, pero ella no podía empezar a comer hasta que yo hubiese acabado. Cuando ya llevábamos un rato sentados le dije que fuera al excusado, en el bolso llevaba el biberón, vacío. Después de casi una hora volvió a salir, comió, siempre en silencio y con las piernas abiertas, pero no tan abiertas como para llamar la atención, y nos fuimos.
Entramos entonces en un local que alquilo por meses y que uso como oficina. La puse ante una máquina de escribir, le até las manos a la espalda y empecé a hacerle preguntas complicadas del tipo: «Explícame una película que te haya gustado mucho» y ella tenía que responder escribiendo a máquina, pero como no podía usar las manos se veía obligada a pulsar las teclas con la nariz.
Volvimos a casa a eso de las tres de la tarde, unas cuatro horas después de haber salido. La cama de Claudine estaba totalmente empapada de orina. Antes de desatarla le quité la mordaza: «Te has mojado» «Si, amo, yo no quería, pero es que has tardado mucho» «ya sabes que te castigaré» «Sí, amo, estoy preparada».
Con ayuda de Claudia cogí a Claudine y la dejé en el suelo, ella tuvo que levantarse, manos esposadas a la espalda y piernas forzosamente arrodilladas. Luego liberé sus piernas y le puse un pene artificial atado a su cintura, encima de sus bragas mojadas, entonces la hice poner de pie y Claudia, totalmente desnuda, la cogió y se puso de tal manera que el pene artificial de Claudine entró en su coño y mientras ellas se besaban yo empecé a fustigar a mi segunda esclava en el culo. Claudia, que ya sabía de que iba el asunto, la besaba, le magreaba las tetas y le empujaba el culo (entre latigazo y latigazo yo contaba lentamente y en voz alta hasta cinco). El tratamiento fue tan efectivo que antes de que yo dejase de fustigar ya estaba Claudine «follándose» a mi primera sumisa.
Cuando me pareció que ya tenían ambas suficiente de sus mutuas caricias, pero sin haberse corrido aún ninguna de las dos, las separé y desnudé a Claudine de bragas y consolador (reacuérdese que por tener las manos en su espalda no podía usarlas para nada) y las hice jugar a la oca. La cosa es como sigue: Cada uno de nosotros tres tenía asignada una ficha de un color distintivo, que empezaba su recorrido en la primera casilla. Claudine, que podía moverse menos, estaba tumbada en el suelo y mirando al techo, sus pies, arrodillados, cerca de uno de los lados del tablero. A cuatro patas y «encima suyo», mirando el tablero, Claudia. Entonces yo tiraba un dado al lado de la cabeza de Claudine que «cantaba» el número.
Yo movía la ficha que tocase, siempre bajo la mirada de Claudia, que vigilaba que no hiciese trampas, si el número era par, Claudia ponía su coño donde la lengua de Claudine pudiese chuparlo y, siempre bajo mi vigilancia, Claudine chupaba, por no menos de tres segundos el himen de Claudia, y lo chupaba tantas veces como había marcado el dado ( si era un cuatro daba cuatro chupadas de tres segundos cada una, si era seis daba seis chupadas) si el número era impar Claudia se ponía encima del coño de la otra y le daba tantas chupadas de tres segundos como hubiese marcado el dado, si yo como juez consideraba que las chupadas eran cortas o dadas sin interés volvían a repetir el último «número» y lo multiplicaban por dos.
Si la ficha que movía era la mía, primero Claudine chupaba el conejo de Claudia y luego Claudia el conejo de Claudine tantas veces como el dado dijese, independientemente de si la cifra era par o impar. Si alguien caía en una casilla favorable (por ejemplo en una oca) el número de chupadas era tres veces lo que hubiesen marcado los dados. Si alguien caía en una casilla desfavorable me debía tantos latigazos como marcase el dado, si caía yo me los debían ambas. Cada latigazo podía ser «redimido» por cinco chupetones en el coño de la compañera y competidora.
Cuando acabamos la partida, ambas se habían corrido, o eso me pareció, empezamos una cena fría que mis esclavas habían preparado el día anterior. Claudia me servía y Claudine estaba arrodillada a mi derecha, con la mordaza puesta y, por supuesto, sin poder usar las manos. De tanto en tanto yo dejaba caer una migaja de comida que el
la tenía que tocar con la boca vendada o empujar con la nariz, según yo dijese, antes de volver a su obligada posición inicial. Cuando acabé de cenar les hice hacer carreras a mis dos esclavas. Con las manos en la espalda y arrodilladas tenían que ir desde una pared de la habitación hasta la otra.
Luego me desnudé del todo, senté a Claudine en mi regazo y le fui dando de beber de un biberón que contenía leche mezclada con el pis de Claudia. Cuando se lo acabó le magreé coño y tetas y acabé dándole por culo.
CONTINUARÁ
Autor: Rayos x rayosx1962 (arroba) orange.es