Me aprete bien mi polla, imaginando como te penetraria
Recogí mis cosas, apagué el ordenador y bajé la vista observando el bulto que aún se apreciaba bajo el pantalón. Respiré hondo, permanecí unos momentos de pie esperando que mi mente me llevara a otros lugares menos excitantes que los rincones de tu cuerpo, tan deseados. Con este empeño en relajarme cogí el coche y me fui hasta casa. No había nadie, pensé que lo mejor era meterme bajo la ducha y procurar olvidarme de ti, de tu jefe, de la charla de esa tarde.
Subí a mi habitación y me quité la ropa. En los calzoncillos quedaba una pequeña marca testigo de mi excitación, de ese indisimulable fluido lubricante previo a lo no realizado. Guardé la ropa usada disimulada entre la que espera para el lavado diario y me fui desnudo al baño.
Abrí el grifo de la ducha y me metí bajo la catarata de agua templada, levantando mi rostro hacia la fuente de relajación y dejando que las gotas golpearan con fuerza en mi cara y resbalaran a gran velocidad por todo mi cuerpo.
Ya no estaba empalmado pero si aún excitado. Sacudí la cabeza como diciéndome a mi mismo, venga chaval, despierta, piensa en otra cosa. Vertí un poco de champú en mi mano y me enjaboné el pelo, un delta de agua de color blanco descendía por mi pecho, hacia una pausa en mi pubis y alcanzaba el piso de la bañera descendiendo por mis piernas. Tomé el jabón líquido, espeso, cremoso y puse un poco en mi mano. La pasé por mi pecho, los pezones estaban contraídos, duros y no pude evitar detenerme un instante en ellos imaginando que la suavidad del gel no era nada comparada a la de tus labios, al roce de tu lengua trazando círculos a su alrededor. Con los ojos cerrados te vÍ, desnuda, frente a mí, con las gotas de agua resbalando por tu pelo, con las mismas gotas que mojaban el mío.
Abrí los ojos y volví a tomar jabón. Bajé hasta el pubis, enjaboné con suavidad el vello sin poder evitar deslizar mi mano por el pene. Lo notaba tan suave. Lo rodeé con mi mano, extendiendo el jabón por toda su superficie, bajé suavemente la piel dejando aparecer el glande rosado, que empezaba a dar signos de evidente excitación. Pasé la palma de la mano por la punta y volvió a producirse el milagro. Mi mano no era tal, se había convertido en tu lengua que rozaba suavemente milímetro a milímetro el extremo más sensible de mi cuerpo. Tomé el pene con la mano derecha, con los dedos orientados hacia mi y el glande presionando sobre la palma, subí y bajé varias veces, la forma que adoptaba la mano era como si tu boca lo abarcara, mis dedos, tus labios. La otra mano descendió hasta los testículos, acariciándolos, cogiendo primero uno y luego el otro, bajando hasta esa zona que tanto me excita, donde acaban los testículos, sin apenas vello, hasta donde empieza la entrada del ano. Con un dedo rocé aquella entrada, deslizándolo de nuevo hasta la bolsa.
Ahora ya estaba empalmado, mi pene desafiante se erguía hacia tu supuesta boca. Cambié de posición la mano derecha y lo tomé por la base, firmemente, presionándolo, haciendo que se moviera hacia arriba y hacia abajo, como imaginé haciéndolo contra tus tetas, rozando con la punta tus pezones también erguidos. Lo levanté hacia las gotas de agua que golpeaban el glande con fuerza. Tu boca había hecho un trabajo excelente. Ahí estaba yo dispuesto a penetrarte, a darte placer, a proporcionármelo a mi mismo.
Mi mente trabajaba a ritmo acelerado, casi podía tocarte, casi podía verte, de espaldas a mi, mi mano izquierda agarrando tu pecho. Me vino a la cabeza aquella historia que habíamos inventado en el chat, asi que mientras bajaba y subía mi mano a lo largo del pene, ocultando y haciendo aparecer el glande seguí imaginándote. Hice que te inclinaras hacia delante, tú te agarrabas a los grifos y jadeabas conmigo, yo buscaba tu clítoris con mi pene, usándolo como el consolador mejor creado, más igual al original.
El jabón era un excelente lubricante, después sé que me arrepentiría de haberlo utilizado como tal porque siempre deja un escozor en la punta que molesta durante varios minutos, pero proporciona una suavidad que la mano no alcanza. Y seguí subiendo y bajando mi mano a lo largo de mi polla y mis testículos eran a veces tus tetas, a veces tu va
gina.
Esta vez no iba a penetrarte como las otras veces, esta vez buscaba algo más, algo nuevo. Solté de repente el pene, cerré el puño y ofrecí la mano casi cerrada al glande, ya rojo de deseo y presioné con él sobre el pequeño hueco que deja el dedo meñique contra la palma de la mano. Jugué a no dejarlo entrar, a tener que empujar con fuerza para que se abriera paso por entre los dedos, jugué a penetrarte por detrás, a que mi mano era tu culo, a descubrir una nueva sensación para los dos. Por fin conseguí, me permití penetrar, apretaba con fuerza mi polla, sin dejarla asomar por el otro extremo de la mano, pero movía las caderas con fuerza, la mano quieta, firme, te estaba follando por detrás, veía tu cara, parcialmente girada hacia mi, pidiéndome que fuera suave, pero que no parara de follarte y asi lo hice.
Notaba que iba a explotar ya, asi que volví a cambiar la posición de mi mano, como si ahora hubiera entrado de pronto en tu coño, subí y bajé con violencia, ahora sí, ahora movía a la vez la mano y las caderas, hasta que estallé. Una contracción fuerte, la primera, lanzó la primera bocanada de semen lejos de mi, la segunda, menos violenta, produjo otro borbotón de fluido blanco que calló a mis pies. Las siguientes, apenas lo dejaban resbalar por mi mano. No podía parar de subir y bajar desde la base hasta el glande y viceversa.
Me apoyé con la mano contra la pared, sin soltar aún mi pene. Deseaba que estuvieras allí y que con tu lengua rozases la punta de mi pene, ahora tan sensible y agradecida a cualquier roce, que me hace dar respingos, mezcla de placer y descarga eléctrica.
Como me temía llegó el escozor producido por el jabón, irritando la piel tan delicada. Con cuidado limpié las huellas del placer, tanto de mí como de la bañera, arrastrándolas con agua, agua que se llevaba tu imagen con ella y mi deseo también.
Apagué la ducha y salí. Allí frente al espejo, mientras me secaba, observé a aquel que a su vez me miraba a mí desde el otro lado. Aparté la toalla y miré mi desnudez. No estás tan mal, chaval, me dije.
Autor: Lucck
lucck ( arroba ) mixmail.com