Dominación (BDSM), Dom Fem. Mario iba a aprender una importante lección.
– Hola Mario, soy Caro. ¿Me recuerdas? Cómo no iba a acordarme de ella, su cuerpo parecía el de una diosa, y tenía unos pechos enormes. Casi me fue imposible mirarla a la cara, mis ojos se iban instintivamente hacia sus pechos. Decidí que no me iría de Madrid hasta que me la hubiese follado por todos los sitios. Esa linda boquita tenía que lamer mi pene hasta lo más hondo. Me imaginé a Caro arrodillada frente a mí mientras me succionaba todo mi semen.
– Hola Caro. ¿Cuánto tiempo hacía que no nos veíamos?. ¿Cómo te va?- Le pregunté.
– Pues ya ves, Tan bien como siempre. Hace tiempo que tenía ganas de verte. ¿Te apetece que te invite a cenar en mi casa esta noche?. Además así podría acompañarme, es que no me apetece nada buscarme ahora un taxi.
La verdad es que no tenía nada que hacer así que decidí aceptar su oferta, sin saber que era lo que me esperaba. La acompañé a mi coche, y ella me fue indicando la dirección de su casa. Tal como me había dicho, vivía sola en un conjunto de chalet adosados en las afueras de la ciudad. Se pasó el trayecto charlando muy animosamente conmigo y contándome todo lo que había estado haciendo desde que dejamos el mismo despacho.
Yo solo podía pensar en follar. Una larga y continuada follada, pero ella no parecía estar interesada en el tema. Yo estaba excitado, mi polla estaba a punto de estallar. Pero para mi salvación ella se dio cuenta.
– Vaya, Veo que eres un niño travieso. Creo que debemos hacer algo para solucionar tu problema.
Nos tomamos media botella de whisqui entre los dos, entonces ella me dijo que iba a pasar una noche que nunca olvidaría, pero solo con una condición, yo la obedecería en todo momento. Desde ese momento yo era su esclavo, y nada podía negarme. Ya no sería Mario, a partir de entonces no tendría nombre. Sólo sería su juguete y podría hacer conmigo lo que a ella se le antojase. Si la aceptaba como ama tendría que llegar hasta el final. Una vez que aceptase, no podía echarme atrás. Yo acepté sin titubeos. La verdad es que el juego ama-esclavo me gustaba, aunque nunca hasta entonces me había atrevido a practicarlo.
– Ahora estate quieto aquí y no te muevas, si no quieres que se te castigue. Soy una ama muy exigente, y no tolero ningún tipo de indisciplina – me ordenó.
Me hizo esperar un buen rato. Ya estaba ansioso por obedecerla. Me había propuesto no decepcionarla. Vi que se dirigía a su cuarto y regresaba con una caja de madera cerrada con un pequeño candado. Me ordenó que me arrodillase y así lo hice. Ella abrió la caja y sacó un collar de perro con remaches de metal. Me ordenó que me lo pusiese. Dudé por un momento. Me sentía humillado, avergonzado por que realmente estaba desando complacerla.
– A qué esperas esclavo- me gritó. Estas empezando a enfadar a tu dueña. Cuando te hable, mira hacía abajo. ¿Cómo te atreves a mirarme directamente a los ojos? Incliné la cabeza miré al suelo. Me coloqué el collar de perro en el cuello. Este me era demasiado ancho y me hacía mantener la cabeza erguida. No podía evitar mantener la mirada a la misma altura que la de mi ama. Yo intenté explicárselo, pero se enfureció aún más.
– Voy a tener que emplearme a fondo – me dijo. No te mereces una ama tan buena como yo. A partir de ahora tu única respuesta debe ser – Sí mi ama. No aceptaré más otro tipo de indisciplina. Ahora, desnúdate y ponte de rodillas.
Lógicamente la obedecí en el acto, no quería volver a defraudarla. Me desvestí los más rápido que pude y me arrodillé ante ella. Me sentí avergonzado. Ella estaba totalmente vestida, mientras yo no llevaba más que un collar de perro. Vi como sus pasos se dirigían de hacia la caja de madera que previamente había dejado encima del sillón y cogía algo. Yo, aun seguía arrodillado en el suelo con la mirada baja. Noté como se me acercaba por detrás.
– Ahora junta las manos en la espalda.- me ordenó sin titubeos.
Noté como mis manos eran aprisionadas fuertemente por una abrazadera y perdían toda la movilidad. Estaba totalmente a su merced, y ella lo sabía. Lo increíble es que jamás recordaba haber estado más excitado. Enganchó mi collar a una cadena y dio dos golpes secos en dirección a su coño. Yo empecé a lamer como mejor pude. Entre mis ligaduras y la posición que me obligaba a mantener la labor era bastante difícil. Noté como sus flujos vaginales me corrían por toda la cara. Su olor era delicioso. Pasaron 15 minutos y yo ya estaba cansado de lo mismo, mi lengua no podía más y me dolían las rodillas, tenía ganas de penetrarla y correrme. No podía aguantar más. Pero Carolina permanecía impasible ante mi evidente necesidad. Entonces cometí el error de intentar levantarme para poder introducirle mi pene antes de que estallase. Ella no me lo permitió, me abofeteó la cara una vez y comprendí mi fallo.
– Eres un mal esclavo. El peor que he tenido en muchos años. Voy a tener que castigarte severamente. Ahora verás.
Yo no sabía que hacer. Estaba desconcertado. Metió la mano en la caja y sacó una venda, me tapo los ojos y empezó a tirar de la cadena. Empezamos a bajar unas escaleras, percibí que nos dirigíamos al garaje, cada vez que nos adentrábamos más notaba como ella tiraba más fuerte de la cadena que dirigía mis pasos.
Al llegar al final del garaje, me desató las manos sentí un gran alivio. Pero ese alivio iba a durar poco. Escuché el sonido de unos grilletes mientras percibía como el frío acero aprisionaba mis manos. Aquello me excitó aun más. Me quitó la venda de los ojos y observé como el garaje había sido transformado en una excelente sala de sadomasoquismo. Había todo tipo de artilugios. Algunos de ellos jamás los había visto, ni lograba intuir cual sería su utilidad.
En el techo había colocado una argolla de la que salía una cuerda de nailon blanco que terminaba en un motor que la tensaba. Los grilletes empezaron a subir. Quedé con el cuerpo totalmente erguido y sin posibilidad de maniobra. El contacto de los dedos de mis pies era lo único que me mantenía apoyado en el suelo.
– Te he quitado la venda por un motivo. Cerdo. Quiero que veas todo lo que te voy a hacer, así comprenderás que no estoy dispuesta a permitir otra insolencia.
No sé cuanto tiempo estuve en aquella posición. El tiempo se me hacía interminable y esperaba recibir mi justo castigo. De repente noté como mis nalgas recibían los fustigazos que mi ama me propinaba. El placer era infinito, indescriptible, pero fue entonces cuando cometí otro error. Tuve la osadía de correrme sin su permiso. Aquello me devaluaba como esclavo, y ella se propuso corregirme.
– Me obligas a actuar severamente contra ti, esclavo- me dijo. Aquí aprenderás la lección.
No entendí a que ser refería, ¿qué podía ser peor que aquello? Acaso, ¿No era aquello humillación suficiente?. Parece ser que no. Me separó las piernas en un ángulo de 45º y me colocó una barra de metal en cuyos extremos había dos correas de cuero. Aquello me pillo desprevenido. Más tarde comprendí la utilidad de aquel artilugio. Con en mis piernas era imposible que pudiese cerrarla, y así mi ano quedaba a plena disposición de mi ama.
Cuando me volví a fijar en ella su única vestimenta era una braguita con un enorme pene negro incrustado. Entonces lo comprendí todo. Iba a ser penetrado por aquella chica a la que yo hasta hoy había considerado una mujer tímida y retraída y muy cariñosa. El tamaño de aquel pene era descomunal. Pensé que sería imposible que aquella cosa entrase dentro de mí. Perome equivocaba. Esperé por lo menos que usase algún tipo de lubricante, pero mi ama no se dejó amedrentar. Mi osadía al correrme la había ofendido demasiado. Noté como con la punta del pene buscaba el principio de mi orificio. Yo estaba totalmente seco por ese lugar así que tuve la esperanza de que desistiera. Pero no lo hico. Presionó hasta que de una envestida lo encajó totalmente hasta lo más hondo de mis entrañas. Quedó perfectamente encajado. Parecía que aquella polla había sido fabricada para mi orificio. En un primer momento, el dolor fue intensísimo, pero a medida que ella me envestía una y otra vez, aquel dolor se convirtió en placentero. Mi ano se había dilatado totalmente y aceptaba gustoso aquella magnífica polla.
Tenía todo el culo destrozado, el dolor que la fusta de mi ama me había propinado ya era solo un lejano recuerdo que se diluía en mi mente. De repente ella paró, extrajo el pene de mi ano. Aquello si fue una crueldad, mi ano había tomado voluntad propia y deseaba seguir siendo utilizado. En aquel momento me sentí como un perro en celo, quería más. Pero ella parecía haberse cansado de mí. Me libero las manos de los grilletes, pero me dejó puesta la barra metálica que me inmovilizaban los pies. Pensé que mi tormento había terminado, pero me volví a equivocar. Tiró de la cadena del collar de perro y me dirigió hacia un potro en el que hasta entonces no me había fijado. Me sentí ridículo con mis andares de pato, pero no podía negarme a los deseos de la ama que me había adoptado.
Nuevamente me vi encadenado a otro artilugio, pero esta vez en una posición aun más humillante. Mis manos y mis pies fueron atados a las patas del potro de forma que mi ano volvía a estar a su entera disposición. Me obligó a introducir la cabeza dentro de un agujero que alguien había hecho en una especie de pared de madera. Con lo que mi ángulo visual quedaba limitado por debajo de la cintura de mi ama.
Cogió otro pene de tamaño y longitud aun mayor que el anterior y volvió a penetrarme sin compasión una y otra vez. Hasta que yo ya no podía más. Se detuvo por un momento, apartó el pene de mi ano y me sentí aliviado por el momento. Sus manos empezaron a hurgar en mi boca. Antes de que me diese cuenta me había colocado un aro sujeto a dos correas de cuero que se cerraban detrás de mis orejas y que me imposibilita cerrarla. Acto seguido me introdujo el mismo pene que por el orificio que el aro había abierto en mi boca. Me obligó a que lo limpiase con mi propia lengua. No lo sacaría hasta que lo hubiese dejado totalmente limpio.
A la mañana siguiente nos despertamos los dos en la misma cama. Volvía a ser la mujer cariñosa y dulce que yo había conocido en Barcelona. Sin embargo yo no tenía la sensación de haber follado. Yo, había sido el único al que habían follado por todas partes.
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