Que haces desnudo, esperarte para desnudarte a ti también y echarte un buen polvo
Ambos somos una pareja de Madrid, normal y corriente. Ella, alta y morena, con 27 años, dos más que yo. Para muchos no es la mujer arrebatadora que uno desea nada más verla, pero sus pechos son exquisitos y posee un culito que me encanta. Y una sonrisa que me tiene enamorado. Yo soy algo bajito, no muy atlético, pues el que tuvo retiene, pero desde que dejé de practicar asiduamente deporte mis michelines se han hecho más grandes y yo más pesado. Soy el típico chaval que sus compañeras consideran simpático, buen amigo pero nunca el deseado amante.
El trabajo de ambos, aunque reciente, ha hecho mella en nosotros. En los casi ocho años que llevábamos juntos casi nunca discutíamos, pero el estrés del trabajo, las nuevas responsabilidades, habían agriado nuestro carácter demasiado pronto, sin casi darnos cuenta, y todo ello se tradujo en problemas en la cama. Siempre nos sentíamos orgullosos de nuestras "habilidades" pues nunca habíamos dejado de experimentar, de explorar nuestro sexo, de ser francos en nuestros deseos y de llevarlos a cabo. Pero todo eso estaba cambiando.
Con motivo de mi cumpleaños decidimos organizar una fiesta. Asistieron muchos de nuestros amigos que con el paso del tiempo nos habíamos ido alejando por trabajo o por poco tiempo para vernos. Para celebrar la fiesta con tranquilidad, decidimos usar la casa de los padres de María, en las afueras de la ciudad. Una bonita casa de dos plantas, con suficientes habitaciones para dormir algunas de las parejas amigas que se habían acercado desde sus ciudades. Una piscina y un gran salón con chimenea se presentaban como el mejor de los escenarios para aparcar la monotonía del trabajo, y lograr encauzar nuestra relación.
La llegada de los primeros invitados nos llenó a María y a mí de ilusión y cierta alegría desbordada. Y con el paso de la mañana fueron llegando la mayoría de nuestros amigos. Éramos cinco parejas. Con la comida y la siesta reparadora después de los viajes se inició un puente de tres días con mucha ilusión. Era la primera vez en años que nos reuníamos todos juntos, la mayoría amigos y compañeros de la Facultad. Solo Ana, la novia de Jesús, era "más" amiga de María que mío, pues la mayoría eran compañeros de mi promoción. Y ya en la primera tarde aparecieron las primeras sorpresas: el tiempo nos había cambiado a casi todos.
La tarde avanzaba entre bromas, chapuzones en la piscina y algunos tragos entre conversaciones que casi exclusivamente trataban de poner al día a los demás de la vida de cada uno: sus trabajos, los problemas laborales, las nuevas vidas de muchos de ellos con sus novias e incluso el deseo de algunos de tener hijos. El sol iba cayendo y el frescor en la piscina nos llevó a al salón donde empezamos a preparar la cena, todo ello, sin dejar de contar nuestras nuevas vidas y en algunos casos las desilusiones que nos creaban. Y siempre los vasos llenos.
La cena discurrió con tranquilidad, pero fueron las idas y venidas de las chicas hacia la cocina tras la cena (nosotros nos ofrecimos a ayudarles a recoger pero ellas decidieron que esa noche podríamos librarnos para poder así seguir charlando con calma) las que llevaron el tema hacia nuestras chicas, con algún que otro comentario sobre su cuerpo, o cómo habían cambiado. Jesús era el más atrevido. Y eso se hizo notable cuando Nacho, dejó entrever que no todo era maravilloso.
Fue casi un susurro pero el silencio que lo acompañó lo hizo parecer un grito. Tras unos instantes, decidí retomar la conversación con Jesús, dándole pie a una de sus bromas. En este caso dirigido hacia María y mío, poniendo en evidencia que un salón como ese era un sitio magnífico para montar una fiesta "privada". Le respondí con un escueto
– Cuando convenzas a Ana te lo dejaré para que puedas follartela tranquilo.
Las risas fueron instantáneas y llamaron la atención de las chicas que habían acabado en la cocina.
– ¿De que os reís? – Preguntó Sonia, la novia de Nacho.
– Del magnífico sitio que es éste para follar!!! – contestó Jesús con un sonora carcajada.
Ese comentario fue el inicio de un nuevo rumbo en la conversación, haci&e
acute;ndola mucho más íntima y en ocasiones atrevida gracias al alcohol que casi todos habíamos tomado en cantidad. Historias, chistes y alguna que otra confesión a modo de "conozco un amigo que…." nos acercaron a las tres de la mañana, hora en la que dos de nuestras parejas invitadas decidieron marcharse hacia su casa. Solo quedábamos Sonia, Nacho, Jesús, Ana, María y yo. Organizamos las camas y, para mi sorpresa, Ana y Jesús decidieron compartir la habitación con dos camas gemelas. Sonia y Nacho estarían en la habitación de invitados y nosotros en nuestra habitación de siempre, entre las otras dos habitaciones.
Estaba algo animado por el alcohol, y deseaba follarme a María. Mientras ella despedía al resto de nuestros amigos decidí desnudarme y esperarla en la cama, con mirada traviesa. Pero María no se dio cuenta de mi mirada, y tras meterse en la cama…
– ¿Que haces desnudo?
– Esperarte para desnudarte a ti también y echarte un buen polvo. – contesté con decisión.
– ¿Tu estás loco? Están aquí tus amigos y quieres que nos pongamos a follar. Ni lo sueñes, que no deseo montar el numerito.
La contestación de María no me dejó satisfecho, pero intuí que sería difícil convencerla. Ella es una mujer vergonzosa, no conmigo, pero sí frente a los demás, y la sola idea de sentirse oída al follar conmigo la hacía sentir incómoda. Insistí en mis deseos, pero María había decidido ser inflexible. María se durmió enseguida. Había madrugado esta mañana para ir a trabajar, al igual que yo. Pero yo no era capaz de conciliar el sueño, pensando una y otra vez en la negación de María.
Pasado un rato puede escuchar murmullos, sin duda de la habitación de al lado, en la que estaban Sonia y Nacho. Hablaban con claridad y se les notaba cariñosos. Un silencio y leves gemidos al cabo de unos minutos me confirmaron que estaban follando. Sonia trataba de mitigar sus gemidos, pero sin llegar a ser escandalosos podían notarse. Al menos los notaba yo, porque María seguía durmiendo plácidamente.
No fui el único en oírles. Ana y Jesús estaban despiertos y no se conformaron con oír el follar de Nacho y Sonia desde su habitación. Oí el crujir de madera que delataba unos pasos. Me levanté para oír mejor, y pude distinguir las risas calladas de Ana mientras ella y Jesús escuchaban a la pareja. El orgasmo de Sonia fue contundente, con un gemido que entró a mis oídos como el mejor de los afrodisíacos. Pero María seguía durmiendo.
La calma que sucedió al orgasmo de Sonia me delató al igual que anteriormente a Jesús y Ana. Yo también estaba levantado y el crujir del suelo hizo pensar a Sonia que les estaba espiando. Me sonrojé mientras entendía las palabras de Sonia. Nacho, complacido y con cierta morbosidad, aplacaba a Sonia, que se sentía bastante incómoda. Unas risas me indicaron que Nacho convenció a Sonia.
Seguí sin dormir hasta oír de nuevo esos leves gemidos. Eran de nuevo Sonia y Nacho.
– Parece que Nacho sabe convencer a Sonia. – pensé en voz baja.
No estaba dispuesto a volver a hacer ruido, pero no pude evitar concentrarme en lo que oía. Y al concentrarme, mi polla lo hacía conmigo. Sonia había perdido parte de la vergüenza y además de los gemidos de placer podía entender algunas de sus palabras.
– Fóllame, fóllame con fuerza!!! – le dijo a Nacho.
No pude resistir la tentación de tocar a María, de intentar desnudar su cuerpo, pero ella sin despertarse ponía todas las trabas posibles. Los gemidos y mis intentos de desnudar a mi novia hicieron que mi polla estuviera a punto de reventar. Y con eso decidí irme al baño, a masturbarme con las ganas que tenía.
Autor: Dionisium