Trío – Sodomización. Su semental se marchaba de viaje por dos semanas y su apetito sexual era incontrolable. El remedio para aliviar sus deseos sexuales se los dio su ginecólogo.
Después de la aventura tórrida que tuve y sigo manteniendo con Franco, se me abrió una nueva puerta en mi vida sexual. Realmente mis sensaciones se habían multiplicado y gozaba del sexo como nunca lo hubiera esperado. Nuestros encuentros sexuales fueron llevados al máximo, y en una semana que nos conocimos cogimos varias veces. Las clases de ayuda que le proporcionaba para el examen, Franco me las pagaba con una buena dote de verga y unos deliciosos torrentes de caliente semen. Sorprendentemente, a la otra semana de conocerlo, Franco tuvo que viajar de urgencia al interior, pues su abuela materna cayó enferma repentinamente y falleció. Me dijo que permanecería por un lapso de dos semanas en su tierra, y que aprovecharía en los ratos libres a estudiar para el examen. No puedo negar que su viaje no me agradó en lo más mínimo, ya que mis cuotas de sexo se cortaron de golpe. ¿Quién se fijaría en mí, preñada de ocho meses y pico?. Las masturbaciones que tuve que hacer fueron apoteósicas, y tuve que satisfacerme con un gran pepino y bastante vaselina. Sentía que algo extraño me ocurría, mi deseo sexual era incontenible, peor que antes. Ya de por sí era muy puta y calentona, pero como que el embarazo lo multiplico por mil. No pasaba ni una hora, que tenía que salir corriendo a buscar mi amante pepino. Se me aliviaba y al rato me venían unas ganas incontenibles de coger. Estaba como desesperada, las ganas de coger eran impresionantes, y no sabía como hacer para satisfacerme, porque a los pocos días, el pepino si bien me aliviaba, ya me tenía harta. Era una verga artificial, sin vida propia y sin lo que más me gusta: con rico semen calentito. Hacia el fin de la semana, luego de cinco días sin mi querido Franco, y con unas ganas de coger de puta madre, me tocaba la visita al ginecólogo. Concurrí al consultorio, y se me vinieron ideas increíbles de hacerlo con mi doctor. Me dije a mi misma: ¡estás loca, es un profesional, no me va a dar corte!. Claro, el doctor estaría aburrido de mirar conchas y señoras embarazadas, que supuse que la pija ni se le pararía. Esa mañana mis deseos sexuales eran enormes. Cuando llegué a la sala de espera del consultorio, había varias señoras de encargue. La mayoría de ellas acompañadas con sus esposos. Lo cierto es que me dio un poco de envidia, al pensar que ellas tenían marido, y bueno, por lo menos si tenían ganas de coger, contaban con una pija a la orden. Yo como mujer independiente, no tenía marido fijo, y cuando consigo a un semental como Franco, que disfrutaba de cogerse a una embarazada, tiene que desaparecer repentinamente. Cuando me tocó el turno de pasar al consultorio, tenía toda la bombacha mojada de la calentura que traía. Los pensamientos mientras esperaba me habían hecho manar muchos jugos vaginales.¿Qué pensaría el doctor?. Bueno que me importa, después de todo era médico, y no tenía que esconder lo mal que la estaba pasando sin una verga a la orden. Mi doctor era un cuarentón, alto, morocho y con una barba corta. Estando ya dentro del consultorio me dijo:
– ¡Hola Vanessa, ¿cómo estás?!
– ¡Bien doctor, pero últimamente me esta pasando algo increíble! le respondí
– ¡Bueno, vamos a ver! ¡Quítate la ropa interior y súbete a la camilla! me ordenó
Con disimulo, me quité mi empapada braga rosada de encaje. Estaba que chorreaba de jugos, y sin que se diera cuenta, la guardé en mi bolso. Ya acomodada en la camilla, el doctor dejó de escribir en el informe y dijo:
– ¡Bien veamos como está la futura mamá!
Con los guantes de látex tocó mi vagina y es lógico que se le mojó toda la mano. El comentario fue obvio y engañar a un doctor es imposible
– ¿Qué ha pasado aquí?. ¿Vanessa tenéis pérdidas o es lo que me imagino?
No pude mentir, además creo que se dio cuenta de lo que pasaba.
– ¡Es lo que se imagina doctor! ¡Tengo unas ganas incontenibles de mantener relaciones sexuales! lo dije lo más prolijo que pude, mientras mi libido interior decía: ¡Pedazo de pelotudo
, estoy que reviento por tener una buena pija, dura y llenita de leche calentita! ¡Pónmela dentro marica!
El doctor frunció el ceño, esbozó una sonrisa, y sin mayor importancia me dijo:
– ¡Pasa algunas veces! ¡Las embarazadas en general restringen su actividad sexual durante su gravidez, y casi la eliminan en los últimos tres meses de embarazo!. ¡Hay otras que lo hacen normalmente, como si nada pasara, y llegan hasta el día antes del parto con relaciones sexuales normales! ¡Pero hay otras, y creo que es tu caso, que el embarazo las pone muy excitadas, y tienen una especie de fiebre uterina, que las convierte en unas verdaderas ninfómanas! ¡Cuando más avanzado su embarazo, más ganas de tener sexo tienen!
– ¡Eso es lo que me está pasando doctor! – respondí de pronto
Bueno, empecé a contarle como ocurrió todo, cuando conocí a Franco, mis relaciones sexuales, y como tuvo que dejarme por un tiempo en forma repentina.
– ¡A veces sucede Vanessa, pero tu fiebre uterina es importante! ¡Estás toda mojada, pero tu embarazo va espléndido! me comentó
– ¡Qué bueno! agregué
¡Veamos que podemos hacer! ¿Te has masturbado para quitarte tensión? me preguntó
¡No sabe como doctor! ¡Me masturbo un sinnúmero de veces al día, se me alivia y al rato tengo que volver a hacerlo! ¡Estoy descontrolada, necesito a un hombre
de carne y hueso!
¡Es increíble lo que te ocurre Vanessa! ¡Por lo general, la masturbación alivia y algunas embarazadas llevan su fiebre de esa manera, sobretodo cuando tienen un embarazo riesgoso! me dijo
Se sentó en la silla, escribió en mi historia clínica, y yo me disponía a bajarme de la camilla, cuando me ordenó que continuara ahí. Dejo de escribir, llamó a la enfermera, le comentó algo que no pude escuchar y esta salió del consultorio.
¡Vamos a hacerte un pequeño tratamiento que te aliviará! me ordenó
¡Qué bueno doctor! ¿En que consiste el mismo? pregunté
¡Espera, ya vas a ver! ¡Cuando venga la enfermera te vas a dar cuenta! dijo
Apenas terminó de decirme esto, apareció la enfermera y dijo:
¡Ya derive el resto de las pacientes al Dr. Hellman, y la señora Naiers vendrá mañana a verlo doctor! ¡Ah, aquí está la vaselina para el tratamiento!
La verdad es que no entendía nada, y pensé para mis adentros: ¿qué pasará ahora?
¡Mira Vanessa, aunque suene increíble una forma de aliviar tu fiebre uterina, es a través del sexo! ¡Pero no el sexo convencional, sino el sexo anal! me dijo
Me sentí shockeada, y lo único que dije fue un ¡¡¡queeeé!!!
Lógico, me sentí abrumada porque jamás esperé una respuesta de ese tipo de un médico. Enseguida me explicó que biológicamente, el hecho de mantener relaciones durante mi embarazo había dejado mi clítoris sensible y la presión de mi panza contra mi vejiga, hacía que tuviera unas ganas incontenibles de sexo. La penetración anal me daría placer y haría que la sensibilidad se fuera a mi ano, y las ganas de sexo se harían más esporádicas. Bueno eso fue lo que entendí, pero lo que me importaba era que mi problema estaba en vías de solución. Me ordenó quitarme toda la ropa, y cuando estuve totalmente desnuda en el consultorio, comenzó a quitarse la ropa el doctor. Y lo más sorprendente que también la enfermera, que era una señorita joven, también se empezó a desnudar. Al cabo de unos minutos estábamos todos en bolas, el doctor, la enfermera y yo: la embarazada. De pronto, el doctor y la enfermera se empezaron a besar y yo como una tarada los miraba. ¡No te pongas nerviosa Vanessa! ¡La idea es que llegues al máximo de tu fiebre uterina! me dijo Continuaron besándose, y la enfermera, se agachó y comenzó a chuparle la pija al doctor. El tamaño que adquirió ese miembro viril era impresionante, medía como unos veinticinco centímetros de largo por unos cinco de diámetro: era un pijón monstruoso.
¿Es grande, no? me preguntó con una sonrisa perversa La enfermera mamaba y mamaba y el doctor gemía como loco. Me empecé a tocar y la concha estaba que ardía de los chorros calientes de mi vagina.
¡Así
Vanessa, pajéate, mientras nos miras como gozamos del sexo! dijo lascivamente el médico Las ganas de sexo crecieron exponencialmente, me tiré en el suelo y me pajeé hasta acabar como una yegua en celo. Pero al minuto me venían ganas de sexo otra vez. Tenía una laguna entre mis piernas y estaba que reventaba por tener una verga dentro mío: ¡quería esa verga enorme!
El doctor puso en cuatro patas a la enfermera, y la penetró por detrás violentamente. Se la clavó hasta los huevos de un solo golpe. El gemido que dio la pobre mujer y las lágrimas de sus ojos me pusieron nerviosa.
– ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Qué dolor! ¡Por favor doctor, sáquela, sáquela de ahí! gritaba la enfermera
– ¡Aguanta puta, es el tratamiento que hay que hacer! ¡Es por el bien de la medicina! gritó el doctor
Ya no daba más. Quería coger y punto. Me paré y me acerqué a ellos. El doctor me hace una seña y me invita a mirar su verga clavada: ¡qué hijo de puta, se la metió todita en el culo de la enfermera! ¡Con razón lloraba la pobre diabla!
– ¡Así pedazo de puta, mira como le cojo el culo! Me gritó obscenamente
El doctor empezó el mete y saca en el ano de la enfermera, y se ve que le dolía a ella y a él. Se la sacó del culo, y sangraba la pija del médico e hilos de sangre manaban del esfínter de la enfermera.¡Un poco de vaselina, hay que lubricar! dijo el galeno
Tomé la vaselina del escritorio, se lo quise alcanzar pero me dijo:
No, úntame vos la verga con vaselina y ponle un poco en el orto de esta brisca! gritó de golpe
Tomé vaselina entre mis manos y cuando se la iba a poner me cortó, y me puso la pija a la altura de mi cara: ¡chúpamela Vanessa, mama esta pija palpitante!
Su miembro lucía enorme, brilloso, pulsante y sucio de sangre, pero me sorprendió algo: olía a mierda. Acercó mi boca, y cuando lo iba a meter entre mis labios, impulsivamente volví hacia atrás, pues vi que un trozo de mierda, mezclado con sangre, asomaba en la punta de su glande. Me tomó de la nuca y me la enterró hasta la garganta.
¡Dejate de cosas, chupa mi polla, mámala pedazo de puta! gritó asquerosamente
Mamé y lamí la verga, dejándola bien limpita y la unté de vaselina. Lo empecé a pajear, pero me cortó, ordenando que le untará vaselina en el abierto esfínter de la pobre mujer. Prácticamente tres dedos se perdieron en su negro hoyo, el cual poco a poco iba tomando su tamaño natural.
¡Córrete! me dijo, ¡voy a continuar con el tratamiento!. Se la volvió a clavar en el orto, y empezó con el mete y saca. Realmente la vaselina es el mejor lubricante, ya que la enorme barra de carne se deslizaba como un pistón en el ojete de esta hembra.
Los gritos de dolor, se transformaron en gemidos de placer.
¡Así doctor, cójame el culo como siempre lo hace! gemía la enfermera
La verdad es que no entendía nada de nada. Yo era la del tratamiento y el culo se lo estaban rompiendo a otra. De pronto, mientras taladraba el orto, me dijo:
¡Ponte debajo de ella, y chúpale la concha!. Me acomodé como pude, ya que mi panza me estorbaba un poco, y sin querer había formado un perfecto sesenta y nueve con la enfermera. Mi lengua buscó su clítoris y lo encontré. Lo chupé como nunca, mientras el pijón de mi doctor, invadía el recto de la enfermera, haciendo un ruido húmedo, mezcla de la lubricación de la vaselina con los jugos preseminales de la verga. La concha estaba inundada y saboreé los jugos que de ella manaban. De pronto, el éxtasis me invadió. En el otro extremo de mi cuerpo una lengua me chupaba la concha. ¡La enfermera estaba lamiendo mis jugos, y con la punta de su lengua buscaba desesperadamente mi ojete!.
La imagen era impresionante, una embarazada haciendo un sesenta y nueve con la enfermera, mientras el ginecólogo con su pijón de veinticinco centímetro de largo, le cogía el culo a esta última. De pronto se detuvo, sacó su pollón del recto, llenó de vaselina, jugos, sangre y con un olor mierda bárbaro. Se paró, nos ordenó pararnos y me indicó que me pusiera en la camilla. ¡Bueno, me llegó la hora, me dije interiormente!. Me acomodé, abrí mis piernas, el doctor se agachó y me comenzó a chuparme l
a peluda concha. Su lengua escarbaba en mis labios vaginales, y mi clítoris era presionado entre sus labios.
– ¡Me acabo, me acabo! grité entre gemidos, ¡Sí, chupe mi concha doctor, lame la conchita de la embarazada! agregué lascivamente. A todo esto la enfermera, masajeaba mi enorme panza de ocho meses y medio, untándola con vaselina, y besándome en la boca. ¡Qué tratamiento estoy recibiendo!
En un momento, el doctor dejó de lamer, su barba estaba mojada de mis jugos y su saliva, se paró y fue hasta el gabinete, y volvió con una brocha, crema de afeitar y una maquinilla. Ahora si que no comprendía nada de verdad, ¿el doctor se iba a rasurar?. ¡Qué ilusa que fui!. La enfermera comenzó a cortarme los largos pendejos con una tijera quirúrgica, y me untó la concha con crema y ahí supe que lo que iban a afeitar eran los negros pendejos de mi concha. La afeitada final la hizo el médico, quién con una precisión fenomenal, me quitó todos los pelitos, dejándome la concha como la tenía cuando era una niña: bien peladita y rosadita. Me enjuagó la concha con agua tibia, y me dijo:
¡Ahora sí, el tratamiento empieza!. Tomó su enorme badajo entre sus manos, mientras la enfermera lo untaba de vaselina. Me empezó a frotar su enorme cereza entre los labios y mi clítoris, haciendo pequeñas inserciones, sacándola inmediatamente.
– ¿Te imaginarás que este vergón no te lo puedo meter en el estado que estás? ¡Podría hacerte daño, y no queremos que nada suceda a tu embarazo! me dijo muy seriamente.
Escarbaba mi conducto natural, y de a poquito iba tanteando mi pequeño y virginal orificio. Tengo que ser honesta, a pesar de mi liberal sexualidad nunca había cogido por el culo. Un dedo de la enfermera untado en vaselina fue la primera sonda que invadió mi ojete. Masajeándolo, fue dilatándolo poco a poco, de manera de permitir que los cinco centímetros de grosor de la verga, se insertaran lo más cómodo y menos doloroso posible. El momento llegó: cerré mis ojos, apreté mis labios, y mientras la enfermera masajeaba mis tetas y mi panza, una enorme barra de carne comenzó a introducirse en mi culo. Centímetro a centímetro, y en forma distinta a lo que pasó con la enfermera, mi recto fue invadido por la pija: la más grande que me hubiera cogido. Al cabo de unos segundos, toda la masa estaba dentro de mí, y reprimí sobrehumanamente el llanto, ya que el dolor era impresionante. Podía sentir sus testículos, golpeando mis glúteos, y la lengua de la enfermera lamía mi clítoris con increíble frenesí.
– ¿Sentís mi pija en el culo, pedazo de putita preñadita? – me dijo lascivamente el doctor. ¡Yo te voy a sacar las ganas de andar cogiendo en tu estado! agregó
– ¡Despacito por favor, el culo me duele mucho doctor! protesté
– ¡Cállate puta, yo soy el médico y se muy bien lo que hago! – gritó de golpe
Y sin mas miramientos, y sin aviso alguno, comenzó a cogerme el culo con esa pija gigante a una velocidad como lo hacen los conejos. Exploté en un solo grito, y traté de zafarme, pero la maliciosa de la enfermera me sostuvo, mientras el doctor me sujetaba de la panza e invadía y salía de mi prieto orificio.
– ¡Ayyy, ayyyy, no, por favor, no! grité desconsolada, ¡el culo, mi pobrecito culo, me lo está desgarrando todo, sáquela doctor, no aguanto más! agregué entre gritos, lágrimas y forcejeos.
– ¿Querías pija?, ¿querías coger mi amor?, ¡yo te voy a sacar la fiebre uterina de una sola vez, pedazo de preñada puta! gritó salvajemente
– ¡Así doctor, sin compasión, usted es el mejor ginecólogo del mundo! ¡Es un especialista en la fiebre uterina de las embarazadas! – dijo la maliciosa de la enfermera.
– ¡Por favor doctor, me está deshaciendo el culo, ayyyy! – imploré desconsolada.
– ¡Sé lo que hago! dijo el malvado, mientras su pija escarbaba en lo profundo de mi ojete.
En esa situación me tuvo unos minutos, bombeando fuerte dentro de mi culo, sintiendo el roce de su impresionante glande. De repente, un espasmo me sobrevino y un dolor en el bajo vientre invadió mi ser: me vinieron ganas de cagar.
– ¡Me cago, me cago, por favor, me vinieron ganas de cagar! grité de golpe
– ¡Ah, puta,
no evacuaste antes de venir! ¡Espera, no vayas a cagarme todo! dijo el médico Sacó su enorme pija, y pude verla cuando se hizo a un lado que estaba bien dura, toda roja de sangre (me había roto el culo) y con suciedad a caca en la punta de su glande. De inmediato, la enfermera tomó una chata, me la colocó debajo y casi sin proponérmelo, un montón de mierda maloliente salió por mi agrandado ojete, proveniente de mis intestinos. Un olor nauseabundo invadió el consultorio, y la chata estaba llenita de excrementos. De mi ojete, goteaba jugos, mierda líquida, y en este éxtasis me vinieron ganas de terminar con el tratamiento.
– ¿Terminó doctor el tratamiento? Pregunté ingenuamente
– Para nada, esto no termina hasta que acabo! Dijo groseramente
De inmediato se acomodó entre mis piernas, y sin limpiar nada, me clavó su sucia verga en mi deshecho ojete. El bombeo fue retomado, y empecé a gozar del
sexo anal como nunca lo hubiera imaginado.
– ¡Así papito, cógete el culito de esta pobre embarazada! ¡Deja ya tu leche! – grité lascivamente
– ¡Ah putita, cómo te gusta esta pija en tu culo, toma, toma, brisca de mierda! – contestó el doctor
De repente un espasmo nos envolvió y arqueándose sobre mi gorda barriga, el bombeo se incrementó: el doctor estaba por eyacular. Yo gozaba como una perra en celo, y ni siquiera sentía esa polla en mi recto. Sólo me dedicaba a disfrutar como siempre lo he hecho. En un momento, la pija gorda salió de mi desvirgado ojete, y tomándola entre sus manos comenzó a pajearse, tratando de eyacular. Como si estuvieran sincronizados, la enfermera arrimó una silla al lado de la camilla, y de un salto el doctor se paró encima, de forma que su palpitante pija quedara a la altura de mi cara.
Evidentemente pretendía acabar en mi cara, y traté de cerrar los ojos. Se pajeaba mientras emitía gemidos e insultos soeces como: ¡embarazada puta!, ¿queréis mi leche caliente?, ¡brisca de mierda!, y la enfermera se dedicó a chuparme la concha rasurada y el culo destrozado, dándome un placer indescriptible.
– ¡Abrí la boca puta! ¡Voy a acabaaaaaaar! gritó el médico
Sin oponer resistencia, y con los ojos aún cerrados, abrí mi boca e instintivamente saqué mi mojada lengua, y casi al instante un torrente de semen caliente y espeso cayó sobre ella, al momento que el doctor gritaba de éxtasis placentero. Degusté esa leche caliente, al que me lo fui tragando poco a poco, y el glande lechoso era refregado entre mi lengua, labios y mejillas. En ese momento acabé, ya que la enfermera terminó su trabajo en mi concha, tomando y lamiendo mis jugos vaginales, con mezcla de semen y tal vez mierda. Era lo más guarro que me hubiera ocurrido en la vida. Terminamos exhaustos, y la verdad es que con un polvazo de esta forma le sacan las ganas a cualquiera.
– ¡Esto es lo que precisaba Vanessa! me dijo el doctor recomponiéndose, al momento que se limpiaba la pija con agua y jabón y comenzaba a vestirse otra vez. Lo mismo hizo la enfermera, pero sin hacer comentario alguno. Mientras tanto, yo estaba en la camilla, toda sucia, cagada y con el culo hecho una flor. Me
ayudaron a bajar, me lavaron la concha, la panza y la cara. Comencé a vestirme despacito, ya que el culo me dolía como nunca. Antes de ponerme los sostenes, el
doctor me interrumpió y dijo: déjeme ver sus senos por favor!. Tomó mis pezones al mismo tiempo y presionó contra mi areola, sacando un chorro de leche que saboreó.
– ¡Muy sabrosa tu leche Vanessa! ¡Tu bebé sabrá disfrutarla! ¡Vístete! me dijo.
Me vestí y antes de salir me dijo que con este tratamiento se me iban a ir las ganas de coger, por lo menos un poco. Si necesitaba otro tratamiento, que viniera cuando quisiera, que para eso él era un médico. Me despedí, concerté una cita para la semana que viene y partí rumbo a mi casa, caminando despacio y con el ojete hecho añicos. Lo cómico, que a la salida, en la calle me cruzó con una señora mayor que me dice: ¡que bien le queda el embarazo, se ve que usted es una señora de verdad!