Disfruta aquí de la primera parte de «Socorro mutuo»
Los dos hermanos siguieron hablando de Dámaris, de los hijos, del matrimonio… Alma, cada vez más excitada, seguía facilitando las miradas furtivas de su hermano hasta que se dio cuenta de que no se rascaba sino que disimulaba su erección. ¿Se la acababa de poner dura a su propio hermano? ¡Chica, eso sí que subía la moral!, pensó. Pero en seguida le dio lástima estar calentando al pobre Andrés y se levantó para sentarse a su lado y evitarle la tentación. Así podrían hablar más de cerca; quería que se sintiera cómodo, que soltara todo lo que lo enfurecía.
- La verdad es que no sé por qué me enfado – dijo Andrés con gran decepción, cuando vio que ella se sentaba a su lado. Quería seguir espiando bajo su bata, estaba muy caliente y notaba el corazón bombeando sangre a su polla, gorda bajo el pantalón de deporte. Le vinieron a la mente las veces que se masturbó espiando a sus hermanas y a su madre. Pero todo aquello pasó cuando dejó la pubertad, se buscó novia y dejó de espiarlas. ¿Por qué le volvía ahora a asaltar aquel deseo? Demasiado tiempo sin sexo, seguro. Sólo su mente lo refrenaba para comportarse decentemente pero, de haber obedecido a su excitación, se hubiera sacado la polla y no habría parado de sacudirla hasta correrse sobre su hermana. Cuando no miraba sus bragas o sus tetas y atendía la conversación, imaginaba aquella boca y aquella lengua rodeando su verga y debía mover otra vez su paquete, aprisionado en el calzón.
- ¡Pues eso digo yo también! ¡Venga, ven aquí, tonto! – Alma quiso apagar su propio deseo mostrándose maternal con su hermano, que abrió los brazos sobre el respaldo del sofá. Ella apretó su cabeza en el torso desnudo de Andrés y lo abrazó por la cintura recostándose a lo largo del sofá. Él dejó caer su mano en la cintura de Alma y le besó la cabeza. Siguieron hablando, cómodos en el abrazo. La cara de Alma estaba sólo a un palmo del paquete de Andrés, sentado en esa pose tan masculina, con las piernas muy abiertas. A Alma le hubiese encantado acariciar aquellos muslos poderosos de deportista y le hubiera peinado el vello con los dedos hasta llegar a las ingles. En ese momento, habría dado cualquier cosa por meter la mano dentro del pantalón corto y masajearle los huevos a su hermano, rodear la polla con la mano y notar cómo se endurecía en su palma, caliente, húmeda y gorda.
- ¿Sabes cuánto tiempo hace que no abrazo a mi mujer? – dijo de repente Andrés. Él mismo se sorprendió de la deriva de sus pensamientos y cómo los había verbalizado impulsivamente. Su mano izquierda notaba la cinta del tanga rodeando la cintura de Alma y miraba cómo sus muslos se elevaban en una curva deliciosa. Sus tetas se apretaban contra su vientre y creía notar sus pezones, duros y erectos contra su piel. Con la otra mano le acariciaba su melena morena y cerró los ojos; se imaginó bajando la mano hasta apretar con fuerza las nalgas de su hermana mientras su otra mano acompasaba el movimiento de subida y bajada de la cabeza de Alma, que le chupaba la polla. Aquellos pensamientos hicieron que la verga diera un respingo y abrió los ojos asustado, esperando que su hermana no lo hubiera notado.
- ¡Entonces ya sé qué es lo que te pasa, joder! – sonrió Alma mientras se incorporaba para mirar de frente a su hermano. Había visto cómo la polla de Andrés se encabritaba dentro del pantaloncito y lo quiso provocar con una broma que, por otra parte, no lo era tanto. – ¡A ti lo que te falta es un buen polvo, macho! – y los dos se rieron a gusto, dándose empujones cariñosos. Cuando volvieron a la pose anterior, Andrés volvió a hablar.
- ¡Pues no sé cómo, tú me dirás!
- ¡Pues entonces hazte una paja, chato, como hacemos todos! ¡Así no puedes seguir! ¡A ver si te crees que yo me quedo tan pancha con tanta sequía!
- No me jodas, Alma. Necesito un poquito de cariño. Con una paja no basta.
- ¡Hombre, cariño ya te doy yo!
- Oye, ¿y una paja no? – Andrés lo soltó como una broma pero con cierta picardía. En lo más recóndito de su ser albergaba la esperanza de que su hermana aceptara la oferta. Pero eso era imposible, claro. Alma se incorporó una vez más y dibujó una gran O de asombro en sus labios, divertida y escandalizada.
- ¡Sí, hombre, claro! ¡Tus ganas! ¡Serás animal! – aunque se reía con la broma, Alma hubiera querido sacarle la polla y chupársela hasta sentir la leche caliente en su garganta. Pero eso no podía ser. Eran hermanos y eso no pasaría nunca. Le aporreó el pecho mientras se reía y Andrés le pellizcó el culo, provocando los gritos de protesta de ella, que no se arredró y le apretó bajo el muslo hasta que dobló a su hermano con un grito de dolor.
Toda esa lucha de bromas y juegos escondía el deseo reprimido de los dos hermanos, que aprovecharon para meterse mano como dos adolescentes: Alma notó la dureza del miembro de su hermano contra su hombro mientras ella le apretaba el muslo hasta hacerle gritar; entre pellizco y pellizco, Andrés le sobó el culo cuanto quiso y, durante unos gloriosos segundos, notó que sus dedos se deslizaban sobre el tanga mojado y pasaban entre los labios del coño de su hermana, que se retorcía, intentando sacárselo de encima. Cuando el dolor en el muslo le hizo dar una patada, Andrés tiró involuntariamente una de las latas de cerveza, que se derramó sobre la mesa y chorreó hasta el suelo.
- ¡Venga, para ya, salido, que tengo que hacer la cena! Haz el favor y limpia tú ese desastre – Alma se levantó con desgana, atusándose el pelo y arreglándose el vestido, que tenía subido hasta la cintura y se dirigió a la cocina, contoneándose con exageración, segura de que su hermano le estaba mirando el culo. Andrés se quedó quieto, mirando cómo se alejaba su hermana mayor, deseando ponerla a cuatro patas y penetrar aquel culazo con su polla hasta llenarla con su leche. En vez de eso, cogió con rabia unas servilletas y empezó a secar la mesa, ignorando el dolor en su entrepierna.
Aquella noche los dos hermanos se masturbaron en sus respectivas habitaciones. Alma todavía sentía la polla de su hermano, dura contra su hombro. Se arrepentía por haber ofrecido tanta resistencia cuando le empujaba la cabeza hacia abajo; le hubiera gustado dejar que le restregara la cara contra su paquete y le hubiera mordido la polla por encima del pantalón. Se corrió sintiendo las manos de Andrés en su nuca y en su culo, imaginando que culminaba esa paja que tan a punto estuvo de hacer. La próxima vez que se la chupara a su marido, lo haría pensando en su hermano. Y quizá durante aquellas vacaciones buscaría la ocasión de volverlo a calentar… Sí, eso haría.
Separados por una pared, Andrés se corrió al mismo tiempo que Alma, chupando el dedo que mojó en sus braguitas. Recordó cómo había visto esa tarde el cuerpo de su hermana y cómo había conseguido meterle mano. La imaginó en todas las posturas posibles y hartándola con su semen. La vio, en fin, entregada a esa paja que le había pedido y que, estaba seguro de ello, estuvo a punto de conseguir. En cuanto pudiera tener de nuevo sexo con su mujer, le follaría el culo pensando en Alma. Estaré una semana aquí, tengo que tocarle el coño una vez más – se prometió. Y se volvió a masturbar, mientras lo planeaba.
Continúara…