Disfruta aquí de la segunda parte del relato «Socorro mutuo»
Todo esto pasó en realidad y nada más que eso. Pero existen realidades alternativas, donde pequeños cambios en nuestras decisiones o en nuestros actos han creado nuevos mundos con nuevas historias. Y en uno de esos mundos la patada de Andrés no derramó la cerveza. En uno de ellos, Andrés se rindió.
- ¡Vale, vale! ¡Me rindo, me rindo! – los apretones de Alma le dolían en la pierna y se la frotó para suavizar el hormigueo. Más tranquilos, Alma volvió a recostarse sobre el pecho de Andrés y acarició las pequeñas marcas rojas que había provocado.
- ¿Te duele? – dijo, al rato. Se fijó en que el bulto bajo el pantalón había crecido ostensiblemente con la lucha. Su hermano estaba totalmente empalmado y la polla se le marcaba en el pantalón. No le extrañaba, claro. Había sentido sus manos magreando su culo y notó claramente como sus dedos rozaron el tanga, hundiendo la tela en su coño. Y ahora ella acariciaba los muslos de Andrés muy cerca del paquete.
- No, no mucho, tranquila. ¡Pero estás muy fuerte, tú! – sin que ella pudiera verlo en esa posición, Andrés echó la cabeza hacia atrás para espiar bajo la falda de Alma, que se le había enrollado muy arriba durante la pelea, y que dejaba ver los cachetes de las nalgas y el hilo del tanga. Se mordió el labio por la excitación; su hermana tenía un culo fantástico, como a él le gustaban. No era igual verla en la playa en bikini que verle el culo en un descuido en casa y estaba terriblemente caliente. Además, las caricias de Alma lo estaban excitando muchísimo y sabía que su erección era más que evidente. – Pero tus caricias me alivian, gracias. Ya que no va a haber paja, al menos que no me duela nada, ¿no? – volvió a bromear Andrés. Alma recibió las palabras como una descarga eléctrica que le erizó el vello de la nuca y no contestó. Siguió acariciando las piernas velludas con la mirada fija en la entrepierna hinchada de Andrés. Al cabo de un largo minuto se decidió a contestar.
- Bueno, y si te la hiciera, ¿qué? ¿Qué pasaría? – esta vez fue Andrés el que recibió la descarga, haciendo encabritar aún más su polla. Intentó parecer divertido cuando respondió.
- ¿El qué? ¿Una paja? Pues nada, mujer, qué iba a pasar. A mí me ibas a dar un gusto, eso seguro – a Alma le seguía costando responder.
- ¡No me digas que no te puedes apañar tú solito!
- Hombre, pues sí, claro. En casa no hay dos días seguidos que no me la casque pero aquí, con los papás y los chicos….
- ¿Y tú crees que si te la meneara yo te sentirías mejor?
- ¡Hombre, pues claro! ¡Muchísimo mejor, tú dirás! No me voy a morir, claro, pero me noto de muy mala hostia. En fin,como no va a pasar, no hace falta ni hablar de ello.
- ¿Y quién dice que no? – insistió Alma.
- Pues yo. Tú nunca te atreverías, está claro que… – Andrés no pudo acabar la frase porque la mano izquierda de Alma, que antes acariciaba el muslo enrojecido, apretaba ahora el paquete de Andrés por encima del pantalón y masajeaba el enorme bulto. Andrés se quedó de una pieza, inmóvil, con una mezcla de sorpresa y excitación y no supo qué contestar.
- Oye…yo…esto… – tartamudeó Andrés mientras miraba cómo su hermana le apretaba la polla y los huevos.
- ¿Qué pasa? – Alma estaba asustada. Su corazón estaba desbocado y no sabía cómo estaba reaccionando su hermano: dudaba entre desear que le obligara a parar o rezar para que no lo hiciera. Su excitación era brutal: se debatía entre el rechazo moral y su deseo desbocado; se sentía muy guarra y el mero pensamiento le mojó de nuevo las bragas; sudaba a mares y creía que se marearía.
- ¡Nada! Sólo que, oye, si no lo ves claro… – Andrés sintió un pinchazo de remordimiento y padeció por su hermana. No quería que se sintiera mal o que hiciera aquello por lástima.Pero estaba a punto de gritar de lo cachondo que estaba, se odió por dudar y deseó no haber dicho las palabras anteriores.
- Mira, como no te des prisa, me voy a arrepentir de esto – Alma temblaba de emoción y se notó la voz rara al decirlo. El corazón se le iba a salir del pecho cuando vio a su hermano meter los pulgares en el elástico del pantalón, levantar el culo de sillón y bajárselos hasta los tobillos. Se quedó sin aliento: allí estaba Andrés, desnudo, con la polla tiesa pegada sobre su vientre y que le llegaba casi hasta el ombligo; roja, húmeda y palpitante, su glande asomaba casi completamente por debajo del prepucio y dos grandes huevos le colgaban hasta descansar en el asiento del sofá. Se descubrió con la boca abierta, pasándose la lengua por los secos labios y sin palabras. ¡Caray con el hermanito!
- Bueno, ¿qué pasa ahora? – Andrés temió que Alma se hubiese asustado y que se hubiese arrepentido en el último momento. Pero notó el deseo en la mirada de su hermana y se sintió orgulloso de sus atributos: que una mujer madura, casada y con hijos te mirara el rabo de esa manera era como para estar contento, sin duda. Alma parecía estar en shock pero de repente, volvió a dejar caer su mano en el muslo desnudo de Andrés y empezó a acariciarlo nuevamente. De la rodilla subió lentamente hasta la ingle y volvió a bajar; cada vez que rozaba los huevos con el dorso de la mano, aguantaba la respiración y volvía a bajar a la rodilla. Andrés quiso decir algo pero ella se adelantó y le miró a los ojos antes de hablar.
- ¡Joder, Andrés, cariño, menudo aparato! ¡Vaya con el nene! – y esta vez la mano no se detuvo en la ingle, sino que siguió su recorrido y agarró los huevos en un puño y los apretó con un ligero masaje. La calidez de su mano y el movimiento que imprimía aceleró el pulso de Andrés hasta hacerle doler en el pecho.
- ¿De verdad lo crees? – dijo él, mientras Alma sacaba el brazo derecho de la espalda de Andrés y la pasó por delante, apoyándose en su vientre y acariciando la ingle derecha. El movimiento acercó más a los dos hermanos y Andrés la dejó actuar mientras él aprovechaba para acabarle de levantar la falda y dejarle el culo al aire. Paró un segundo y la miró: aunque Alma le masajeaba los huevos, no sabía hasta qué punto estaba receptiva a sus caricias y esperó por si ella le reprendía por desnudarle el trasero. Al ver que ella no se quejaba, absorta en sus caricias, se decidió a ponerle la mano en el culo y se lo acarició, apretándole las nalgas.
Alma notó cómo su hermano le sobaba el culo y se tensó un momento. Se puso a pensar en que le estaba tocando los huevos a un hombre ¡que no era su marido! ¡Y no sólo eso sino que además aquel hombre era su propio hermano! ¿En qué se había convertido? Quería mucho a su marido: ¿qué pensaría él si la viera en ese momento? Sólo pensar en su marido mirándola con otra polla en la mano, la puso más cachonda y decidió dar un paso más. Justo en el momento en que su hermano pasó la mano por debajo del hilo del tanga y le acarició el ojete con dos dedos, ella se inclinó para favorecer la caricia y asió la base de la polla con la mano derecha sin dejar de amasar los huevos con la izquierda. Andrés no podía creer que aquello estuviese pasando. Su hermana mayor le estaba acariciando lentamente la polla y él la correspondía acariciando los pliegues de su ano, que se abría a la menor presión.
Continua en Socorro mutuo (Otros mundos) 4ª parte