Jamás pensé en lo que me iba a deparar aquel verano. Todos hemos tenido fantasías alguna vez. Lo cierto y verdad es que aquellas vacaciones iban a ser especiales. Llevaba dos años casado, y la verdad es que mi matrimonio iba bien. Quizás mi mujer era algo reacia a probar cosas nuevas en la cama. Ese era nuestro talón de Aquiles. Yo era mucho más activo que ella, siempre necesitaba más.
Tenía 25 años y una vitalidad ardiente que me invitaba a querer sexo a todas horas, por el contrario mi mujer en ese aspecto no conseguía llenar mis necesidades. Cuando llegó la hora de marchar de vacaciones, no pensé que ese viaje, a priori aburrido y casi de obligación, iba a ser tan maravilloso. Incluso llegué a desear el no volver a casa. Días atrás, mi madre había insistido en que fuéramos mi mujer y yo a casa de una tía mía, en el pueblo, en Córdoba.
Mi tía, la pequeña de tres hermanas, tenía 42 años, y hacía dos, quedó viuda por un desgraciado accidente de carretera. Pasaba una mala época, y mi madre, quería que le fuéramos a hacer compañía unas semanas. El recuerdo que yo tenía de ella era muy lejano, la última vez que la vi, tendría yo 12 años, más o menos. Siempre había sido diferente a sus hermanas, más alegre y atrevida. Recuerdo que era muy liberal, la diferencia de edad con sus hermanas, siempre la hizo más cercana a los juegos y a la diversión. No era la típica tía.
Al llegar al pueblo, nos esperaba a la entrada. Mi primera mirada me recordó su belleza. Era realmente guapa, morena de piel y ojos verdes, muy grandes. Quizás los años la habían dotado de esa madurez que hacen ser más interesantes a las personas. Al llegar a su casa, quedamos prendados de lo bonito del lugar. Tenía una casa enorme con piscina. Nos llevó a nuestra habitación que quedaba muy retirada de la suya. Antes de cenar quisimos probar la piscina, y animamos a mi tía a que se bañara con nosotros. Hacía casi dos años que no lo hacía.
Supongo que por no quedar mal con sus invitados, al final, lo conseguimos, y corrió a cambiarse. El agua estaba helada, pero después del viaje apetecía refrescarse. De pronto, hay estaba ella, dejó la toalla en la tumbona, y dejó ver algo que se intuía, un cuerpo precioso. El bikini blanco que llevaba, además, hacía más escultural su figura. No parecía posible que algo tan bonito, pudiera haber estado dos años sin ser mostrado. Su estatura, 1,70, hacían de ella que sus largas piernas, y su jovial figura, no aparentara más de 35 años.
Llevábamos 15 minutos en el agua cuando sonó el móvil de mi mujer. Salió del agua y fue a cogerlo. Marchó a cambiarse y allí nos quedamos mi sacándolo del bañador.
Después, se bajó ella su braguita, y así, por detrás, lo introdujo poco a poco. Me costaba concentrarme, mi mujer podía venir en cualquier momento, ella no podía parar, quería más, no dejaba de gemir y jadear. De pronto se giró, me besó, primero muy suave, casi rozándome, después fue entreabriendo la boca, rechazándome cada envite, al final su lengua buscaba refugio en mi boca, había estado mucho tiempo sin gozar, y eso se notaba, estaba muy cachonda, no dejaba de tocarme, con su mano, asía fuertemente mi miembro, hasta casi hacerme daño. Y no lo soltaba. -Sobrino, esto ha sido un aperitivo, no estaría bien que tu mujer nos viera-, me dijo. Yo no era hombre de quedarme a medias, pero la situación no invitaba a otra salida.
Llegaba mi mujer cuando ya nos estábamos secando. Tenía la intención de hacer la cena. Mi tía le explicó donde estaban las cosas, y mi mujer se enfrascó en las tareas de la cocina. Yo me fui al baño, quería darme una ducha. Me estaba secando la cabeza, cuando de repente, de rodillas, ante mí estaba mi tía. Cerró la puerta con cerrojo y sin dilación cogió mi pene flácido y se lo introdujo en la boca. Con movimientos de ida y vuelta fue haciendo que este, dentro de esa preciosa cueva, fuera creciendo hasta obtener su mayor esplendor. Era como su obsesión, no dejaba de succionar,
cada vez más fuerte. Me besaba el glande, jugueteaba con él con su lengua, besaba mis testículos. Me dic cuenta que no quería follar, eso supongo lo dejaría para más tarde, ahora solo tenía la intención de hacerme una buena mamada, la mejor mamada de mi vida. Ella mandaba, no me dejaba hacer. Solo podía tocarle los pechos. Todavía más duros de lo que imaginaba, con los pezones muy grandes, muy negros. Y así siguió, hasta llegar al éxtasis. Mi leche rebosaba por su boca, y ella no perdía bocado, quería bebérsela toda.
La cena transcurría normal, hablando de la familia, lo típico. Mi tía, sentada enfrente de mí no dejaba de ponerme nervioso, con su mirada. Donde quedaba aquella mujer, que horas atrás nos vino a recoger, que aparentaba estar hundida. Parecía mentira. Ella seguía con su juego, de intimidarme, jugueteaba con su pie en mi paquete, mientras contaba historias familiares que hacían que mi mujer se aburriera. Su cara así me lo decía. Al recoger la mesa, mientras yo fumaba un cigarrillo, al pasar por detrás y recoger los platos, mi tía hacía por rozar sus pechos por mi espalda. No llevaba ropa interior, sus pezones volvían a clavarse en mi cuerpo y su dureza la delataban. Con el café siguieron las historias de familia, eran ya las doce de la noche, cuando mi tía se empeñó en enseñarnos unas fotos antiguas que tenía en su habitación. Mi mujer, ajena a toda esta movida, y empujada por el cansancio, se excusó para verlas al día siguiente. No sin antes insistir en que si nos apetecía, las fuera a ver. Su habitación era enorme. Tenía una enorme cama. Un enorme espejo en la pared. Y yo tenía enormes ganas de tomarme la revancha. Así que esperamos un tiempo prudencial, y estando sentados en la cama, quité el álbum de las manos de mi tía y la tumbé a lo largo. Ahora iba a ser yo el que iba a llevar el mando.
Fui desabrochando la camisa poco a poco, intercalando besos suaves por el cuello, con mordisquitos, todo muy sensual. Como ya sabía, no llevaba sujetador, y besé sus pechos, me recreé con paciencia en ellos, los besé mil veces y succioné de sus pezones negros, cada tantas ganas como nunca lo había hecho con mi mujer. Fue tremendo. Los dos nos corrimos sin dejar de besarnos. Después la solté, nos besamos y marché para mi habitación. Antes de salir ella me dijo:- ¡mañana será otro día, y puede ser que me toque a mí mover ficha…! ¿Os ha gustado?, pues seguro que pronto, si queréis, habrá más. Para cualquier sugerencia, tienen mi correo.
Autor: Tono Hot tono.hot ( arroba ) hotmail.com