Cuando paro el bus para comer, fui a mear, de repente junto a mi un ejemplar de pelicula, termine chupandole toda su linda polla
Esta Historia transcurrió hace ya algunos años, a punto de cumplir los 18, cuando estudiaba COU en un Instituto de una ciudad costera del sur de España.
Antes que nada me presentaré. Mi nombre es Jorge, soy bisexual y me podría definir como un auténtico salido. Un amante del sexo de todo tipo, del sexo salvaje y rápido, del sexo refinado y lento. De cualquier tipo de sexo con hombres o con mujeres, preferiblemente jóvenes. De todo tipo hubo en aquel Viaje de Estudios.
Salimos una mañana de viernes en un par de autobuses en los que nos amontonábamos un montón de chicos y chicas. Era el comienzo de la primavera y las hormonas estaban en plena ebullición. Se avecinaba un viajecito caliente de pensamiento, palabra y obra.
Yo había tenido algún que otro rollo con Pedro. La primera vez que chupé una polla fue la suya. Teníamos 16 años y nos habíamos quedado los últimos en el vestuario cuando empecé a meterme con él porque se le había puesto morcillona. Estábamos aún desnudos y empecé a provocarle a conciencia.
– ¿Qué? ¿Te empalmas viendo pollas de tíos? ¿Eres mariconcete? Venga confiesa que te la vas a menear en cuanto llegues a casita. Me di la vuelta para vestirme con media sonrisa en la boca cuando oigo detrás mía una voz temblorosa.
– A lo mejor me dejarías primero meneártela a ti.
Me quedé parado. No esperaba que fuera a reaccionar así, pero cuando me giré mi polla estaba hablando por mí. El se acercó sonriendo aunque sin dejar de temblar y me la agarró tiernamente. Comenzó a moverla despacito arriba y abajo con su mano izquierda mientras pasaba la derecha por encima de mi hombro, abrazándome. Mis manos se fueron a su cintura sobre unas preciosas nalgas redonditas, muy blancas. El seguía con su paja mientras sus ojos me miraban embelesados. Comenzó a besarme el pecho, los pezones, el ombligo. De pronto mi polla desapareció entre sus labios. Creí haber conocido el paraíso en esos momentos. Cuando me corrí el se ocupó de no desperdiciar ni una gota. Y debo decir que fue una corrida abundante, salvaje. El se quedó abrazado a mí y debo decir que me sentí obligado a corresponderle. No me salió instintivamente sino que fue algo forzado, pero a los pocos segundos empecé a disfrutar mientras daba placer, algo que siempre me ha acompañado después. No hay nada que me excite más que ver excitarse a otros.
El caso es que un par de años después y unos cuantos polvos por en medio, Pedro y yo estábamos sentados juntos camino de Italia en un magnífico y nuevecito autobús, y la conversación se puso interesante planeando lo que íbamos a hacer en aquel viaje. El sabía que yo era bisexual y yo que él era gay. En esos dos años nos habíamos hecho sobre todo buenos amigos, y cómplices en algunas de nuestras tropelías sexuales. Teníamos claro que se nos presentaba una oportunidad única para intimar (puro eufemismo) con algunos de los tíos más buenos de nuestro COU que pretendíamos cayeran a cualquier precio, en mi caso también alguna que otra chica, y según hablábamos nos íbamos calentando.
Me incorporé un poco en el asiento y pasando la cabeza sobre los de adelante me quedé mirándole las tetas de forma descarada. Era una rubia preciosa con un par de elementos de buen calibre, algo sonrosaditos por el Sol.
– Magnífica vista ¿se puede tocar?
– Gilipollas
– Pues seré gilipollas, pero los sujetadores blancos de encaje me ponen mucho. Sobre todo cuando dejan entrever un pezón y una aureola oscurita…
Tuve que incorporarme y esquivar un golpe dejándome caer hacia atrás, antes que la furia rubia me embistiera. Aunque me pareció ver que sus ojos denotaban algo más que rabia. Me dijo de todo y ahí quedó la cosa, de momento.
A la hora de la comida paramos en un área de servicio en la autopista. Nos dieron una hora de suelta para que comiéramos, antes de continuar viaje. Lo de la comida se presentaba harto difícil, porque aquello estaba atestado. Toda España parecía haber salido de Viaje de Estudios el mismo día y por la misma carretera.
Fui a mear y me encontré al la
do de un chiquito de unos 16 ó 17 años que descargaba en el contiguo. Sin cortarme demasiado me quedé mirándole la polla y no pude evitar un gesto de sorpresa al ver aquel aparato que en reposo no bajaba de los 16 cm.
El chico se dio cuenta y su polla también empezó a levantarse como un puente levadizo en un castillo medieval. Imponente. Cogí su mano y se dejó conducir suavemente a una de las cabinas del aseo. Allí se abrazó a mí como si fuera lo último que haría en el mundo. Me levantó la camiseta con una mano mientras con la otra buscaba la forma de quitarme los vaqueros con rapidez. Le detuve y le apoyé de espaldas contra la pared, levantando sus brazos. Le quité la camiseta y comencé a acariciar su pecho, sin dejar que bajara los brazos. Intenté besar sus labios pero cerró la boca, hasta que mi aliento y mi lengua por el entorno de ésta consiguieron que la entreabriera para mí. Nos besamos de forma instintiva, no exenta de una gran ternura. El reverso de mis manos acariciaba sus pezones y el camino que había entre estos y su ombligo, en un pecho y un abdomen lampiño y terso. Sujetando sus brazos en alto besé estos, sus axilas, el entorno de su pecho. Le bajé de un tirón sus pantalones quedando ante mí unos calzoncillos grises de algodón que apenas podían retener una polla descomunal, a lo largo y a lo ancho. Mordisqueé su polla por encima de la tela y se los bajé, admirando aquel cipote inmenso, aquella bendición de la naturaleza. Sin descapullar, de un color clarito y sin que el glande sobresaliera en exceso era como un tubo de carne de no menos de 21 cm. Me introduje uno de sus huevos en la boca, magreándolo con mucho morbo y tirando de el con los labios antes de soltarlo y repetir la jugada con el otro. Su polla parecía a punto de estallar, con el glande asomando tímidamente, empapado de líquido preseminal. Me metí en la boca aquella maravilla sin pensármelo dos veces, o debería decir más bien lo que de aquel magnífico ejemplar consiguió entrar en mi boca. El chico estaba ardiendo y en apenas unos segundos de sacudida arriba y abajo se corrió en mi boca, colmándola de un abundante y líquido semen caliente. Se quedó extasiado, vencido contra la pared, con una sonrisa que le daba varias vueltas a la cabeza. Momento que aproveché para salir y volver al autobús, que ya estaba a punto de continuar ruta.
Si queréis conocer los siguientes capítulos de este emocionante viaje de
Autor: Jorge
jopgris ( arroba ) hotmail.com