¿Se puede pedir más?
A los lectores de Marqueze: Este es mi primer relato en ésta página, y quizás no sea de la temática más popular, ni narrado de la manera a la que nos tienen acostumbrados la mayoría de los escritores/as, pero puedo aseguraros que sí es absolutamente real.
Merece la pena dejar claros aspectos que quizás ralenticen el texto, pero todo se aclarará con el paso del relato.
Y ocurrió en la primera quincena de septiembre. Hacía algún tiempo un amigo mío me presentó a la chica con la que flirteaba al principio de la carrera; su nombre era María, y se trataba de una chica de 19 años, pelirroja de pelo rizo, 1’79 de estatura, con la manera más sexual de moverse que se ha visto nunca, los pechos talla 87 y terriblemente firmes y un par de nalgas de esas que al agacharse, desnuda, puedes ver la entrada a su sexo desafiante a que la uses.
Su cara era la consecución de su cuerpo: su mirada exhalaba erotismo y al hablar, de sus labios todas las palabras sonaban con doble intención. Quizás la única pega que podría achacársele era su nariz, pero creedme: era un mal menor.
Mi amigo tardó poco en empezar con otra, y no tuve más ocasiones de verla… hasta que me invitaron a la cena de su facultad.
Había unas 20 personas, entre ellas mi amigo y María (situados «milagrosamente» algo lejanos el uno del otro). Como suele suceder en estos casos, siempre parece que vas de «acoplado» y te sientes un poco incómodo por no encajar del todo en la mayoría de las conversaciones de la gente, puesto que casi todas ahondaban en temas de sus estudios. Así que me puse a hablar con quien tenía más cerca, y esa era María.
Descubrí, pues la conocía muy poco, que con ella se podía hablar de lo que a uno se le pasase por la cabeza: cine, televisión, música, política, comida, sexo… Y lo hacía con tal naturalidad, con tanta fuerza y tan segura de sí misma que imprimía esa fuerza en su interlocutor.
Además empezaba a entender ese «mito urbano» que dicen de las pelirrojas y su poder sexual. Terminada la cena, y después de empezar a intimar un poco más con María, nos dirigimos a la zona de marcha. Y claro, llegaron las bebidas… y más bebidas… hasta coger el «puntillo». Luego vinieron los pubs y la música, y aquello fue un espectáculo para los ojos: María se había agarrado a la barra metálica de una de las escaleras del local, y bailaba a ritmo de dance frotándose contra ella. Enlazaba una de sus piernas en la barra, y se dejaba caer al suelo, para luego volver a su posición original haciendo que lamía la barra. Se ponía de espaldas a ella, y subía y bajaba… Era algo que jamás había pensado vivir tan de cerca.
En una de esas casi se cae. La intenté agarrar por la espalda, pero me agaché demasiado y la agarré por la parte más blanda: su duro y jugoso culo. Así, me empezó a sonreír muy pícaramente.
– Gracias, Eduardo. No estoy mal, ¿eh?. Sólo me dejo llevar un poco.
– Y tanto que te dejas llevar. – se puso de pie – Oye, ¿sabes que te mueves de vicio?.
– No mejor que tú, que ya te he visto antes. Tenéis mucho estilo tú y Jorge – ese era mi amigo.
– Bueno, sabemos sentir la música.
– Pues ponte aquí, que vamos quién es mejor.
Me subió al primer peldaño de las escaleras, y yo estaba un poco despistado porque no sabía lo que quería hacer. Enseguida me di cuenta cuando se quedó delante de mí, comiéndome con la mirada y empezó a pasar sus manos a milímetros de mi pantalón. Se fue agachando lentamente al suelo y sacando la lengua como si lamiese mi paquete, y todo eso sin el mínimo pudor de toda la gente que había alrededor, que no era poca. Mi polla empezó a reaccionar ante su contoneo y se me marcó el paquete en los pantalones algo ajustados. Ella se quedó por un segundo sorprendida, pero enseguida empezó a subir, y colocó sus labios cerca de mi oído izquierdo.
– ¿Qué te pasa? – me dijo de la forma más provocativa del mundo -.
– Nada… nada – acerté a balbucear.
– ¿Te estoy provocando?.
– Pues… sí, un poco.
Acto seguido pegó su cuerpo al mío, y pude notar sus teta
s rozando mi pecho… ¡y sus pezones totalmente duros!. Sin duda era una de esas chicas que llevan la iniciativa, segura de sí misma, como decía antes, y de lo que quería.
Tenía los pezones más salidos de lo que nunca había visto. Y justo cuando estaba pensando en eso, sacó la lengua de su boca, algo humedecida y me acarició con ella la oreja. Me recorrió un escalofrío tan grande y tan fuerte que le hubiera arrancado la ropa allí mismo y follado sobre esas mismas escaleras. Y estoy seguro de que a ella le hubiera gustado más que a mí, porque con el tiempo descubrí que era una auténtica exhibicionista, y que le ponía cachonda que la pudieran pillar mientras follaba. ¿Os hacéis a la idea?. Esto también quedará patente un poco más adelante.
– Me estoy agobiando un poco – me dijo.
– ¿Quieres que te de un poco el aire? Ahora no te vayas a poner mal, ¿eh?.
– Sí, avisa a los demás y diles que nos digan un sitio donde quedar, que luego voy.
– Sin problema, pero te acompaño.
– No esperaba menos – me dijo con la misma sonrisa pícara de antes.
Enseguida me dirigí hacia Jorge y le comenté lo que pasaba.
– Ya pensaba que no te ibas a lanzar con ella.
– Ummm… más bien creo que me ha elegido ella a mí.
– ¡Venga tío! La has conquistado por tu forma de bailar, que casi nadie le puede llevar el ritmo. Pero ten cuidado, a ver lo que te hace.
– Seguro que nada bueno.
– Eso es lo que mola.
– Oye, ¿quedamos en Liberty a las 4?.
– No creo que llegues a las 4.
– Bueno, si nos pasamos por allí, nos vemos, ¿de acuerdo?.
Cogí la chaqueta de María y la mía del ropero y salimos del local. Empezamos a caminar entre toda la gente hasta salir de la zona. Después, no había casi ni un alma por la calle.
– Hace un poco de frío – dijo.
¡Oh! Gran mensaje subliminal. No tardé ni un segundo en pasarle el brazo por los hombros, y ella me lanzó una mirada que tenía fuego: cogió mi brazo y lo bajó hasta su culo, y posó mi mano encima de su increíblemente fina falda. Ella hizo lo mismo con su mano.
Era una gozada el sentir que cada vez que daba un paso, su culo se movía rítmicamente, y notaba cómo mi mano se recreaba apretando aquel culito tan jugosito. Mi polla estaba a punto de reventar la cremallera, y estoy seguro que ella se daba cuenta, porque los pasos eran cortos y pausados.
– ¿Y cómo es que viniste a la cena? – me preguntó.
– Pues me invitó Jorge.
– Ya me imaginaba.
– Espero que no te incomodase el que viniera.
– No, no, qué va. Al contrario. En realidad pensé que podrías venir, por eso yo también fui a la cena.
Otra pequeña indirecta que me dejaba el mensaje mucho más claro. Llegamos hasta un parque bastante grande, apartado de las luces de la ciudad, y con una iluminación más o menos íntima. Y allí ella se dejó de rodeos.
– ¿Aun sigues con aquella chica de hace unos meses?.
– No, la dejé porque no estaba a gusto con ella.
– ¿Qué pasó?.
– Pues que había algo que no funcionaba en nuestra relación.
– Ummm… creo que sé a lo que te refieres. ¿Sexo?.
– Sí.
Llegamos hasta la altura de un banco, en una zona apartada dentro del mismo parque, y con una luz algo molesta, pero soportable. Nos sentamos uno al lado del otro, aun sin atrevernos a hacer un movimiento.
– ¿Nos sentamos un momento? –continuó – ¿Y cómo aguantabas?.
– Pues lo que no conseguía con ella tenía que hacérmelo yo. Yo es que debo de ser algo rarito, creo.
– Eres la persona más auténtica, y si me pongo muy estricta hasta diría que la única, con la que he estado hasta la fecha, el único que es de "verdad" (y si no es así te doy mi enhorabuena, lo haces de puta madre), que no juega a hincharse como un gallito para impresionar a las niñas y que además está convencido de que le sienta de perlas. Porque te garantizo que TODOS, en mayor o menor medida, hacen lo mismo. Pero no saques conclusiones precipitadas, no desprecio a los hombres. ¿Te he comentado que me gustan más que a un tonto un lápiz?.
– No, pero supongo que todo eso lo dices por Jorge.
– Bingo, cariño. Pero eso ya está olvidado. Ahora centrémonos en ti, que eres quien me interesa.
– ¿Yo te intereso?.
– ¿Crees que estaría aquí si no fuera así?.
La respuesta me pilló un poco en off, pero desde luego no iba a dejar pasar la oportunidad. Ella desde luego, no la dejó pasar, porque me clavó un morreo impresionante: con la mano en mi culo, se giró sobre mí y se plantó frente a mi cara, cogió mi cabeza y se la acercó a sus labios húmedos, abrió la boca y sacó su lengua para mezclarla con la mía de manera casi brutal, animal. Nuestras lenguas parecían en una pugna por ganar territorio; ahora en tu boca, ahora en la mía, y los fluidos no paraban de aparecer. Tanto fue así que al separarse de mí, aun con la boca abierta y con la lengua fuera, exhalando todo aquel calor que debía estar invadiendo su cuerpo, un hilillo de saliva brilló entre nuestras bocas por un segundo, y luego desapareció.
– Sabía que te estaba provocando – me dijo agachando la cabeza y mirándome al cipote – Seguro que desde que nos conocemos te has hecho más de una paja pensando en mi.
– Pues debo reconocer que sí. Y alguna fue bastante espectacular.
– Tienes más iniciativa que Jorge. Él nunca me hubiera dicho eso. Es más cortado de lo que crees.
– ¿Y por qué tenemos que meter a Jorge en todo esto?.
– Me salió el comentario, perdona. No quería molestarte.
Entonces se levantó y se puso a horcajadas sobre mi entrepierna. Antes de hacerlo, levantó brevemente la falda y pude atisbar o que no llevaba bragas, o que eran de esas de tipo hilito, como llevan las brasileñas. En cualquier caso, mi verga casi no podía aguantar más la tensión. Y para colmo, puso sus brazos alrededor de mi cuello, y empezó a darme besitos en los labios, muy suavemente. Me estaba poniendo a mil, y ella lo sabía. Estaba acariciando mi paquete son su coñito por encima de mis pantalones, y su boquita se había acercado a mi oído de nuevo para hacerme escuchar los pequeños gemidos que salían de su garganta profunda. Eran unos sonidos de placer contenido, gemía… Yo estaba contenido en cierta parte, porque no dejaba de pensar que estábamos en el parque y que por allí pasaba gente haciendo paseando, haciendo footing u otras cosas, pero me estaba poniendo tan cachondo que no pude más, y metí mi mano por debajo de su falda para averiguar qué es lo que había visto.
Efectivamente, María llevaba esas braguitas (cuasi ridículas) que son las llamadas «brasileiras»: un hilito de fibra que se escurría entre los labios de su conejito y la rajita de su culo. Palparlo e imaginarme cómo era hacía que me saliera de las casillas, pero aun más el descubrir que su coño estaba totalmente depilado, y aun más: completamente suave (cosa que no suele pasar en muchas ocasiones). Y el colmo era verle la cara a ella: «Dame más, dámelo todo… métete en mí», era lo que parecía decir. Cerraba los ojos cuando rozaba los labios y agitaba el hilillo de su «tanga» entre ellos.
Yo seguía mirando a mi alrededor, viendo como alguna pareja de chicos parecía siempre venir hacia nosotros para, en última instancia, seguir otro camino. Y ella se percataba de eso, de echo la ponía aun más caliente mi nerviosismo.
– Deja de mirar. Por aquí no va a pasar nadie.
– No sé…
– Vamos Eduardo – me dijo entre gemidos de gatita en celo.
Yo no sabía qué hacer, estaba cortadísimo, pero una vez más ella como buena zorrita caliente se abrió la chaqueta y se subió el top para dejarme ver sus… ¡tetas desnudas!. Toda la noche sin sujetador, con razón sentí aquellos pezones tan largos y duros. Fue aquí donde se llevó dos de sus dedos a la boca, lo chupó tan golosa y lascivamente como lo haría con una buena polla mojada, y se los llevó a sus pezones para pellizcarlos y retorcerlos delante de mí, mientras echaba la cabeza hacia atrás y gemía por lo bajo «¡¡JODERRR!!». No pude más, me aferré a su culo de infarto. Entonces colocó sus rodillas sobre el banco de madera, se puso de rodillas sobre él y sobre mis piernas y se agarró al respaldo para echarse hacia atrás y enseñarme su coño depilado.
– Míralo – me susurró – ¿No es así como te gusta?.
– Dios, es… es impresionante.
Como dije antes, tenía el chumino más bien depilado que jamás había visto, y además se había restregado tanto contra mi
paquete por encima del pantalón que estaba algo rojito de la irritación, pero tremendamente encharcado. Podía verse cómo brillaba con la luz ambiente aquellos fluidos sobre sus piernas, escurriéndose hacia el suelo.
Yo aun era reticente a la idea que me estaba proponiendo vilmente: que me la follase allí mismo. Y la verdad… era lo que deseaba. Podía notar que mi verga lo deseaba, que todo mi cuerpo estaba a punto de estallar de la excitación que tenía encima. DIOS, NO PODÍA AGUANTAR MÁS. La gota que colmó el vaso fue fijarme en cómo se volvía a restregar contra mi bultazo y todo lo mojado que lo estaba dejando, como una babosilla enorme.
– ¿Crees que nos podrían pillar? – le pregunté.
La reacción fue inmediata: sus manos se lanzaron a mi pantalón, buscando desesperadamente el botón y la cremallera, y, tropezando en su propia marcha; me bajó los pantalones lo suficiente para dejar a la vista mis boxer oscuros, con toda mi polla levantada y esperando a darle lo que pedía a gritos. Así que casi arrancó el boxer, y la polla pegó un bote, moviéndose un poco hasta quedar parada. Estaba más dura de lo que nunca había estado, y en todo su esplendor de 18 cm. En ese momento, yo la agarré por debajo de los hombros, y la levanté en el aire. Era una chica absolutamente ligera para el cuerpo tan bien formado y curvilíneo que tenía, y no supuso esfuerzo el colocarla donde yo quería: con su coño encima de mi cipote.
– Ups. Quizás debería de ponerme un condón, ¿no crees? – le dije un poco asustado porque no había pensado casi en eso de lo caliente que me puso.
– Si a ti te hace ilusión…
… ¡¡¡y aun por encima me daba carta blanca para tirármela a pelo!!!. Era aun más bueno de lo que pudiera haber imaginado. Por fin una buena follada a pelo. El comentario fue la explosión; la dejé caer sobre mi rabo hasta notar que la punta se abría paso en sus labios, notando cómo los separaba, como se abrían y se mojaban por esas gotitas que salían de la punta de mi polla y todos esos jugos que salían de su interior.
– Métela dentro… vamos, joderr… métela ya que no aguanto más – me gemía con los dientes prietos mientras se cogía las tetas entre sus manos – ¡Vamos, deja de jugar!.
– ¿Tan caliente estás?.
– Diosss… hacía más de 5 meses que no me follo a un tío, y no sabía ya cómo sacarte el rabo de los pantalones.
Así que la dejé por completo. La ensarté con la fuerza de su caída, y sentí cómo las paredes de su coño se abrían como las hojas de un libro, de par en par, y llenándome de fluidos todo el rabo desde la punta hasta la base, y cómo goteaba sobre mis huevos. No pudo reprimir el grito de placer al sentir de nuevo su caverna llena de polla, que llenó el silencio del parque; echó la cabeza hacia atrás, dejando colgar su pelo, y sus ojos se cerraron con fuerza para dejar que la sensación de ese instrumento penetrándola la llenase.
Aproveché ese momento para volver a cogerla por el culo, separándole bien las nalgas para que mi cipote pudiese entrar aun más profundo, y comencé a explorar la rajita de su culo, buscando el otro agujerito que, casi seguro, nunca habían desvirgado.
– Joder, joderrr… Diosss… qué bueno es esto… – decía mientras parecía reabsorver la saliva que le iba a salir de la boca de lo en celo que se ponía.
– Tienes el coño más húmedo que he probado nunca y… aaaarggg… bueno.
– Cállate cabrón… no pares de moverte… y no dejes de hacerme eso en el culo… aaaafff… aaah… nunca me han dado calor por ahíííí…
Aproveché la postura, y que ella había puesto de nuevo sus rodillas sobre el banco, para ayudarla a subir y bajar sobre mi tronco de carne agarrándola por el culo. Era como las auténticas escenas porno, casi se la metía ella sola por su propio impulso. Iba rapidísimo, moviéndose compulsivamente, y después de unos minutos empezó a subir el ritmo de su respiración.
– Diosss… diossss… así, así… por favor, más profundo… – gemía lastimeramente mientras llevaba una de sus manos hasta el clítoris para frotarlo en círculos – ¿Te gusta mi coño, Edu?.
Noté cómo empezaba a correrse porque su caverna se hizo un poco más
estrecha y sus líquidos empezaron a manar en más cantidad, pero seguía sin parar, como si no pasase nada. Seguimos así un rato más y juraría que volvió a correrse. Y ocurrió en 3 ocasiones más. Yo estaba apunto, pero aun no era el momento. Hasta que me di cuenta: no podía ser tan bueno lo que me estaba pasando, ¿era multiorgásmica?. No hizo falta preguntarlo, porque se volvió a correr de nuevo, y esta vez gimió como una perra en celo.
– Aaahhh… uuuffff… Dios, Dios… DIOS… casi no recordaba… lo que me hace sentir una buena tranca… Pero ahora tengo que dejar de pensar un poco en mí… aaahh… y pensar un poco en tiiii… Diossss…. ¿Te gusta joderme a pelo?.
– Wuuuaaaafff… sí, Dios, sí…
– Pues dame tu lefa… quiero sentirme llenaaaarggg… otra vez, quiero que me llenes las entrañas. Córrete dentro… qué bueno!!!.
Bombeé con más fuerza, y me ponía aun más encendido el oír chapotear mi polla en aquel mar de jugos que tenía María dentro de aquella caverna hirviente. Me acerqué a sus pezones, rabioso de chuparlos y morderlos, y así lo hice mientras ella me animaba empujándome con sus manos, me revolvía el pelo y me tiraba de él. Mi polla se llenó por completo de lefa, a rebosar de lo caliente que estaba.
– Échame esa leche dentro… vamosssss… la quiero bien dentro… preña a tu zorritaaaaa…
– Ahí… prepárateeee que te lo voy a llenar… ahí te va zorrita… Aaaahhh… ahh… aaaarrrrggg… Dios, qué bueno…
– OOOohhhh Dios… qué bueno… notó como me llena hasta el estómago…
Mi leche no parecía parar de manar de la punta de mi cipote, y se escurrió fuera de la cavernita de María, resbalando por los labios de su sexo y goteando en el suelo. Había conseguido realizar una de mis mayores fantasías con una chica que sabía cómo provocar y manejar aquellas situaciones. Fue el mejor principio de una relación que conseguiría expandir y cubrir todas las expectativas y fantasías que teníamos tanto ella como yo, algunas provocadas por ella, otras provocadas por mí. Pelirroja, provocadora, fantaseadora, multiorgásmica y a pelo, ¿se puede pedir más?.
Autor: bigrocco
bigrocco2003 ( arroba ) hotmail.com