Desde hace años he venido planteando a mi mujer la posibilidad de convertirme en cornudo consentido y hemos fantaseado con éxito relativo porque yo quería que pasásemos a la acción.
Somos un matrimonio de 52 y 45 años, ella muy guapa, una auténtica modelo, y yo un poco pasado de kilos. Ambos de gran nivel y educación. Desde hace años he venido planteando a mi mujer la posibilidad de convertirme en cornudo consentido y hemos fantaseado con éxito relativo porque yo quería que pasásemos a la acción. Ella es (o era) una persona educada a la antigua, a la que el asunto de la infidelidad no le gustaba. Al menos eso es lo que repetía de continuo. En los últimos meses, parecía que entraba más en la historia y hablaba de la posibilidad de buscarse amantes ocasionales y, de acuerdo con lo pactado, hacerlo delante de mi con toda la escenografía del cornudo y el corneador, feminizándome con sus prendas íntimas y, lo que más le excitaba, "obligándome" a que le chupara la polla a sus acompañantes. Al comienzo de este verano, viendo que el camino se iba allanando, le propuse una fórmula que me parecía la más correcta para llevar a cabo mi-nuestra fantasía. Se trataba de alquilar la suite de un hotel, para estar más cómodos, y llamar a un masajista. Ella sería la que marcaría los tiempos. Si no estaba a gusto, se cortaba y no pasaba nada. Si quería un masaje superficial, pues bien. Si pretendía ir más allá, pues mejor. .Tras unos días de duda, me dijo que estaba dispuesta pero con esa condición y me encargó que yo organizara todo, hotel, masajista. Me pidió que en la habitación se pudiese ver cine porno para ambientar el momento. Lo del hotel no fue problema porque conozco bien el ramo. El masajista…Si topaba con un torpe, con un borde, extranjero al que no le entendiéramos nada (su participación con las frases adecuadas era muy importante) todo se iría al al traste el primer día. Además. debía ser un tipo de gran potencia sexual y muy muy dotado. Empecé a mirar en Internet y en los periódicos. Con los primeros que hablé me decepcionaron (¡cuánto memo anda por ahí suelto que se creen algo que nunca serán) hasta que di con uno que se ofrecía con "un miembro impresionante" y otras cosas. Tras una charla telefónica y comprobar que era una persona correcta, quedé en ir a verle. Me anunció que me cobraría la "sesión" y le dije que de acuerdo.
Alberto, que así le llamaremos, tiene un confortable apartamento en uno de los barrios distinguidos de Madrid. Me presenté, con no pocos nervios por aquello de que alguien te puede ver, y , tras pagarle los 80 euros que me pidió, le expliqué en qué iba a consistir la fantasía, con peros y señales. El papel que tenía que jugar él, el que desempeñaría mi esposa y el mío, de cornudo probablemente feminizado. Alberto, de 1,85 de estatura, cuerpo atlético, moreno y que, según me dijo mujer en su momento, estaba "buenísimo", ni se inmutó. "Te noto nervioso, ¿porque no te doy un masaje, al fin y al cabo lo has pagado.?.". Me pareció bien sobre todo porque estaba excitadísimo imaginando a mi mujer con Alberto. "Desnúdate, ponte esta toalla y túmbate en la cama". Lo hice y empezó el masaje. Me tumbé boca abajo para que no me notara la erección y lo primero que hizo fue quitarme la toalla. Con un aceite o crema me apretaba la espalda, los brazos, las piernas y al pasar por el culo me metía un poco el dedo, en el ano, después un poco más profundo y más… En un momento se colocó sobre las rodillas a mi lado y me encontré su pene, enorme, grueso, al lado de mi boca. "Tu mujer te lo va a pedir y si es verdad que no lo has hecho nunca, no está de más que ensayes". No sabía que hacer. Se la cogí con una mano (estaba durísima) y con la otra los huevos, y empecé a chupársela por fuera, a recorrer toda su longitud, unos 20 cm, y, finalmente, me metí el capullo en al boca. ¡qué extraña sensación pero qué intensa! Después se dedicó a tocarme a mi la polla y a rozarla con la suya. Incluso cogía con la mano las dos. ¡qué comparación!. Tras colocarse un preservativo se puso detrás y empezó a rozarme con la polla el ano "Es imposi
ble que entre, no me hagas daño", le dije. Y me lo hizo. La metió un poco tres o cuatro veces, una más profunda, notaba un gran dolor, hasta que se fue calmando y me empecé a sentir relajado, a gusto y, sobre todo, en sus manos, sin poder hacer nada. "El resto lo dejamos para el día que estemos con tu mujer. Anda chupamela otra vez mientras, si quieres, te pajeas". Y así lo hice. Cuando llegué a casa -no estaba aún mi mujer- me duché para quitarme el aceite y la crema del ano y me masturbé de nuevo. Estaba en una nube. Había experimentado una sensación nueva, la de ser poseído y, en este caso, por el que en breve poseería a mi esposa. Ya no me costaba, eso pensaba imaginarme, lo que iba a sentir ella . Fui al ordenador, abrí el correo y comprobé que Alberto, tal y como habíamos quedado, me había mandado algunas fotos suyas aunque, según me anunció, no se le vería la cara. Las guardé en un archivo y esperé la llegada de ella. Me debió notar algo en la cara ya que me preguntó si me había ocurrido algo. Me limité a decirle que ya teníamos masajista y suite de hotel y que sólo restaba que ella escogiera la fecha. Contempló las fotografías durante varios minutos y con una mirada maliciosa me dijo: "antes de que empecemos, ¿estás seguro de dónde nos metemos?". Le contesté que sí y añadió que la noche del sábado siguiente podía ser la sesión. No me hizo ninguna pregunta de cómo había establecido contacto con Alberto y se lo agradecí. Durante el resto de los días no hicimos el amor, ella no quería y llegó el gran día. Tenía reservada una suite en un hotel de cuatro estrellas situado en una zona residencial de Madrid, un establecimiento muy discreto. Llegamos a las ocho de la tarde y a las diez nos sirvieron la cena que había encargado a base de marisco. Nosotros no bebemos pero pedí una botella de cava. La cita con Alberto era para las 12 de la noche y después de cenar se encerró en el cuarto de baño. Había escogido u conjunto de sujetador y tanga negro trasparente y se había maquillado como sólo ella lo sabe hacer. Estaba radiante. Yo tenía puesto el canal porno, algo que me había costado meter en casa pero que veíamos regularmente aunque era a mí al que más le gustaba. A eso de las 11,30 me recordó las condiciones. "Se hará lo que yo diga en todo momento. Si no me encuentro a gusto, la cosa termina inmediatamente y, si va bien, vas a salir de aquí con unos cuernos que te mereces por gustarte estas cosas". Había avisado en recepción que vendría un amigo a tomar una copa con nosotros y a las doce llegó Alberto. Elena, que así llamaremos a mi mujer, se había puesto unos vaqueros y una camiseta. Ambas prendas remarcaban sus espléndido cuerpo, su larga cabellera negra, sus ojos verdes. Iba, como le gusta, descalza con las uñas pintadas de rojo ocre. Se sentó en uno de los sillones de la salita de la suite, de espaldas a la puerta, cuando oyó llamar. Abrí, saludé a Alberto, le entregué los 200 euros acordados (ella no quería ver el pago) y le dije: "te voy a presentar a Elena". Se acercó y le dio dos besos en las mejillas pero muy cerca de los labios. Ella, le pasó un brazo por encima del hombro y le sonrió. Nos sentamos los tres en torno a una mesita en la que estaba el cava y las copas. Elena no es amiga de silencios y le dijo a Alberto: "supongo que Andrés, así me llamaré yo, te habrá explicado todo. Te voy a ser sincera. En principio me cuesta hacerme a la idea pero le quiero dar gusto a mi marido y bueno, ya veremos. Alberto asintió.
"Andrés, quiero que me prepares a Alberto", dijo Elena. (yo me quedé estupefacto, no había dudado ni un instante y estaba en su papel). .Habíamos dejado la suite casi en penumbra y me arrodille delante de Alberto. Le quité los mocasines, la desabroche el pantalón. Llevaba un tanga blanco en el que se le marcaba todo el paquete. "Primero, chúpasela por encima del tanga", ordenó. Obedecí hasta que fruto de la erección el espléndido pene de Alberto emergió por encima de la prenda. Era impresionante y Elena dijo entonces: "corrnudo, eso si que es una polla y no la tuya. Chupásela hasta que yo te diga que pares". Mientras, sin que yo mediera cuenta, ella se había quitado el pantalón y la camiseta. Se acercó
a Alberto, se sentó prácticamente sobre mi cabeza y empezaron a besarse. "Ahora me vas a chupar la rajita por encima de la braga", volvió a ordenarme. Elena, mientras, seguía besando a Alberto y éste le tocaba los pechos. Ambos se decían cosas al oído y se reían como locos. Hablaban de mi, seguro. "Cornudo, Alberto y yo nos vamos a la cama porque va a dar un masaje y tú te vas sentar en la alfombra a mirar". LO que pasó a continuación fue tremendo. No conocía a mi mujer. Era todo pasión. El masaje, más con la boca que con las manos, incluyó tdo su cuerpo y el primer orgasmo de mi mujer. Nunca la había oído gritar de esa manera. Antes penetrarla, Alberto fue a ponerse el preservativo y Elena le dijo que se la metiera antes una vez para que yo pudiera chupar en su polla sus jugos. Y así lo hizo. Después follaron en todas las posturas. Alberto era un maestro y Elena no era una aficionada. El tio aguantaba lo que no estaba escrito. En varias ocasiones, tuve que ir a colocarle la polla en la raja de mi mujer y a masajearle los huevos. Después de varios orgamos de Elena y de casi una hora de sesión –Alberto tenía otro compromiso a las 2,30 de la madrugada-, que yo contemplé masturbándome una y otra vez, Elena me pidió que me pusiera sus tanga y que me preparara para saber lo que era bueno. Me untó de Nivea el culo y le dijo a Alberto. "Fóllate a este cornudo que creo que es algo maricón". Esta vez no hubo pruebas y sentí un inmenso dolor y después el placer de aquel día. Tras un rato de bombeo, nos dijo que se tenía que marchar y que, pese a que Elena le pidió que se corriese en mi espalda, se marchó sin hacerlo porque le quedaba una larga noche de trabajo. Se vistió, le dió un beso a ella y a mi una palmadita en el culo, y desapareció. Elena y yo nos sentamos a tomar una copa de cava, en silencio. Al final, dijo: "pues menos mal que era un masajista que si llega a ser un follador" y se rio. Me acerqué, la di un beso y le di las gracias. "Mira Andres, tu has querido que abriéramos esta puerta y es de las que no se cierran. Ya que te gusta lo tendrás, pero no siempre lo verás. Tengo derecho a mi intimidad y te dejo con la duda de si ya estabas adornado. Supongo que también te excita". El resto de la noche hicimos el amor varias veces. Cada vez que la penetraba me excitaba pensar que la de Alberto había estado allí. Ella seguía con esos comentarios despectivos que tanto me gustaban. Me había convertido en un cornudo, o ¿ya lo era?.
Autor: andresmaduro23