El placer se hace intenso, la fricción y lo ajustado del estuche hace el resto, me derramé en ella, dejarme vencer por el placer de llenarla con mi leche fue algo superior a la sensación vivida en previo, ahora se combinan otros valores, otros conceptos otra sensaciones. Disfrutamos de mis latidos, de mi semen, de mi vida que se queda un poco en ella.
Esto sucedió dos días después de aquella tarde de lujuriosa orgía, mis dos nietas y el novio de una (Giselle) que para hacerle pagar los cuernos que le plantó Rogelio, el culpable de los cuernos, le hacía el culito a Emilce yo debí hacérselo a él a instancias de la damnificada y bajo promesa de dejarme hacer el de ella: Tren sexual de locura y sexo.
Estas son mis nietas, Emilce y Giselle (esta en el afecto), ambas de la misma edad, gloriosos dieciocho añitos llevados con toda la enjundia y arrogancia que da tener toda la vida y los placeres por delante, yo me muevo y disfruto con la vitalidad de un curentón pero camino por la cornisa de mis sesenta y cinco, que como comenté puedo tener una envidiable performance, las ganas en el tope del mástil del deseo, en ocasiones extraordinarias algo de “ayudín” puedo estar a tono con todo lo que ellas necesitan.
Desde muy joven me enseñaron como saborear el fruto del árbol femenino, degustarlo, despacio, sentirlas “llegar” varias veces antes de regalarles la miel del deseo, solo cuando ellas están colmadas de placer voy por el mío, cualidad muy apreciada y es muy difícil que no vuelvan por más.
En oportunidad de vengar la infidelidad del novio, Giselle, que le ofreció el culito de mi nieta Emilce pero debía ceder el suyo y sentir los rigores de una sodomización impiadosa, pero… creo, terminó disfrutando de ambas, la recibida estimuló la próstata y lo hizo gozar al máximo de la penetración en el culo ajeno.
Primera vez hacerlo a un macho, no fue tan malo, si bien es cierto que a esa altura ya habíamos conformado una perfecta orgía regada con más licor del habitual, los sentidos algo alterados, de modo que todos salimos satisfechos y la afrenta de Giselle “lavada” y todos quedamos con ganas de sabor a poco.
En los relatos anteriores les comenté que Giselle guardó testimonio gráfico de los hechos y quedó pendiente la promesa de volver para “pagar” con su precioso tesoro: Su culito. Dos días después fue el momento para saldar deudas decía en tono jocoso cuando llamó por teléfono:
-¿Abu, te parece esta tarde?, que vayamos (obvia referencia a Emilce) por ti para… bueno ya sabes la deuda de… honor/amor. –Se escuchan risas, seguro la otro nieta. -Sí, claro… te estaremos esperando. -¿Esperando? – Sí, los dos, yo y el “amigo” que ya se puso como una estaca. –Ah, bien, pues mantenla así que vamos para hacerlo feliz, le llevamos el regalo o ¿dos si tienes muchas ganas? –se escuchan risas.
A la tarde aparece Giselle decidida a “pagar” su deuda, entregar el preciado tesoro.
Todo estaba más laxo, más relajado, la confianza de habernos conocido en la intimidad hacía todo fácil, las caricias y toqueteos como de toda la vida, desvestirnos formaba parte del preámbulo del deseo, la danza striper para ir dejando los pétalos y descubrir el pimpollo rodeado de vello enrulado y verlo asomar ansioso entre sus pierna era la flor más bella de la creación femenina.
Movía ese cuerpo como el arma mortal del encantamiento, sostenía sus voluminosos pechos, haciendo que los gruesos y rosados pezones, parecieran más abultados, levantados en sus manos eran la imagen vívida de la tentación más atroz, inclinada para la ofrenda, uno por vez para saborear esa cereza y ahogar por deseo de morderlos.
-Mordelos, apretalos en tu boca Abu…, así ¡más, más! –mientras gime y retuerce de placer.
Sin dejarlo salir de mi boca la lleve, en brazos a mi cama, que aún tenía su aroma, depositada de espaldas, las caderas casi en el borde, para poder volcarme a comer esas carnes blancas y palpitantes.
Arrodillado al costado del lecho, fui al “pesebre” a buscar entre los vellos la cueva de los placeres, desbrocé el acceso, lamí despacio, la lenguasepara los velos externos, luego con las manos abrí más para poder llegar más dentro, la nariz frota y roba el aroma del clítoris.
Las evoluciones de la lengua y los dedos en el cofre de la felicidad, producen el movimiento ondulante del vientre, las corrientes internas de la excitación la convulsionan, apoya los pies en mis hombros para impulsarse y poder disfrutar moviéndose al compás de las sensaciones que mis lamidas producen en ese cuerpo entregado totalmente al placer y al deleite.
En este momento soy amo y señor de su placer, de su deseo, no puede controlarse, el deseo la puede, se aprieta los pechos, frota los pezones, retuerce y hace los gestos más inverosímiles. Verla gesticular, gemir y retorcerse es un placer mayúsculo, más que mi eyaculación. Esta mujer me regala el espectáculo de la lujuria misma.
El orgasmo, la sacude como un rayo, el cuerpo se arquea y vibra, llevo el juego al límite, minimizo el acoso lingual, bajar el estímulo, la calma está por hacerse presente cuando vuelvo al ataque, la réplica del terremoto que amagó calma, vuelve con más intensidad, los gemidos imperiosos se hacen notar.
Se repite el ciclo con mayor intensidad, repetir ese procedimiento varias veces con resultados más notables, hasta dejarla exhausta, “despatarrada”, desarticulada como una muñeca rota, los retazos de mujer expandidos, pero la mejor de las sonrisas asoma en sus labios, le pone estrellas en las mejillas y destello en los ojos, el placer dibujado en un cielo lejano.
Silencio, calma, sosiego y deleite enmarcan el placer, el éxtasis lleno de sensaciones, caminando sobre el mar de los placeres, disfrutando lo inédito. Volví para besarla y dejarme mamar, ganas y estilo, sabe hacerlo como pocas, verla como abultan las mejillas mientras juega con la verga dentro de la boca, moverla de un lado a otro, caricias de lengua y sostenerla, a pesar del grosor dentro de la cavidad. Sonríe con los ojos y se deleita ver el placer que es capaz de despertar en mí.
De una boca a la otra, de pie, entre sus piernas, aprovecho el mar de jugos, y me dejo ir dentro del estuche, suave, sin pausa hasta lo profundo, las piernas son pétalos abiertos para acceder al centro, entro y salgo, profundo y lento. En medio del goce espero el “permiso” para ir por el “premio”, sonríe y dice:
-¿Abu, no vas a hacerme la colita? –la pregunta era casi una súplica.
Apoyo justo en el centro del objetivo, juego al deseo en la entrada, presionando, el dedo enjugado en ella, sirve para hacer más fácil vencer el aro cerradito de carne ansiosa y algo temerosa, entrar y salir con un dedo, dos, removerlos y girarlos, hasta que tome confianza y se deje hacer.
Es el momento de ir por ella, húmeda y confiada se dejó acceder, la cabeza presiona, despacio, dejándola acostumbrarse al tamaño, “hacerse amiga”, la pausa y las caricias permiten relajarse para disfrutar de mis ganas. La pausa interminable de adaptación, da sus frutos, pide más acción, excitado al extreme me dejo llevar por su deseo, voy entrando con suave movimiento de vaivén, cada avance es el triunfo del placer, envión final, llego al límite.
-¡Ahhhh! – después pausa y silencio de ojos cerrados.
Es el momento de mi excitación máxima la espera crispa, la espiral del deseo está en su máxima expresión, ambos listos para ir por el todo, por el premio mayor. Levantó las piernas, se ofrece como en bandeja, todo expuesto para hacer de ella y en ella, el postre de la vida. De pie entre sus piernas, me vuelco sobre la mujer, se abre toda, el máximo contacto, el movimiento se hace continuado y profundo.
-¡Más, más rápido! ¡Duele no sé cuanto pueda aguantar!, ¡Apura, dame “MI” leche!
Pedir “mi leche” me agradó ese mimo, sentía la estrechez anal, era conciente de cómo se lo agrando en cada metida, mi placer compensa el dolor, goza con mi gozo, lo siento, pero eso de pedir “mi” leche aceleró la excitación. Fue como encender el motor del sexo, de pronto nos encontramos vibrando, ella sacudía su cuerpo impulsada en las piernas mientras llego a lo profundo de su recto.
Metisaca enfurecido, enérgico e impetuoso, vibrante y convulsivo, a todo dar, perdido la noción de la prudencia y la mesura, solo perseguir ese momento que está ahí nada más, esperando para estallar, sigue pidiendo acción:
-¡Vení, vení, quiero mi leche, dámela!
Ella comienza a estremecerse sus manos frotan el clítoris enloquecidas, el fragor de mis movimientos en ella va secando los jugos, pero… ya nada importa, ¡solo llegar!. Ambos estamos en la misma carrera por distintos andariveles, en un momento nos encontramos encarando la recta final, la meta esta cercana, cada segundo puede ser el último de la carrera.
-¡Ahh, nena, está bajando tu leche, estoy cerca!, ¡muy cerca, ya la siento! -¡Sí, la quiero es mía! ¡Venite, venite! ¡Yo ya estoyyyy!
El maestro de la orquesta sexual marcó los acordes finales, ¡A toda orquesta! Ese fue el estruendo que parecía estallar en mis oídos cuando pude decirle solamente:
-¡Voooyyy!
El pene comenzó a latir en cada salida del placer convertido en esa leche que deseaba la mujer, varias veces se dilató para dejar fluir la vida en sus entrañas, en cada latido ella sentía como le transmitía el código del goce. Me retenía en ella, no quería dejarme salir tan pronto, que fuera cuando menguara la rigidez de la carne.
Demoré el doble de tiempo en escribirlo que el tiempo real del acto, en verdad fue más breve que lo usual para mis hábitos, pero con una intensidad y vehemencia pocas veces sentida.
La duración no fue medida para el placer, ambos sentimos como nada tenía sentido, ella por primera vez llega al orgasmo teniendo sexo anal, yo gozando de un modo increíble y maravilloso.
Cuando retornamos al mundo real, notamos que Emilce se había deslizado sin ser observada en medio de nuestro viaje al placer y había robado esas imágenes pasionales en el mismo casete donde Giselle había guardado el “trencito de la alegría”.
Era momento de compartir, ahora éramos un trío, la nieta de la carne estaba a tono, lucía solo una tanguita abultada y destacando el contorno de sus labios vaginales. Giselle en un acto de lujuria se la quitó sólo con los dientes, para beneplácito de este mortal.
Volver con más tragos, Emilce exhibe su desnudez en todo su esplendor. Nada hay más bello que el cuerpo desnudo de una mujer, el equilibrio de sus líneas, curvas del talle, redondeces de los pechos, pezones apuntando al deseo, planicie del vientre juvenil que se ahoga en el triángulo púbico, donde una mata de suave vello da sombras de deseo al cofre de la pasión. Entre el sombreado vello se destacan los carnosos labios de la boca vertical, un desafío a la perfección y al pudor, todo ella es un mapa de inocente lascivia y recatada lujuria.
Mezcla formal de ángel y demonio, imagen del salto al vacío, entrar al pecado carnal del incesto, pero… nada parece tener sentido de cordura y prudencia, encandila, no permite ver la realidad, solo soy un hedonista, solo busco el tesoro que ofrece ese magnífico ejemplar de mujer llena de deseo.
Ella inicia el camino sin retorno, cortar las amarras del último vestigio de cordura, sentí como sus labios contienen y hacen crecer mi atributo de hombre en su boca.
Los ojos de joven sumisa y obediente, sometida geisha hace las delicias de su abuelo en el sensual masaje de su lengua.Sabe manejar como pocas el masaje bucal, llevarme al cielo, no dejar tiempo para pensar, la pasión silencia la razón, ella maneja la situación, acomoda de tal modo para quedar en perfecto 69. Intercambiar caricias y mimos y llevarla por los caminos del experimentado hombre, comerle la conchita, hacerle olvidar otros momentos, vencer otros recuerdos e instalar esta leyenda de una lamida de conchita como pocas.
Sé manejar esos momentos, ir cambiando el ritmo agregando dedos en los dos accesos, combinar el accionar con el acoso al clítoris. La otra nieta hace las delicias ayudándola a mamarme. El estallido emocional no demoró, los latidos de la vagina se suceden, apuro el proceso, lo llevo al extremo, desocupa la boca para poder aullar el momento de éxtasis, contenida por su amiga se deja vencer por el orgasmo impetuoso y generoso en jugos hasta declararse vencida como hembra y mujer.
-¡Soy tuya!, ¡Toda tuya! – fue lo más que pudo expresar antes de cerrar los ojos y quedarse callada.
La dejamos descansar mientras nosotros fuimos por un reparador café, quedó ensimismada, viajando por otros rumbos. Al rato mientras degustamos la infusión, la “bella durmiente” se nos aparece y frota su pubis húmedo contra mis nalgas.
-¡La nena, viene por lo suyo Abu! -Claro, ahora es mi turno, ¡necesito esto! -Emilce se “agarra” de la pija.
Dejamos los pocillos y me dejo “remolcar” hasta el dormitorio, sentada en el borde del lecho comienza a mamar, haciendo todos los guiños ante la lente de la cámara que maneja su amiga.
-¡Te necesito, dame esto!
Se acomoda como perrita, ofreciendo la visión espléndida de sus “labios”, de espalda se expone de modo franco al contacto genital, inclina más el cuerpo, de bruces, la cabeza apoyada en sus brazos cruzados, ofrece el centro de su sexo para que sea atravesado por la lanza del guerrero.En el mejor momento, de mayor dureza entro en esa cueva pletórica de jugos, la postura facilita el ingreso franco y en profundidad, de un solo envión voy con todo y a fondo.
Los golpes se suceden y la ponen gozosa, cada golpe acrecienta el placer, los repito.
Me colocó encima de ellas, casi sobre su espalda, volcando todo el peso de mi humanidad en el miembro, de modo que toda la presión se concentre en la pija, en cada embestida puede sentir como su hombre está contenido y reflejado en esa vara de carne, llena de venas con sangre hirviente.
La cámara refleja cada sensación, los enviones intensos roban el primer orgasmo, otro y otro más. Tanta sensación me condiciona acortando el tiempo de juego sexual, sus gritos y estertores incitan al desenlace, el cuerpo de la nieta sigue en trance de la multiorgasmia. El deseo se hace notar, las sensaciones de que la eyaculación está cercana me impulsa a salirme de la conchita.
Con los jugos vaginales como lubricación, tan solo fue cambiar de entrada y encularla, apoyarme en el hoyo, “el marrón” y embocarla justo, entró fácil, suave, continuado hasta estar todo dentro, con la misma técnica y postura procedí para hacerle el culito.
El placer se hace intenso, la fricción y lo ajustado del estuche hace el resto, bombeo continuado, profundo y dejarme estar en ella, detener el tiempo estando en ella. Siento como el semen comienza el camino si retorno, es momento de regalarme en ella, de implantarle la vitalidad del abuelo en su ser, hacerla doblemente feliz, por hombre y por afecto.
-¡Voy, voy nena!
Me derramé en ella, dejarme vencer por el placer de llenarla con mi leche fue algo superior a la sensación vivida en previo, ahora se combinan otros valores, otros conceptos otra sensaciones. Disfrutamos de mis latidos, de mi semen, de mi vida que se queda un poco en ella.
Hasta aquí el relato de los hechos, vividos con la pasión de un hombre gozando de una mujer. Una historia de pecado, por la índole de la relación, algo que me “hace ruido”, soy conciente del pecado cometido, pero el mayor pecado no es haberlo consumado, sino no sentir culpa y desear repetirlo…
Los puntos suspensivos son la expresión viva de la duda y deseo de ir “por más”, no me pesa la culpa, tampoco en ellas, el camino al placer esta expedito, tal vez lo mejor esté por venir…
Espero que haya sido de su agrado, para mi lo sigue siendo.
Quisiera conocer la opinión de muchachas de edad similar, más aún si han vivido circunstancias parecidas…
Autor: Lobo Feroz