Aquella calurosa mañana de agosto me desperté más pronto de lo normal. Compartíamos un apartamento en una playa del litoral catalán con mis suegros. Mi suegra trabajaba pero los demás disfrutábamos las vacaciones ese mes. Mi suegro despedía a su mujer desayunando en su compañía y mi mujer se levantaba poco después para preparar la comida antes de relajarse a la orilla del mar.
En lugar de intentar volverme a dormir, aquel día decidí levantarme en seguida y desayunar con Ana, mi mujer. De camino al servicio pasé por delante de la cocina y la vi junto a mi suegro, de espaldas, mirando algo frente a ellos, en el extremo de aquella enorme cocina, detrás del frigorífico. Seguramente para poder ver mejor, mi suegro rodeaba con su brazo el cuello de Ana, descansando la mano en su hombro y ésta se agarraba a la cintura de su padre. Cuando abría la boca para darles los buenos días, algo detuvo en seco mis palabras: la mano de mi suegro resbaló lentamente hasta las nalgas de mi mujer y apretó los cachetes con fuerza. Aquello no era demasiado usual. Algún cachete al culo de vez en cuando sí lo había visto, pero aquello era algo más que una caricia paternal. ¡Mi suegro le metía mano a mi mujer!
Aún seguía sin ver qué hacían, pero vi que Ana se agachó, echando el culo hacia atrás. Mi suegro aprovechó y pasó su mano entra la piel y el bikini rosa y se dedicó a sobar el culazo de mi mujer. ¡Me quedé helado! Ana no sólo no se apartaba sino que abría un poco las piernas para facilitarle las caricias. El bikini no me impedía ver cómo los dedos entraban en el culo o cómo acariciaba la vagina y el pubis. Ana debía estar limpiando algo y su padre habría aprovechado para sobarla un poco, imaginaba yo. Pero me extrañaba que ella no intentara apartarse y, de todas formas, aquel sobeteo se pasaba de lo normal. En ese momento se adelantaron un poco y dejé de verlos con claridad, tapados por el frigorífico. Decidí arriesgarme un poco y acercarme algo más, lo suficiente para averiguar qué estaba pasando. Mi suegro giraba la cabeza hacia la puerta de vez en cuando, aunque realmente no mirara, ocupado como estaba con el culo de mi mujer, pero demostraba que, pese a todo, se mantenía vigilante, así que debía tener cuidado para no descubrirme.
Conseguí llegar detrás de la mesa, cerca del frigorífico pero tapado convenientemente por el saliente de la despensa. Ahora podía oírlos susurrar y tenía una visión lateral de lo que pasaba. Y lo que ví y oí me hizo arder. Mi mujer le hacía una paja a su padre, que tenía una polla como la mía, pero con unos huevazos enormes que saltaban con las sacudidas. La barriga prominente de Augusto le daba un punto más guarro a la escena. De vez en cuando, y casi me descubro al gemir cuando lo vi, Ana le chupaba el glande, se la restregaba por toda la cara o le comía aquellos gordos huevos llevando la lengua hasta el perineo y apoyando la verga de su padre en la cara.
Mi suegro, fuera de sí, intentaba bajarle el bikini, pero mi mujer mantenía la cordura y pugnaba por volvérselo a subir. Los oí discutir en susurros:
– ¡Papá, por favor! ¿Te quieres estar quieto? Luis podría descubrirnos!
– Hija, hoy necesito metértela un poquito. ¡Sólo un poquito!- y volvió a bajarle el bikini hasta los muslos. Sin soltar aquella polla dura ni un segundo, mi mujer se encaró con su padre intentando, sin éxito, levantarse el bikini con una sola mano.
– Cuando esté Luis, te has de contentar con una paja, ¿de acuerdo? Todos los días la misma historia. ¿Es que no te gusta cómo te la chupo?
– ¡Pues claro, cariño! Perdóname, pero es que ya sabes que tu culo me vuelve loco.
– Un día de éstos mamá o mi marido se darán cuenta de que me metes mano bajo el agua y tendremos un problema. ¿Para qué arriesgarse, hombre de Dios?
– Iba a decir que te pareces a tu madre, pero ella sólo ha llegado a imaginar que se la chupa a tu marido cuando fantaseamos en la cama y porque yo se lo sugerí… ¡Algún día le tendré que dar un empujoncito! En cambio a ti… Venga, ¡no te hagas de rogar!
Mi cuerpo era una terminación nerviosa al borde del colapso. ¿Mi suegra fantaseaba conmigo? ¡Dios mio, aquello era demasiado! En ese momento, mi mujer, con un bufido de paciencia, pareció abandonar su resistencia y se apoyó contra el alféizar de la ventana, ofreciendo su trasero a mi suegro que ya tenía, también, el bañador por las rodillas. Lubricó el ojete de Ana con saliva y apuntó con su polla hasta que consiguió entrar sin demasiados problemas, acostumbrada a recibir la verga de su padre. Éste se entretuvo contemplando el maravilloso espectáculo que ofrecía aquel culo magnífico, con el ojete dilatado por el grosor de su polla. Mi mujer gemía calladamente y empezó a mover las caderas para abrazar aquella polla con su esfínter hasta notar las bolas golpear en sus nalgas y volver a soltarlo, repitiendo rítmicamente un movimiento hipnótico.
Al cabo de unos minutos, me di cuenta que mi mujer tenía un orgasmo brutal, mordiendo un paño de cocina para ahogar sus gritos. Cuando se calmó, Augusto sacó su polla hinchada y mojada, se la limpió y le secó el trasero y las piernas a su hija. Mi mujer tomó unos segundos para desacelerar su respiración mientras su padre la serenaba amorosamente con besos tiernos y caricias; a continuación, ya más calmada y con elmadura fot aquellas bolas enormes. Ella le bajó el bañador hasta los pies y le sacó un pie, que mi suegro apoyó en el respaldo del taburete.
Empezó mamando su pene con deleite, acariciándole las nalgas. De repente, sacó la polla chorreante de la boca y se dedicó a lamerle el culo mientras se la pelaba a gran velocidad. El guarro de Augusto levantaba la pierna todo lo que podía apoyándose en la pared y se abría el culo con las manos para que mi mujer le llegara bien adentro con la lengua. Cuando los gemidos de mi suegro volvieron a alarmarla, mi mujer decidió no arriesgarse y terminar: le metió despacito un dedo en el culo, cogió los huevos con la otra mano y empezó a mamar como una perra hasta que el cabronazo se deshizo eyaculando semen en su boca. Ana mantuvo la polla en la boca, tragándose toda la leche hasta que el miembro de Augusto empezó a menguar, lo limpió con cuidado con el paño y le dio un par de sonoros besos al prepucio antes de levantarse.
Mientras miraba como se abrazaban y mi suegro la besaba en la frente, retrocedí con cuidado hasta mi habitación antes que mi mujer viniera a ver si me había despertado. Como era aún pronto, me dejó dormir un poco más. ¡Imposible dormir! A partir de aquel día, procuré despertarme cuando ella se levantaba para asegurarme aquel espectáculo matinal. Los siguientes quince días disfruté de mi recientemente adquirida cornamenta. Cada mañana, antes de que pudiera limpiarse, la besaba y yo notaba que me miraba, temiendo que yo notara lo que, en efecto, notaba y disimulaba: el sabor del sexo de otro hombre. Pero todo esto me unió más a ella y lo que pasó después de esos quince días…bueno, eso es ya otra historia.