Corría una brisa fresca en la mañana en que me dirigía a casa de Clara. El cielo estaba despejado y ninguna nube lo empañaba dando buen augurio para un día de playa en su chalet de la costa. Clara era una buena amiga a la cual hacía tiempo que no veía. Habíamos sido compañeros de facultad hacía unos años y allí habíamos forjado amistad, la cual podía haberse transformado en otra relación más seria pero que nunca llegó a cuajar. El motivo de la ruptura había sido mi rechazo ya que, aunque siempre habíamos coqueteado en mayor o menor medida, nunca había llegado a sentir una verdadera atracción por ella, a pesar de que motivos no me faltaban. En el email que había detonado mi actual visita tras años de separación aparecía una foto suya, atestiguando que con 26 años recién cumplidos seguía siendo tan bella como siempre: de un 1’70 aproximadamente, con buena figura curvilínea, pechos generosos y un culito respingón muy deseable. Su pelo era moreno rizado, y su piel tostada por el sol, conjuntando con unos penetrantes ojos verdes. En mi defensa he de decir que cuando recibí su proposición en la universidad, principalmente para tener sexo, me encontraba empezando una relación con Laura, una chica que acababa de conocer.
Según dijo Clara, había estado mucho tiempo esperando a que yo declarara mis intenciones y estaba ansiosa por conocer mi respuesta. No pude hacer otra cosa que negarme ya que tenía esperanzas en mi nueva aventura. No se lo tomó muy bien y decidió desaparecer de mi vida durante unos pocos años hasta hace tres días, invitándome a visitarla en la casa de la playa que tenía a unos 200km. De la ciudad para pasar un fin de semana y escapar del calor que nos atenazaba. Huelga decir que aún hoy en día, continuo con la pareja de entonces, sin embargo las cosas han ido de mal en peor debido a sus celos y habíamos decidido darnos un tiempo para reflexionar. Sin embargo, Laura parecía tener más agobio que dudas y parecía que realmente estaba todo acabado, incluso había vuelto a casa de sus padres. Por ello creí que unos días alejado de aquel ambiente me ayudarían a relajarme y sin pensármelo dos veces recogí mis cosas, desconecté teléfonos y tomé el coche para dirigirme al sur.
Cuando llegué a su chalet, me estaba esperando y me saludó con una sonrisa agitando su mano. Llevaba puesto un vestido cortísimo con transparencias y unas sandalias a juego. El escote remarcaba su talla de sujetador, una 100, a ojo, y dejaba entrever el canalillo que separaba sus pechos. La brisa marina comenzó a soplar de nuevo, haciendo agitar su pelo rizado.
- ¡Buenos días! Pero que cambiado estás y eso que sólo han pasado unos años. Estás muy guapo.
- Gracias – dije un poco cortado – te veo con muy buen aspecto. – Dije acercándome a ella y dándole dos besos. Cuando Clara me dio un abrazo pude sentir el intenso olor de su perfume a frutas tropicales, que ya había olvidado.
- Pero pasa, te voy a enseñar el chalet. – dijo cogiéndome de la mano y llevándome hacia la entrada.
Aunque al principio me la imaginaba con un marido y dos o tres hijos, ella me había dejado claro que nunca se había llegado a casar. Tras salir con dos chicos al terminar los estudios, había encontrado trabajo en la redacción de un periódico local y por lo tanto, ocupaba el antiguo chalet de sus padres, que ya casi no venían nunca. Éste estaba formado por un gran espacio de césped verdinoso, una casa de dos plantas acabada en pico y una piscina en un lateral. Unos muros altísimos separaban el recinto del de sus vecinos. Mi mirada se distrajo al encontrar una caseta de perro grande que parecía recién pintada. Estaba vacía, parecía como si hiciera tiempo que su dueño había desaparecido del lugar. De pronto me acordé del perro de clara. Era un pastor alemán de grandes dimensiones con el que jugábamos por aquel entonces.
- Se escapó hace ya un tiempo y como no me he visto con fueras para comprar otro, dejé la caseta tal y como estaba.
Le sugerí que me parecía algo extraño que la caseta pareciera tan nueva haciendo tanto tiempo que su dueño faltaba.
- Quizás pronto me compre otro perro para que me haga compañía, no sabes lo sola que me encuentro algunos días aquí. – Dijo con una sonrisa.
Entramos dentro y me ofreció un café, disponiéndonos a hablar de nuestras vidas. Yo le comenté que actualmente me encontraba sin trabajo y como mi relación con Laura había casi tocado fondo.
- Yo por mi parte, no me puedo quejar en lo profesional. Trabajo como redactora y cobró un buen sueldo. Sin embargo, a veces noto que la casa se me cae encima, especialmente los fines de semana, antes tenía a Basil para que me hiciera compañía, pero ahora…por otra parte, mis relaciones con los hombres han ido de mal en peor y es que me recriminan que soy demasiado competitiva y mandona en casa y acaban hartándose de mi.
- No recuerdo haber tenido peleas contigo cuando estábamos en la universidad.
- Bueno, cariño, eso será porque tú nunca tuviste problemas para amoldarte a mis deseos y siempre fuiste un amigo fiel. – Dijo mirando por la ventana ausente. – Mi trabajo es para mi lo más importante, y no puedo permitir que un par de polvos lo echen por tierra. -Dijo volviéndome a mirar y poniéndose seria. Pude notar como un brillo de enfado en sus ojos había aparecido por unos instantes, pero su sonrisa lo borró a continuación.
Pasaron los dos días y el fin de semana tocaba a su fin. Parecía que habíamos recobrado nuestros tiempos de facultad y que volvíamos a ser uña y carne. Vimos películas juntos y nos tumbamos en la playa para ver luego el atardecer. La noche de sábado, Clara me invitó a salir a una discoteca de la playa, cosa que yo acepté gustoso. He de reconocer que estaba despampanante, maquillada con esmero y con un carmín fuego en sus labios. Llevaba un corto vestido negro que apenas tapaba su ropa interior, dejando entrever algunos encajes de vez en cuando. Esta vez, había vestido un sujetador que realzaba sus ya de por si abundantes senos. El pelo lo llevaba recogido en un tocado que dejaba admirar sus hombros desnudos. Unos zapatos negro vinilo de tacón de unos 8 cm. remataban el modelito, dándole un aspecto despampanante. Nunca la había visto tan atractiva como entonces (antes ella había odiado los zapatos de tacón), el cambio que se había producido en ella me hizo dudar un poco de mis intenciones amistosas, aunque sólo fuera por un instante.
La noche había ido y bien y tras bailar un rato, nos habíamos sentado en un sofá en la zona de copas. Ya habíamos tomado unas cuantas copas y no parábamos de hablar entusiasmados de nuestro primer encuentro en la universidad. De pronto, entre el ruido de la pista de baile Clara aprovechó la oscuridad para sentarse encima mía y comenzar a besarme el cuello. En mi embriaguez me dejé hacer, hasta que me metió la lengua en la boca. Fue como un rayo lo que me iluminó la mente y me hizo retroceder ante su ataque. Tras despegarse un momento, se inclinó y me dijo al oído que estaba caliente y que quería follar.
- Clara, me parece que has bebido demasiado…sabes que sigo con Laura y que no puedo darte lo que pides.
La mirada de odio volvió otra vez a sus ojos. Automáticamente se despegó de mi y se levantó para recoger las cosas. Su tono de voz había cambiado, desapareciendo toda su dulzura.
- Vamos, llévame a casa. Quiero dormir y aquí ya no nos queda nada por hacer.
En el camino de regreso no dijo una sola palabra. Cuando abrió la puerta de su casa se giró y me pidió perdón por todo, indicándome que podría dormir en la habitación de su hermana si quería y que ya partiría al día siguiente. Cuando ya iba a subir las escaleras para acostarme me la encontré sentada en el salón principal preparando unas bebidas.
- Vamos, tómate la última conmigo. Que no haya funcionado no significa que no podamos despedirnos como amigos, ¿no?
Acepté a regañadientes y me senté a su lado. Brindamos por el futuro mirándonos a los ojos. Había un silencio absoluto, los relojes marcaban la medianoche y sólo esperaba terminarme la copa para huir de ese ambiente tan asfixiante. Poco a poco empecé a notar un calor extraño que me hizo marear. Intenté incorporarme pero noté como me faltaban las fuerzas, me mareaba, no podía siquiera emitir palabra alguna. Mis brazos y piernas pesaban mucho y no podía hacer otra cosa que contemplar lo que ocurría a mi alrededor medio drogado.
Al verme en ese estado, Clara sonrió maliciosamente.
- No creas que he olvidado los dos desplantes que ya me has hecho. Pero no te preocupes, lo tenía todo preparado de antemano. Sabía que te volverías a negar por culpa de esa zorra de Laura, pero ya no te me volverás a escapar.
Clara se levantó y avanzó hacia una cajonera. Sus zapatos de tacón resonaban en el suelo de mármol. En estado semiinconsciente, no podía hacer otra cosa que dejarme llevar. Su culo se movía acompasando sus pasos. Clara volvió y con unas tijeras comenzó a cortar mis pantalones y camisa, y a dejarme completamente desnudo.
- Esto ya no te va a servir más. – dijo maliciosamente.
A continuación, la oí subir arriba y la vi bajar con mi maleta y mis cosas. Vació todo el contenido de la maleta en la chimenea, la cual se encontraba ya preparada para su uso y le prendió fuego. Poco a poco me iba poniendo nervioso, mi DNI, mi teléfono móvil y otros documentos estaban ardiendo junto a mi ropa para siempre, y no podía ni pestañear. Clara se acercó poco a poco a mi con algo en la mano, que no logré identificar. Se arrodilló justo delante miá y me separó las piernas. Un aparato de castidad de plástico apareció ante mis ojos con horror.
- Una faceta que tú no conocías de mi es mi pasión por la dominación femenina. Siempre he sido un poco vergonzosa y no me he atrevido a contárselo a nadie. Pero creo que tú eres el candidato ideal para ser mi…primer esclavo. – Dijo mordiéndose el labio carmesí – Antes de colocarte este cinturón de castidad, voy a colocarte otra cosita en su interior. Sólo podrás tocarte cuando yo te deje y del modo que yo diga…después de haberme rechazado dos veces, podré ver como te arrastrarás para pedirme que te deje correrte en mis zapatos de tacón.
A continuación, me colocó una especie de gomilla con un chip en el flácido pene, el cual introdujo en el aparato cerrándolo con una llave que a continuación se colgó del cuello y que reposó entre sus calientes pechos. Seguidamente sacó de una bolsa oscura que se encontraba entre mis piernas y que no había descubierto antes, una serie de tobilleras y muñequeras de cuero negro, con una anilla y un candado que las cerraban y nos las dejaban abrir, colocándomelas una a una. Para finalizar, sacó lo que parecía ser un collar y una correa de perro que me colocó.
- En esta correa pone tu nombre a partir de ahora, LAMEDOR. Más te vale no intentar quitártela nunca, porque si no, te daré tal paliza que no podrás ni arrastrarte por el suelo.
Se alejó un par de pasos hacia atrás y pareció satisfecha. Colocó los brazos en sus caderas y me dejó a entender que esta situación duraría.
- Por si no te has dado cuenta, estúpido perro, tu vas a ser el próximo animal que ocupará la caseta del jardín. No te preocupes que ya lo tengo todo preparado para que te instales – dijo con una sonrisa.Poco a poco noté como algunas facultades volvían a mi y comencé a poder mover la lengua aunque no podía ejecutar sonido alguno, era como si mis cuerdas vocales siguieran entumecidas. Clara se sentó tranquilamente y encendió uno de sus cigarros. Al ver como intentaba desesperadamente levantarme, soltó una carcajada. No pude hacer otra cosa que dejarme caer al suelo y ponerme a cuatro patas para intentar sostener mi cuerpo.
- Así me gusta, veo que vas aprendiendo. Será mejor que te acostumbres porque vas a ser mi perro durante mucho, mucho tiempo. – Dijo expulsando el humo de su boca.Fue tirando poco a poco de su cadena, acercándome más y más a su entrepierna.
- Para agradecerme el entrenamiento al que voy a someterte y que te haya acogido podrías darme unos besos, ¿no? Vamos, ¡lame los zapatos!
A pesar de encontrarme débil, tenía consciencia de lo que hacía y por nada del mundo iba a humillarme hasta esos extremos. Viendo como me negaba a sacar la lengua, sacó lo que parecía ser una fusta de detrás del sillón. Era negra, de cuero cordado, acabada en una pala cuadrada. De pronto se levantó y empezó a fustigarme por toda la espalda mientras colocaba un tacón en cada mano del suelo para que no intentara escapar. Mi cabeza quedaba entre sus piernas, aprisionada.
- Así que te has vuelo rebelde, ¿eh? -dijo cuando acabó de darme 10 veces. – ¡lame ahora mismo, perro de mierda! ¡Más vale que sirvas para algo!
Mi espalda estaba ardiendo y a pesar de mi estado, sabía que no tenía otra alternativa que hacer lo que ella me decía. Cuando soltó mi cabeza, fui bajando poco a poco hasta tocar con mis labios sus zapatos que seguían aprisionándome las manos.
- Así, saca la lengua y embadurna bien los tacones. Esto lo tendrás que hacer cada vez que me veas llegar de la calle a modo de saludo, como una buena mascota, ¡vamos! – grito viendo mi indecisión.
Poco a poco fui sacando la lengua y fui abrillantando sus zapatos manchados de polvo. Clara se relajó un poco y se volvió a acomodar en su silla esta vez con las piernas abiertas. Cuando se cansó de verme humillado, fue tirando poco a poco de la cadena hasta que hizo coincidir mi boca con sus bragas, teniendo su sexo al otro lado del tejido. Desde allí podía sentir su calor y oler sus flujos, los cuales se habían producido por toda la situación, ella amaba el control.
- Ahora baja mis bragas y demuéstrame que realmente sabes servir a una mujer.
Esta vez no iba a pasar por ello, y debió notarse como me iba retirando poco a poco, porque una mirada de furia me dejó petrificado. Clara tomó un pequeño mando que tenía colgado al cuello junto a la llave y apretó el botón. Una fuerte corriente eléctrica atenazo mi miembro, haciendo que cayera al suelo presa del dolor. Con la punta de su zapato, levantó poco a poco mi cara.
- Esta es la sorpresa de la que te hablé antes. Más vale que no me decepciones o tendré que utilizarlo más veces. La fusta y el látigo te parecerán caricias al lado de lo que te voy a hacer.
Poco a poco logré incorporándome. Por mis ojos caían lagrimas de impotencia por no poder utilizar la fuerza física contra Clara y poder escaparme, pero estaba claro que no tenía ninguna posibilidad. Hice amago de levantar mis manos para bajar su culotte de encaje piernas abajo, pero una bofetada me paró en seco:
- Con las manos no, animal. Hazte a la idea de que no las vas a necesitar más para utilizarlas como hasta ahora. Aprende a utilizar tu boca y tu lengua…
Con delicadeza, mordí la parte superior del culotte y ayudado por los movimientos de Clara, fui bajando hasta llegar a sus zapatos. A continuación, ella pegó mi cara con su sexo y se frotó intensamente. Sin otra salida, saque mi lengua e intente hacer el mejor trabajo de toda mi vida, porque viendo las cosas como pintaban, realmente temía por mi seguridad.
- Eres un perro rebelde, pero pronto todo eso va a cambiar. – dijo Clara mientras yo seguía complaciéndola como podía. – Tengo unas amigas que están interesadas en tu caso y me van a echar una mano para domarte.
En ese momento no entendí a lo que se refería. A pesar de todo lo sucedido, no podía dejar de albergar la esperanza de que todo aquello fuera una mera venganza y de que Clara al día siguiente me dejaría marchar si me “portaba bien”. Cada vez que tocaba su clítoris notaba como se ponía más y más húmeda. Sus piernas me aprisionaban de tal forma que apenas me dejaban respirar, mientras que con la mano libre me asía el pelo, y me empujaba hacia el fondo de su sexo. De pronto se arqueó levemente y comenzó a dejar escapar pequeños gemidos. Ignoro si le había tenido algún orgasmo, pero al rato Clara se levantó, se puso de nuevo el culotte y satisfecha, me sacó al césped. Debido a sus fuertes tirones, no pude hacer otra cosa que acompañarla y dejarme llevar a cuatro patas. Sentía con cada paso, el césped fresco bajo mis manos. Apenas podía sostenerme sobre el suelo y varias veces tropecé, recibiendo varios fustigazos como castigo.
Por fin, llegamos a la caseta de perro, vi como una inscripción con el mismo nombre, LAMEDOR, aparecía en la puerta. Confiada en mi debilidad, soltó la correa y levanto el techo y las paredes de la caseta, dejando a la vista una base de cemento con cuatro argollas.
- Vamos, LAMEDOR, se bueno y sube aquí arriba.
Para evitar más castigos hice como me ordenaba. Vi como fijaba uno a uno cada uno de los candados de mis extremidades a las argollas de acero, dejándome inmovilizado a cuatro patas. De repente, abrió el bolso y sacó una mordaza de bola, la cual fue colocándome poco a poco.
- Buen perrito. Todo esto es necesario, porque por si no te has dado cuenta, estás recobrando poco a poco tus facultades. – dijo terminando de poner la mordaza. -Seguramente estás algo confuso y no entiendes nada de lo que ocurre pero lo único que has de saber a partir de ahora es que serás entrenado, domado y esclavizado para convertirte en mi nuevo perro, LAMEDOR. Empiezo a creer lo que dicen de que el hombre es el mejor amigo de la mujer…¿o debería de decir…el perro? – dijo sonriendo maliciosamente.
Con cuidado, volvió a colocar la pieza de la caseta con las paredes y el techo y me sumí en una oscuridad profunda. Sólo notaba su voz en el exterior.
- Será mejor que duermas, lo que puedas, porque mañana vendrán a buscarte bien temprano para empezar tu entrenamiento. Será mejor que aceptes tu nueva condición de perro y te olvides de tu vida para siempre y más te vale que sea rápido porque no tengo ni una pizca de paciencia.
Escuché la hierba crujir bajo sus tacones y luego de un repiqueteo de estos en el suelo de mármol de la entrada, la puerta se cerró de golpe. Estaba totalmente acobardado, en pocas horas había sido secuestrado y convertido en un simple perro y lo peor de todo era, que no había hecho nada más que comenzar…
FIN PARTE 1