Abro tus piernas y las puertas del paraíso se abren ante mí. La proximidad ha hecho que la punta de mi polla roce la entrada de tu coño. Siento su calor y su humedad. Inesperadamente tus piernas me rodean con fuerza la cintura y hacen que te penetre de golpe. Me has llevado hasta lo más hondo. Se escapa un gemido de mi boca al experimentar esa sensación.
En su chalet tenía una bodega con una mesa de billar americano. La idea de hacerlo sobre ella rondaba mi cabeza desde hacía tiempo. ¿Recuerdas cuando llegué a tu casa?
– ¡Hola!, se me ha caído una bola de tenis en tu jardín, ¿te importaría cogerla?
Sabía que tu marido estaba de viaje. Le había visto salir por la mañana, con el maletín y la bolsa de viaje. Por lo menos un par de días estaría fuera, al menos así era siempre que salía con la bolsa de viaje. Por eso me había puesto a media mañana a jugar en el pequeño frontón que hay en mi jardín.
– Pasa, tú sabrás mejor donde ha caído.
Pasé por el salón y saliendo al exterior bajé las escaleras hasta el jardín. Allí estaba la pelota entre las arizónicas. La cogí y me dirigí hacía ti.
– ¿Qué estabas haciendo? – Limpiaba la bodega. (Dijiste señalando la puerta abierta que comunica el jardín con ella). – ¿Sabes?, me encantaría jugar una partida de billar. La última que jugamos los cuatro ganasteis vosotros. – Ya sabes que yo sola soy peligrosa. – Por eso, quiero ver como me defiendo contra la fiera que llevas dentro.
Pasamos al billar y me entregaste un palo, ese con el que ya había jugado otras veces, es como si ya me hubiera acostumbrado a él y fuera mío. Y ahora lo que quería y buscaba era que tú también fueras mía, que estuvieras dispuesta para mí siempre que yo quisiera. Los dos sabíamos el tipo de miradas que intercambiábamos en esas veladas que compartíamos a menudo. Con nuestras respectivas parejas por medio, pero a sabiendas de toda la carga sexual que transmitían no dejábamos de lanzarlas. Siempre evitando ser descubiertos, buscando los momentos más sutiles. Hoy sería el día de intercambiar todo lo que quisiéramos sin nadie por medio.
Esa mirada tuya me producía excitación. Jugueteabas con el palo entre tus dedos, haciéndolo girar, mientras tus ojos me acariciaban de una manera especial. El juego no había empezado, pero creo que los dos pensábamos en un final apasionante. El triángulo de bolas ya colocado sobre la mesa esperaba a ser golpeado. ¡Empiezas tú! – te dije. Desde el otro extremo de la mesa contemplaba tus movimientos. Apoyaste la mano izquierda sobre la verde superficie a la vez que inclinabas tu cuerpo hacía delante. Los hombros brillaban bajo la luz y la camiseta de tirantes se separaba de tu piel dejando ver las curvas de tu pecho. Concentrabas la mirada en la bola blanca cuando te disponías a tirar, pero un segundo antes de hacerlo me miraste. Yo aproveché esa mirada para ofrecerte el gesto de mi lengua humedeciendo el labio superior. La reacción fue una sonrisa en tu rostro que se quedó mientras bajabas la mirada de nuevo sobre la bola y el extremo del palo.
Un rápido movimiento de tu brazo hizo que la bola saliera disparada. Con la mirada seguíamos los múltiples choques y movimientos esperando que pararan. Sonreí… No has colado ninguna. – Has hecho trampa. Me dices.
La bola blanca ha quedado cerca de donde tú estás. Paso a tu lado rodeando tu cuerpo por detrás y ante mis ojos… tu cuello, esa visión hace que sea imposible reprimir el deseo de besarlo. Eso hago acercándome un poco más a ti. Un beso robado, fugaz, inesperado ha hecho que tus hombros se estremezcan. En mis labios se ha quedado marcado el calor de tu piel y un olor embriagador se ha colado en mi mente. Un olor dulce, conocido, la mezcla de perfume y el excitante olor de tu piel.
Me dispongo a tirar, pero en mi cabeza se mueve el deseo de seguir besándote. Muerdo mi labio inferior en un intento de querer mantener guardado ese ligero contacto que he tenido con tu piel.
Apunto a la bola blanca y dirigiéndola sobre la roja… disparo… ¡Ayysss! En mi espalda a la altura de la cintura, donde la camiseta había dejado un hueco, he notado un suave cosquilleo. Unas uñas han pasado rozando en una caricia desconcertante.
– Ufff, fallé el tiro, no he colado la bola. – Te ríes. Ahora estamos empatados.
El juego continúa, intentamos colar las bolas, pero cada vez prestamos menos atención a la partida. Nos movemos alrededor de la mesa en busca de la posición para tirar y cada vez son más los contactos inesperados, los leves roces de nuestros cuerpos, una vez las caderas, otra un brazo con otro. Las miradas se cruzan, la complicidad y el deseo va en aumento y… lo que en un principio eran contactos inesperados ahora son contactos provocados, buscamos el momento para cruzarnos, tocarnos y mirarnos. Deseo que tu cuerpo pase junto al mío, deseo tenerlo entre mis brazos, apretarlo, estrujarlo, sentir su calor. Es tanto el deseo que en uno de esos acercamientos abro mis brazos rodeando tu cintura abrazándote frente a mí. Aprieto mi cuerpo contra el tuyo aprisionándote contra el borde de la mesa. Con tranquilidad dejas el palo en ella y llevas tus brazos sobre mis hombros abrazando mi cuello.
Nos miramos y el deseo sigue su camino. Comenzamos a besarnos lentamente, los labios flotan uno sobre otro, rozándose, acariciándose. Los cuerpos se aprietan un poco más y es la señal que nos lleva a besarnos locamente, con desenfreno, dejando a nuestras bocas rienda suelta sobre el manjar de los labios, lengua y saliva que tienen delante. Quiero que saques tu lengua para ofrecerme ese piercing que llevas en ella. Y así lo haces cuando te lo pido. – ¡Miaaauu!!, digo excitado, antes de cogerlo entre mis dientes.
Tu respiración se agita cuando tiro de él, cuando tu lengua tiene que salir sometida a mis antojos. Es un pequeño gesto de sumisión y eso te excita. Mi cuerpo responde igualmente acelerándome el pulso. Entre mis piernas siento la dureza de mi polla en aumento. Quiero que tú lo notes también, contagiarte mi excitación. Me aprieto más contra ti, colándome entre tus piernas para sentir el mullido rincón de tu sexo. El piercing prisionero en mi boca y a la vez tú, presa de mí. Llevo mis manos bajo tu camiseta, deslizando las uñas por los costados, subiendo hacia tus pechos, acariciándolos, cubriéndolos con mis manos. Tu respiración jadeante desprende gemidos ahogados cuando mis dedos se aferran a los pezones.
– ¡Levanta los brazos!, te pido.
Subo la camiseta hasta desprenderte de ella. Tú haces lo mismo conmigo y ahora nuestros pechos desnudos se abrazan de nuevo. Volvemos a besarnos, con los ojos cerrados y escuchando el latir de los corazones conseguimos olvidarnos del mundo. Lleno de besos tu cara, tus ojos, tu nariz, tus orejas, mordisqueo el cuello, paso mi lengua lamiendo tu piel, bajando entre tus pechos por un sendero de brillante humedad, chupando los pezones, acariciándolos con los labios, rozando con los dientes, mientras tu cabeza cae hacia atrás en un gesto de ofrenda de todo tu cuerpo. Te cojo con mis brazos para subirte sobre la mesa. Sentada en el borde con las piernas colgando dejas caer las zapatillas al suelo, a la vez que apoyas las manos en la mesa tras de ti. Llevo mis manos a tu cintura para despojarte del pantalón. Tiro de él y del tanga que llevas debajo a la vez que elevas las caderas para dejar que termine de quitártelo.
Así recostada sobre la mesa, con los codos apoyados sobre el tapete verde y las piernas colgando, me miras a los ojos en el momento que abres tus piernas. Quieres ver mi reacción al contemplar de lleno ese oasis que tienes entre tus muslos. Y no puede ser otro que asombro y excitación al ver como estás humedeciendo el borde de la madera. Quiero ponerme entre tus piernas, pero antes de hacerlo, tus pies se apoyan en el borde de mis pantalones. Es un pantalón corto y consigues deslizarlo sin problemas con la punta de los dedos, bajándolo hasta que cae al suelo. El slip azul que llevo marca perfectamente los contornos de mi polla. Fijas la mirada en ese punto y empiezas a imaginar todo lo que podré hacer con esa parte de mí en tu cuerpo.
Estiras una pierna y alcanzas a tocarla con los dedos sobre la ajustada tela del slip. Con la ayuda del otro pie la empiezas a masajear y acariciar, apretándola y moviéndola hasta que consigues ponerla en posición vertical y así comprobar como por el borde del elástico asoma la punta, un capullo hinchado y brillante. Tus dedos recorren el mástil de arriba abajo y en ese movimiento con las uñas vas marcando la piel de mi pubis. Me acerco más, colocándome de pie entre tus piernas. Me inclino sobre ti y mi boca llega solamente hasta la parte inferior de tus pechos. Empiezo a besar esa suave y tersa piel, mi boca se llena de ti, de tu sabor. De puntillas alcanzo a coger uno de los pezones entre mis labios, tiro de él con los dientes a la vez que con la punta de lengua le doy pequeños golpecitos.
El estar recostado sobre ti, hace que en mi vientre perciba el calor de tu sexo y eso hace que me junte más, me apriete a tu cuerpo. Abres las piernas un poco más y la humedad que desprendes moja mi ombligo, noto como fricciona mi piel en la tuya y como palpita tu sexo. Tu cuerpo se estira hacia atrás invitando a mi lengua a recorrer el vientre. Bajo despacio hasta llegar al vello, surcando entre él me adentro en tu carne. Los labios de la vulva están abiertos para mí, me excita mirarlo y olerlo. ¡Hummmmm! Mi lengua se pierde lamiendo entre los pliegues, saboreando ese jugo que sale de ti. Pero hay algo que me vuelve más loco aún. Esa perla que tu cuerpo esconde y que mi lengua descubre como si fuera un tesoro. Pasaría horas unido a ese clítoris. Chupo de el, succiono, acaricio, envuelvo con mis labios, rozo con los dientes. Voy notando como crece, como se endure entre mis labios. Con los dedos retiro hacia atrás la piel que lo cubre. Ahora asoma reluciente, en erección, pidiendo ser acariciado.
Entonces vuelvo a posar mis labios lentamente, mojándolo con mi saliva. Con los dientes lo sujeto con delicadeza sin llegar a apretar, pero impidiendo que se escape. La punta de mi lengua la coloco sobre él. Y así, atrapado como está, decido quedarme inmóvil. Es sensacional notar como palpita, como tiembla. Y en el momento que mi lengua empieza a dar pequeños golpecitos, tu respiración se agita. Eso me excita, tu cuerpo me excita, tus movimientos me excitan, tu olor, tu sabor. Decido seguir con esos golpecitos.
Cada golpecito de mi lengua se ve acompañado de un gemido de tu garganta. Los gemidos van creciendo, porque mi lengua cada vez golpea con más fuerza. Mueves las caderas, pero mis dientes se aferran a ese preciado trocito de carne. Y con ese movimiento haces que los dientes lo aprieten con más fuerza, pero a la vez las sensaciones las sientes con mayor intensidad. Cuando mi lengua, que ya no da golpecitos, sino pequeños latigazos sobre ese clítoris tan duro, de tu boca salen ligeros gritos, mitad grito, mitad gemido. Me vuelve loco verte así, quiero entrar en ti, llegar a tu alma, inundarme de ti.
Tu espalda se arquea, dejas caer la cabeza hacia atrás y mis manos agarran tus nalgas mientras sigo comiendo de ti. Una mano la deslizo hacia delante para introducir dos dedos en tu cueva. Se deslizan suavemente, estás chorreando. Noto como tus músculos los aprietan al entrar. Las yemas de mis dedos buscan un lugar conocido en ese desconocido coño. Un lugar más mullido que el resto, abultado y prominente con la excitación. Lo llaman punto G y es mi perdición. Existe y solo es cuestión de saber donde encontrarlo.
Siento como aumenta de tamaño al presionar sobre él. Muevo los dedos en círculos a la vez que aumento la presión, pequeñas pulsaciones sobre él al mismo ritmo que mi lengua golpea el clítoris hacen que unas convulsiones empiecen a recorrer tu interior. Electricidad que sube desde los tobillos, pasando por tu culo y subiendo por la columna vertebral hasta la nuca, hacen que un increíble orgasmo invada tu cuerpo, el vientre se comprime tratando de aferrarte a él, los músculos de tu coño se convierten en tenazas sobre mis dedos, tu cuerpo se agita como si fuera un caballo desbocado, gritas de placer mientras mi brazo izquierdo sobre tu vientre trata de mantenerte en la mesa. Es increíble contemplar el chorro que mana de tu coño, no se de donde saldrá, pero es un auténtico chorro igual que si estuvieras meando. Se que no es así, porque el sabor es mezcla de dulce y salado. Mis labios se mojan, mi cara se moja y con la boca abierta bebo de ti.
Me levanto llegando a tu cara, quiero besarte y que me beses sabiendo a ti. Besas mis labios, muerdes, devoras. Me acerco a tu oído para pedirte algo.
-Quiero que hagas algo para mí. – Siiiii… Contestas.
Con mi mano cojo una de las bolas de la mesa, la negra me gusta, la acerco a mi boca y paso mi lengua sobre ella.
– ¡Túmbate, toma! Pasa la bola rodando por tu pecho… vas bajando por tu vientre… y ahora llévala hasta tu sexo… Hmmmm… como me gusta verte hacerlo. – Acaríciate, frota con ella el clítoris…
Yo empiezo a masturbarme al ver lo que estás haciendo. De pie en el borde de la mesa, mi mano siente la erección, la dureza de mi polla, con el deseo incontenible de entrar en ti.
– Acaricia tu vulva, recórrela, ábrete un poco más… imprégnala de ti. Ufffff…
Me acerco con mi lengua a besar la bola. Sabe a ti, me encanta, la chupo, la humedezco y sigues acariciándote con ella. Ahora cojo la bola y la llevo hasta el borde de la mesa. Te pido que te acerques tú también al borde y con mis manos, una en cada pierna tuya te traigo hacia mí. La bola se ha quedado debajo de ti. Te pido que te sientes sobre ella y entre los cachetes de tu culo se sumerge la bola. Presiona sobre la entrada de tu culo y eso aumenta las sensaciones en esa zona, a la vez que desplaza tu sexo hacia fuera.
Abro tus piernas y las puertas del paraíso se abren ante mí. Sujetándolas con mis brazos las llevo a mis costados. La proximidad ha hecho que la punta de mi polla roce la entrada de tu coño. Siento su calor y su humedad. Inesperadamente tus piernas me rodean con fuerza la cintura y hacen que te penetre de golpe. Me has llevado hasta lo más hondo… ¡Wuuuaaauuuu! Hhhmmmmmm. Se escapa un gemido de mi boca al experimentar esa sensación. Me tienes rodeado, tus músculos me aprisionan.
Pero aún así empiezo a mover mi cuerpo adelante y hacia atrás. El tuyo fundido con el mío se mueve a la vez. La bola sigue en su sitio y hace que las paredes de tu sexo me rocen con más energía. Tú lo notas también y el placer vuelve a crecer hasta límites insospechados, gemimos como animales cuando una ola de placer sube por mis piernas, concentrándose en el centro de mis testículos.
Siento que voy a estallar y tú lo has debido percibir, porque tus piernas y tus brazos me rodean ahora con más fuerza. Exploto en un chorro de éxtasis, inundando tu interior y eso hace que otro orgasmo recorra tu cuerpo a la vez que el mío. En unos segundos que se vuelven infinitos, quedamos uno a cada lado del otro tendidos sobre la mesa, jadeando, empapados en sudor, llenos de placer.
Ahora solo se escuchan los latidos del corazón retumbar sobre el tapete y unas respiraciones que poco a poco se van suavizando. Sumiéndome en un letargo que poco a poco me hace cerrar los ojos.
El sueño me invade y en él reconozco una bola negra que rueda por mi vientre.
Autor: Robinblue