Soy una mujer casada, sin hijos, con treinta años, y por lo que me dicen algunos por la calle estoy bastante «buena».
En la casa en que vivo, todo, excepto la luz, funciona con butano, la cocina, el agua caliente, la calefacción, todo. Por eso tengo siempre en servicio dos bombonas, que tengo que cambiar con frecuencia y casi nunca las dos a la vez. Como el butanero pasa solo dos días a la semana, tengo que estar siempre pendiente de las dichosas bombonas y del butanero. Cuando tengo una bombona vacía la dejo en la puerta del piso, y cuando pasa el butanero me la cambia por otra llena, se la pago y me la llevo como puedo a la cocina.
Pero un día llegó un butanero nuevo, era negro y cubano, y con su hablar de la isla me dijo.
– Señora, ¿quiere que se la meta?.
– Si, por favor, pase, pase. – Dije yo. Y me llevó la bombona a la cocina. Le pagué, y entonces me echó mano a la bata para subirme la falda.
– Pero bueno, ¿que hace?, ¿por quién me a tomado?. – Dije yo, y le di un manotazo en el brazo.
– Ta bueno chica, ¿ya tú no me dijiste que te la metiera?. – Me dijo, y se puso a desabrocharme la bata que llevaba puesta, que era sin mangas y con una fila de botones hasta abajo, y muy cortita.
– Pero me refería a la bombona, solo.
– Po mis amigo man diso que a toa las tías que me digan que se la meta, que se la meta. Y que me darán güena propina.
– Pues te han engañado, y ya te puedes ir marchando, que aquí estás de más.
Entonces se bajó la cremallera del mono y sacándose la polla me dijo, – ¿Ya tu te cree que me pueo marchá con eto asin?, ¿que no ta fijao como me sa pueto?, me tié que asé algo pa calmalme.
Para entonces ya me había desabrochado media bata a pesar de yo empujarle los brazos, y al fijarme como él me decía, vi una minga larga, gorda, y tiesa como un tarugo, también me di cuenta de que bajo el mono no llevaba nada, ni calzoncillo. Me quedé quieta con la mirada fija en su polla, y roja como un tomate, él se dio cuenta de mi sofoco y aprovechó para terminar de desbrocharme del todo y empezar a bajarme la bata por los hombros.
Entonces reaccioné, y dándole un empujón me solté. Quise escapar pero me agarró con sus manazas y me sujetó contra la pared, diciéndome.
– Pero chica no te asute que no vi aserte daño, solo quiero dalte plasé. Mira tú, pa empesá te vi a comé el coño, y luego hasemo lo que tú ma te gute.
Recordé lo que contaban algunas de mis amigas de los negros y del placer que dan con sus grandes pollas y su tardanza en correrse. Y mis fantasías solitarias de mamadas y sesenta y nueves. Sabía que aquel negro me iba a violar, por las buenas o por las malas, así que decidí resistirme lo mínimo indispensable para no parecer una zorra y disfrutar decorosamente con lo que quisiera hacerme, cuya primera parte ya me había anunciado e hizo que mi coño se mojase.
Para entonces el tío ya me había quitado la bata y estaba soltándome el sujetador. Yo inicié mi número diciéndo muy sofocada.
– No, no, déjame por favor, soy una mujer decente, no, no.
Pero el negro estaba lanzado y después del sujetador fue la braga, mientras él tiraba de ella para abajo yo tiraba para arriba, y viceversa. Después de forcejear un rato dejé que me resbalara entre los dedos y me la bajó hasta los tobillos, se acuclilló y me hizo levantar una patita y luego la otra y tiró las bragas al fregadero.
Cuando estuve desbragada simulé que me rendía y me puse a llorar. Me dijo que fuéramos al dormitorio, le llevé y de un empujón me tumbó en la cama.
Se quitó el mono y apareció ante mí como un Tarzán negro, aquel tío era un cachas y me gustó. Se tendió boca arriba, y a mi me tendió bocabajo sobre él y con el coño ante su cara, y me dijo.
– Mientra yo te como e coño, si tu quiere me pué mamá la polla.
Yo no paraba de llorar y suplicar que me dejara, pero al tener su polla ante mí y notar su lengua en mi chocho me callé, me la metí en la boca y empecé a chuparla.¡Que ganas tenía!, dije para mí, mientras la sacaba y la metía en mi boca. La verdad es aquel tío olía que apestaba, era una mezcla de olores, a sudor, y a sexo, pero me excitaba mucho y la mamaba sin parar mientras sentía sus lengüetazos en mi coño. De repente sentí como una descarga eléctrica, al pasar el placer del coño al culo. ¿Pero que me estaba haciendo aquel negro?, ahora sentía como su lengua trataba de entrar por el agujerito de mi culo y, ¡era maravilloso!, nunca había sentido nada igual. Poco después el negro decidió cambiar de postura y me dijo que me sentara encima de él.
– Te ba a gustá muso -, dijo. Hice lo que me decía, pensando que me la metería por el coño, pero no, por donde me la quería meter era por donde antes me metía la lengua.
Al principio los refrotes por la entrada eran agradables, pero cuando agarró mis caderas y empujó para abajo la cosa cambió totalmente, aquello dolía, entonces me puso de rodillas y bocabajo, se untó la polla con aceite de la cocina y a mí me metió un chorrito por el culo, y me dijo.
– Date guto en la raja con lo dedito mientra yo tenculo, ya tu verá que bien.
Y mientras yo hacía lo que me dijo, él me la fue metiendo poco a poco, hasta que me la coló entera. Yo sentía mi culo lleno y ensanchado y me gustaba, y aumentaba el placer que me daba con los dedos. El negro empezó a meterla y sacarla cada vez más deprisa, y cada vez me daba más gusto. Nunca creí que me iba a gustar tanto hasta que me corrí. Él también se corrió y me llenó el culo con su esperma. Mientras descansábamos me dijo.
– ¿Ya tú a vito el guto quetedao?, pué a luego te vi a da ma, – y así fue. Me llevó a la cocina y me tumbó bocarriba sobre la mesa, me levantó las piernas, se metió entre mis muslos, y empezó a joderme con un metesaca lento que me puso los ojos en blanco, le dije.
– Por favor, te lo suplico, no te corras dentro, no quiero tener un negrito.
– No te procupe, no te vi a preñá, te lo vi a meté la boca, ya tu verá que te sabe güeno. Y diciéndo esto la sacó, me puso de rodillas y me la metió en la boca. Yo chupé, lamí y mamé hasta que se corrió, y no me permitió sacármela de la boca hasta que me lo tragara todo. Me salía semen incluso por la nariz.
Cuando terminó se limpió la polla con mis bragas y me pidió la propina, se la di, y poniéndose el mono dijo que si yo quería me volvería a follar la próxima vez que viniera a cambiar la bombona. Le dije que si, que me había gustado mucho, y que lo haríamos cada vez que viniera. Entonces se sonrió y dijo.
-¿Ya tu ve que mis amigo desían verdá?, si tentran gana de follá no tesperes a vasiá la bombona, tu pon una llena y yo te las meteré las dos, la bombona y la polla. Y se marchó riendo.
A la semana siguiente hice lo que él me dijo y puse una bombona llena en la puerta, no podía esperar a tener una vacía. Cuando llegó me hizo la pregunta acostumbrada.
– ¿Quiere que se la meta, señora?.
Y yo le di la respuesta esperada.
– Si, si por favor. Entró con la bombona a cuestas, la dejó en la cocina, le llevé al dormitorio y me quité la bata, debajo no llevaba nada, ni sostén ni bragas, igual que él.
Le hice un servicio completo, mamada, follada, y enculada. Esta vez me lo echó dentro del culo y sentí su chorro caliente llenándomelo.
Esto lo repetimos varias veces, hasta que mi vecina de enfrente me preguntó un día la razón por la que cambiaba todas las semanas la bombona.
¡La muy cotilla se había fijado!, le dije lo primero que se me ocurrió, que había tomado la costumbre de bañarme todos los días, en vez de ducharme, por eso gastaba tanto butano.
– ¿Y porqué está tanto rato el butanero en tu casa?.-, Me sentí atrapada, pero salí del paso diciéndole que el pobre negro además de cambiar la bombona miraba a ver si había fugas en las gomas, para ganarse una propina, – ¿A ti no te la mete? – Pregunté inocentemente.
– No, a mi solo me la mete mi marido -, Dijo riéndose.
Me di cuenta que sospechaba toda la verdad y que tenía que taparle la boca de alguna manera. Y la manera que se me ocurrió fue esta.
El negro se la tenía que follar también a ella, y darle gust
o para que se enganchara como yo, y siendo las dos igual de putas nunca diría nada a nadie. Se lo conté al negro en su siguiente visita y nos pusimos de acuerdo para sacar adelante mi plan.
La vez siguiente que vino a mi casa, yo pasé a la de mi vecina y le pedí por favor que me ayudara, le dije que el negro estaba cambiando las gomas y necesitaba que alguien me ayudara a sujetar las bombonas. Sin pedirme más explicaciones cogió las llaves de su casa y pasó a la mía, al llegar a la cocina el negro nos dijo que ya estaba todo arreglado, pero ya que estábamos allí las dos, podíamos hacerle un favor, dijimos que si, y él nos pidió una mamada conjunta entre las dos. Yo me quedé callada, pero mi vecina se puso a dar voces diciendo que era un guarro, por quien nos había tomado, y que era un cerdo negro. Él la agarró de un brazo y le pegó un bofetón, diciéndole que si no se callaba le daría una paliza, se calló, y a continuación nos mandó ponernos de rodillas frente a él. Ella se resistió, pero al ver que yo me arrodillaba, también se arrodilló. El negro se quitó el mono y nos enseñó su polla, y vi como mi vecina se ponía como la grana y no apartaba los ojos de ella. A continuación dijo que empezara yo a chupársela y que luego lo tendría que hacer mi vecina, y así irnos turnando hasta que se corriera. Yo, obediente, me la metí en la boca y empecé con el vaivén dentro y fuera, entra y sale, mete y saca.
Mi vecina me miraba con ojos como platos, y me preguntó si no me daba asco, dije que no con la cabeza, y cuando le tocó a ella hizo lo mismo sin rechistar. Mientras ella mamaba yo me desnudé por orden del negro, y luego cambiamos y mientras yo la mama ella se quitó la ropa sin protestar, como me había visto a mi, quedando desnuda igual que yo. Seguimos alternando durante un rato y luego nos llevó a la cama, nos tumbó y nos fue cogiendo alternativamente, primero una y luego otra, y entonces a mi vecina le entró miedo, se puso a llorar y dijo que por favor no la dejara preñada.
Le aseguró que no se correría dentro de su coño, y así lo hizo. Le aceitó el ojo del culo y poco a poco se la coló toda, y tras un buen rato de vaivenes se corrió dentro. Cuando acabó se limpió como de costumbre con nuestras bragas, se puso el mono y nos pidió la propina, se la dimos y se marchó, advirtiéndonos que todas las semanas nos haría lo mismo.
Cuando nos quedamos solas nos consolamos mutuamente diciéndonos que por lo menos no nos había pegado ni hecho daño, y que incluso nos había dado gusto. Mi vecina se quedó callada un rato, y de repente me dijo.
– Dime la verdad, esto lo habíais preparado entre tu y el negro para que me esté callada y no le diga nada a nadie.
Le confesé la verdad, y me dijo que no le importaba, que me había tenido envidia por el negro, y que lo que me dijo fue para provocar lo sucedido, que estaba muy contenta de ser mi amiga y tener un negro para las dos, y que no se lo teníamos que contar a nadie.
Autor: José Luis