Hetero, polvazo. Un profesor "chantajea" a su alumna para darle buena calificación en el examen final.
"Si te portas bien conmigo quizá puedas aprobar" parecía decirme la expresión entre lasciva y amable de mi maestro de sociología, a quien yo visitaba en su cubículo como consecuencia de mi nota reprobatoria en el semestre. Jamás antes había reprobado semestralmente una materia y en verdad estaba afligida. El día del examen final había llegado hora y media tarde por problemas de tráfico y en consecuencia no había podido contestarlo como era debido.
Juan Luis era un maestro joven e inteligente y aunque no muy guapo, resultaba atractivo para la mayoría de sus alumnas, yo entre ellas. Su tipo no parecía el del maestro aprovechado, siempre me había parecido un caballero, pero en ese momento su indiscreta mirada pareció traicionarlo. Recorrió mi cuerpo con un dejo de lujuria, moviéndose alternadamente entre lo mucho que no ocultaba de mis piernas mi falda, y los pequeños bordes que mis pezones producían sobre mi ajustada camiseta gracias a la ausencia del sostén. En ese momento un silencio sepulcral llenó la pequeña oficina.
Por momentos me sentí confundida con lo que estaba pasando. Pensaba que quizá mi mente estaba inventando cosas, pero mi corazón empezó a latir como loco cuando Juan Luis se acercó a la puerta para ponerle llave. No supe qué hacer.
-Mira, Mónica, no eres mala alumna y mereces pasar, pero tu examen final no te ayuda mucho- me dijo mientras se sentaba en la silla de junto, evaluación en mano, y colocaba su brazo sobre mi espalda. – Mira, no miento- me decía al tiempo que mostraba el examen casi vacío.
-Sólo permíteme demostrarte que sí sé la materia, Juan Luis, tú sabes que no tuve tiempo para contestar el examen porque llegué tarde- le contesté tratando de explicar mi problema, pero su mente no estaba en mis palabras. Simplemente sus ojos se fijaron en los míos y sus labios se fueron acercando lentamente a mi boca. No tuve oportunidad de pensar, no pude hacerlo. Sólo cerré los ojos y repentinamente me vi envuelta en sus apasionados brazos. Me besó con excitación incontenible y sólo me entregué a la tarea de corresponderle. Quizá debía abofetearlo, gritar, patearlo, o algo así, pero aún dudo si no pude o no quise. Me inclino por esto último.
Pronto nos encontrábamos en ardiente entrega. El pasional intercambio de besos se acompañó del recorrido de nuestras manos por el cuerpo del otro. En pocos instantes me vi despojada de mi playera, luego sus manos se colaron bajo mi falda y sin mucho preámbulo, se dieron a la tarea de bajarme pantaletas y bragas al unísono, evidenciando su altísimo grado de excitación. A continuación, simplemente me recostó en la alfombra y, tras liberar ansiosamente su virilidad, la dirigió nerviosamente hacia mi entrepierna para ingresarme con más anhelo que habilidad. En ese momento, para mí la sorpresa se había convertido en excitación, y le recibí anhelante.
Durante los siguientes instantes su accionar correspondía más al del animal copulando que al del amante haciendo el amor. Yo no sé si esa fue su primera vez, para un hombre de veintitantos parece imposible, pero su comportamiento indicaba que esa era una de sus primeras experiencias. No pasaron más de dos o tres minutos cuando finalmente se vino dentro de mí. Instantes después su rostro pareció aterrado, como si una profunda sensación de culpa le estuviera inundado. Se iba Mr. Hyde y estaba regresando el Dr. Jekill a su cuerpo. No pronunció palabra alguna. Sólo se levantó asustado y, tras ayudarme a incorporarme, levantó mis íntimas prendas que yacían en el piso y me las entregó como invitándome a ponérmelas, lo cual hice tranquilamente.
Se supone que yo debería ser la ofuscada, pero no era así. No sé porqué, quizá porque nunca percibí maldad en él, quizá porque en el fondo yo quería aquello, pero en vez de coraje o repudio, aquel hombre sólo me inspiró ternura. Correspondiendo a su silencio, sólo quité el seguro de la puerta y me marché de aquel lugar, no sin antes dedicarle una sonrisa que pretendía tranquilizarle.
Aún me reprocho
haber obtenido aquel 10 de esa manera. ¡Parece tan vil! Juan Luis jamás me volvió a dar clase, pero cuando eventualmente nos llegábamos a cruzar en la universidad, su rostro tomaba tal tonalidad rojiza que todavía me hace gracia el recordarlo. Naturalmente en su momento no conté la aventura a nadie, para no afectarlo.
De aquella experiencia aprendí que quien es muy bueno en una cosa puede también ser muy malo en otra; y que el poder de una falda corta y de la ausencia del sostén, son un recurso que las mujeres no debemos ignorar; a mí me ahorró la necesidad de presentar de nuevo mi examen.