No volví a ver a mi venus dorada hasta una mañana varios días después de lo narrado.
No volví a ver a mi venus dorada hasta una mañana varios días después de lo narrado. Alma estaba en clase y salí al patio trasero, no recuerdo el motivo. Encontré a Mercedes a la que noté algo distante y no tan amable como otras veces. Debe haber notado la decepción en mi cara porque enseguida me explicó que tenía un tremendo dolor en los músculos de los hombros y el cuello. Sin pensarlo dos veces y juro que sin segunda intención, me ofrecí a darle un masaje en la parte afectada. Aceptó agradecida y fue a buscar un poco de crema dejando en el ambiente ese aroma que ya me era familiar y que no noté cuando la saludé hace unos minutos.
Mientras me frotaba las manos… para tenerlas calientes, Mercedes, sin decir palabra, se despojó de la blusa que llevaba quedando su torso solamente en sostén. Dándome la espalda y doblando un brazo hacia atrás mientras apartaba su negrísimo pelo, señaló la parte afectada y dijo con voz extrañamente ronca:
– Aquí.
Me unté un poco de crema y le toqué el cuello. Sentí de inmediato esa contracción prostática (no sé si otros hombres la sienten) que me da cuando paso, violentamente, del reposo absoluto a la velocidad de la luz. No diría que estaba dando un masaje sino que estaba haciendo el amor, acariciando lenta y suavemente la parte superior de su espalda. Su piel ardía como ascuas, irradiándome calor. Noté el broche de su sostén, a pecaminosos milímetros de mis dedos. Mercedes emitía gemidos de satisfacción cada vez que mis dedos resbalaban sobre uno de sus músculos congestionados, mientras yo sudaba a chorros cada vez que mis dedos se acercaban al broche de su sostén. El corazón me salía por la boca y no era para menos dado el conjunto de estimulantes cardiacos de los que estaba «sufriendo» una sobredosis: el contacto con su piel; su aroma alucinante y, más que nada, la tentación de hacer saltar el broche para proclamar la libertad de los Himalayas. No sé cómo describir mi erección. Menos mal que mi cabeza inferior se acomodó entre el ombligo y el elástico del calzoncillo evitando que se note mucho. Sentía mi pulso acelerarse cuando me decidía a soltarle el sostén: ¡Ahora…! Pero me acobardaba a último segundo. Maldije interiormente mi cobardía porque sentía que Mercedes me deseaba como yo a ella… entonces oímos llegar un carro.
– Llegó Juan – Dijo
Dio media vuelta y echándome los brazos al cuello me dio un beso en la mejilla. Sin soltar mi cuello se echó hacia atrás y taladrándome con su verde mirada mientras su pubis se rozaba con el mío añadiendo más tortura a mi adolorida erección, dijo:
– Gracias por el masaje. Realmente me alivió. El domingo vamos a hacer un asado, ¿Van a venir, verdad?
– Seguro – Respondí atragantándome.
Se tiró arriba la blusa y caminó hacia su puerta mientras yo maldecía para mis adentros.
Entré a mi casa con la firme intención de ir al baño a aliviar la horrible tensión que tenía. Cuál mi sorpresa al encontrar a Alma parada junto al balcón: ¡Nos había visto!. Toda la calentura que tenía se desvaneció.
– Te vi muy cariñoso con la vecinita.
Instantáneamente decidí que mi mejor opción era llevar a broma el episodio.
– No me digas que estás celosa.
– No, celosa no. Solamente preocupada porque no quisiera que hagas el ridículo. ¿No te has dado cuenta el papelón que hacen los hombres mayores tratando de enamorar jovencitas? Esa criatura podría ser tu hija. Además, y te lo digo sin el ánimo de ofender, ¿cómo crees que vaya a fijarse en ti? ¿No te has dado cuenta de lo bien parecido, varonil y musculoso que está Juan?
– No – Le interrumpí- No me había dado cuenta, pero parece que alguien si ha hecho un muy buen inventario de sus atributos.
Enrojeció hasta el blanco de los ojos.
– Una cosa es ver y otra muy distinta tocar… Vamos a dejarlo ahí – Dijo conciliadora- Yo te quiero mucho y me daría mucha pena verte hacer el ridículo.
Como las «ganas de ir al baño» se habían desvanecido.
Me senté frente al televisor. Pero no veía la pantalla, sino que pensaba en lo ocurrido. ¿Qué me hizo pensar que Mercedes me deseaba? ¿No era sólo su belleza y sensualidad estremecedora la que hizo que me imaginara cosas? Llegué a la conclusión de que, en verdad era un «viejo verde». Mercedes no ha dicho ni hecho nada, absolutamente nada que indique que me desea sexualmente. No debería arriesgar la buena convivencia con los vecinos, a los que realmente no conocíamos por una ilusión tardía.
Alma estaba preparando algo en la cocina. Me le acerqué quedamente por atrás y tomándola por la cintura me apreté, cariñoso contra ella.
– Perdóname mi amor. Soy un tonto.
Llegó el domingo y Juan se encontraba preparando el asado. Mercedes en una de sus recontramini tangas conversaba con Alma sentadas en las tumbonas. Yo, a la sombra del árbol con un libro en las manos y Mercedes en la pupila, intentaba simular que leía. Era cerca de mediodía y el sol comenzó a picar. Mercedes sacó una botellita de protector solar y se disponía a aplicárselo pero le interrumpió un grito de Juan:
– ¡No! Recuerda que ibas a preparar la ensalada y el sabor de esa cosa pasará a las hortalizas.
– Pónmelo tu.
– Es igual pues yo estoy preparando el asado.
Yo me hice el disimulado, pero mi «alter ego» saltó a embadurnar la química substancia en el cuerpo perfecto de mi martirizadora. Comencé a sudar sin saber qué hacer cuando Alma dijo.
– Yo te lo unto.
Respiré aliviado… ¿Aliviado? Alma se sentó junto a Mercedes. Puso un poco de bronceador en la palma de su mano. Mojó sus dedos en la crema y los acercó al rostro de Mercedes quien cerró los ojos mientras Alma le aplicaba la untura en la frente haciendo movimientos circulares y moviendo los dedos del centro de la frente hacia las sienes. Fue bajando poco a poco. Yo no podía despegar mis ojos del espectáculo que para mí no era una «simple aplicación de bronceador» sino un preludio amoroso increíblemente erótico. Cuando sus dedos pasaron sobre su nariz pude darme cuenta que las fosas nasales de Mercedes estaban dilatadas. Alma tenía un creciente rubor en las partes laterales de su cuello, bajo sus orejas. ¿Será posible que estas dos mujeres estén sintiendo excitación sexual? Las manos de Alma resbalaban ahora por los hombros de Mercedes, bajando hasta sus brazos, lenta y suavemente. Pasó entonces a la parte superior del pecho de Mercedes, casi desnudo pues el bikini apenas cubría sus aureolas, pasaba sus manos acariciando sus maravillosas y casi desnudas tetas dejándolas iridiscente con el bronceador. Cuando vi las manos de Alma juguetear con el aro que Mercedes tiene en el ombligo, acercándose peligrosamente al límite de la tanga que apenas cubría su pubis, noté que Mercedes levantaba sus caderas como incitando a que Alma bajé más las manos, Alma visiblemente excitada respiraba fatigosamente… no pude más. Juan no se daba cuenta de lo que estaba pasando y sin que nadie lo note me dirigí a mi casa dispuesto a hacerme una paja de campeonato. Desde la ventana de la cocina podía ver a Mercedes, ahora tendida boca abajo, con las piernas ligeramente separadas y ese bellísimo culo prácticamente desnudo y brillante por efecto de la crema. Las manos de Alma recorrían esos caminos mientras las mías paseaban por mi fálico sendero. El árbol del medio del patio no me permitía ver completamente a Alma pero me imaginaba cómo debía estar de excitada, de todas maneras yo sólo tenía ojos para las doradas desnudeces de Mercedes y manos para meneármela. No sé en qué momento Alma entró a la cocina ni sé tampoco si esperaba encontrarme allí pero sin decir palabra se quitó su traje de baño y ayudándose con las manos se subió sobre la mesa para quedar con las piernas abiertas y colgando, entonces con voz inaudible dijo:
– Ven por favor.
No me hice de rogar. Sin perder un instante le penetré hasta que mis bolas golpearon sus nalgas. Estaba completamente empapada. Terminamos los dos instantáneamente en un orgasmo increíblemente intenso y prolongado. Quedamos un minuto sin movernos mientras sentía las contracciones finales del orgasmo de Alma exprimiéndome las últimas gotas de leche. Apuradamente nos pusimos nuestros respectivos trajes de baño y salimos a disfrutar del asado.
Esa noche, en la intimidad de nuestro lecho, Alma me confesó lo que yo ya sabía: lo mucho que le había excitado el contacto con la piel de Mercedes pero más que nada el sentir cómo ella respondía al roce de sus manos: jura que Mercedes tuvo un orgasmo y que sintió algo especial por habérselo provocado.
– ¿Qué te parecería hacer un trío? – Pregunté.
– ¿Con Mercedes o con Juan? – Rió divertida.
– Primero con uno y luego con otro. O mejor un cuarteto.
– ¿Estás hablando en serio?
– Si, sólo tenemos que ver cómo los convencemos.
– Tu estás loco. No puedo hacer una cosa así. Creí que estabas bromeando.
– No me digas que no disfrutaste con Mercedes y que hubieras deseado tenerla completamente desnuda.
– No, no lo niego, pero una cosa es hacer una travesura con una persona de tu propio sexo y otra muy distinta hacerlo con la del otro. Yo consideraría una infidelidad de tu parte si haces el amor con otra mujer y no puedo concebir cómo tu aceptarías que otro hombre me posea.
– Infidelidad sería si hay amor en esa relación o si se hace a escondidas del otro. Yo estoy hablando de puro sexo. Realmente me pone caliente sólo el pensar verte, como hoy en la tarde con Mercedes, disfrutar plenamente de nuevas experiencias. Creo que es algo egoísta de tu parte no permitir que yo experimente otro tipo de sexo. En casi un cuarto de siglo de casados nunca hemos tenido sexo oral ni anal, que son variaciones muy placenteras, por lo menos eso dicen los sexólogos, que evitan la rutina en el matrimonio.
– No me había dado cuenta que haces el amor conmigo por rutina. – Dijo molesta.- Si quieres chuparme el coño -primera vez que le oía usar esa palabra- puedes hacerlo, pero no pretendas que yo ponga mi boca en tus partes y peor aun que permita que me lo metas por atrás. Es más, ¿quieres chuparme ahora mismo? –Dijo realmente enojada- Ven.
– No, así no mi amor. –Dije arrepentido- Yo nunca te haré algo que no desees. Vamos a olvidarnos del asunto.
– Perdóname –Dijo tristemente- Es difícil superar las barreras que padres y monjas te inculcan desde pequeña. Voy a tratar de aceptar como normales otras formas de hacer el amor. Pero, por favor, no me presiones. Y si tienes la oportunidad de conquistar a Mercedes, sin que peligre nuestro matrimonio ni el de ellos tienes mi consentimiento. Si tu experimentas primero esas «variaciones» y luego me cuentas si realmente te gustó entonces, tal vez, me anime.
Realmente mi mujercita vale lo que pesa.
Continuará…
Autor: verropiejo
verropiejo ( arroba ) hotmail.com