Las manos trabajando en el clítoris, ayudan a una penetración más vehemente y continua. Ahora es ella la que colabora, moviéndose hacia atrás cuando yo voy a fondo, con la mano acelero la masturbación, está por llegar otra vez y van, sus sacudidas me llevan con ella sin remedio, no puedo frenar ni prolongar esta maravillosa sensación inigualada de coger este culo tan hermoso.
Soy Charly y quiero contar una historia, ocurrida hace años y por nada quiero olvidar. Experiencia enriquecedora, recuerdo en tiempo presente que me calientan el alma cuando estoy un poco “bajoneado”, archivo de la memoria emotiva que se mantiene con la misma vitalidad y emoción que me generó cuando se estaba produciendo.
A los 19 años, la vida me “ríe y canta”, cada mujer era para “bajarle la caña”. Cursaba la “facu” y trabajaba por las mañanas haciendo gestiones para un estudio jurídico, recorría varias oficinas públicas, algunas con mayor frecuencia, como rentas de capital, todas las semanas. Todos me conocían en la oficina, pasaba del otro lado del mostrador como uno más de ellos. Sin modestia puedo afirmar que era un lindo pibe, simpático, las mujeres me tenían “junado” (registrado), en las veteranas despertaba el sentido maternal o el objetivo sus fantasías sexuales por hacer realidad.
Usaba la ventaja y la impunidad que me daba ser joven, palabras cariñosas, las mujeres estaban regaladas, comían de mi mano. Nunca llegaba con las manos vacías, alguna confitura para el desayuno, una palabra romántica dicha al pasar para endulzarle el corazón, en ocasiones simulando un acontecimiento de mi invención, flores que dejaba en cada escritorio a modo de mensaje secreto compartido con todas. Todo servía para cambiarles el humor que cargaban desde sus hogares y era transferido por el “ganso” que tenían registrado como marido legal y efectivo, si no podía cambiarlas al menos durante mi presencia les hacía más llevadera la mañana.
Esa mañana de julio invernal como pocos, llegué a rentas, pasado de frío, las “jovatas” (dicho con toda la onda, pues una mujer de cuarenta es la fantasía de casi todos los de mi edad) me convidaron con café en el office, mientras bebía la infusión reparadora, observo como Naty (acusaba 43 muy bien llevados), que le había pasado desapercibido estaba con la mirada triste, ausente, como ida. Pregunté, con discreción, dijeron que toda la semana había estado así. Salí y volví con un ramito de flores, violetas, sé que le agradan, ausente en ese momento, al no poder esperarla por razones laborales, dejé el ramito sobre el escritorio con una notita: “Vale por una sonrisa”.
Por esas circunstancias estuve casi una semana sin pasar por lo de mis amigas. Ese viernes había terminado toda mi tarea, para no volver demasiado temprano a la oficina, se me ocurrió pasar a saludarlas. No fue más que asomarme y toparme con ella, me llamó y agradeció la gentileza.
-Gracias, por la sonrisa, en verdad fue valiosa tu atención. Agradecía con afecto, dulzura y un beso en la mejilla. -Si me esperás, salgo a las 13, te invito a comer para darte las gracias, ¿sí? -asentía, moviendo la cabeza mientras apoyaba mi mano sobre la de ella. – En el restaurante de aquí a la vuelta.
Pasé por la oficina, dejé todo listo para el lunes, caminé un par de cuadras para “hacer tiempo” hasta el momento convenido, pasé delante del puesto de flores de la semana anterior, repetí lo mismo, otro ramito de violetas, que coloqué dentro de un sobre para disimularlo. El solo hecho de comprarlo y esconderlo me hacía cómplice de un deseo, fantasía, o fantasía que quiere ser deseo, que va tomando forma de mujer en mi cerebro siempre calenturiento, buscando formas y modos como seducirla, como hacerle entender que empezaba a pensar en ella como algo irrealizable, pero se me terminó el mundo de la fantasía, de pronto me encontré delante del lugar prefijado. A la hora convenida, esperaba a Naty, cuando se apareció en la puerta no podía creerlo, estupenda, trajecito gris, lucía un cuerpo desconocido, oculto bajo el uniforme de oficina, “la mujer de las cuatro décadas” que Arjona ensalza, a su paso concentra las miradas de los hombres presentes y mi admiración incondicional.
Su instinto de mujer había tomado debida nota del efecto causado en mí, sabía manejar los tiempos y los silencios, abrir el camino y conducirme por los intrincados vericuetos del placer de la seducción, en ese momento no tenía muy en claro cuál era el gavilán y cuál la paloma. Ella manejaba la seducción yo empuñaba la energía juvenil y el deseo vibrante de la carne joven, conquistarla no representaba un ejercicio de vanidad masculino, pretendía llegar a ella con toda la pureza que podía esgrimir: deseo y pasión.
El deseo y la pasión creo que no despiertan con su invitación, sino que estaban latentes aún antes de dejar el ramo de violetas sobre su escritorio la semana anterior. Después de hacer los pedidos al camarero, elegí el vino, borgoña tinto y grueso que le iba bien al menú ordenado. Después del ritual de prueba y confirmación de que el vino es el indicado, brindis, por qué sí nomás, abrí el sobre de papel madera y extraje el ramito de violetas para dárselo con emoción, hasta con cierta timidez que no registraba. No podía creer que ese detalle mínimo como haberlo traído camuflado y la atención de entregarle en el momento justo podía abrirme los caminos a su corazón. Desde ese instante fui el artesano que preparó el horno, caldeándolo a temperatura adecuada para hornear en ella la pasión de una mujer que busca atención y contención.
El almuerzo amable y cordial, el vino hizo lo suyo, ahora el aroma del café la inducía a dejar fluir los sentimientos de indefensión vulnerabilidad. Acababa de terminar una relación que valoraba mucho y como otras veces volvía a sentir que ella era la principal responsable del fracaso, tal vez fuera su dificultad para sentir, su incapacidad para soltarse, en fin lo que ella decía era su pobre respuesta sexual habían tenido mucho que ver con su ruptura. Su mirada decía más que su pesar, me miré en ellos, entendí la pregunta: ¿me podrías ayudar? Le respondí, posando mi mano sobre su mano:
– Pero… solo soy su… “tu” amigo y volvió a decir: -Por varias razones, porque valoro tu comprensión, tu calidez y… ¿la verdad?… hay algo más…, ahora más liberada, como si hubiera desprendido el corsé de ataduras e inhibiciones, con la mirada pícara, por que vos sabes cómo acariciarme… el alma.
No había mucho para esconder, todas las cartas sobre la mesa, abrió su corazón y me contó que: tiene 43 años, casada con un tipo que no valora su condición de hembra, que solo piensa en los bienes materiales, a la hora de los “esposos” cumple poco y mal, para decirlo de una es un “ganso” que no sabe calentar a una mujer y cuando lo está el tonto ni se da por enterado. Tiene un hijo de mi edad, y esta última semana el “ganso” levantó vuelo con una muy joven. Esto último fue el mazazo mortal, la causa que la deprimía, las flores habían llegado en el momento preciso para justifica el “vale por una sonrisa”. Por toda respuesta, volví apretar su mano y la invité a salir, en la gentileza de ayudarla a levantarse, el beso robado, justo en la comisura de sus labios. Esa fue una jugada maestra que terminó por derribar, si quedaba alguna, las últimas defensas.
Salimos, la subí a un taxi, indiqué al conductor la dirección, había tomado el control de la situación. Durante el viaje no pronunciamos palabra, tal vez si lo hacíamos nos arrepentíamos. Subimos a mi habitación, tomé una botella de whisky JB, un poco de hielo y dos vasos, de pie en la estrecha kichinet, apenas el lugar para estar de pie, cerca, muy cerca, tan cerca que sentíamos el aliento del otro. No había palabras, bebíamos como quien pretende cargarse de energía, como para decir algo mientras organizo las ideas le propongo tomar un café, – ¿Otro más? Pregunta sonriendo. – Y, sí, ¿no te parece? – Si te parece a vos, está bien. Se ofrece a prepararlo, abro la alacena y muestro los elementos, me arrimo, pegado a su espalda, miro sobre el hombro como bate el Nescafé. La abrazo de la cintura, aspiro en el cuello, el sensual perfume que emana, me aprieto algo más, con la excitación contra las nalgas, entre los glúteos, la preparación se va demorando y demorando en cada apretón.
Vuelco su cuerpo sobre la mesada, pollera arrollada en la cintura, aparta la tanga con una mano, libre el camino, recorro los lugares íntimos, trataba de manejarme con prudencia, no quería que el impulso matara la decisión de dejarse llevar a mi dominio. Mi cabeza estaba a mil, debía hacerle todos los mimos y todo el juego sensual para anular el uso de la razón, era preferible hacer que el calor interior emergiera de lo más profundo de su deseo fuera el dirigiera o se dejara dirigir en el curso de acción que devenía después de esta franela mortal. Mi deseo maneja su voluntad, se deja llevar al dormitorio, dócil, de la mano, la dejo en el centro de la escena, siento en el borde de la cama, intuye que espero el acto ritual de su desnudez. Sabía que espero de ella, reacciona con timidez, pide que baje un poco la intensidad de la luz, solo el velador, en un rincón alejado del escenario.
Como una flor que pierde sus pétalos van cayendo en su derredor las prendas, el uniforme de mujer casada, para vestir el de mujer deseada, solo soutién y bikini, muy blancas, muy pequeñas, como director de orquesta doy las órdenes, con el índice le marco el fuera de escena, del corpiño, cumple y se cubre pudor con el brazo, repito la indicación, señalando abajo, sumisa hace una reverencia “si amo”. Con toda la sensualidad de que es capaz una mujer cuando esta excitada, se desprende de su condición para convertirse en lo quiere su hombre: una terrible puta.
Mis ojos golosos recorrieron ese cuerpo que ahora me pertenece, devolvió la mirada, sosteniéndola. La acaricié con sutil delicadeza, coloqué sobre la cama, mis ropas volaron como por arte de magia, desnudo fui a su encuentro, me acerqué lentamente, le di un beso con poca pasión, de inmediato su lengua empezó a reaccionar, se movía lenta y deliciosa en mi boca, sentí el sabor de su saliva, me parecía delicioso el intercambio de fluidos. Poco a poco me hice dueño de sus pechos, que los tenía de buen tamaño, primero el roce, la caricia suave, el apretón, tiemblan, se inicia una espiral de besos en cada uno, alternando las atenciones que terminan, inevitable, en los turgentes pezones, que me exigen ser saboreados. La rutina se repite una y otra vez, humedeciendo, lamiendo, chupando hasta hacerlos esconder en mi mando y desaparecer en mi boca.
Quedó vibrando de placer, frotándose los muslos, que ahora separo, abro con dulzura para que los húmedos pétalos de la flor con entorno de vellos prolijamente recortados me ofrezca el nácar rosado que tapiza su interior. Palpé la firmeza de sus muslos, abre más el escenario, facilita el ingreso al escenario principal, aprecio la sedosidad de sus piernas, la mano bajo sus glúteos, la atraen y elevan para recibir el agasajo de mis labios y mi lengua. Se abrieron los labios mayores levemente para recibir mi lengua hasta lo más profundo, profundos gemidos de auténtico placer dieron los ¡hurras! De bienvenida al contacto íntimo. Ahora sus piernas son boa constrictor en mi cuello, enlazadas, el movimiento circular de sus caderas indican eran signo más que evidente del disfrute de tamaña caricia.
Con las manos sigo acariciando la tersura de los muslos, se tensan cuando con la lengua encontré el clítoris, turgente y duro como una cereza, sabe a miel y ambrosía. Poco trabajo costó llevarla hasta que la tensión alcanzó niveles superlativos, sus manos fueron garras en mi nuca para mantenerme en su intimidad por toda la eternidad. Un soberbio orgasmo explotó como un terremoto en su interior, la onda expansiva produjo remezones convulsionando todo su ser. La ayudé a manejar sus sensaciones, a descubrir sus rincones y manejar sus ritmos, hoy un joven que está en los pininos de la sexualidad había dado a esta mujer a disfrutar de su músculo del amor. Podía sentir como Naty dejaba correr un par de lágrimas de alegría.
Custodié el letargo del relax, cuando volvió me encontró esperándola, de la mano tendido a su vera, respetando su derecho a disfrutar el goce en la placentera soledad de su alma. Abrió los ojazos, sonrió con todo el cuerpo, se reclinó, apoyó en el codo y miró la verga, lista para cualquier llamado a la acción, después del beso agradecido fue a buscar al soldado listo para el combate. Se arrodilló y la tomó en sus manos, unas cuantas sacudidas, arriba y abajo, masturbando para luego llevársela a su boca, primero la punta, suaves mordisquitos para deslizarla dentro de su boca mientras la aprieta como queriendo exprimirla. Se sabe torpe, se controla para no lastimarme, le falta experiencia o práctica pero le sobra entusiasmo y pasión. La pija crece más y más en su boca, lamidas y chupadas pasaron de suave a intenso y pasional.
La juventud tiene esas sorpresas de perder el control cuando quisiera estarse toda la vida, pero no lo pude contener, ni poner sobre aviso. Recibió la visita de sorpresa, un: ¡Ummmm! Pero me miró a los ojos, decían de su placer y su sorpresa. Cuando el aluvión cálido y blanco terminó, levantó la cabeza, sonreía mientras un escurridizo hilo de semen se escapada por la comisura de sus labios. Se relamió en obscena exhibición y volvió para limpiarlo todo, no vaya a ser que se pierda un poco de esta rica lechita caliente.
Nos dimos una caliente y reparadora ducha, durante ella nos hicimos mimos, cuando me apoyé en su cola vibró como un diapasón, se frotó contra el miembro hasta ponerlo en condiciones, después tomándome de él me llevó “a remolque” hasta la cama para consumar el acto de amor. Me besó en la boca con tanta intensidad que parecía querer darme los restos de mis jugos, me tumbó boca arriba, se puso de rodillas y empezó a lamer y chupar, cuando la tuvo bien húmeda y rígida. Acomodé su cuerpo, abrí las piernas, me acomodé entre ellas, Naty abre los labios, separa los vellos, el rígido miembro se posa en la abertura, presiono y cede, me deja entrar en ella. Inicio el lento vaivén, se estremece al percibir el cosquilleo electrizante del roce del miembro penetrando en su sexo, se siente tan mojado, se desliza suave, aumentan los quejidos, después serán simples sonidos guturales, expresando el goce ancestral del placer.
Me recargo en las palmas de mis manos, a sus costados, para permitirle moverse mientras mi grueso miembro se deleita abriendo todo a su paso, la siento suave y algo estrecha a la vez, me impulso con movimientos bruscos y profundos, ella se sobrepone a la molestia de la penetración y se impulsa hacia mí acercándose también.
Aprovecho un momento de distracción y de un solo movimiento la obligo a girar quedando ella encima. Ahora ella decide cómo y hasta dónde, maneja su propia excitación, capitanea el barco del placer, subida al palo mayor (bueno ensartada) navega al compás de las olas de placer, sube, baja y se deja caer por el palo de carne hasta quedar totalmente empalada, sintiendo el frote con mi vellos. En medio del maremagno de sensaciones no previó que llegara tan rápido al orgasmo, ahora sí que era sorpresa, cualquiera podía notar que estaba fuera de su normalidad, y ahora va por el segundo. Parecía como que perdía el sentido, respira agitado, se sacude con hoja en la tempestad, debo sostenerla para mantenerse en la monta, a dejo empalada, reclinada sobre mi pecho, la perdono, unos instantes sin moverme. Elevo la pelvis, acusa el golpe del pene y vuelve al zarandeo, se deja entrar, colabora pero otra vez la maravilla del orgasmo se mete en su carne, en sus venas, en toda ella.
Le doy un respiro, esta vez se rehace enseguida, vuelve por más, compadecida que aún no haya terminado, genera esa ternura de jovencita vulnerable y de mujer seductora que ofrece su entrega como ofrenda al endiosado varón que la llevó a traspasar el e muro de la insatisfacción para depositarla en el lugar de mujer gozosa y feliz de su condición de tal.
Ahora es tu turno, cómo me pongo, le indiqué de bruces, le alcancé una almohada, no fue necesario que dijera dónde colocarla, su vientre quedó sobre ella, elevando sus nalgas para mi placer. Apoyé la cabeza entre los labios, excedidos de flujo, me tragó en “dos saques” casi nada costaba hacerla vibrar nuevamente, la posición favorece el mayor movimiento y la penetración bien profunda, jamás había pensado que podía llegar a tamaño goce, la visión de es culito encandila, no podía sacar los ojos ni los dedos curiosos de él. No pido permiso para curiosear con los dedos encremados en sus jugos, primero uno, luego dos, se estremece pero deja hacer, sigue moviendo sus caderas, cebado por lo permisiva y obnubilado de calentura le metí el pulgar, suave hasta el fondo, la doble penetración la sorprendió, aguantó gimiendo a penas.
Retiré el miembro de la vagina, tomé la distancia suficiente para apoyarme contra el hoyito. La lucidez estalló en medio de la vorágine de locura, ante la inminencia alcanzó a gritarme: – No, no es que no quiera es… que la tenés muy gorda. Lo hicieron un par de veces y no la tenía tan gruesa, esa no la puedo aguantar. Me levanté, simulaba estar algo molesto, pero…en realidad sabía que después de darle “máquina” de ese modo no me podía negar ese regalito. Bueno, para hacerla corta negociamos un par de besos y caricias y accedió a probar. Un poco de margarina, lo único que podía servir, otro poco de paciencia y mucho de convicción, ahora el pulgar se perdía confianzudo en el esfínter, el placer era demasiado y se decidió a probarme.
La cabeza del pene tomó posición, justo sobre el hoyito, empujé suave, un poco más fuerte hasta vencer la tensión del músculo anal, entrar y salir hasta tomar confianza, luego con una palmada en la nalga distraigo su atención y me mando hasta la mitad, las manos en sus pechos ayudan a sostenerme y calmar su dolor cuando comencé a entrarme en ella, paré hasta que se hiciera amiga del dolor y fuera dejando espacio para el incipiente placer. Las manos trabajando en el clítoris, ayudan a una penetración más vehemente y continua. Ahora es ella la que colabora, moviéndose hacia atrás cuando yo voy a fondo, con la mano acelero la masturbación, está por llegar otra vez y van…sus sacudidas me llevan con ella sin remedio, no puedo frenar ni prolongar esta maravillosa sensación inigualada de coger este culo tan hermoso.
Llegó el momento glorioso de la redención de los pecados de la carne, pagados con leche. Acabé dentro de Naty. Terminado el maravilloso acto de amor sexual, nos dejamos caer, de lado, conectados aún por la carne rígida, ella lo fue expulsando a medida que perdía tensión y grosor. En el baño nos reencontramos, salía de la ducha, aún estaba recuperándose del ardor anal, sentada sobre el chorro de agua tibia del bidé. Había transcurrido más de una hora, ella debía volver a su mundo real, nos miramos, no hacía falta más, el deseo tiene sus códigos, tomó la pija entre sus manos y en dos movimientos se la engulló. Ella chupa, yo atraigo su cabeza hasta tomar ritmo de cogida. Juventud, divino tesoro, no bastó mucho para volver a llenarle la boca de tibio semen, que degustó con fruición.
Las manecillas del reloj, en perfecta alineación, indicaron las seis de la tarde, las mejores cuatro horas de nuestras vidas se consumieron en este acto que excede el contenido sexual para ser algo mas, no sé cómo llamarlo, tal vez alguna lectora pueda decirlo, debía volverse a su casa, me vestí para acompañarla, no me dejó, dijo: -No bebé, nos despedimos aquí, sino no voy a querer dejarte ir más. Nos besamos, largo y profundo.
Autor: Nazareno Cruz