Me metió los dedos en el coño para mojármelo y preparármelo, se agachó y continuó con su lengua. Lo hacía de maravilla, me pregunté dónde habría aprendido a satisfacer a una mujer de esa manera, siendo tan joven. Cuando decidió que era suficiente, se tumbó encima de mí y de un solo golpe me la clavó. Ahogué un grito de placer, y me dejé follar por mi hijo.
Tengo 46 años y estoy casada, aunque no felizmente, pues hace tiempo que mi marido perdió el interés por mí. Y no es porque sea fea o mi cuerpo no sea atractivo, al contrario, pero mi marido sospecho que prefiere chicas jovencitas, estoy segura, hay secretarias muy monas y jóvenes en su empresa. Me considero bastante atractiva para mi edad, soy rubia, alta, tengo piernas largas, y aunque mis caderas empiezan a estar un poco anchas, mis pechos son bastante grandes, aunque ya no tan firmes como los de una jovencita. Me gusta vestir elegante, con clase, y reconozco que los hombres me siguen mirando interesados.
Pero me aburro, mi marido ya solo me hace el amor de vez en cuando y de manera muy mecánica y rutinaria, y yo necesitaba algo, un cambio, nuevas experiencias. Por eso acepté con gusto, aunque con reparos, lo que me pasó una noche. Tenemos un hijo adolescente. Es muy guapo, un poco más bajo que yo, y hace mucho deporte, así que su cuerpo está muy bien formado, tiene la piel suave y con muy poco pelo. Yo nunca me había fijado en el de otra manera más que para admirarlo como hijo mío, por supuesto, pero qué poco sospechaba que él a mí si me miraba de manera diferente a como un hijo casto miraría a su madre. Después me contaría muchas cosas que relataré en su momento.
Todo empezó una noche. Mi marido no estaba en casa, había salido de la ciudad para una reunión importante y pasaría la noche fuera. Vi la tele con mi hijo, sentados en el sofá, sin ser consciente de cómo miraba de reojo mi cuerpo. Yo llevaba solo un camisón, pues me pensaba ir a la cama en breve, y como digo, no era consciente de cómo mi hijo miraba de reojo mis piernas, mi escote. Dicen que una madre se da cuenta de estas cosas, pero yo era totalmente ignorante de los sentimientos de mi hijo hacia mí. Le di dos besos como siempre y me fui a acostar. Debería haberme dado cuenta del tremendo bulto que asomaba bajo su pantalón, pero no lo hice.
Me desperté de golpe. La habitación estaba oscura, no sabía qué hora era, pero algo me había despertado. Entonces noté una presencia en la habitación y una mano acariciándome el culo. Hacía calor y no me había tapado con las sábanas y mi camisón se había subido mostrando mi culo y mis bragas metidas un poco dentro de la raja. Me quedé inmóvil, casi sin respirar, era mi hijo, mi propio hijo estaba acariciándome el culo, no me lo podía creer. Reaccioné y me di la vuelta escandalizada, dispuesta a gritarle, y le vi de rodillas en la cama, junto a mí, completamente desnudo y con su polla en la mano. No sé qué me pasó, no le grité ni le dije nada, me quedé contemplando su cuerpo con una mezcla de sensaciones. Él se tumbó junto a mí y acercó su cara a la mía. Su mano empezó a acariciar mis pechos. No, hijo, por favor, no hagas esto, le dije angustiada. Te deseo, mamá. Vete ahora mismo y olvidaré lo que ha pasado, haremos como si no hubiera pasado nada. Pero mi voz no sonaba tan autoritaria como debería y él lo notó y se aprovechó de eso.
Cogió mi mano y la apoyó en su polla. Esto no está bien, hijo mío, soy tu madre, casi le supliqué, aquello era horrible, no podíamos hacer eso, pero inconcebiblemente mantuve la mano sobre su polla. Era muy grande, suave y estaba caliente. Se arrimó y sus labios rozaron los míos. Hace mucho que me masturbo pensando en ti, y su lengua empezó a lamer mis labios; sin saber lo que hacía abrí la boca para dejar pasar su lengua y me besó con lujuria. Sus manos tocaban todo mi cuerpo, mis pechos, mi raja. Mi mano seguía apretando su polla, dura y tiesa y enorme.
Chúpamela, me susurró, sé que lo estás deseando. Le dije que no podía hacer eso, que esto estaba yendo demasiado lejos, pero él insistía, y yo cada vez tenía menos fuerzas para resistirme. Aquella situación superaba cualquier fantasía que hubiera tenido en los últimos tiempos. Mi cabeza era un caos de sensaciones y sentimientos: por un lado era mi propio hijo quien estaba desnudo en mi cama, acariciando mi cuerpo, era incesto, era un pecado, pero por otro lado su cuerpo era maravilloso y yo estaba muy excitada. Sin pensarlo más me dejé guiar por sus manos y apoyé mi boca en su miembro, la abrí, y empecé a chuparlo.
Mi hijo estaba excitadísimo, y me contó cómo me deseaba desde hacía mucho tiempo, cómo me miraba de reojo el cuerpo en casa a todas horas, cómo se encerraba en su habitación o en el baño para masturbarse pensando en mí, cómo me espiaba a escondidas para verme desnuda cuando me cambiaba de ropa o me duchaba, cómo me había cogido ropa interior que guardaba en su habitación para masturbarse con ella, medias y bragas. Me decía todo esto cada vez más excitado, y a mí empezó a excitarme también y cuando sus dedos se introdujeron en mi coño y me masturbaron dejó de importarme y preocuparme todo, solo quería sentir placer. Me corrí en sus dedos, ahogando gemidos de placer al tener su polla en mi boca.
¿Te gusta, puta? me sorprendió mucho que me llamara de esa manera, pero lo achaqué a la excitación. ¡Me voy a correr, me corro, trágatelo todo, puta! Y me soltó su leche, caliente, espesa, un río entero me llenó la boca. Cuando pararon sus convulsiones me limpié un poco la boca y me tumbé a su lado. Tienes una boca increíble, mamá. Lo que hemos hecho hoy no podemos repetirlo nunca más, será nuestro pequeño secreto, y haremos como si no hubiera pasado nada, ¿de acuerdo cariño? Reconoce que te ha gustado mi polla. Sí, pero… Te ha gustado mi leche, ¿verdad, puta? ¡No puedes llamarme así, soy tu madre! A partir de ahora serás algo más que mi madre, y se levantó para irse. Te espero mañana por la noche en mi habitación, y se fue.
Me quedé toda la noche despierta, dándole vueltas a lo que había pasado, llena de sentimientos contrapuestos de culpa y satisfacción; además siempre había considerado a mi hijo dulce y amable, pero ahora me daba cuenta que con una mujer era dominante y duro; claro, que hasta ahora nunca había pensado en mi hijo follando con una mujer; me había presentado a alguna novia suya, pero no había pensado en cómo follaría. Su rudeza me excitó.
Al día siguiente nos comportamos normalmente, él se fue pronto y nos vimos poco. Vino mi marido. Por la noche nos acostamos como siempre. Estaba muy angustiada, no sabía qué hacer. Cuando oí que mi marido dormía, no resistí más, me levanté sin hacer ruido y fui a la habitación de mi hijo. Entré, cerré la puerta y me metí en su cama. Sabía que vendrías, mamá, como una puta en busca de rabo. Nos abrazamos y nos besamos, mientras sus manos tocaban con avidez todo mi cuerpo. Me metió los dedos en el coño para mojármelo y preparármelo, se agachó y continuó con su lengua. Lo hacía de maravilla, me pregunté dónde habría aprendido a satisfacer a una mujer de esa manera, siendo tan joven. Cuando decidió que era suficiente, se tumbó encima de mí y de un solo golpe me la clavó. Ahogué un grito de placer, y me dejé follar por mi hijo.
Me folló con fuerza, casi con violencia, como hacía años que nadie me follaba. La cama crujía, y me asusté de que el ruido y nuestros jadeos pudieran despertar a su padre, pero ya nada podía detenerme, estaba fuera de mí, loca de excitación, oyendo cómo mi hijo me llamaba puta y me preguntaba si me gustaba, y que se lo dijera, y que le dijera que me follara, alto, más alto. Al final, entre jadeos incontrolados y convulsiones se corrió dentro de mí, llenando mi coño con su semen. Era el mejor polvo que me habían echado en años. Se tumbó a mi lado sudando y jadeando, me apretó con fuerza un pecho y me dijo: A partir de ahora vas a ser mi puta, ¿me oyes? Sí…sí… yo estaba demasiado satisfecha y excitada para negarme a lo que él quería. A partir de hoy vas a estar en casa siempre sin ropa interior para que pueda meterte mano y follarte siempre que quiera.
Y papá no sabrá nunca nada de esto, serás su mujer y mi puta. Yo asentía, loca de excitación, sin darme cuenta ni pensar en las consecuencias de esta situación. Tengo muchos planes para ti, ¿sabes? Tengo amigos que están deseando follarte ¿Qué? ¿Tus amigos?, pregunté escandalizada. Sí, los voy a traer a casa para que te follen. Y ya hablaremos de la tía, sé lo que hacías con ella y estoy deseando follaros a las dos juntas. Ese era mi gran secreto, y lo sabía, sabía que en un par de ocasiones me había tocado y acariciado con su tía, nos debió ver a escondidas alguna de esas veces.
Vio mi cara de horror ante todo lo que me decía, y eso le excitó más si cabe, se arrimó y me besó en la boca. Al final me levanté para volver a mi habitación; él se levantó y se acercó; me agarró el culo con fuerza y me susurró: Recuerda, ahora eres mi puta. Volví a mi habitación, a mi cama, donde mi marido seguía durmiendo y me acosté horrorizada, escandalizada, y excitada.
Desde el día en que me metí en la cama de mi hijo y me folló salvajemente, todo cambió. Me dejó claro que había decidido convertirme en su puta particular, y yo me sentía tan subyugada por él que no pude negarme, accedí a todos sus caprichos. Dejé de llevar ropa interior en casa. Y vestía con faldas muy cortas, camisas un poco abiertas o camisetas de tirantes, o batas que pudiera desabrochar rápido. Y él, desde aquel día, disfrutaba metiéndome mano y follándome siempre que le apetecía. Andaba todo el día excitadísima, imaginando y deseando sentir sus manos en mi cuerpo. Me paraba en el pasillo y me pegaba a la pared, me abría la camisa y me sacaba las tetas, me las sobaba y lamía, me metía la mano bajo la falda y me masturbaba el coño hasta que me corría, dándome luego a chupar los dedos empapados de mis propios fluidos.
Estaba empezando a disfrutar comportándome como una puta. Aprovechaba cualquier ocasión para acercarse por detrás, apretarme las tetas o levantarme la falda para sobarme o follarme. Y le excitaba el riesgo, lo hacía estando su padre en casa, siempre con el miedo de que pudieras descubrirnos. A mí me aterraba la situación, pero no podía resistirme a mi hijo, a su polla, y al dominio total que ejercía sobre mí. Como digo, cuando su padre estaba en casa lo hacía con disimulo, pero lo hacía.
Una tarde después de comer entré en la cocina para fregar los platos, dejando a mi marido en el salón viendo la tele. Al poco entró mi hijo, cerró la puerta, me echó de bruces sobre la mesa, me levantó la falda y me folló el coño. Su padre podría haber entrado en cualquier momento y no quiero ni pensar lo que habría podido pasar, pero ninguno de los dos podía parar, la excitación y el morbo eran demasiado grandes.
Cuando mi marido no estaba en casa y nos encontrábamos los dos solos, ya no era necesario disimular. Entonces, muchas veces me pedía que estuviera totalmente desnuda, haciendo las cosas de la casa, mientras él veía la tele o cualquier otra cosa, y se deleitaba con mi cuerpo desnudo. Yo le veía en el sofá, acariciándose su maravillosa polla mientras yo caminaba descalza por la casa y hacía las tareas del hogar completamente desnuda, esperando el momento en que a él le apeteciera acercarse para sobarme o follarme. Solo cuando oíamos que llegaba su padre me dejaba ir a ponerme algo de ropa. Pero nunca demasiado, lo justo para estar vestida, y por supuesto sin ropa interior. Mi marido no sospechaba nada, si me notaba nerviosa nunca me dijo nada, y si se dio cuenta de que vestía más provocativa de lo normal debió pensar que lo hacía por él, para intentar atraerle.
Un día estaba en mi despacho trabajando, cuando se abrió la puerta y apareció mi hijo. Me quedé helada. Él había ido varias veces a mi oficina, y los empleados le conocían y les gustaba mucho, le veían como un chico muy simpático y divertido, y le hacían pasar a mi despacho sin ningún problema, sabiendo que tendría algún problema del colegio que consultarme, cosas de niños. Pero esa vez sabía que era diferente. Cerró la puerta y se acercó a mí. Su mirada lo decía todo. En sus ojos había deseo y lujuria.
Me levantó de la silla y me apoyó en la mesa. Me besó y me acarició los pechos. Le dije que si se había vuelto loco, que no podía hacer eso allí, que cualquier empleado podía entrar en cualquier momento, y las consecuencias serían horribles. Me ordenó que me callara y para demostrarme quién mandaba allí y para ponerme más nerviosa todavía, me desabrochó la camisa y me sacó las tetas fuera del sujetador con violencia. Me dio la vuelta, me levantó la falda y me bajó las bragas.
Apoyé las manos en la mesa, angustiada como nunca lo había estado en la vida, con una mezcla de terror y de lujuria, cuando su polla empezó a introducirse en mi coño. Aguanté como pude sin gemir ni gritar, evitando todo ruido sospechoso que pudiera oírse fuera y me dejé follar por mi hijo. Cuando terminó me dijo que le diera las bragas y se limpió la polla con ellas, luego me dijo que me las pusiera, pero que era la última vez que salía a la calle con ropa interior, a menos que él me diera permiso. Salió del despacho sonriendo como si tal cosa, despidiéndose muy amable de todos los empleados.
Me arreglé la ropa rápidamente y me senté para tranquilizarme, sintiendo las bragas mojadas de su semen. Había llegado a aceptar que me tratara como a una puta en nuestra propia casa, pero ahora me daba cuenta que quería dominarme totalmente en todos los aspectos de mi vida. Según pensaba esto me invadieron escalofríos, y no supe distinguir si eran de pánico o de excitación.
Esa noche volví a ir a su habitación. Me desnudé al entrar y me metí en su cama. Me besó, me acarició, me lamió. Lo hacía de maravilla. Y le pedí que me hiciera algo que hacía muchísimo que no me hacían, pues a mi marido no le gusta. Él supo en seguida a lo que me refería. –Quieres que te folle el culo, ¿verdad, mamá? Le dije que lo deseaba. –Pues voy a darte ese placer, puta, ponte a cuatro patas.
Me puse como me dijo, se colocó de rodillas detrás de mí, me dio sus dedos a chupar y me los metió en el culo para dilatármelo. Me metió con fuerza dos dedos y los movió dentro de mí. Ahogué un gemido cuando los introdujo dentro de mí. No me lo podía creer, mi hijo me estaba hurgando el culo y en unos momentos me lo iba a follar; aunque ya empezaba a acostumbrarme a que fuera mi hijo el que me diera tanto placer. Sacó los dedos y me los metió en la boca. -¡Chúpalos, puta, saborea tu propio culo! Se los lamí con placer. El se agachó y me metió la lengua.
Nunca me lo habían hecho, y fue increíble. Ya no pude controlarme más y empecé a gemir y jadear. Me lamía por dentro, era una sensación fantástica, pero no duró eternamente, me la sacó y me dio un azote muy fuerte en las nalgas; ahogué como pude un grito. Luego me dio otro, y otro, y otro más. Estaba a punto de decirle que por favor lo dejara ya, que me dolía mucho, cuando noté algo grande y duro en la entrada de mi ano. Empezó a presionar y me puse muy nerviosa, tenía el culo bastante cerrado y sabía que me iba a doler mucho. Su polla se fue introduciendo poco a poco.
Me preguntó si me dolía, le dije que sí, y entonces dio un golpe muy fuerte y me la metió entera. Di un grito espantoso. El dolor había sido terrible. Le dije que parara, que lo dejara, que me dolía mucho y que no quería seguir, pero era como si todo eso le excitara todavía más. Me insultó, me llamó cosas horribles, y empezó a meter y sacar su polla, follándome de forma salvaje. Mi grito me había asustado mucho, era probable que hubiera despertado a mi marido, pero ya no podíamos parar, no me importaba nada, solo quería seguir sintiendo esa polla rompiéndome el culo.
El dolor seguía siendo inmenso, pero ahora el placer se añadía a esa sensación, y yo jadeaba y gemía sin control, mientras mi hijo me follaba y me llamaba puta, zorra, perra, y mil cosas más. Volvió a azotarme el culo, con fuerza. –Te gusta, ¿eh, puta? ¿Te gusta cómo te reviento el culo? Te gusta que te azoten, ¿eh, hija de puta? Papá no te folla así, ¿eh? Estaba como loca, le decía que siguiera, que me diera más, que me reventara, que su padre no me follaba así, y que era su puta. Al final se corrió jadeando sin control, llenándome el culo con su semen. Se levantó y cogió mi camisón, que había dejado en el suelo al entrar, y se limpió con él; luego lo mojó en el semen que goteaba de mi culo, y me dijo que me lo pusiera.
Si mi marido me preguntaba porqué estaba mojado, tendría que inventar algo. Antes de irme, me dijo que como al día siguiente su padre se iba a otro de sus viajes de negocios, quería que llamara a la tía, y que viniera a casa, que quería follarnos a las dos juntas. Le dije que estaba loco, que no podía hacer eso, pero me dio una bofetada y me dijo que me callara, que nos había visto tocándonos y besándonos, y que se había excitado muchísimo viéndonos, y ahora nos quería a las dos en la misma cama. Lo que no podía reconocerle tan rápido, era que la idea me excitaba, así que le prometí que la llamaría al día siguiente.
Autor: Galufo
me gustaria cogerte