Lo que voy a contar jamás lo contaría personalmente a nadie, ni a mi mejor amiga y ni siquiera a un psicólogo, por eso les escribo amparada en el anonimato de un seudónimo porque no puedo vivir con esto sin contárselo a alguien: Hice el amor con mi hijo.
Tengo treinta y nueve años, me casé embarazada a los diecisiete y a los dieciocho ya era madre de un varón, dos años después nació mi hija. Los primeros años de matrimonio fueron muy duros con mi marido estudiando y trabajando y yo criando dos niños a la edad en que debía estar estudiando. Mi marido se recibió de contador y las cosas comenzaron a cambiar económicamente, compramos una hermosa casa en la que hoy vivo, tuvimos largas y felices vacaciones, educamos a los chicos en buenos colegios y la vida parecía ser un hermoso camino hasta que hace un poco más de un año mi marido se enamoró de una chica que podía ser su hija y se fue de casa, el mundo se desplomó de golpe.
Me sumergí en el odio y el rencor y renuncié para siempre a la felicidad, solo me aferré a mis hijos que hacían lo imposible por consolarme y hacerme reaccionar pero yo me solazaba en mí resentimiento y amargura, pero ayer ocurrió algo inesperado. Como todos los sábados a la mañana mi hija se fue a jugar al tenis al club y mi hijo se quedó nadando en la piscina de casa mientras yo me ocupaba de algunas tareas domésticas. Hacía mucho calor, Buenos Aires es muy calurosa en enero y yo me había puesto un fresco y suelto vestido de algodón algo escotado y un par de sandalias.
Estaba ocupada en mis menesteres cuando mi hijo entró al living con algo en la mano.
– Mirá mamá, se me salió un botón de la malla…Mi hijo es hermoso con sus varoniles veintiún años, alto, delgado pelo castaño oscuro, ojos almendrados y rasgos delicados. Tenía puesto un pantalón de baño de estilo surfer de cintura baja y con dos botones y un lazo en la cintura.
– No te preocupes, ya te lo coso. Dije y fui a buscar mi costurero.
Al volver al living me senté en el borde de un sillón y enhebré una aguja bajo su atenta mirada.
– Vení, parate frente a mí. Le dije.
Desaté el lazo, desabroché el restante botón y bajé algo el cierre para tener lugar para coser, recién al ver su vello púbico tomé conciencia que mi hijo ya no es un niño y sentí una ligera confusión que intenté disimular, pero me sorprendí a mi misma mirando de reojo la entrepierna de mi hijo, me reproché el mirarlo como evaluando su capacidad amatoria y seguí cosiendo el botón a pesar del ligero temblor de mis manos. Al terminar corté el hilo con los dientes acercando mi boca a su vientre en un impensando movimiento del que me arrepentí, luego le subí el cierre, lo abotoné y até el lazo y casi como en un acto reflejo le di un pequeño beso sobre el ombligo.
Abrazó mi cabeza y la apretó contra su cuerpo, sentí la tibieza de su piel en mi mejilla, la suavidad de su vello y rodeé su cintura con mis brazos, era tan confortable estar abrazada así a ese cuerpo joven y varonil y sentirse cobijada en él que olvidé que era mi propio hijo. Entonces comenzó a hablar: – Mami, ¿Por qué no salís más?, deberías conocer a alguien, formar una nueva pareja… – ¡Jamás!, ¡Nunca voy a formar otra pareja!, ¡No quiero saber más nada con los hombres! – Pero mami, no hables así, yo también soy hombre… – Es distinto mi cielo, vos sos mi hijo. Dije enmendándome, no quería incorporar a mi hijo a la generalidad de los hombres.
Se arrodilló frente a mí tomando mi rostro entre sus manos y mirándome a los ojos me habló: – Mami, me duele tanto que sufras y me siento tan impotente por no poder ayudarte… Yo te quiero tanto… – Yo también te quiero mi vida, sos tan dulce y cariñoso…
Interrumpió mis palabras besando mis labios, la sorpresa me paralizó y nos miramos a los ojos como nunca nos habíamos mirado antes, luego volvió a besarme
, pero esta vez sentí la punta de su lengua entre mis labios y mi boca, traidora, se abrió para recibir esa lengua invasora que me estremeció. Me besó profunda e intensamente, recorriendo mi boca, enredando su lengua con la mía y respondí al beso chupando su lengua, mordisqueándola suavemente, bebiendo su saliva.
Me olvidé quien era, era un hombre que me besaba y despertaba en mí sentidos que creía muertos como ese puño que apretaba mi entrepierna, esa humedad que surgía de mi vagina, ese temblor que me estremecía… Sus manos se deslizaron por mi cuello, acariciaron mis hombros y bajaron los breteles de mi vestido y de mi corpiño desnudando mi pecho y luego bajaron por mis brazos hasta las manos apoyadas en mi regazo, las apretó entre las suyas tibias y fuertes y luego apoyó las palmas sobre mis rodillas y las separó abriendo mis piernas.
Las manos comenzaron a subir por debajo del vestido acariciando el interior de mis muslos, subiendo a mi sexo que ardía de deseo. Sentí la yema de los pulgares acariciar los labios de mi vagina y grité: – ¡Eso no!
Pero deseaba desesperadamente que no se detuviese y mi hijo no lo hizo. Empecé a sollozar de puro deseo mientras me masturbaba delicadamente y me recliné hacia atrás apoyando mi espalda en los almohadones del sillón. Sus dedos abandonaron momentáneamente su deliciosa tarea y engancharon los elásticos de mi bombacha y la comenzaron a bajar, ayudé levantando mis caderas para que me la pudiese sacar y cuando lo hizo quedé con las piernas abiertas y el vestido levantado ofreciéndole mi sexo incondicionalmente rendido. Los dedos volvieron a separar los labios vaginales y mi querido hijo hundió su boca en mi sexo empapado, volví a gritar.
– ¡Ayyyyyy!
Grité de placer, su lengua al deslizarse por el interior de mi vagina me provocó un terrible orgasmo pero no se detuvo por eso, no me iba a dar tregua y lamió, chupó, mordisqueó, apretó mi clítoris entre sus labios y sorbió con fuerza, sentí sus dedos penetrándome y masturbándome mientras su boca y su lengua me enloquecían de placer, pronto perdí la cuenta de la cantidad de orgasmos que estaba teniendo y era tan grande el goce que sentía que me puse a llorar de felicidad hasta quedar agotada, no se cuanto tiempo estuvo mi hijo arrodillado con su boca hundida en mi sexo pero si se que nunca en toda mi vida fui tan plenamente colmada de placer.
Finalmente se incorporó y me tendió las manos para ayudarme a levantarme, mis ojos se clavaron en el bulto de su entrepierna, me pareció enorme pero es que nunca había visto a mi hijo con una erección. Al pararme trastabillé, estaba mareada por la sucesión de orgasmos y me abracé con mis senos desnudos a su cuerpo tibio para no caerme sintiendo la dureza de su pene apoyado en mi vagina empapada. "Vamos". Dijo sin especificar a donde, no hacía falta, yo sabía que me llevaba a la cama y deseaba con toda mi alma ir para que me tomase, para ser suya como él ya era mío. Me rodeó la cintura con su brazo y me llevó a mi dormitorio, caminé aferrada a él temblando de emoción y excitación ¡Iba a hacer el amor con mi hijo!
Al costado de la cama me quitó el vestido y el corpiño y yo le quité el pantalón descubriendo su miembro enhiesto, no era enorme, pero su tamaño era suficiente para garantizar placer y al tomarlo en mi mano pude sentir su dureza. Sentí un vahído al mirar la maravillosa desnudez de mi hijo, su cuerpo joven y fibroso, su pene emergiendo de la delicada maraña de su vello, lo deseé como nunca había deseado en mi vida, ni siquiera aquella lejana vez de mi adolescencia cuando mi novio me desfloró en mi pequeña camita.
Nos abrazamos por primera vez completamente desnudos y nos besamos largamente, sus manos acariciaban mi espalda y mis nalgas, luego me acostó y se tendió encima de mí acariciando mis senos, besándolos, chupándolos como cuando era mi bebito que tomaba la teta. Su boca me hacía delirar, mordía suavemente mis pezones y luego los chupaba y apretaba con las yemas de sus dedos mientras pasaba la lengua alrededor de las aureolas.
Luego descendió hasta llegar nuevamente al clítoris y repitió lo que les había hecho a los pezones y cuando mis gemidos y jadeos se transformaron en insoportables decidió penetrarme. Me besó para acallarme mientras deslizaba el glande entre los labios de la vagina mien
tras yo abría las piernas para recibirlo, cuando me penetró no pude evitar un largo quejido que no era otra cosa que la expresión de mi intenso placer. Levanté las caderas para recibirlo completamente y él me clavó el pene hasta los testículos provocándome el orgasmo más grande del que tuviese memoria. Lo sentí eyacular, su pene latía en fuertes pulsaciones mientras el semen caliente me inundaba, mi vagina latía también fuertemente y mi cuerpo se convulsionaba con incontrolables espasmos, me di cuenta de que estaba gritando y luego estallé en profundo llanto.
Un llanto incontrolable, de dolor por el recuerdo del amor perdido, de todo el tiempo en que mi cuerpo se negó a la vida, pero finalmente mi propio hijo me devolvía todo aquello que había creído definitivamente perdido, mi plena sexualidad. Me abrazó y me contuvo apretada a su cuerpo mientras me besaba y repetía palabras dulces y me acariciaba y cuando finalmente me calmé busqué su boca en el beso más intenso que di en toda mi vida, luego descansamos unos minutos y más tarde me volcó sobre su cuerpo y me volvió a poseer.
Cuando estuve saciada fue el momento de demostrarle todo mi agradecimiento y le practiqué sexo oral hasta que se derramó en mi boca y saboreé el semen más delicioso que podía haber imaginado. Luego nos bañamos juntos y me puse una bikini que hacía más de un año que no usaba, de pronto quería recuperar mi femineidad, ser otra vez mujer y demostrarle a mi hijo que aún era bella y ardiente.
Mi hija llegó con sus amigos un rato después y se sorprendió verme en malla y contenta pero se alegró muchísimo aunque no se imaginase que me había puesto tan feliz. Anoche mi hijo vino a mi cama y ahora está dormido en ella mientras escribo esto.
He violado una regla fundamental, he cometido incesto, quizás sea algo imperdonable pero no me arrepiento y volveré a hacerlo.
Autor: Natalia
Me pareció muy bueno y excitante muy real
Que lindo relato,gracias..me gusto mucho..es raro pero me gusto.