Graciela comenzó a mover sus nalgas y me dijo que hiciera lo que a mí se me viniera en gana, tomé mi verga y la dirigí a su apretado culo, comencé a penetrarla, los gemidos de ella se hicieron más fuertes y seguidos, el ver como su hueco se iba tragando con tanta facilidad toda mi verga me excitó tremendamente y sin consideración alguna terminé por meter de un solo coñazo mi verga en el culo.
Cuando conocí a Graciela, la madre de mi esposa, de inmediato me di cuenta de que sería una suegra bien diferente. No tan solo por su impresionante físico, sino más bien por su manera de ser tan abierta, por no decir tan zorra. En esa ocasión, mi novia en esos días y hoy en día mi esposa, habíamos quedado en encontrarnos con sus padres en el club de tenis. Cuando llegué me encontraba algo desorientado, ya que era mi primera visita a ese lugar, y distraídamente me quedé observando una cancha donde una tremenda hembra, alta rubia de buenas cuervas y con uno de esos mini conjuntos para la práctica de tenis, que le dejaban ver gran parte de sus bien formadas nalgas, recibía una clase individual y muy personal de un instructor. No es que el tipo se sobrepasara, es que la tía era la que de manera descarada, restregaba sus paradas nalgas contra el cuerpo de él. Como habrán adivinado, en efecto era mi futura suegra Graciela, cosa que yo ignoraba en esos momentos.
Bueno después de un buen set de caricias o mejor dicho de supuestas prácticas, la pareja desapareció dentro de una pequeña edificación justo al lado donde yo me encontraba parado observándolos, lo que entiendo era la oficina del instructor, ya estaba por ponerme a caminar a ver si encontraba a mi novia, cuando sin querer comencé a escuchar, lo que sucedía dentro de la caseta, lo que se dijeron realmente fue bien poco, pero lo que seguí escuchando de inmediato, no me dejó duda alguna de que la pareja que recién había entrado estaban follando salvajemente. La tía le decía al instructor. Dame bien duro papi, y si quieres te lo mamo un rato, y cosas así por el estilo. Sus gemidos de placer se escuchaban con toda claridad, mientras que el tipo, no hacía otra cosa que decirle a la tipa, que tenía un coño bien caliente. Bien al buen rato salieron los dos, todos sudados, pero alegres, ella acomodándose el uniforme, y su abundante y despeinada cabellera rubia, y él con una cara de satisfacción, acomodándose aun el pantalón, al verlo en ese momento me dio envidia tremenda.
En cosa de segundos desaparecieron de mi vista, y casi de inmediato llegó mi novia, caminamos un rato por el club, encontramos a su padre, y finalmente Graciela nos encontró en el comedor del club. Cuál no sería mi sorpresa, al ver que la despampanante y calenturienta rubia, era la madre de mi novia. Desde luego que eso no lo comenté con nadie, pero cada vez que observaba la brillante calva de mi futuro suegro, me parecía ver unos cuernos de tamaño gigante, ya que Graciela en todo momento coqueteaba con cualquier tipo que se le parase en frente, incluso conmigo, sin que su esposo pareciera no darse cuenta de ello.
Desde luego que en esos momentos, yo nada más tenía ojos para mi novia, después vino la boda, mi esposa y yo nos mudamos de ciudad y finalmente el nacimiento de nuestra primera hija, razón por la cual mi esposa quedó muy delicada de salud, y su madre se vino a pasar unos días a nuestra casa, para según entendía yo y que ayudar a su hija. Desde el primer momento en que llegó a casa, Graciela comenzó hacer de las suyas, si ayudaba a mi esposa, pero no perdía ocasión para de manera poco disimulada, dejarme ver sus encantos. Ya que por lo general andaba vestida con falda, y se las ingeniaba de mil maneras para que de alguna forma o manera yo la ligase, al principio simplemente traté de no prestarle atención, pero la realidad es que la vieja tiene todavía muy buenas carnes y mucha maña.
En ocasiones mientras estaba supuestamente cociendo en la maquina, se subía la falda ligeramente y dejaba sus rodillas bien separadas, por lo que sin mucho esfuerzo, de mi parte, podía ver claramente su coño, apenas cubierto por la escasa tela de sus pantaletas, en otra ocasión me pidió que le sostuviera la escalera, y antes de que yo le dijera que me dejase buscar a mí lo que necesitaba, ella se trepo y de momento al levantar al ella hablarme, automáticamente levanté la vista y me encuentro con gran parte de su coño a pocos centímetros de mi rostro. Por lo que de una forma u otra, siempre terminaba ligándome a mi suegra.
Otra de las cosas que ella hacía, cuando estábamos a solas, era el ponerse a charlar abiertamente sobre sexo conmigo, llegándome a realizarme indiscretas preguntas de cómo me las arreglaba yo durante esos días, en que su hija se encontraba de cama, además de que por tradición o no sé por qué dice la gente que hay que esperar que pase la cuarentena o sea cuarenta días con sus cuarenta noches de abstinencia sexual, claro que discretamente yo procuraba cambiar el tema de la conversación, pero al final ya el daño estaba hecho, me dejaba pensando en sus palabras, con la consiguiente frustrada excitación. Lo cierto es que Graciela por lo menos unas dos veces al día me ponía como dicen bien cachondo, ya fuera por lo que me dejaba ver, o por las conversaciones que teníamos.
Ya al tercer día de ella estar en casa, después de que mi mujer se durmió temprano y nuestra hija también, decidí darme un buen baño como de costumbre. Yo desde que regresamos de la clínica en lugar de bañarme en nuestro baño, lo hacía en el baño del pasillo, por aquello de no perturbarle el sueño a mi mujer. Me había quitado la ropa en la habitación, y colocado un paño alrededor de mi cintura, pero al entrar al baño me encuentro a Graciela del todo desnuda, sentada sobre el inodoro, con sus piernas bien abiertas terminando de rasurarse el coño, o mejor dicho depilándoselo. Yo me quedé de una sola pieza, desde luego que no esperaba encontrarla en ese sitio sentada, y menos en esas condiciones.
Ella de sobra sabía que después de que su hija se dormía, yo me bañaba en ese baño. Al principio Graciela fingió cara de sorpresa, pero casi de inmediato esa picara sonrisa afloró en sus labios. De manera bien fingida pero sin hacer el menor esfuerzo por ocultar su total desnudez, mientras derramaba un poco de agua sobre su coño, me dijo. Perdona se me olvidó que te ibas a bañar, pero por mí no te detengas, como veras ya terminé de depilarme y la tengo bien limpia y fresquecita. A todas estas yo estaba de pie frente a Graciela con la boca abierta y mi verga del todo erecta bajo la toalla.
Graciela lentamente se puso de pie, acercándose seductoramente a mí, a cada paso que daba, sus provocativas tetas se bamboleaban de un lado al otro llamativamente, cuando quedó a pocos centímetros de mí, la toalla que yo tenía puesta en la cintura, se me cayó al piso. Graciela se quedó viendo mi parada verga, y la alcancé a escucharle decir. Por lo visto necesitas ayuda, deja que yo te la preste. Al terminar de decirme eso, sus carnosos labios se unieron a los míos y sentí todo el calor de su piel en contacto con la mía, yo por mi parte me quedé paralizado, por unos segundos y cuando pensé en responderle con un fuerte abrazo, Graciela rápidamente se agachó frente a mí, su boca quedó casi rozando mi verga y con gran habilidad, la agarró con sus dedos, con los que mantuvo entre ellos por cosa de varios segundos para luego sacar su provocativa lengua y dedicarse a lamer mi glande. Por un instante pensé en salir corriendo del baño, pero tan solo fue un instante, ya que cuando su boca comenzó a chupar deliciosamente toda mi polla, esa idea desapareció inmediatamente.
Por un buen rato disfruté de la espectacular mamada que me estaba dando Graciela, hasta que lentamente me fui dejando caer al piso, y en cosa de segundos, yo también le estaba mamando profundamente todo el coño a ella. El sentir su blanca y caliente piel contra mi cuerpo me hizo desear tenerla ensartada con mi verga, a medida que yo más y más introducía mi lengua dentro de su caliente y depilado coño, y con mis dedos separaba los labios de su vagina y chupaba frenéticamente su clítoris, Graciela con mayor entusiasmo mamaba y chupaba intensamente toda mi verga, en algunos momentos tragándosela casi toda y en otros lo dejaba de hacer para lamer o chupar mis testículo, con su boca y lengua. Así estuvimos un buen rato, hasta que ella como yo disfrutamos de un incontrolable placer, a medida que Graciela comenzó a disfrutar de un tremendo orgasmo me fue chupando con más y más fuerza mi verga, al punto que cuando me vine dentro de su boca, pienso que se tragó una buena cantidad de mi semen.
Por un corto espacio de tiempo, nos quedamos quietos, después nos separamos. Yo deseaba continuar, pero ella ágilmente se levantó del piso del baño y en tono maternal mientras se volvía a lavar el coño con agua me dijo. Se buen chico y vete a dormir con tu mujercita, que mañana es otro día y esto solo ha sido el inicio. Cuando terminó de decir eso salió del baño, moviendo sus caderas de manera bien provocativa, después de eso me quedé por un rato tirado en el piso, para luego darme una buena ducha de agua fría, mientras trataba de no pensar en lo que había sucedido entre mi suegra y yo. La verdad es que deseaba saltarle encima, pero eso de que tan solo había sido el inicio, me dejó confuso.
A la mañana siguiente como de costumbre Graciela se levantó e hizo el desayuno para todos, mi esposa su hija, no tenía ni la menor sospecha de lo que su madre y yo habíamos hecho en el baño la noche anterior, antes de levantarme de la mesa para ir a trabajar, Graciela accidentalmente se le cayó un cubierto que casualmente fue a dar a mis pies, por lo que cuando me incliné a recogerlo, al levantar la mirada me di cuenta que su bata estaba abierta y en el fondo vi su particular sonrisa vertical. Al tiempo que la escuché decirme, cuando regreses de trabajar necesito que por favor me ayudes a limpiar la parte de atrás. En ese momento respondí automáticamente que sí, pero de camino a mi auto me acordé que ya había limpiado yo el patio trasero, el fin de semana pasado. Por lo que sospeché que se refería a su parte de atrás. Durante el resto del día no hice otra cosa que pensar en el fabuloso culo de mi suegra.
Cuando regresé a casa ya en la noche, como no encontré cena pedí una piza por teléfono, al subir a nuestra habitación, mi mujer fue primera en recordarme inocentemente, que había quedado con su madre en ayudarla a limpiar el patio trasero, en ese instante apareció ella usando unos apretados pantalones cortos, al verla no me quedó la menor duda a que parte de atrás se había referido. Mi mujer después de amamantar y acostar en su cuna a nuestra hija, se fue a dormir, por lo que cuando bajé las escaleras buscando como loco a Graciela, la escuché llamarme desde la cocina. Al entrar la encontré casi recostada sobre la mesa de la cocina con sus nalgas completamente al aire, y ambas manos separándolas, mostrando el colorado ojete de su culo.
Al acercarme a ella, me dijo de manera bien seductora. Ante que se te ocurra hacer cualquier cosa, te agradeceré que me des un beso negro. Sus palabras fueron órdenes para mí, casi de inmediato dirigí mi rostro al centro de sus nalgas, y por un buen rato mi lengua estuvo lamiendo tanto su apretado esfínter como su coño. Mientras que ella procuraba ahogar, sus profundos gemidos de placer.
Cuando Graciela comenzó a mover sus nalgas de lado a lado y después de un corto tiempo, me dijo que hiciera lo que a mí se me viniera en gana. Dejé de mamar su culo, tomé mi verga entre mis dedos y la dirigí al ensalivado hueco de su apretado culo.
A medida que comencé a penetrarla, los gemidos de ella se hicieron más fuertes y seguidos, el ver como su hueco se iba tragando con tanta facilidad toda mi verga me excitó tremendamente, y sin consideración alguna terminé por meter de un solo coñazo mi verga entre sus nalgas. Graciela dejó escapar un sabroso grito de dolor, pero de inmediato guardó silencio. El temor nuestro era que mi esposa la hubiera escuchado, por lo que por unos instantes nos quedamos paralizados.
Pero casi a los pocos segundos comencé a meter y sacar mi verga de entre las nalgas de mi suegra, al tiempo que con mis dedos comencé a hurgar dentro de su mojada vulva. Graciela movía ese culo, como lo que era, toda una puta. Su manera de pedir que le diera más y más duro, me excitaba tremendamente, por lo que sin compasión alguna sacaba y metía con mayor fuera mi verga dentro de su culo. En el frenesí con que la estaba penetrando, en cierto momento saqué toda mi verga y al volver a incrustársela, se la enterré completamente dentro de su lubricado coño.
Graciela continuó moviéndose con mayor fuerza, sus sacudidas eran impresionantes, pienso que era casi como estar sobre una tormenta, y a medida que más daga le daba más daga pedía. En esos instantes ni tan siquiera pensaba en mi esposa, su hija que estaba en la habitación durmiendo. Solo deseaba continuar dándole verga por el coño a mi suegra, era tanto el placer que sentía cada vez que la penetraba, que sus gritos me excitaban más aún, y con fuerza la seguía embistiendo una y otra vez, hasta que ya no pude más y justo en el momento en que ella clavaba sus uñas en mi espalda, al alcanzar su ruidoso orgasmo me vine dentro de su coño.
Al terminar de clavarme a Graciela, temeroso de que mi mujer nos hubiera escuchado, me dirigía a nuestra habitación mientras me subía los pantalones, cuando sonó el timbre de la puerta, al abrirla resultó ser el chico que reparte las pizas, Graciela que venía tras de mí, me dijo que ella lo atendía, mientras que yo subía a ver a mi mujer. Al entrar en la habitación la encontré despierta, con una cara de preocupación bien impresionante, ya me disponía yo a decirle que todo había sido por culpa de su madre que desde que llegó no había hecho otra cosa que mostrarme su coño, cuando mi esposa con rostro avergonzado me preguntó quienes están allá abajo, en ese instante me acordé de haber pedido una piza, y le comenté, bueno tu madre y el repartidor de la pizzería.
Mi mujer aun bastante avergonzada me comentó, ya te distes cuenta de las locuras de mi madre verdad, por un instante me quedé confundido, pero de inmediato ella continuó diciendo, no te hagas el que no sabes nada que ya la escuché gritando, de seguro está con el que reparte las pizas. Yo no dije ni una sola palabra, pero mi mujer continuó hablando, mi madre es un poco excéntrica, como te habrás dado cuenta, mi padre el pobre solo él le soporta sus locuras. Enseguida me di cuenta que mi esposa pensaba que su madre estaba con el repartidor de pizas, lo que para mí fue tremenda salida, pero continué sin decir palabra, y de inmediato mi mujer me dijo, por favor ve si ya terminaron, no sea que le dé por irse con el tipo ese y regrese quien sabe cuándo. Yo haciéndome el que estaba sorprendido, bajé.
La verdad es que ella recibió la piza, le pagó al chico, que se retiró de inmediato Graciela llevó la piza a la cocina, donde después de cortarla me dijo. De seguro mi hija piensa que estaba follando con el de la pizzería, pero prefiero que piense eso a que sepa que tú y yo lo hemos hecho, yo se que para ella tengo fama de loca, por no decir de puta, y que su papá es un santo varón, pero si yo soy así se debe a que es él a quien le gustan todas esas cosas, en cuanto a ti y a mí, prefiero ser yo quien se acueste contigo a que te vayas a buscar a una puta a la calle.
Desde esos momentos, Graciela y yo hemos vuelto a tener encuentros en un sinfín de ocasiones, claro sin que mi mujer se entere.
Autor: Narrador