Disfruta de la primera parte de «El Vecino» aquí.
Lamió esa ropa interior con todo y su pedazo dentro para de a poco ir descapotando. Su vista se iluminó cuando bajó la tela negra estorbosa y se encontró con semejante pedazo de carne, que saltó de respingón, dejándolo desconcertado. Camilo nunca había visto cosa más hermosa que ese tronco negro relleno de leche. Lo toma con sus manos y alza a la mirada esperando la aprobación de Eduardo. Éste asiente con su cara dándole luz verde al puberto a saborear hasta el último centímetro. Como chupete la saboreó, completa, de la base hasta la punta, posando en su tronco con leves mordiscos, fue introduciendo y chupando a su vez.
Centímetro a centímetro de verga fueron recorrido con aquella pequeña lengua, era como tener un trozo de chocolate que no compartiría.
Eduardo sudaba, el quinceañero se metía más de media verga en la boca con agilidad, tenía experiencia, chupaba como nadie. ¡Qué boca más rica!, decía jadeando.
El no tan novato gozaba más que el mismo Eduardo tragando y pajeando aquel venoso pene de unos 19 cm, negro, largo, delgado, cabezón, duro y muy potente, cubierto por un vello púbico corto como el de sus piernas y unos testículos redondos y firmes que sería una locura no engullirlos por buen rato. Ese pedazo Parecía una cobra queriendo atacar, con la cabeza y parte de la base un poco curvada hacia adelante. Un monumento de verga, ¡era gigante!, pensaba el desconsolado jovencito que la desfloraba entre sus labios y contaba las venas que brotaban del jugoso recién descubierto. Entre sus manos lo masajea y le da una paja descomunal, siente vibrar entre sus dedos los impulsos de semejante pene, necesita ambas manos para mantenerse en su labor.
Aquel hombre tenía un de las mejores vista, siempre se lo comía quién él quisiera, pero nunca un hombre, ni menos jovencito, aunque siendo todos así iba a tener que ampliar sus alternativas de conquista. Por un momento se olvidó donde estaba tomando al joven de su cabeza y haciéndolo tragarse toda esa pinga. Con destreza Camilo mamaba entre cada arcada, aunque no tuviese espacio en su boca trababa de facilitar la travesía para que su amo se fuera contento con su trabajo. Se devoraba todo su premio como si nunca más fuese a tenerlo, así, entre su boca, haciéndose el rey de aquel mástil moreno y amaestrado.
El dominio que Eduardo ejercía estaba más presente, lo tenía ensartado, tomando al jovencito de la nuca le restregaba su vientre en el cara de lado a lado, dándole arcadas por estar atravesado con aquel palo sin poderse liberar. Bajaba su ritmo y le sacaba medía verga de la boca y lo dejaba respirar y tomar fuerzas para repetir el proceso.
Otros pocos centímetros había probado Camilo, pero este hombre era todo lo que necesitaba, era mucho más macho, más dominante, más activo, sabía cómo hacerlo gozar. Era un pene distinto a los otros, éste provocaba comérselo…
Cómo serpiente entre el vaivén estaba Eduardo rellenando la boca juvenil, derramando los primeros espasmos de leche. Sus bolas chocaban y sonaban cada que pegaban de aquella barbilla aún sin pelos. Esos sonidos se acabaron cuando le saca su pepino y le da a comer sus albóndigas redondas. La lengua de Camilo hacía caminos de saliva en esos testículos que se contraían y arrugaba ante el disfrute. Esos caminos eran hacía la Gloria cómo lo expresaba el hombre con su cara pareciendo llorar. Sus labios estaban más rojos que nunca y sus ojos aguados, una respiración acelerada propia de la escena… Camilo también enrojecido sentía que tenía el control de ese macho. Y aún cuando se le salían las lágrimas no podía dejar de saborear ese pedazo de morcilla…
Una voz desde la sala interrumpe.
Camilo, vámonos!… – amenazaba la madre de Camilo, ya era tarde de la noche.
Ambos se asustaron, Camilo se limpió y se quedó justo donde estaba acatando la sentencia de Eduardo.
No te vayas todavía, quiero seguir. -Mientras se escondía en el armario.
La madre de Camilo entró al cuarto insistiendo en irse, Camilo hizo el distraído, como si se sorprendió de ver a su mamá y escucharle hablar. Para su fortuna en la tele el programa era el favorito de Camilo, dándole a insistir en que al terminar se iría, pidió a su madre que se adelante… Ésta accedió sólo porque pronto se terminaba.
Eduardo salió de su escondite escuchando como la madre de Camilo se alejaba y como la suya entraba y se encerraba en su habitación. Corrió a pasar seguro a su puerta y se desprendió de todo su ropa en un santiamén… Camilo lo ve acercarse lujurioso con esa verga a explorar y quedó inmóvil en la misma posición ante semejante poder masculino. Eduardo se paró de pié sobre la cama haciendo que el joven subiera su cara y se extendiera un poco con sus manos atrás para poder engullir su presa.
Con una mano en su espalda y la otra detrás de la nuca de Camilo, el hombre se apoyaba para chocarle su peso en la nariz. Estaba más sudado, caían gotas que recorrían su cara y pasaba por su pecho y los cuadritos de su abdomen. Camilo los saboreaba con delirio, el olor le daba vida, le hacía olvidarse del dolor de muela que ya le producía en más de 30 minutos de tragar sin descanso.
No se podía perder ni un solo pedacito de aquel jugoso pene. Un olor tan característico a vicio ahora permanecía en juveniles mejillas, que lisas, rozan sobre el vello que cubre el vientre fornido. Su lengua llega a los voluminosos testículos aún con su cavidad rellena de carne adulta. ¡Dios! Qué manera de tragarse esa cabezota que palpitaba como queriendo inflar las encías, como vibraban los labios y dientes ante potentes ramazos, como hormiguean las venas verdes y moradas sobre una cara mojada, como se contraen al tiempos los huevos bien cargados… ¡Qué olor, que sabor, que gusto!.
La cara del joven era un río de baba, la saliva se le escapaba entre las comisuras de los labios, las bolas negras de su amante estaban adornadas con líneas blancas, líneas que caían al suelo a cada segundo…
Era imposible no tragar ese manjar que Eduardo le daba… Tres chorros de leche bastaron para ocupar toda su boca, los cuales tuvo que ir tragando pues no había más espacio para que entrara más de toda la que seguía derramando; mucha ni siquiera recorrió sus dientes y encías, fueron directo hasta su garganta sin elección a regresar.
Camilo se sentía victorioso tanto que le pedía a Eduardo que le diera más, éste simplemente no podía, había descargado toda su hombría y no tenía fuerzas para continuar. Pero prometió repetirlo cuando se pudiera… El sabor de ese semen era lo más sabroso que había probado, no había cosa que le gustara más que tragarse todo lo que con esfuerzo consiguió.
Casi a diario Eduardo hacía que el puberto le comiera la verga y lo rellenaba los labios en leche, ya tenían un escondite, por las noches, el fondo de la casa de Eduardo era el motel de aquellos afortunados amantes.
…
delicioso relato, me encantó.