Como toda mujer, he tenido fantasías lésbicas. La que diga lo contrario, miente. (También los hombres tienen fantasías homosexuales aunque no lo admitan. Incluso hay quien dice que cuando nos hacen sexo anal están cumpliendo en parte esa fantasía). A mí se me despertaron a temprana edad, y mi interés aumentó cuando conocí a Diana, una lesbiana declarada. Ambas hacíamos juntas un curso de aprendizaje de computación.
Diana es una mujer estupenda, mayor que yo, pasa los 30 y yo apenas llego a los 22. Tiene un físico muy atractivo, es alta, de pechos abundantes y mirada inquietante. La seducción le brota por todos los poros de su piel, y más cuando tiene a otra mujer delante.
Además de compartir el curso estudiábamos juntas, conversábamos mucho, nos hicimos buenas amigas. Nunca hablamos de cuestiones sexuales directamente, pero siempre había un clima especial en nuestras charlas, alguna frase con doble sentido, y tratándose de Diana, como les digo, continuamente está intentando seducir. Por entonces yo salía con chicos, pero no me terminaba de definir. Ella, en cambio, hacía años que compartía su cama sólo con mujeres.
La semana pasada me invitó a tomar algo en una confitería. Me sentía curiosa, inquieta, y nerviosa. Yo vestía una camiseta sin mangas y un jean ajustado, ella llevaba falda corta y una camisa con varios botones desprendidos que permitían ver casi todos sus pechos. Siempre es así de audaz.
Tuvimos una charla hermosa, hablamos de montones de temas, reímos a más no poder. De pronto se produjo un largo silencio, incómodo. Yo no sabía qué decir pero ella estaba preparada.
-Bueno Andrea, ¿me vas a contar qué te pasa conmigo? Dudé antes de contestar. No se me pasó por alto que en ese momento sus pezones se le marcaron en la camisa como dos grandes botones.
-Creo que ya te diste cuenta de que me gustás mucho -siguió ella- Vos sabés mi preferencia sexual, y creo que yo no te soy indiferente. Pero quiero saber si lo tuyo es pura curiosidad o algo más.
-Vos también me gustás mucho a mí -le dije.
No podía dejar de mirar sus ojos almendra, profundos, y sus labios carnosos, frescos. En ese momento deseaba que me besara. Ella se dio cuenta, me tomó de la mano, dejó dinero sobre la mesa de la confitería y me dijo «vamos».
Fuimos hasta el estacionamiento donde había dejado su automóvil. Apenas estuvimos sentadas, tomó mi rostro entre sus manos y me dio un beso en la boca. Me comió con sus labios mientras su lengua se hundía profundamente en mi boca, la recorría. Yo respondí con movimientos de mi lengua.
Una de sus manos bajó y la apoyó en mi entrepierna. «¿Por qué te pusiste jean justo hoy?», me susurró. Por cobarde, tuve ganas de responderle. Al vestirme me había imaginado que algo así podría suceder y creí que el jean sería una barrera para detener lo indetenible.
Diana abrió sus piernas, yo metí mi mano bajo su falda y me encontré con una concha grande, gorda, cubierta por unas bragas de seda que ya estaban húmedas. Era la primera vez que tocaba el sexo de otra mujer. Ella gimió, se desprendió más botones de la camisa y sus tetas grandes, firmes, quedaron al aire.
Tomó una de sus tetas con la mano y me la ofreció. Chupé el pezón largo, duro, erecto, y Diana gimió más fuerte pegando mi cabeza contra su pecho.
-Chiquita… chiquita hermosa… mama de mis tetas preciosa…
Volvió a besarme y dijo «vamos a otro lado». Puso en marcha el automóvil y condujo a toda velocidad por las calles. Sus pechos seguían al aire, ella reía y yo también porque desde otros automóviles los hombres la veían y no podían creerlo.
Me llevó a un hotel por horas y allí fui suya por completo. Me desnudó lentamente, lamió cada centímetro de mi piel haciéndome estremecer, succionó mis pezones primero con ternura, luego con pasión, hasta morderlos y hacerme doler un poquitín. Mis pechos son pequeños pero ella igual estaba encantada.
-Pendeja hermosa… estás para comerte toda…
Me tendió en la cama boca abajo, recorrió mi espalda con su lengua, llegó a
mis nalgas, bajó por los muslos, el doblez de las rodillas, hasta llegar a mis pies. Chupó uno a uno mis deditos y luego se metió el pie completo en la boca. Yo ronroneaba como un gato y sentía que me humedecía más y más. Ningún chico me había provocado tanto placer, ellos sólo me la meten y ya, sin preocuparse por mí.
Diana volvió a subir con su lengua incansable, firme, húmeda. Lamió mis nalgas, las abrió delicadamente y metió su lengua en el huequito virgen de mi ano. Sentí que me corría electricidad por todo el cuerpo. Mordí la almohada, gimiendo.
Me hizo girar en la cama hasta quedar boca arriba, me besó y bajó recorriéndome otra vez. Se detuvo en mis pechos, hizo rozar sus pezones contra los míos. Ella deliraba y yo también. Después se acomodó de rodillas, entrelazó sus piernas con las mías y nuestros sexos quedaron pegados.
-Voy a cojerte pendeja, te voy a cojer con mi concha.
Inició entonces un movimiento de sus caderas, de su pelvis, frotando su vagina húmeda contra la mía, mientras una de sus manos amasaba mis tetas. Con la otra se pellizcaba los pezones, los estiraba. Sus tetas eran grandes y su lengua larga, era capaz de lamerse a sí misma. Gemíamos y gritábamos las dos, pidiendo más, más, más. De verdad sentía que me cojía con su concha, y era la sensación más increíble y fabulosa que había experimentado en mi vida.
Sus rítmicos movimientos se fueron acelerando, nuestra humedad era cada vez mayor, hasta que las dos tuvimos un orgasmo intenso y super placentero.
Después de un descanso en el que nos hicimos muchos mimos y nos dimos besitos tiernos, se colocó sobre mí en posición de 69. Ante mi rostro quedó su concha grande, mojada, de labios carnosos y clítoris enorme. Pegué mi boca contra ella, chupándola con avidez. Mientras tanto Diana se comía mi concha, era una experta moviendo su lengua y sus labios, me daba mordisquitos, se bebía mis jugos. Metió un dedo en mi vagina, lo empapó bien y lo llevó a mi culito cerrado. Con mucha suavidad me penetró. Yo dí un grito de dolor y de placer.
Quise imitarla. Mojé un dedo en su humedad y lo metí en su culo sin problemas. Probé meterle dos, y se los tragó sin una queja. Tres de mis dedos entraron en el hueco anal de Diana, que se dilataba maravillosamente.
Esa tarde gozamos así durante horas. Para el final, una sorpresa.
-Diana, necesito ir al baño a orinar.
-Te acompaño. Quiero pedirte algo.
Una vez allí, estaba a punto de sentarme en el water cuando ella me dijo.
-Esperá, quiero tu meada en mi mano. ¿Me la das? Aquello me pareció extraño pero excitante. Nos metimos en la bañera, me quedé de pie y ella agachada. Puso su mano en mi concha, la acarició suavemente y mis orines empezaron a correr entre sus dedos. Con la otra mano ella se masturbaba furiosamente.
De pronto, con un rápido movimiento, pegó su boca a mi concha. Mi meada fue directo a su garganta, y ella se la bebió con placer mientras le venía otro orgasmo.
-Chiquita hermosa… sos riquísima.
Desde ese día con Diana somos amantes, y planeamos vivir juntas muy pronto.
Mhjn445 (arroba) yahoo.com
Autor: Mhjn
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