Puedes leer aquí la primera parte de «Verano de sorpresas»
Quince días después de mi afortunado descubrimiento aún no había dicho nada a mi mujer. No sabía cómo hacerlo sin que supusiera el final de aquellas infidelidades y yo no estaba dispuesto a echar a perder una situación tan excitante. Al final decidí seguir el camino más fácil y más seguro. Conozco muy bien a mi mujer, nos queremos mucho y sé que la mejor manera de solucionar un problema con ella es hablando.
Así, al levantarse ella una mañana, en la que, como muchas de las anteriores, iría a encontrarse con su padre y amante, me levanté yo también y le pedí unos minutos para hablar con ella. Le conté toda la historia de mi descubrimiento y de cómo había estado espiándolos desde entonces. Mi mujer empezó a disculparse y a pedirme una oportunidad para explicarse. Naturalmente, la tranquilicé: ¡no sólo no estaba enfadado, sino que me encantaba! Pero ya había llegado el momento de ir un poco más allá. No me contentaba con mirar; necesitaba actuar. Y a ella le encantó la idea, con lo que fui, si cabe, aún más feliz.
Entre los dos planeamos esa mañana: ese día no tenían previsto tener sexo; mi suegro, aunque potente, necesita descansos; pero decidimos que lo provocaría durante todo el día para tenerlo encendido a la mañana siguiente. Y así lo hizo, rozándose con él, insinuándose provocativamente por toda la casa y tocándose mutuamente bajo las aguas de aquel mar que se incendiaba con mi lujuria. A la mañana siguiente mi suegro parecía un adolescente salido: cuando me asomé a mi escondrijo, Augusto estaba magreando a mi mujer, con la polla armada abultando en su pijama corto de verano y Ana se hacía la estrecha apartando sus manos y recolocándose la ropa.
– ¡Papá, por Dios! ¡Pareces un crío! ¡Déjame! Hoy no tengo muchas ganas.
– ¡Pero nenita, por favor, me tienes hoy a punto de reventar! ¡Casi he echado a tu madre de casa y me ha faltado poco para entrar a vuestra habitación y despertarte a base de pollazos en la cara!
– ¡Pero mira que eres cochino! ¡Pues bueno se iba a poner mi marido si me ve con tu polla en la boca! O quizás se animaba y hacíamos un trío, ¿no?
– Pues eso querría hacer yo también con tu madre, pero no sé si lo verán mis ojos… Daría algo por verla follarse a un tío delante de mí.
– ¡A mi lo que me gustaría es que me follarais los dos a la vez! ¡Hala! ¿Ves? ¡Ya me has puesto cachonda!
– ¡Es que eres muy puta, hija mía! Tu también necesitas tu ración diaria de sexo y aventura, ¿o me equivoco?
Sin responder, mi mujer se agachó delante de Augusto y empezó a tirar del pantalón hasta que la polla saltó como un resorte, goteante de líquido preseminal. Ana acarició la barriga y las piernas a su padre.
– ¿Qué te apetece hoy? –dijo Augusto mientras empezaba a pelársela, cogiendo a Ana del cogote para acercársela a la verga.
Mi mujer le sacó la lengua lascivamente y él la golpeó con su polla y se la restregó por la cara. Ana le lamió los huevos unos segundos y se levantó para desnudarse también.
– Hoy sólo quiero que nos chupemos hasta corrernos. Y quiero tu corrida en la boca. Acuéstate en el suelo.- Mi mujer quería taparle la visión con su cuerpo, así que, una vez Augusto en el suelo, Ana se acostó sobre él acercando el culo a la boca de su padre y cogiendo su polla con una mano y los huevos con la otra, quedando la barriga de Augusto justo donde yo estaba escondido, en perpendicular a ellos.
Ana comenzó a trabajarle el miembro. Me miraba con esa mirada de vicio que tanto me excitaba y lamía y chupaba el miembro de Augusto delante de mí. Yo me la saqué también y empecé a masturbarme. Si me asomaba un poco a la esquina que me tapaba, podía ver cómo mi suegro, a su vez, abría las nalgas de su hija y me dejaba adivinar cómo le chupaba el culo y el coño alternativamente. Decidí no arriesgarme mucho y centrarme en el espectáculo de la primera fila: mi mujer chupaba y lamía como una cerda. Mi suegro, de vez en cuando, flexionaba las piernas hacia arriba y mi mujer le lamía los huevos y el culo. Yo lo veía todo de tan cerca que al final mi mujer y yo llegamos a besarnos mientras ella se la seguía pelando a su padre. El olor y el sabor de aquella polla ensalivada parecía inundar la cocina. Ana me notó tan cachondo que me quiso probar: con señas consiguió hacerme sacar la lengua y me la acarició con el capullo goteante de su padre. Eso la puso a cien y un segundo después se corrió en la cara de Augusto, a quien oí chapotear detrás del soberbio culo de mi mujer.
Mi suegro se relajó, dejó caer la cabeza y se dedicó a masajearle las nalgas a Ana, amasándolas y cacheteándolas. En cuanto se recompuso, Ana se dedicó a mamarle la verga, a jugar con sus huevazos y acariciarle el ojete hasta que el buen hombre se corrió en su boca. Mi mujer no dejó de mirarme a los ojos mientras duró la felación: ella se excitaba sintiéndose muy puta delante de su marido y yo sabiéndome tan cornudo delante de mi mujer. Antes de que se levantaran, me retiré otra vez a mi cuarto. Cuando al fin vino ella, nos besamos largamente, sintiendo el sabor del semen de Augusto aún en su boca. Y cuando nos lo acabamos, también yo me corrí en su boca y seguimos con el mío.
Relajados y abrazados, acostados en nuestra cama, decidimos que sólo lo alargaríamos una semana más. Después su padre tendría que saberlo y lo convenceríamos para jugar los tres juntos alguna vez. Pero eso, de nuevo, es una próxima historia.