Disfruta aquí leyendo la segunda parte de «Verano de sorpresas»
Con mi suegro hicimos como hice yo con Ana. La mejor manera de solucionar un problema es hablándolo. Aunque con mi suegro partíamos con la ventaja de saber que era tan cachondo o más que nosotros, no quisimos arriesgarnos y ensayamos una cierta estrategia. Una mañana, cuando Ana cabalgaba lentamente ensartada por mi suegro, sentada a horcajadas sobre él en una silla de la cocina, se recostó totalmente sobre su pecho y se abrazó a su cabeza para susurrarle. Augusto, mientras, amasaba ardientemente los glúteos de mi mujer.
– Papa, sabes que me encanta follar contigo. No quiero que dejemos nunca de hacerlo.
– ¡Pero cariño, ya sabes que mientras tú quieras, aquí estaré para darte todo el placer que pueda! Por mi nunca tendrás ningún problema. Tú eres la que debes decidir cuándo dejarlo.
– Oh, papi, eso no será muy pronto, te lo aseguro. Por las noches me acuesto con la ilusión de tenerte dentro de mí a la mañana siguiente. Pero quiero mucho a mi marido y quiero hacerlo feliz también a él.
Augusto dejó de follarla y miró preocupado a su hija.
– Pues no te preocupes, hija mía. Dejaremos estos encuentros y…
– ¡No! No lo entiendes. ¡Lo que quiero es que él también participe!
– ¡Caramba, hija! ¿Estás segura? Debes tener cuidado. Quizá resulte muy fuerte para él y decida dejarte. Piénsalo bien antes, puede que no merezca la pena…
– Tranquilo, papá. Por eso quería hablarte. Luis no sólo lo sabe todo ya, sino que está muy feliz con ello y quiere ser partícipe si tú lo encuentras aceptable.
– ¿Yo? ¡Pero si me estoy follando a su mujer! ¿Cómo voy yo a dar permiso? ¡Es vuestro derecho, yo sólo puedo estaros agradecido, cariño!
– ¿Quieres que se lo digamos? Está aquí.
– ¡Dios mío! ¿Luis, aquí? ¡Por favor, pasa, Luis, pasa, por Dios!
Fue una escena un poco rara. Entré con la polla empalmada y le estreché la mano a Augusto mientras la suya seguía dentro de mi mujer y Ana se restregaba con lascivia contra la barriga de su padre, moviendo las caderas.
– Bueno, Luis, todo esto es un poco extraño, pero si lo veis bien, yo también, claro.
– Por supuesto, Augusto, no hay nada más que hablar. Vosotros como siempre. A mi no me tenéis que pedir permiso para hacer lo que queráis, faltaría más. Ni yo a ti por tener a mi mujer. Sólo queremos jugar también, de vez en cuando, los tres juntos. ¿De acuerdo?
– Me parece perfecto, Luis, os lo agradezco.
– Pues vamos a celebrarlo –dijo Ana de repente- Vais a hacerme un bonito sándwich para empezar, ¿qué os parece?
No tuvimos que decir ni una palabra más. Mi suegro se mojó un dedo, cogió las nalgas de mi mujer con sus manazas, las abrió y le metió el dedo mojado en el culo para lubricarlo. Mi mujer nos imploró que empezáramos enseguidavisita medico, así que Augusto me ofreció el culo abierto de mi mujer mientras su polla ensanchaba el coño chorreante de Ana hasta hacer tope con sus huevos. Yo me la descapullé y me dediqué a rozar con el glande la raja del culo, rodeando el esfínter sin tocarlo, bajando hasta los labios vaginales y los huevazos de mi suegro.
– ¡Aaah, Luis, cabronazo! ¡Méteme la polla ya, hijo de puta, no me hagas sufrir!
Al fin, entré la punta en su culo y empujé lentamente. Pero no encontré mucha oposición. Su ojete abrazaba mi polla y parecía querer tragársela. En un segundo la enterré hasta la raíz, mis huevos rozaron los de mi suegro y nuestras pollas se encontraron dentro de Ana, separados por una pequeña pared jugosa. Nos pusimos todos a movernos hasta lograr coordinarnos y el placer fue alucinante.
– ¡Qué gusto, joder, qué gusto más grande! ¡Tengo dos pollas dentro de mi! ¡Qué gustazo!
Nosotros no decíamos nada. Nos afanábamos en complacer a Ana y en saborear el placer que nos proporcionaba aquel polvo. Sudando como cerdos, mi suegro le comía las tetas a mi mujer y yo le mordía el cuello y las orejas. Ana se corrió dos veces intentando hacernos estallar. Al final no lo consiguió y tuvimos que sacar las pollas: estaba agotada y un poco dolorida.
– ¡Qué gusto me habéis dado! Ahora me toca a mí – y se sentó en el taburete de la cocina y nos acerco a su cara. Nos cogió las pollas a los dos y se dedicó a mamarlas y menearlas alternativamente. Nos chupó los huevos, se pasó las pollas por la cara y las juntó para metérselas un poco las dos juntas en la boca.
– No os vais a correr nunca, cabrones. Lo estáis disfrutando demasiado. Vamos a ir acabando que estoy muerta – dijo, y se levantó, le dio un beso en la boca a Augusto y fue lamiendo su barriga hasta volver a su polla, que se metió en la boca para mamarla a ritmo de corrida. Yo me acerqué para verlo bien y mi mujer cogió mi mano, me guiñó un ojo y me llevó la mano a los huevos de Augusto. Mi polla rozaba la barrigota y abrace por la cintura a mi suegro mientras le amasaba los huevos. Él me abrazó por los hombros, cerró los ojos y echó la cabeza atrás para correrse un momento después en la boca de Ana. Lo ordeñamos hasta que sacó la última gotita de leche, que Ana se bebió.
– Ahora yo –dije. Y descargué mi leche en su garganta después de sólo una docena de succiones.
Después de ducharnos y vestirnos, desayunamos juntos y hablamos de ello.
– ¡Qué placer me habéis dado entre los dos! ¡Me daba un morbo brutal! Mi padre y mi marido follándome a la vez. ¡Increíble!
– Pues yo estuve pensando, cachondo perdido, que aún te faltaba una buena polla en la boca.
– ¡Sí! Yo también lo estuve pensando, Luis, me faltaba algo para estar toda llenita.
– Pues eso se puede ver. Quizá podemos meter a alguien más.
– ¿A quién? ¡No puede ser cualquiera, papá, no quiero ser una puta! Excepto para vosotros, claro.
– No, no, claro que no. Estaba pensando en alguien cercano. Lo nuestro sólo lo puede entender alguien muy querido, como en este caso Luis. O tu hermano.
– ¿Tino? Joder, me mojo sólo de imaginarlo. Al dormir en la misma habitación en casa, siempre nos hemos desnudado juntos sin problemas y se la he visto: la tiene más gorda que vosotros. ¡Y quería venir la semana que viene!
– ¿Ves? Puede ser una solución fácil. ¿Crees que querrá tener sexo contigo?
– ¡Claro! Cuando nos desnudábamos siempre procuré poner las poses más provocativas y enseñárselo todo. Me encantaba acostarme viéndole la polla tiesa antes de cerrar la luz. Después lo oía masturbarse y lo hacía yo también. Incluso alguna vez se atrevió a tocarme mientras lo hacía y yo fingía dormir. En una ocasión llegó a rozarme la polla en los labios. Pero yo me asusté, me moví y ya no lo intentó nunca más. Se limitó a pajearse a distancia.
– Pero ¿qué clase de putón he criado? – se rió mi suegro- Seguro que lo conseguimos. Y ya de paso, a ver si metemos a mamá, que es mi sueño más perverso. En vuestras manos lo dejo.
Y así lo hicimos. Ana y yo volvimos a hacer planes para la última semana de agosto, en que acabarían las vacaciones. Pero eso lo contaremos más adelante.
super esas dobles penetraciones deben ser exquisitas…